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lunes, 26 de abril de 2010

Valeria Mesalina: la vergüenza de la familia


Adúltera, lasciva, libertina, depravada, aborto de mujer… Con tales calificativos se referían los autores antiguos a Valeria Mesalina, tercera esposa del emperador Claudio. Tácito, Dión Casio, Suetonio o Plinio el Viejo se complacen en relatar, descendiendo a los detalles más escabrosos, las intrigas sangrientas y los devaneos sexuales que protagonizó Mesalina durante su breve período como emperatriz, desde el acceso de Claudio al trono hasta su temprana muerte, cuando apenas tenía 28 años. Sin embargo, al menos parte de esos ataques de los historiadores tenían como fin descalificar indirectamente al gobierno de Claudio. Las historias de depravaciones y asesinatos hay que verlas dentro del contexto de las mortales rivalidades dentro de la dinastía Julio-Claudia, a la que Mesalina pertenecía.

Nacida en torno al año 20 d.C., Mesalina estaba emparentada por partida doble con Augusto, el fundador del Imperio. Su padre era el nieto de un general que se había casado con Octavia, la hermana de Augusto. La misma Octavia tuvo dos hijas de un segundo enlace con Marco Antonio: Antonia la Mayor, abuela de Mesalina, y Antonia la Menor, madre del futuro emperador Claudio.

Cuando Calígula ascendió al trono, Mesalina contaba apenas 17 años y aún no estaba casada, a pesar de ser una de las mujeres más deseadas de Roma por su belleza, su doble ascendencia Julia e incluso su patrimonio. Calígula la entregó en matrimonio a su tío Claudio, quizá por temor a que los Julios se mezclasen con otras influyentes familias aristocráticas, que podrían hacer peligrar la continuidad monárquica de los descendientes del divinizado Augusto, o, simplemente, como producto de su refinada crueldad. Claudio era un hombre treinta años mayor que ella, tartamudo, cojo y considerado por su propia madre como “un aborto que la naturaleza había creado sin concluir”. Mesalina pronto se ganó la devoción de su marido, a quien dio dos hijos, Octavia y Tiberio Claudio Germánico. Este segundo, más conocido con el sobrenombre de Británico, nació veinte días después de que Claudio fuera aclamado emperador por la guardia pretoriana en el año 41 d.C.

Pese al afecto de su marido, Mesalina se lanzó pronto a una vida de libertinaje sexual. A juzgar por el testimonio de sus biógrafos, la emperatriz fue uno de los mejores ejemplos en el mundo clásico de la perversión y la ninfomanía más desatadas. Insatisfecha con sus amoríos constantes con los más jóvenes cortesanos –muchos de los cuales murieron por haber accedido a sus deseos, mientras otros lo hicieron por haberse negado-, acudía todos los días a uno de los más zafios burdeles de Roma situado en el barrio de peor fama, Suburra, donde, bajo el nombre “artístico” de Lycisca, y adornada con la peluca amarilla distintiva de las prostitutas romanas, vendía sus favores a quien quisiera comprarlos, generalmente gladiadores y obreros de los muelles del Tíber.

Obligaba a mujeres de familias prestigiosas a prostituirse en presencia de sus maridos, a cambio de honores y cargos en la ciudad. En una ocasión, tras cruzar una apuesta con otra famosa cortesana de la época, Mesalina tuvo relaciones sexuales en público con 25 hombres consecutivamente. En palabras del historiador Suetonio, esta actividad incesante dejaba a la emperatriz “lassata, sed non satiata” (es decir, “cansada, pero no saciada”). Con la edad, lógicamente, fue perdiendo su lozanía, contra lo que ella luchó denodadamente, sirviéndose de cuantos cosméticos y remedios estaban en su mano. A ese respecto, Marco Valerio llegó a decir: “Las tres cuartas partes de sus encantos se hallan en las cajas de su tocador. Cada noche se quita los dientes, así como la ropa. Sus atractivos están en cien potes diversos. Su cara no se acuesta con ella”.

El comportamiento de Mesalina no era excepcional en la cultura romana, que aceptaba sin demasiados miramientos la libre sexualidad. Eso sí, chocaba con el modelo de matrona romana encarnado por Cornelia, la primera esposa de Julio César. La ley contra el adulterio dictada por Augusto, el deseo de restablecer una moral pública en la que la mujer fuera ejemplo de virtud y la difusión del pensamiento estoico, convertido en referente moral en la primera fase del Imperio, obligaban a censurar todo comportamiento que no estuviera basado en la moderación y la continencia. Los Preceptos del Matrimonio que redactó Plutarco a fines del siglo I d.C. proponían un modelo de esposa educada y sumisa, opuesto radicalmente al tipo de mujer que representaba Mesalina.

Cuando los historiadores clásicos narraron los acontecimientos del reinado de Claudio varias décadas después de que éstos hubieran ocurrido, pusieron de relieve los comportamientos que les resultaban escandalosos, sin tener en cuenta las razones políticas que flotaban alrededor.

Desde el momento en que Claudio fue proclamado emperador a su pesar, Mesalina tuvo la posibilidad de convertir a su hijo en heredero del trono si conseguía que su marido sobreviviera hasta la mayoría de edad de Británico y eliminaba a todos sus oponentes, reales o potenciales. Para ello urdió cuantas intrigas fueron necesarias, apoyándose en los libertos de Claudio. Con la complicidad de éstos, Mesalina mantuvo a Claudio ignorante durante más de una década de cuanto sucedía en palacio, al tiempo que se ocupaba de asuntos de Estado de la máxima importancia y, sobre todo, se dedicaba a quitar de en medio a todos los potenciales rivales para el ascenso de su hijo al trono imperial.

Los adversarios de Claudio que podían hacer peligrar la ascensión de Británico al trono eran numerosos. Aunque ya no existían varones entre los Julios, aún vivían mujeres que podían abrir las puertas del poder a sus maridos e hijos. Las nietas de Augusto, Agripina y Livila, habían sido condenadas al destierro por su propio hermano, Calígula. Claudio, que pretendía fortalecer los lazos de consanguinidad con la familia Julia, las hizo regresar a Roma, donde fueron acogidas por el pueblo con gran entusiasmo, convertidas en mártires de la tiranía de Calígula. Agripina, antes de marchar al destierro, había dejado a su hijo Lucio Domicio Nerón (el futuro emperador) al cuidado de Domicia Lépida, madre de Mesalina. Tan pronto como Agripina regresó a Roma, Nerón se convirtió en el verdadero contrincante de Británico, pero también en el único que escaparía a las maquinaciones de la emperatriz. Livila, por su parte, no tenía hijos, pero estaba casada con Marco Vinicio, a quien el Senado había presentado como candidato al trono el mismo día del asesinato de Calígula.

Además, había otros familiares de la gens Julia que podían postularse como sucesores, y a ellos se añadían los descendientes de las grandes familias republicanas que, desde la guerra civil, anhelaban el puesto de princeps. Entre éstas, destacaban la familia de Marco Licinio Craso Frugi y la del dictador Lucio Cornelio Sila. Y por si esto fuera poco, sabedora de que el control de las armas otorgaba también el poder de deponer a cualquier emperador, Mesalina tuvo que cuidarse de eliminar a los comandantes provinciales que estaban al frente de las legiones más poderosas del Imperio.

