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lunes, 26 de julio de 2010

¿Qué produce las lluvias de metoros?


Las lluvias de meteoros se producen cuando la Tierra, a medida que recorre su órbita alrededor del Sol, pasa a través de restos dejados por la disgregación de cometas. Aunque la Tierra sigue una órbita casi circular alrededor del Sol, la mayoría de los cometas recorren órbitas muy elípticas y, en consecuencia, algunas de ellas cruzan o se superponen en parte a la de la Tierra.

Como los núcleos cometarios consisten en una combinación de materiales helados y una concentración muy dispersa de “suciedad”, cuando el cometa se calienta al pasar cerca del Sol, experimenta una desintegración más o menos lenta que da lugar a la cola visible de estos objetos. Los restos rocosos que dejan a su paso (en su mayoría partículas del tamaño de un grano de arena) se distribuyen sobre una órbita alargada alrededor del Sol muy próxima a la del cometa progenitor. Cuando la Tierra cruza esta órbita durante su recorrido anual, puede toparse con estos escombros, que se incineran al penetrar en la atmósfera terrestre: así se producen las lluvias de meteoros.

La lluvia de meteoros asociada a la órbita de un cometa determinado se produce hacia la misma fecha cada año, porque la colisión ocurre en puntos muy concretos de la órbita terrestre. No obstante, como ciertas regiones del recorrido cometario tienen mayor riqueza de restos que otras, la intensidad de la lluvia meteórica puede variar de un año a otro. En general, las lluvias de meteoros ganan intensidad cuando la Tierra cruza la órbita cometaria poco después del paso del cometa progenitor.
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jueves, 22 de julio de 2010

Campos de fuerza: ¿ciencia ficción?



“¡Escudos arriba!”

En innumerables episodios de Star Trek esta es la primera orden que el capitán Kirk da a la tripulación: elevar los campos de fuerza para proteger del fuego enemigo a la nave espacial Enterprise. Tan vitales son los campos de fuerza en Star Trek que la marcha de la batalla puede medirse por cómo está resistiendo el campo de fuerza. Cuando se resta potencia a los campos de fuerza, la Enterprise sufre más impactos dañinos en su casco, hasta que finalmente la rendición se hace inevitable.

Pero, ¿qué es un campo de fuerza? En la ciencia ficción es engañosamente simple: una barrera delgada e invisible, pero impenetrable, capaz de desviar tanto haces láser como cohetes. A primera vista, un campo de fuerza parece tan fácil que su creación como escudo en el campo de batalla parece inminente. Uno espera que cualquier día un inventor emprendedor anunciará el descubrimiento de un campo de fuerza defensivo. Pero la verdad es mucho más complicada.

De la misma forma que la bombilla de Edison revolucionó la civilización moderna, un campo de fuerza podría afectar profundamente a cada aspecto de nuestra vida. El ejército podría utilizar campos de fuerza para crear un escudo impenetrable contra misiles y balas enemigos y hacerse así invulnerable. En teoría, podrían construirse puentes, superautopistas y carreteras con sólo presionar un botón. Ciudades enteras podrían brotar instantáneamente en el desierto, con rascacielos hechos enteramente de campos de fuerza. Campos de fuerza erigidos sobre ciudades permitirían a sus habitantes modificar a voluntad los efectos del clima: vientos fuertes, huracanes, tornados… Podrían construirse ciudades bajo los océanos dentro de la segura cúpula de un campo de fuerza. Podrían reemplazar por completo al vidrio, el acero y el hormigón.

Pero, por extraño que parezca, un campo de fuerza es quizá uno de los dispositivos más difíciles de crear en el laboratorio. De hecho, algunos físicos creen que podrían ser realmente imposible, a menos que se modifiquen sus propiedades.

El concepto de campos de fuerza tiene su origen en la obra del gran científico británico del siglo XIX Michael Faraday.

Faraday nació en el seno de una familia de clase trabajadora (su padre era herrero) y llevó una vida difícil como aprendiz de encuadernador en los primeros años del siglo. El joven Faraday estaba fascinado por los enormes avances a que dio lugar el descubrimiento de las misteriosas propiedades de dos nuevas fuerzas: la electricidad y el magnetismo. Faraday devoró todo lo que pudo acerca de estos temas y asistió a las conferencias que impartía el profesor Humphrey Davy de la Royal Institution en Londres.