El primero en encontrar la muerte por medio de un ardid de Mesalina fue precisamente el comandante de las tres legiones asentadas en la Hispania Tarraconense, Apio Silano, nombrado gobernador por Calígula. Según Dión Casio, Mesalina convenció a Claudio para hacer de Apio Silano uno de sus más cercanos colaboradores, al tiempo que le concedía la mano de Domicia Lépida, la madre viuda de Mesalina. Tras incluirlo en su círculo, Mesalina comenzó a requerir sus favores sexuales y ante su negativa, decidió eliminarlo. La falsa acusación que lo condujo a la muerte provino del liberto Narciso, que inventó un sueño premonitorio en el que afirmaba haber visto a Claudio asesinado por Silano.

Por medio de las intrigas palaciegas y sexuales, Mesalina continuó deshaciéndose de los rivales de Claudio y de Británico durante los cuatro años siguientes. A Livila, hermana de Calígula, la acusó de adulterio –hacía falta caradura- con el senador y filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca. Mesalina temía la influencia que Livila podía ejercer sobre su tío Claudio, con el que mantenía una estrecha relación, y quería romper los lazos que unían a su esposo Marco Vinicio, favorito del Senado, con la familia Julia. Livila fue desterrada al sur de Italia, donde murió asesinada poco después. Séneca, por su parte, marchó a Córcega, donde escribió su “Consolación a Polibio”, una larga carta dirigida al secretario de Claudio, para conquistar su perdón. No lo logró hasta el 49 d.C., cuando Agripina la Menor lo hizo regresar como instructor del futuro emperador Nerón.

Los siguientes en ser eliminados por Mesalina fueron Marco Vinicio y Valerio Asiático, colegas en el consulado del año 46 d.C., partícipes ambos en el asesinato de Calígula y propuestos por el Senado como candidatos al trono en el 41 d.C. Mesalina temía que Vinicio tramara su destrucción como venganza por el asesinato de su mujer, Livila, por lo que decidió envenenarlo ella misma. En cuanto a Valerio Asiático, la emperatriz ansiaba no sólo su destrucción, sino los maravillosos jardines de Lúculo, que había remodelado.

Asiático era uno de los hombres más ricos e influyentes de Roma en aquel momento y controlaba las tropas de Germania y una numerosa clientela en la Galia Narbonense, a la que estaba ligado por nacimiento. Pero todo su poder quedó anulado por la astucia de Mesalina. Sosibio, preceptor de Británico, acusó a Valerio Asiático de adulterio con Popea, esposa de Escipión y madre de la futura amante de Nerón. Asiático fue arrestado en Bayas e interrogado en privado por Claudio y Mesalina. Se le condenó a muerte sin juicio previo en el Senado. Tras una cena y un baño tranquilos, Asiático se cortó las venas, comentando con ironía que había escapado a los perversos Tiberio y Calígula, pero había caído presa de las insidias de una mujer y de la credulidad de Claudio. Cuenta Tácito que “Mesalina se apresuró después a urdir la ruina de Popea, instigando a algunas personas a que la impulsaran al suicido por temor a la cárcel”.

Todavía hubo otras víctimas de la inquina de Mesalina, como Pompeyo Magno, yerno de Claudio y honrado con el triunfo por la conquista de Britania. Pero la emperatriz cometió un error fatal al lanzar una falsa acusación contra el liberto Polibio, con el que mantenía habitualmente ilícitas relaciones. Así perdió el fiel apoyo de los libertos imperiales, quienes arruinaron la última y más arriesgada intriga de Mesalina, dirigida a deshacerse de Claudio y apropiarse ella misma del poder.

Corría el año 48 d.C. Habían transcurrido once desde el matrimonio de Mesalina con Claudio, y éste se hallaba entonces cada vez más bajo la influencia de su sobrina Agripina la Menor. La emperatriz tenía entonces como amante a Gayo Silvio, un joven y atractivo senador por el que había enloquecido y al que había colmado de riquezas. Decidió casarse con él un día en que Claudio había acudido a Ostia a hacer un sacrificio, esperando que cuando regresara a Roma sería ya demasiado tarde para reaccionar. El palacio se convirtió en decorado de un festival dionisíaco en el que se celebraron a la vez la boda y las fiestas de la vendimia. Mesalina, con los cabellos desatados, se entregaba al desenfreno junto a Gayo Silvio, coronado de hiedra.

Pero los libertos de Claudio desbarataron el plan, convencidos de que si se hundía la casa imperial, también ellos serían eliminados. Calpurnia, una vieja amiga de Claudio, comunicó a éste lo que sucedía en Roma y sus amigos le urgieron a regresar para asegurarse el apoyo de las cohortes pretorianas. Al enterarse Mesalina de que la noticia de su boda había llegado a oídos de Claudio, marchó a palacio y solicitó la mediación de la vestal Vibidia para suplicar clemencia al emperador.

Después, convencida de que su presencia y la de sus hijos haría revivir el amor que Claudio les profesaba, atravesó a pie la ciudad y, montada en un carro, tomó el camino de Ostia. Pero el liberto Narciso impidió que se encontraran y obligó a Claudio, despechado y probablemente ebrio, a decretar la muerte de los dos amantes. Silio no opuso resistencia y pidió una muerte rápida. Mesalina, en cambio, se refugió en los jardines de Lúculo, presa de estallidos de histeria y haciendo súplicas continuas. El mismo Narciso ordenó su ejecución. A continuación, el Senado decretó que se borrara su nombre de todos los monumentos y que sus estatuas fuesen destruidas. Su memoria quedó así marcada por una condena de la que veinte siglos después, aún no ha escapado.
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viernes, 23 de abril de 2010

Vivienda: ¿gasto o inversión?


¿Es inteligente plantearse cuál es el precio justo de un inmueble? Al fin y al cabo, los escolásticos ya dejaron asentado que el precio justo era aquel que resultara de la libre negociación entre las partes.

Utilicemos, sin embargo, un concepto análogo, el de precio razonable, para referirme al valor de los inmuebles. No porque crea que toda compraventa inmobiliaria deba efectuarse obligatoriamente a ese precio razonable, sino porque, como el adjetivo indica, sería prudente y sensato que el comprador lo tuviera en cuenta a la hora plantearse cualquier transacción.

Al fin y al cabo, toda compraventa de un inmueble implica una compraventa a lo largo del tiempo de bienes y servicios y, por consiguiente, podemos perfectamente comparar el precio que se está pagando por la propiedad del inmueble con el precio que se está pagando por los servicios que proporciona el inmueble (el alquiler). Piénselo de este modo: si lo que quiere es sólo vivir 60 años en un piso, tanto le da comprárselo que vivir alquilado durante 60 años. Y, por consiguiente, podemos comparar el precio del piso con el precio de 60 años de alquiler.

Otra cuestión es que no sólo quiera vivir en el piso, sino adquirir su propiedad como mecanismo de inversión. Pero esta decisión no va exactamente de la mano con la anterior: si bien es lógico que todo el mundo quiera vivir en un inmueble, no todo el mundo tiene por qué invertir su dinero en un inmueble, sobre todo si existen inversiones alternativas más rentables. ¿Qué prefiere? ¿Vivir 60 años en un inmueble y al final de su vida ser el propietario de un piso valorado en 300.000 euros, o vivir 60 años alquilado en un inmueble y al final de sus días tener un patrimonio bursátil valorado en un millón de euros? Lo lógico es que elija lo segundo, ya que con ese millón de euros podrá comprarse un piso de 300.000 euros y, aparte, le sobrarán 700.000.