Un día, el profesor Davy sufrió una grave lesión en los ojos a causa de un accidente químico y contrató a Faraday como secretario. Faraday se ganó poco a poco la confianza de los científicos de la Royal Institution, que le permitieron realizar importantes experimentos por su cuenta, aunque a veces era ninguneado. Con los años, el profesor Davy llegó a estar cada vez más celoso del brillo que mostraba su joven ayudante, una estrella ascendente en los círculos experimentales hasta el punto de eclipsar la fama del propio Davy. Tras la muerte de éste en 1829, Faraday se vio libre para hacer una serie de descubrimientos trascendentales que llevaron a la creación de generadores que alimentarían ciudades enteras y cambiarían el curso de la civilización mundial.

La clave de los grandes descubrimientos de Faraday estaba en sus “campos de fuerza”. Si se colocan limaduras de hierro por encima de un imán, las limaduras forman una figura parecida a una telaraña que llena todo el espacio. Estas son las líneas de fuerza de Faraday, que muestran gráficamente cómo los campos de fuerza de la electricidad y el magnetismo llenan el espacio. Si se representa gráficamente el campo magnético de la Tierra, por ejemplo, se encuentra que las líneas emanan de la región polar norte y luego vuelven a entrar en la Tierra por la región polar sur. Del mismo modo, si representáramos las líneas del campo eléctrico de un pararrayos durante una tormenta, encontraríamos que las líneas de fuerza se concentran en la punta del pararrayos.

Para Faraday, el espacio vacío no estaba vacío en absoluto, sino lleno de líneas de fuerza que podían mover objetos lejanos. (Debido a la pobre educación que había recibido en su infancia, Faraday no sabía matemáticas, y en consecuencia sus cuadernos no están llenos de ecuaciones, sino de diagramas de estas líneas de fuerza dibujados a mano. Resulta irónico que su falta de formación matemática le llevara a crear los bellos diagramas de líneas de fuerza que ahora pueden encontrarse en cualquier libro de texto de física. En ciencia, una imagen es a veces más importante que las matemáticas utilizadas para describirla).

Los historiadores han especulado sobre cómo llegó Faraday a su descubrimiento de los campos de fuerza, uno de los conceptos más importantes de la ciencia. De hecho, toda la física moderna está escrita en el lenguaje de los campos de Faraday. En 1831 tuvo la idea clave sobre los campos de fuerza que iba a cambiar la civilización para siempre. Un día, estaba moviendo un imán sobre una bobina de cable metálico y advirtió que era capaz de generar una corriente eléctrica en el cable, sin siquiera tocarlo. Esto significaba que el campo invisible de un imán podría atravesar el espacio vacío y empujar los electrones de un cable, lo que creaba una corriente.

Los “campos de fuerza” de Faraday, que inicialmente se consideraron pasatiempos inútiles, eran fuerzas materiales reales que podían mover objetos y generar potencia motriz. Hoy, la luz que utilizamos en nuestros hogares probablemente está alimentada gracias al descubrimiento de Faraday sobre el electromagnetismo. Un imán giratorio crea un campo de fuerza que empuja a los electrones en un cable y les hace moverse en una corriente eléctrica. La electricidad en el cable puede utilizarse entonces para encender una bombilla. El mismo principio se utiliza para generar la electricidad que mueve las ciudades del mundo. El agua que fluye por una presa, por ejemplo, hace girar un enorme imán en una turbina, que a su vez empuja a los electrones en un cable, lo que crea una corriente eléctrica que es enviada a nuestros hogares a través de líneas de alto voltaje.

En otras palabras, los campos de fuerza de Michael Faraday son las fuerzas que impulsan la civilización moderna, desde los bulldozers eléctricos a los ordenadores, los iPods y la internet de hoy.

Los campos de fuerza de Faraday han servido de inspiración para los físicos durante siglo y medio. Einstein estaba tan inspirado por ellos que escribió su teoría de la gravedad en términos de campos de fuerza. Michio Kaku escribió la teoría de cuerdas en términos de los campos de fuerza, fundando así la teoría de campos de cuerdas.