Por este motivo, la decisión entre vivir de alquiler o adquirir un inmueble no es baladí. En ocasiones es mucho más barato alquilar un piso que comprarlo, con lo cual será razonable que accedamos a nuestro servicio de vivienda en el mercado de alquiler y que la cuantía que nos ahorremos la destinemos a invertir en otros activos más rentables que un inmueble.

No son pocos los economistas que afirman que la compra de la primera vivienda no es una inversión, sino un gasto. Por desgracia, la mayoría de la gente desarrolla cierto apego emocional hacia la vivienda en propiedad, lo que le lleva a pagar precios absurdamente elevados que lastran su prosperidad futura. Ahorrar e invertir son dos actividades que resultan tanto más provechosas cuanto más pronto se hagan (1.000 euros a un tipo de interés del 10% se transforman en 6.700 al cabo de 20 años, pero en 17.500 al cabo de 30, o en 45.000 al cabo de 40), y precisamente lo que hacen los sobreprecios que se pagan con gusto por las viviendas en propiedad es lastrar enormemente la renta de la que se dispone durante los primeros años de vida laboral.

Sin embargo, el argumento de que la compra de vivienda es un gasto se debilita en aquellas situaciones en las que caen los precios de las viviendas en propiedad hasta el punto de que los alquileres se vuelven relativamente más caros. En estos casos, comprar una vivienda en propiedad nos permite en realidad ahorrarnos dinero a la vez que estamos invirtiendo, y por tanto sí debe considerarse una inversión y no un gasto.

Hoy estamos claramente en esa situación. Los excesos de la burbuja inmobiliaria que provocaron los bancos centrales han inundado nuestras ciudades de viviendas vacías que tienen que liquidarse para que bancos y promotoras puedan saldar parcialmente sus ingentes deudas. El proceso está siendo más lento de lo deseable, pero parece imparable a largo plazo. Así pues, ¿cuándo y a qué precio comprar?

Tal y como lo hemos expuesto, es esencial que comparar el precio del alquiler con el de la vivienda. Esta relación, heredada del análisis bursátil, recibe el nombre de PER. Cuanto más alto sea el PER, más cara será la vivienda en propiedad en relación con su alquiler. Por ejemplo, si un piso en propiedad cuesta 480.000 euros y podemos alquilarlo por 12.000 euros anuales, su PER será de 40. Esto significa que tardaríamos 40 años en recuperar nuestro capital inmovilizado en el inmueble a través del alquiler. O, dicho de otra manera, los servicios que esa vivienda presta (alquiler) son muy poco valorados en el mercado en relación con el precio desproporcionadamente elevado que estamos pagando. En cambio, una vivienda con PER 5 es una magnífica inversión, ya que, ahorrándonos cinco años de alquiler, recuperamos el capital que hemos inmovilizado.

La burbuja inmobiliaria española llevó el PER medio nacional a 33 a finales de 2007; esto es, el alquiler era mucho más barato que la vivienda en propiedad. Al concluir 2008 había caído a 27, lo que significa que esa sobrevaloración del precio se había corregido relativamente. ¿Hasta cuándo debería reducirse? La media histórica del PER en España está sobre 19, lo que significa que los precios de la vivienda todavía deberían caer un 27% hasta que sea razonable adquirir una. Aunque, desde mi punto de vista, si lo que le preocupa no es pagar malos precios, sino pagar buenos precios, no compre a más de un PER 15.

¿Dónde estamos ahora? Bueno, ciñéndome a Madrid capital, el PER medio de los pisos es de 23, después de que el precio de las viviendas haya caído casi un 10% desde su pico en 2007. En general, pues, ya pueden adquirirse inmuebles a precios mucho más razonables que hace dos años. A largo plazo, ratios PER de 27 y 28 siguen siendo insostenibles: sus propietarios están dejando de ganar mucho dinero por mantener su capital inmovilizado en el ladrillo en lugar de, por ejemplo, invertirlo en bolsa (donde los ratios PER suelen situarse en torno a 15).

Dado que parece poco probable que con la crisis económica los alquileres se encarezcan mucho, a medio plazo a los barrios ricos de cualquier ciudad no les quedará más remedio que ajustar precios. Aunque no haya pisos de nueva construcción, sí habrá un movimiento destinado a deshacerse de los mismos para rentabilizar el capital en otros lugares.

Así que ya sabe, en general conviene esperar un par de años a que los precios de la vivienda en propiedad sigan bajando y se pongan más en consonancia con la valoración que hacen los consumidores de los servicios que prestan (los alquileres). Obviamente, a día de hoy ya hay numerosos casos en que se pueden encontrar viviendas incluso por debajo de PER 10, pero de momento son más bien la excepción. No crea a los agoreros monclovitas que dicen que los precios ya han tocado fondo, porque el inmueble en propiedad sigue siendo mucho más caro que el alquiler. Otra cosa es que Zapatero se las arregle para encarecer artificialmente los precios de la vivienda quitando la deducción por compra, pero ni con esta medida cortoplacista se logrará detener la caída; más bien la agravará.
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domingo, 18 de abril de 2010

El origen de la silueta


El apellido de Etienne de Silhouette (1709-1767) ha dado nombre a las siluetas, esas figuras contorneadas, generalmente de carácter caricaturesco. El origen de esta asociación de nombres es ciertamente curioso. Este personaje fue, durante ocho meses del año 1757, Inspector General de Francia, cargo equivalente a lo que hoy en día es un ministro de Economía y Hacienda. En ese corto período de tiempo, tuvo la dudosa doble virtud –nada rara, por cierto, entre los encargados de estos cometidos gubernamentales- de lograr enfurecer en su contra a todos los sectores sociales y de dejar prácticamente en bancarrota las finanzas nacionales francesas.

Nada más ser nombrado para este puesto por Luis XV, poco después del estallido de la Guerra de los Siete Años, se lanzó con decisión a reorganizar la agricultura nacional y el aparato burocrático del Estado y a acabar con el régimen de privilegios fiscales de la nobleza. Sus logros, si no brillantes, al menos fueron inmediatos: la agricultura entró en un caos terrible, los funcionarios se rebelaron contra su decisión de gravar sus ingresos con los mismos impuestos que al resto de los ciudadanos, y la nobleza se escandalizó al ver reducidas drásticamente sus rentas y prebendas. Sin embargo, en un primer momento, el pueblo llano le aplaudió.

Esta popularidad animó a Silhouette a poner en marcha la segunda fase de su programa de reformas: recortar los gastos suntuarios del mismo rey y especialmente las partidas destinadas a las diversiones regias. Luis XV aceptó a regañadientes, pero cuentan las crónicas que paseó su aburrimiento por palacio hasta que acudieron en su ayuda financiera algunos nobles e, incluso, se habilitaron para diversión de su majestad algunas partidas de otros ministerios. Todo fuera porque Madame Pompadour, a la sazón favorita real, no viera mermados ni un ápice sus suntuarios dispendios.