Una de las mayores hazañas de la física en los últimos dos mil años ha sido el aislamiento y la identificación de las cuatro fuerzas que rigen el universo. Todas ellas pueden describirse en el lenguaje de los campos introducido por Faraday. Por desgracia, no obstante, ninguna de ellas tiene exactamente las propiedades de los campos de fuerza que se describen en la mayor parte de la literatura de ciencia ficción. Estas fuerzas son:

1- Gravedad: la fuerza silenciosa que mantiene nuestros pies en el suelo, impide que la Tierra y las estrellas se desintegren y conserva unidos el sistema solar y la galaxia. Sin la gravedad, la rotación de la Tierra nos haría salir despedidos del planeta hacia el espacio a una velocidad de 1.600 km/h. El problema es que la gravedad tiene propiedades exactamente opuestas a las de los campos de fuerza que encontramos en la ciencia ficción. La gravedad es atractiva, no repulsiva; es extremadamente débil en términos relativos, y actúa a distancias astronómicas. En otras palabras, es prácticamente lo contrario de la barrera plana, delgada e impenetrable que leemos en las historias de ciencia ficción. Por ejemplo, se necesita todo el planeta Tierra para atraer una pluma hacia el suelo, pero nos basta con un dedo para levantarla y contrarrestar la gravedad del planeta. La acción de nuestro dedo puede contrarrestar la gravedad de todo un planeta que pesa más de seis billones de billones de kilogramos.

2-Electromagnetismo (EM). La fuerza que ilumina nuestras ciudades. Los láseres, la radio, la televisión, los aparatos electrónicos modernos, los ordenadores, internet, la electricidad, el magnetismo… todos son consecuencias de la fuerza electromagnética. Es quizá la fuerza más útil que han llegado a dominar los seres humanos. A diferencia de la gravedad, puede ser tanto atractiva como repulsiva. Sin embargo, hay varias razones por las que no es apropiada como un campo de fuerza. En primer lugar, puede neutralizarse con facilidad. Los plásticos y otros aislantes, por ejemplo, pueden penetrar fácilmente en un potente campo eléctrico o magnético. Un trozo de plástico arrojado contra un campo magnético lo atravesaría directamente. En segundo lugar, el electromagnetismo actúa a distancias muy grandes y no puede concentrarse fácilmente en un plano. Las leyes de la fuerza EM se describen mediante las ecuaciones de Maxwell, y estas ecuaciones no parecen admitir campos de fuerza como soluciones.

Y 4) Las fuerzas nucleares débil y fuerte. La fuerza débil es la fuerza de la desintegración radiactiva. Es la fuerza que calienta el centro de la Tierra, que es radiactivo. Es la fuerza que hay detrás de los volcanes, los terremotos y la deriva de los continentes. La fuerza fuerte mantiene unido el núcleo del átomo. La energía del Sol y la estrellas tiene su origen en la fuerza nuclear, que es responsable de iluminar el universo. El problema es que la fuerza nuclear es una fuerza de corto alcance, que actúa principalmente a la distancia de un núcleo atómico. Puesto que está tan ligada a las propiedades de los núcleos, es extraordinariamente difícil de manipular. Por el momento, las únicas formas que tenemos de manipular esta fuerza consisten en romper partículas subatómicas en colisionadores de partículas o detonar bombas atómicas.


Aunque los campos de fuerza utilizados en la ciencia ficción no parecen conformarse a las leyes de la física conocida, hay todavía vías de escape que harían posible la creación de un campo de fuerza semejante. En primer lugar, podría haber una quinta fuerza, aún no vista en el laboratorio. Una fuerza semejante podría, por ejemplo, actuar a una distancia de solo unos pocos centímetros o decenas de centímetros, y no a distancias astronómicas. (Sin embargo, los intentos iniciales de medir la presencia de esa quinta fuerza han dado resultados negativos).

En segundo lugar, quizá sería posible utilizar un plasma para imitar algunas de las propiedades de un campo de fuerza. Un plasma es “el cuarto estado de la materia”. Sólidos, líquidos y gases constituyen los tres estados de la materia que nos son más familiares, pero la forma más común de materia en el universo es el plasma, un gas de átomos ionizados. Puesto que los átomos de un plasma están rotos, con los electrones desgajados del átomo, los átomos están cargados eléctricamente y pueden manipularse fácilmente mediante campos eléctricos y magnéticos.

Los plasmas son la forma más abundante de la materia visible en el universo, pues forman el Sol, las estrellas y el gas interestelar. Los plasmas no nos son familiares porque rara vez se encuentran en la Tierra, pero podemos verlos en forma de descargas eléctricas, en el Sol, y en el interior de los televisores de plasma.

Ventanas de plasma

Como se ha señalado, si se calienta un gas a una temperatura suficientemente alta y se crea así un plasma, éste puede ser moldeado y conformado mediante campos magnéticos y eléctricos. Por ejemplo, se le puede dar la forma de una lámina o de una ventana. Además, esta “ventana de plasma” puede utilizarse para separar un vacío del aire ordinario. En teoría, se podría impedir que el aire del interior de una nave espacial se escapase al espacio y crear así una conveniente y transparente interfaz entre el espacio exterior y la nave espacial.