El ejemplo cundió y rápidamente los nobles y demás asalariados de la corte recuperaron sus privilegios con la connivencia de funcionarios situados en puestos clave, que se vieron favorecidos con exenciones fiscales de dudosa legalidad. Sorprendido por la ineficacia de sus medidas –pero no derrotado ni desilusionado-, Silhouette contraatacó con el tradicional último recurso de los ministros de Economía: si no se pueden bajar los gastos públicos, siempre se pueden subir y multiplicar los impuestos. Dicho y hecho, el inspector general promulgó y trató de aplicar todo un conjunto de nuevos impuestos, entre ellos uno sobre el lujo, que gravaba el disfrute de servidumbre, carruajes y, en general, de todo aquello que significara suntuosidad, y que, por cierto, penalizaba la situación de los solteros al aplicarles una tarifa triple.

No satisfecho con ello, puso en vigor también un nuevo impuesto indirecto sobre todos los artículos de consumo, que levantó las iras del pueblo llano. Las protestas arreciaron desde todos los frentes, incluido el Parlamento, y el rey tuvo que intervenir –es de suponer que sin pesar-, desautorizándolo y concediendo dispensas con verdadera fruición.

Así que, Silhouette, desesperado por la mala situación de las finanzas nacionales y sin otra arma a su alcance, tuvo que decretar la suspensión de pagos estatales, acabando de paso con toda posible fuente exterior de financiación y crédito. Cumplidos los ocho meses de su mandato, fue destituido fulminantemente. Pero su figura quedó grabada en la mente de todos los franceses y comenzaron a florecer las burlas y las chanzas de todo tipo dirigidas a su persona: se fabricaron calzones a la silhouette, esto es, sin bolsillos –el ministro, en opinión del pueblo había intentando hacerlos innecesarios- y, según una moda al uso, se hicieron tan famosas sus caricaturas en sombra que el pueblo dio en llamarlas siluetas.
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¿Quien ha sido el mayor conquistador de la Historia?


Según los cálculos de los historiadores, el personaje histórico que más territorio ha conquistado por sí mismo en todos los tiempos y que ha regido un imperio mayor fue Gengis Khan (1162-1227), el caudillo mongol, que conquistó unos 27.500.000 km2, dominando un territorio que se extendía desde el océano Pacífico hasta el mar Caspio, y desde el sur de Siberia al norte de China, incluyendo toda Manchuria, Asia Central y Mongolia.

Otros grandes conquistadores, como el macedonio Alejandro Magno (356-323 a.C.), el también jefe mongol pero de religión islámica, Tamerlán (1336-1405) y el persa Ciro el Grande (600-529 a.C.) conquistaron territorios de aproximadamente unos 12 millones de km2. Después, ya muy atrás, estarían el huno Atila (406-453) y el alemán Adolf Hitler (1899-1945), con algo más de 8 millones de km2; Napoleón Bonaparte (1769-1821) y el afgano Mahmud de Ghazni (971-1030) con unos 4 millones de km2; y los españoles Francisco Pizarro (1470-1541) y Hernán Cortés (1485-1547) con 3 y 2 millones de km2 respectivamente.
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sábado, 17 de abril de 2010

¿Sabemos lo que comemos? - La cría industrial de animales (y 2)



Productos lácteos

Aunque nadie lo sabe con seguridad, la domesticación de las vacas comenzó en el sudeste de Europa hace unos ocho mil quinientos años. Desde entonces, los productos lácteos –leche, mantequilla, queso y yogur- han formado parte esencial de la dieta de millones de personas en todo el mundo.

Hasta que se empezó a administrar hormonas a las vacas lecheras para aumentar artificialmente su producción, incluso las razas más productivas tenían ubres de un tamaño razonable y el peso de su leche no les causaba dolor cuando se las ordeñaba. Además, en aquellos tiempos los terneros permanecían con sus madres varias semanas. Poco a poco, se los iba destetando y se aumentaba la cantidad de leche ordeñada, de modo que la vaca experimentaba una transición suave entre amamantar a su ternero y dar su leche a los seres humanos. Aunque estuvieran destinados a ser carne de ternera, los terneros destetados disponían de espacio para retozar y juguetear hasta que terminaban sus cortas vidas.

¡Qué diferente es la vida de una vaca lechera y su ternero en las modernas granjas industriales intensivas de Europa, Norteamérica y otros países “avanzados”! En muchas de estas “granjas”, las vacas, separadas de sus madres a los pocos días de nacer, nunca sienten la hierba bajo sus pies. Se pasan toda su vida amarradas en largas filas en establos estrechos. Pisan cemento y son ordeñadas por máquinas de succión. Muchas veces se les dan hormonas bovinas del crecimiento para que la producción de leche aumente espectacularmente –algunas vacas producen hasta cuarenta y cinco litros al día- y, aunque estas superproductoras tengan la suerte de pasar algún tiempo en un prado, sus ubres son tan descomunales, hinchadas e incómodas que estorban sus movimientos cuando acuden desesperadas a que las ordeñen. A veces, las ubres y los pezones se infectan, pero en esas granjas industriales no hay tiempo para atender dolencias menores, aunque muy dolorosas. Se supone que una dosis profiláctica de antibióticos en el pienso de los animales las curará.

A las vacas de las granjas industriales se las suele obligar a parir un ternero al año. Como los seres humanos, las vacas tienen un período de gestación de nueve meses, de manera que ese plan de partos anuales es sumamente duro para las madres. Además, se las fecunda artificialmente cuando todavía están produciendo leche por su parto anterior, de modo que sus cuerpos continúan produciéndola durante siete de los nueve meses de gestación. La hormona bovina del crecimiento, que provoca esta abundante producción de leche, causa también defectos congénitos en los terneros.

Pero incluso cuando todo va bien en el parto, tanto la madre como la cría sufren al ser brutalmente separadas, llamándose angustiadamente. Puede continuar durante varios días si están tan cerca para poder oírse. El ternero necesita la leche y los cuidados de su madre; ella se desespera porque no puede alimentar a su pequeña. A las terneras se las cría para sustituir a las vacas agotadas en la manada lechera. Muchos de los terneros permanecen en patios atestados para aprovechar su carne o, si tienen suerte, se los mata a los pocos días para venderlos como carne de baja calidad destinada a elaborar productos baratos como las comidas congeladas. Y, por supuesto, algunos se usan para carne de ternera.


Experimentos genéticos

Coherentes con su concepto del animal como producto de una cadena de montaje, los científicos están actualmente experimentando con el ADN de los animales; intentan crear individuos que crezcan más deprisa y proporcionen un beneficio rápido. Una de las recientes creaciones alteradas genéticamente es un toro gigante conocido como Belgian Blue. Estas enormes criaturas tienen un 20% más de músculo (lo que significa mucha más carne para vender) y pesan tres cuartos de tonelada. Los huesos de esos pobres toros no tienen densidad suficiente para sostener su propia carne, apenas pueden ponerse en pie o caminar, y no pueden aparearse, por lo que a las vacas se las insemina artificialmente y los partos son por cesárea.

Los científicos han creado también cerdos manipulados genéticamente de crecimiento rápido, cuyas frágiles patas son tan pequeñas en comparación con sus hinchados cuerpos, que sufren dolores en las articulaciones y tienen dificultades para moverse. Los pollos cuyos genes han sido alterados para que crezcan más deprisa son propensos a enfermedades cardíacas y tienen los huesos tan débiles que se rompen al menor esfuerzo. Los pavos que han sufrido manipulación genética son tan carnosos que no pueden aparearse y tienen que ser inseminados artificialmente. Lo escandaloso es que a ninguno de estos animales indefensos y deformes se le identifica como transgénico cuando se vende en los supermercados o restaurantes.

Hay que dejar claro que lo que pone en peligro el bienestar de los animales de granja y la salud de los seres humanos que se los comen es el interés económico. Mientras tanto, el futuro de la pequeña explotación familiar pende de un hilo y cada vez son más los ganaderos tradicionales que abandonan, incapaces de competir con las despiadadas, mecánicas e inhumanas prácticas de las grandes multinacionales. Estos gigantes pretenden dominar la cría de ganado a escala global. Así, los antiguos métodos tradicionales se están extinguiendo en todo el mundo, y el antiguo contrato entre las personas y los animales que las sirven se viene abajo.

En vista de todo esto, debemos recordar que los animales que sufren en las granjas industriales son tan capaces de cualquier otro sentimiento como nuestro perro favorito o el canario que tanto apreciamos. Donald Mottram era un granjero británico que mantenía una buena relación con una de sus vacas lecheras, Daisy. Siempre acudía a la llamada de su dueño guiando al resto del rebaño. Un día, Mottram fue brutalmente atacado por un toro recién llegado. Cayó al suelo, donde el toro le corneó y le pisoteó la espalda y los hombros. Mottram perdió el conocimiento a causa del dolor y el shock, y cuando recuperó la conciencia vio que Daisy, que debió de oír sus gritos, había llegado con el resto del rebaño. Habían formado un círculo alrededor de él y habían logrado mantener a raya al furioso toro, que intentaba una y otra vez acercarse al hombre herido. El rebaño mantuvo su círculo protector alrededor del granjero mientras él se arrastraba hacia la casa. Más adelante, le preguntaron por qué creía que las vacas le habían protegido: “Bueno –dijo-. Las he tratado razonablemente, y a cambio ellas han cuidado de mí. La gente dice que soy demasiado blando, pero creo que recoges lo que siembras”.


Toxinas, hormonas y anabolizantes

La moderna “granja” industrial no respeta la sabiduría del auténtico granjero, el que hace honor a su papel de administrador de la tierra, el que cuida de sus animales. Cada granja industrial cría sólo una clase de animal y los tiene confinados en espacios reducidos, obligándolos a crecer y engordar del modo más rápido y barato posible, con el fin de lograr el mayor beneficio que puedan en el menor tiempo posible. De hecho, estas factorías animales realizan lo que la industria llama “operaciones de ceba de animales”.

En esas “operaciones”, los animales no son alimentados con su dieta natural, sino con grano rico en calorías que suele ir mezclado con grandes cantidades de maíz y tal vez un poco de proteína de soja. Además, ya es habitual añadir al pienso del ganado restos molidos de animales muertos para aumentar el componente proteínico. Aparte de las enfermedades que puede generar esta práctica, es una aberración alimentar a las vacas, que son herbívoros, con productos animales, por no hablar de obligarlas a canibalizar a su propia especie.

Tanto el maíz como la soja son los cultivos más comunes en las granjas industriales, lo que significa que suelen cultivarse con grandes dosis de fertilizantes químicos, pesticidas y herbicidas. Son también los cultivos transgénicos más comunes en Norteamérica. La insistencia en el crecimiento rápido obliga, pues, a muchos animales a seguir una dieta antinatural (los únicos granos que una vaca encuentra en un prado son algunas semillas de gramíneas) que suele estar mezclada con productos químicos, antibióticos y hormonas. Así pues, cada vez que comemos carne o productos cárnicos de esas granjas industriales apoyamos a la agricultura con productos químicos que está envenenando la tierra, el aire y el agua, poniendo en peligro nuestra salud. Incluso quienes no sientan simpatía por los animales prisioneros pueden preocuparse al saber que, además de las hormonas y antibióticos que hay en la carne de estos, los productos animales que consumimos contienen también todos los pesticidas, herbicidas y fertilizantes utilizados para cultivar la comida de los animales. De hecho, los residuos de pesticidas están aún más concentrados en los productos animales que en los vegetales.

Casi todo el mundo ha oído hablar de la Escherichia coli O157:H7, la mortífera bacteria que se difunde con los excrementos del ganado vacuno. Según un informe, por lo menos doscientas personas se contaminan todos los días con Escherichia coli en Estados Unidos, pero los responsables de Sanidad creen que este número se queda corto. La mayoría de los casos se puede achacar a fallos de higiene en la matanza del ganado y su procesamiento, cuando se permite que la materia fecal entre en contacto con la carne.

Aunque se supone que el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) debe controlar la seguridad del procesamiento de carne, casi nunca penaliza a las empresas por cometer infracciones negligentes. Cuando en 2003 sus inspectores encontraron con frecuencia piezas de carne vacuna contaminada con heces al inspeccionar la planta de empaquetado Shapiro, en Augusta, Georgia, y descubrieron un cargamento de carne destinado a los colegios públicos que estaba contaminado con Escherichia coli, el USDA se limitó a cursar una advertencia, y permitió que Shapiro siguiera despachando carne, confiando en su promesa de mejorar la higiene en sus procedimientos.

La Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) calcula que cada año se producen cinco mil muertes y setenta y seis millones de casos de enfermedades provocadas por los alimentos (como no conocemos los efectos de los pesticidas, antibióticos y otros aditivos de la carne, el número podría ser más alto).

Al estar hacinados en recintos demasiado pequeños y muchas veces insalubres, cualquier brote de una enfermedad animal se transmite con mucha rapidez. Y aquí entran también los virus. La causa de la enfermedad de las vacas locas o encefalopatía espongiforme bovina (EEB), la demencia fatal que empezó a propagarse en el ganado británico en 1985, fue alimentar al ganado con productos animales, entre ellos carne picada de animales “caídos” (los que se caen, generalmente se rompen los huesos, y no se pueden usar para el consumo humano).

Cuando una persona come carne de vaca con EEB, puede desarrollar una modalidad humana de la demencia, llamada enfermedad de Creutzfeldt-Jacob. Actualmente la FDA prohíbe a las empresas cárnicas que alimenten a su ganado con carne o sangre de vacas muertas y residuos de pollo, pero es difícil de controlar. A pesar de los esfuerzos internacionales por contener la enfermedad de las vacas locas, se han seguido dando casos.

Las hormonas bovinas del crecimiento, que se usan para engordar con rapidez las vacas, causan también dolorosas infecciones en sus ubres. La multinacional Monsanto fabrica una hormona bovina del crecimiento muy utilizada, llamada Posilac, en cuyo prospecto se advierte de que puede provocar numerosos efectos secundarios, entre ellos hinzachón e infección en las ubres. Esas infecciones transmiten pus –una mezcla de bacterias muertas y glóbulos blancos- a la leche, dándole un sabor desagradable y un color extraño. A veces, las centrales lecheras mezclan la leche de ubres infectadas con leche normal, para diluir la infectada, con su color y su sabor tan desagradables.

El constante bombeo de hormonas del crecimiento en los animales de granja está relacionado asimismo con la acumulación de estrógenos en los seres humanos. Algunos científicos creen que esto explica muchas curiosidades biológicas recientes, como que de pronto las niñas se desarrollen antes y que la cantidad de espermatozoides en los hombres esté disminuyendo. Además, esas hormonas pasan a las vías fluviales con los desperdicios animales y se han relacionado con el desarrollo de caracteres sexuales anormales en los peces, del mismo modo que el herbicida Atrazine se asocia con la aparición de extravagantes deformidades sexuales en las ranas.

Un estudio realizado en Canadá demostró que las vacas tratadas con HBCr (hormona bovina del crecimiento alterada genéticamente) tenían un 20% más de probabilidades de ser sacadas del rebaño por razones sanitarias, probablemente por haber sido tratadas desde su nacimiento con dosis extras de antibióticos (además de los que se añaden a su comida).

Seguramente la mayoría de los consumidores estadounidenses ignora que la HBCr está prohibida en la Unión Europea, Australia, Nueva Zelanda y Canadá, y que hace poco la Comisión del Código Alimentario (la agencia de seguridad alimentaria de las Naciones Unidas, que representa a 101 países) denegó la autorización para usarla. Resulta extraño que en Estados Unidos se permita el uso de HBCr en la producción de leche, cuando tantos otros países industrializados no lo autorizan. Monsanto perdería miles de millones si se prohibiera esa hormona, y está demandando a las empresas lácticas orgánicas por etiquetar sus productos como “sin HBCr”, lo que según Monsanto, respaldado por la FDA, es “erróneo”.

Otro aspecto muy preocupante es la introducción habitual de antibióticos en el pienso de los animales. A los de granja se les administran antibióticos de manera rutinaria por dos razones. La primera para proteger a los animales, frecuentemente anémicos, de enfermedades debidas a una dieta poco sana y a vivir en condiciones de hacinamiento y tensión. Y la segunda, porque parece que una pequeña dosis de antibióticos contribuye a que crezcan más deprisa. Cada año se administran toneladas de antibióticos al ganado, casi ocho veces la cantidad que se da a los seres humanos para tratar enfermedades. Como consecuencia de esta dosificación constante, muchas bacterias han desarrollado resistencia a los antibióticos de los que tanto depende la medicina moderna. Los que se administran a los animales como profilácticos han entrado ya en la cadena alimenticia humana, con lo que la resistencia bacteriana en las personas está aumentando con mucha rapidez y cada vez a más antibióticos, como la tetraciclina, la eritromicina y la ciprofloxacina (que se utilizaba como antídoto contra el carbunclo o ántrax), que antes curaban todas las enfermedades provocadas por bacterias.

Los trabajadores de las granjas avícolas sienten ya los efectos de la resistencia a los antibióticos. La manipulación de pollos está considerada uno de los trabajos más peligrosos en Estados Unidos, debido a las emanaciones tóxicas de los residuos y a las heridas que reciben los trabajadores por parte de las aterrorizadas aves. Pero ahora la resistencia a los antibióticos ha añadido un nuevo riesgo para los trabajadores, generalmente mal pagado y con frecuencia inmigrantes, personas que muchas veces no conocen sus derechos. Donald Ross trabajaban en una granja industrial de pollos en Virginia: los pesaba, los sacrificaba a mano con un cuchillo y los colgaba de ganchos. Un día de primavera de 2004, Ross se cortó accidentalmente en el dedo corazón de la mano izquierda. La herida debería habérsele curado con rapidez, pero se hinchó hasta alcanzar el tamaño de una pelota de golf. Los médicos que trataban a Ross pensaron que su infección la habría causado una bacteria resistente a los antibióticos procedente de los pollos de la granja industrial. Meses de tratamiento con antibióticos no pudieron curar la infección y al final los médicos tuvieron que extirparle de la mano la llaga infectada. Este caso puso en marcha un estudio sanitario público sobre la resistencia a los antibióticos de los manipuladores de pollos de la zona.

Así pues, actualmente hay supermicrobios virulentos que sólo se pueden tratar con los antibióticos más recientes y potentes. Pronto habrá numerosos medicamentos que no servirán para nada, ni para los animales de granja ni para los seres humanos. Los científicos se esfuerzan para tomar la delantera a estas cepas bacterianas resistentes. Si las bacterias desarrollaran resistencia incluso a los antibióticos más novedosos, viviríamos una auténtica pesadilla. Aunque la Unión Europea ha prohibido la administración constante de antibióticos al ganado, el gobierno estadounidense sigue apoyando esta política de altos beneficios que favorece a las empresas cárnicas y farmacéuticas norteamericanas. No hablemos ya de la situación en otros países menos desarrollados.

El exceso y la concentración de excrementos animales dañan nuestro medio ambiente de muchas maneras. Contribuyen a aumentar los gases de efecto invernadero que causan el calentamiento de la Tierra, agudizan el problema de la lluvia ácida, contaminan nuestros ríos y océanos y crean una espantosa “contaminación olfativa”.

Como hemos dicho, en las granjas pequeñas, donde vacas, cerdos y gallinas vagan y pacen por los campos, sus excrementos constituyen un fertilizante natural para el ecosistema del lugar. Pero una operación de cría animal de manera industrial, con cientos e incluso miles de animales apretujados en un pequeño espacio, crea inevitablemente mucho más estiércol del que puede absorber la tierra de manera natural. Se calcula que la cantidad de excrementos producidos por los animales de granja en Estados Unidos es más de 130 veces mayor que la de los humanos. Pero a diferencia de los de las personas, los de una granja industrial no pasan por una planta de tratamiento de aguas residuales.

Los excrementos de los animales tienen una fuerte concentración de amoníaco. Imagínese lo intenso que es cuando se crían muchos animales en condiciones de confinamiento. De hecho, a menos que haya una buena ventilación, el volátil amoníaco que se acumula en un criadero de pollos puede dañar los ojos humanos… y los de los pollos. Las granjas industriales situadas cerca de Chesapeake Bay, EEUU, vierten cada año millones de toneladas de residuos empapados en amoníaco a las vías fluviales. El amoníaco contiene nitrógeno y sirve de nutriente para las algas, que en ciertas épocas del año proliferan hasta el punto de crear “zonas muertas” en las que no pueden sobrevivir ni peces ni plantas. La última vez que se midió, la de Chesapeake ocupaba el 40% de sus aguas de fondo: la mayor zona muerta del país. Por supuesto, esta situación no es exclusiva de Chesapeake: allí donde se practica la cría intensiva de animales, hay zonas muertas y peces envenenados. El golfo de México tiene una enorme zona muerta, causada en parte por los vertidos de excrementos animales de las operaciones de cría, que supera el tamaño de Israel.

Mientras no adoptemos pautas más sensatas de consumo y alimentación y sigamos devorando 340 millones de huevos al día solo en Europa, exigiendo que los supermercados estén continuamente repletos de comida barata, es difícil hallar una alternativa realista a la cría intensiva. Hay soluciones parciales y conductas individuales que pueden echar una mano, pero de ello hablaremos en otra ocasión….
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sábado, 10 de abril de 2010

¿Sabemos lo que comemos? La cría industrial de animales


Hace no tanto tiempo, un granjero tenía diferentes clases de animales, en parte porque sabía que esa diversidad –vacas, cerdos, aves- funcionaba conjuntamente en un equilibrado sistema que ayudaba a que su granja prosperara. Su pequeño rebaño de vacas pacía en un prado lleno de hierba fresca y tréboles, rico en betacarotenos y nutrientes. A los pocos meses, el granjero las trasladaba a un prado diferente y llevaba unos cuantos cerdos al que había quedado libre. Los cerdos son omnívoros; con sus fuertes hocicos hozan la tierra (a menos que lleven anillas en el morro) y encuentran toda clase de raíces e insectos nutritivos. Incluso le sacan partido a los excrementos de vaca y, como sus conductos digestivos tienen un alto contenido de ácido, los llamados “huéspedes sin salida”, matan todos los parásitos y bacterias que pueda haber presentes. Además, los cerdos extraen del suelo diversos minerales que refuerzan la inmunidad.

Un campo que haya estado ocupado por un grupo de cerdos es un terreno de caza ideal para las aves de corral. Estas picotean lombrices e insectos en la tierra removida y al mismo tiempo depositan en la hierba sus propios excrementos, ricos en nitratos; así estará lozana y sana la próxima vez que lleguen las vacas. De hecho, el antiguo sistema agrícola imitaba fielmente la Naturaleza.

Pero hoy todo ha cambiado. Ahora lo que nos proporciona la comida no son las granjas tradicionales, sino las llamadas granjas industriales, el método intensivo y a gran escala de criar cada vez más animales para satisfacer la creciente demanda de carne barata de los consumidores. Aunque son seres vivos capaces de sentir dolor y miedo, de experimentar satisfacción, alegría y desesperación, son tratados como objetos. Sin duda merecen vivir en mejores condiciones, en su medio natural. El modelo de granja industrial no tiene en cuenta el bienestar de los animales, sino los beneficios que se obtienen con ellos. De hecho, son tratados como máquinas que transforman el pienso en carne, leche o huevos. Como si fueran una máquina expendedora de huevos.

(Las fotos que ilustran esta entrada no son de granjas del tercer mundo, sino de instalaciones modernas de Estados Unidos)


Las aves de corral

La mayor parte de nuestras aves de corral se crían en “granjas en batería”, construcciones en las que se apilan cientos de jaulas unas encima de otras. En las granjas en batería de gallinas ponedoras, un solo cobertizo puede contener hasta setenta mil aves enjauladas. Las gallinas están apretujadas de cuatro en cuatro, y hasta de seis en seis, en pequeñas jaulas de alambre, tan estrechas que no pueden desplegar sus alas.

Ante la falta absoluta de estímulos, muchas gallinas enjauladas matan el aburrimiento picoteando a sus vecinas –o a sí mismas arrancándose las plumas y produciéndose importantes lesiones. Parte de las muertes ocurridas en las granjas industriales se deben al canibalismo. Para evitarlo –y también por razones alimenticias- se les corta el pico con una cuchilla al rojo vivo, para prevenir hemorragias. Esta mutilación se realiza de forma rutinaria cuando tienen pocos días de vida. Como sus uñas se enganchan con frecuencia en la malla metálica del suelo de sus jaulas, a veces se les cortan las puntas de los dedos para que las uñas no vuelvan a crecer.

La vida de estos animales se resume en poner huevos hasta que son sacrificados. Las gallinas han pasado de poner 150 huevos al año –hace 50 años- a poner 300, pero cuando dejan de ser productivas –entre los 12 y los 14 meses- se les niega la comida y el agua durante varios días, invirtiendo así el ciclo de luz y oscuridad, lo que provoca una muda forzada en las pobres aves, que pierden todas sus plumas y empiezan a producir huevos de nuevo, aunque sólo durante unas pocas semanas. Después, ya maltrechas y consumidas, se usan para hacer caldo de gallina. En esas fábricas de huevos, como los pollitos machos recién nacidos se consideran un subproducto inútil, se suelen echar en bolsas de plástico, donde se asfixian a medida que se amontonan cada vez más cuerpecillos sobre ellos. Luego se tiran al cubo de la basura. Algunos pollos se trituran para hacer piensos animales… a veces estando todavía vivos.

Los pollos o capones –las aves que compramos para asar o guisar, cuyos muslos, alas y filetes de pechuga adquirimos en pulcros envases- están amontonados en pequeños recintos donde se empujan, caminan unos sobre otros y pisotean a los que mueren. La corta vida de los pavos, atiborrados de hormonas del crecimiento hasta que no pueden tenerse en pie ni reproducirse normalmente, es grotesca.

Los patos y gansos se crían en las mismas condiciones industriales e intensivas que los pollos. El método de alimentarlos por la fuerza para que sus hígados se dilaten hasta alcanzar el tamaño que hace rentable la producción de foie gras, es una auténtica tortura. Los operarios introducen un tubo metálico por la garganta del pato o ganso, y una máquina bombea una gran cantidad de grano, sobre todo maíz, directamente en el esófago del pobre animal. En cuestión de semanas, las aves han engordado de manera desmesurada, y sus hígados se hinchan hasta diez veces su tamaño normal. Los patos y gansos criados para producir foie gras apenas pueden respirar, y mucho menos tenerse en pie o caminar. Muchos de ellos sufren laceraciones en la garganta, compactación de comida en el esófago e infecciones de bacterias y hongos en sus conductos digestivos superiores.


Los cerdos

En ciertos aspectos, la suerte de los cerdos criados intensivamente –ganado porcino en términos agropecuarios- es la peor de todas, ya que son muy inteligentes, al menos tanto como los perros y a veces incluso más. Por ejemplo, un cerdo llamado Hamlet es capaz de mover un cursor (diseñado para que lo utilizara un chimpancé) por diferentes cuadros de color en un ordenador, usando el hocico, mientras que un terrier no aprendió a realizar una tarea similar en todo un año. De pequeños, los cerdos criados en granjas industriales viven hacinados en pocilgas que suelen tener suelos de cemento o terrazo. Al estar tan apretados, privados de cualquier posibilidad para dar rienda suelta a su energía, a veces se arrancan unos a otros la cola a mordiscos; por eso se les suele cortar la cola al nacer.

Con el fin de que ganen peso lo más deprisa posible, se les administran hormonas del crecimiento. Cuando son conducidos al matadero, a veces se les rompen las patas, débiles por falta de ejercicio e incapaces de soportar sus cuerpos artificialmente pesados. Entonces son arrastrados, mientras chillan de dolor; y no tardan en chillar de terror. Expertos en mataderos comentan que es evidente que los cerdos saben lo que les va a suceder y luchan ferozmente para evitar esa última caminata.

Las cerdas de cría están confinadas en establos individuales tan reducidos que no pueden darse la vuelta. Llevan un cinturón o collar que les deja anclados al terreno y no les permite hacer ningún movimiento, salvo los estrictamente necesarios para comer, defecar y dormir. Privadas de cualquier oportunidad de expresar su conducta natural, muerden aquello que está a su alcance. Después se rinden, pierden el interés por todo y se comportan como si estuvieran de penitencia, con la cabeza gacha y los ojos vidriosos. Acaban sus días literalmente locos, con las patas pequeñas y dañadas.

Casi el 100% de las cerdas madres son inseminadas artificialmente, privándoles con ello del placer sexual y reprimiendo su instintivo y natural apareamiento. Cuando está a punto de parir la cerda debe sufrir la tortura del paridero, una jaula metálica en la que tiene que permanecer tumbada, incapaz de ponerse de pie o darse la vuelta, inmovilizada de costado para que no haya peligro de que aplaste un precioso lechoncillo. Para una cerda libre, su cochinillo es algo precioso, porque es su hijo y jamás lo aplastará. Sólo en un recinto pequeñísimo, donde no tiene posibilidades de criar a su prole como hacen las cerdas, puede aplastar uno por accidente. Pero para el criador industrial, el lechoncillo es “precioso” únicamente por el beneficio que puede obtener de él.

Se les retiran los lechones en el momento más inoportuno para su desarrollo como madres, cuando no han pasado ni seis días desde que parieron. Apenas una semana después del parto, las cerdas madres serán de nuevo inseminadas para repetir el proceso anterior.

Lo triste es que, en estado natural, los cerdos –animales, como hemos dicho, muy inteligentes- viven en grupos familiares y pastan libremente por las dehesas. Y, por cierto, no son en absoluto sucios. En contraste con el ganado vacuno, las cabras y las ovejas, el cerdo tiene un sistema ineficaz para regular su temperatura corporal. Pese a la expresión “sudar como un cerdo”, se ha demostrado que los cerdos no sudan. El ser humano, que es el mamífero que más suda, se refrigera a sí mismo evaporando 1.000 gramos de líquido por hora y metro cuadrado de superficie corporal. En el mejor de los casos, la cantidad que el cerdo puede liberar es 30 gramos por metro cuadrado. Incluso las ovejas evaporan a través de su piel el doble de líquido corporal que un cerdo. El cerdo debe humedecer su piel en el exterior para compensar la falta de pelo protector y su incapacidad para sudar. Prefiere revolcarse en lodo limpio y fresco, pero cubrirá su piel con su propia orina y heces si no dispone de otro medio. Por debajo de determinada temperatura, los cerdos que permanecen en pocilgas depositan sus excrementos lejos de sus zonas de dormir y comer, mientras que por encima de la misma, comienzan a excretar indiscriminadamente en toda la pocilga. Cuanto más elevada es la temperatura, más “sucio” se vuelve el cerdo. Así, hay cierta verdad en la teoría que sostiene que la impureza religiosa del cerdo se funda en la suciedad física real. Sólo que el cerdo no es sucio por naturaleza en todas partes, especialmente si dispone de espacio suficiente.


Carne vacuna

Igual de triste es la vida de una vaca criada para el consumo de carne en una granja industrial. Cuando el ternerillo tiene apenas unos días y necesita por encima de todo la compañía de su madre, se le introduce en un pequeño cajón de madera, atado de forma que no puede tumbarse cómodamente ni apenas moverse. En algunas explotaciones, incluso se les sujeta la cabeza a una barra rígida, que le obliga a mantenerla baja, con la boca pegada a un abrevadero que nunca contiene agua, sino un líquido en el que se han eliminado por completo el hierro y las sales minerales para obtener la llamada carne de ternera blanca. Se les da sólo leche desnatada reconstituida, nada de alimento sólido, paja o fibra, elementos que les son imprescindibles. Esta carencia les hace desesperarse hasta el punto de intentar comerse incluso su propia piel o beberse su propia orina.

También es frecuente mantenerlas a oscuras, porque el sol activa la producción de sustancias que oscurecen la carne y, de este modo, no se puede vender como carne blanca. El animal pasará toda su vida –que no durará más de seis meses en todo caso- bajo la tensión psicológica de la falta de relación con la madre o con sus semejantes, y con el sufrimiento de no poder ver jamás un puñado de hierba ni un rayo de sol. Y todo para conseguir la cara y demandada ternera blanca –en realidad, completamente anémica, sin hierro ni sales minerales y, por tanto, de poco valor nutritivo.

Y tras esta triste vida, llega la matanza. Por lo general, se las hace subir a camiones o a vagones ferroviarios para ganado. El viaje hasta el matadero puede durar días; y aunque muchos países tienen legislaciones que imponen que se las alimente y se les dé agua a intervalos fijos, esto no se suele cumplir. Una vaca que se caiga tiene muchas posibilidades de ser pisoteada hasta morir; si no, se la pincha y golpea para que se levante y, si no se puede andar, se la arrastra a pesar del dolor de una pata rota. Después empieza la matanza.

Claro que existe legislación que prohíbe la crueldad. Prescribe que a todas las vacas se las deje inconscientes antes de ser despellejadas y despedazadas, pero en el negocio agropecuario de hoy día cada segundo representa pérdidas o ganancias. Por lo general, a los inspectores no se les permite entrar en zonas donde podrían ver que se cometen infracciones. Su trabajo consiste principalmente en inspeccionar los animales muertos que van saliendo, en busca de contaminación fecal ilegal. Y así, las normas humanitarias casi nunca se cumplen.

Hay personas que comen venado creyendo que es ético ingerir carne de un animal que ha vivido en la naturaleza y ha sufrido una muerte limpia y honrosa a manos de un cazador. En efecto, así es; pero resulta que sabemos que se están criando ciervos y otros animales salvajes, hacinados en pequeños recintos, sometidos al mismo tipo de condiciones que los animales de una granja industrial. La gente come pescado, creyendo que consumen peces que vivieron libres en los mares o ríos, animales de sangre fría que no sienten dolor. Pero también hay piscifactorías. Y, desde luego, sienten dolor.
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sábado, 3 de abril de 2010

¿Cuánto puede vivir un pollo sin cabeza?


Unos dos años.

El 10 de septiembre de 1945, un joven y rollizo gallo de Fruita, Colorado, fue decapitado… y sobrevivió. De manera milagrosa, el hacha dejó intacta la yugular y suficiente tronco del encéfalo unido al cuello como para que no sólo no muriera, sino que medrara.

Mike, como era conocido, se convirtió en una celebridad nacional, realizando giras por el país y apareciendo en revistas como “Time” y “Life”. Su propietario, Lloyd Olsen, cobraba 25 centavos a aquellos que deseaban tener un encuentro con “Mike, el Maravilloso Pollo Descabezado”. Mike aparecía ante su público “coronado” con una cabeza seca de pollo que hacía las veces de la propia –de hecho, la cabeza de Mike había servido de almuerzo para el gato de la familia Olsen-. En su momento de mayor gloria, Mike estaba ganando 4.500 dólares al mes y llegó a estar valorado en 10.000 dólares. Semejante éxito dio lugar a una ola de imitadores decapitados, aunque ninguna de las infortunadas víctimas llegó a vivir más de uno o dos días.

Mike era alimentado usando un cuentagotas. En los dos años siguientes a perder la cabeza, ganó casi dos kilos y medio y pasaba su tiempo libre atusándose las plumas y “picoteando” con su cuello. Una persona que conoció bien a Mike comentó: “Era un pollo gordo que no sabía que ya no tenía cabeza”.

La tragedia sobrevino una noche en una habitación de motel de Phoenix, Arizona. Mike comenzó a asfixiarse y Lloyd Olsen, horrorizado, se dio cuenta de que se había dejado el cuentagotas en el lugar donde habían actuado el día anterior. Incapaz de limpiar sus vías respiratorias, Mike se asfixió.

Mike continúa siendo una figura de culto en Colorado y todos los meses de mayo desde 1999, la población de Fruita celebra el “Día de Mike el Pollo sin Cabeza”.
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