En la serie televisiva Star Trek se utiliza un campo de fuerza semejante para separar el muelle de carga de la lanzadera, donde se encuentra una pequeña cápsula espacial, del vacío del espacio exterior. No sólo es un modo ingenioso de ahorrar dinero en decorados, sino que es un artificio posible.

La ventana de plasma fue inventada por el físico Andy Herschcovitch en 1995 en el Laboratorio Nacional de Brookhaven, en Long Island, Nueva York. La desarrolló para resolver los problemas que planteaba la soldadura de metales utilizando haces de electrones. Un soplete de acetileno utiliza un chorro de gas caliente para fundir y luego soldar piezas de metal. Pero un haz de electrones puede soldar metales de forma más rápida, más limpia y más barata que los métodos ordinarios. Sin embargo, el problema con la soldadura por haz de electrones es que debe hacerse en vacío. Este requisito es un gran inconveniente, porque significa crear una cámara de vacío que puede ser tan grande como una habitación.

El doctor Herschcovitch inventó la ventana de plasma para resolver este problema. De sólo un metro de altura y menos de 30 cm de diámetro, la ventana de plasma calienta gas hasta unos 7.000 ºC y crea un plasma que queda atrapado por campos eléctrico y magnético. Estas partículas ejercen presión, como en cualquier gas, lo que impide que el aire penetre violentamente en la cámara de vacío, separando así el aire del vacío (cuando se utiliza gas argón en la ventana de plasma, ésta toma un brillo azul, como el campo de fuerza en Star Trek)

La ventana de plasma tiene amplias aplicaciones en la industria y los viajes espaciales. Muchas veces, los procesos de manufactura necesitan un vacío para realizar microfabricación y grabado en seco con fines industriales, pero trabajar en vacío puede ser caro. Sin embargo, con la ventana de plasma se puede contener un vacío sin mucho gasto apretando un botón.

Pero, ¿puede utilizarse también la ventana de plasma como escudo impenetrable? ¿Puede soportar el disparo de un cañón? En el futuro cabe imaginar una ventana de plasma de una potencia y temperatura mucho mayores, suficientes para dañar o vaporizar los proyectiles incidentes. No obstante, para crear un campo de fuerza más “realista”, como los que encontramos en la ciencia ficción, se necesitaría una combinación de varias tecnologías dispuestas en capas. Cada capa no sería suficientemente fuerte para detener por sí sola una bala de cañón, pero la combinación sí podría hacerlo.

La capa exterior podría ser una ventana de plasma supercargado, calentado a una temperatura lo suficientemente elevada para vaporizar metales. Una segunda capa podría ser una cortina de haces láser de alta energía. Esta cortina, que contendría miles de haces láser entrecruzados, crearía una red que calentaría los objetos que la atravesaran y los vaporizaría.

Y tras esta cortina láser, se podría imaginar una red hecha de “nanotubos de carbono”, tubos minúsculos hechos de átomos de carbono individuales que tienen un átomo de espesor y son mucho más resistentes que el acero. Aunque el actual récord mundial para la longitud de un nanotubo de carbono es de solo 15 milímetros, podemos imaginar que un día seremos capaces de fabricar nanotubos de carbono de longitud arbitraria. Suponiendo que los nanotubos de carbono puedan entretejerse en una malla, podrían crear una pantalla de gran resistencia, capaz de repeler la mayoría de los objetos. La pantalla sería invisible, puesto que cada nanotubo de carbono es de grosor atómico, pero la malla de nanotubos de carbono sería más resistente que cualquier material.

Así, mediante una combinación de ventana de plasma, cortina láser y pantalla de nanotubos de carbono, cabría imaginar la creación de un muro invisible que sería prácticamente impenetrable por casi cualquier medio.

Pero incluso este escudo multicapas no satisfaría por completo todas las propiedades de un campo de fuerza de la ciencia ficción, porque sería transparente y por ello incapaz de detener un haz láser. En una batalla con “cañones láser”, el escudo multicapa sería inútil.

Para detener un haz láser, el escudo tendría que poseer también una forma avanzada de “fotocromática”. Este es el proceso que se utiliza para las gafas de sol que se oscurecen automáticamente al ser expuestas a la radiación ultravioleta. La fotocromática se basa en moléculas que pueden existir en al menos dos estados. En un estado la molécula es transparente, pero cuando se expone a radiación ultravioleta cambia instantáneamente a la segunda forma, que es opaca.

Quizá un día seamos capaces de utilizar nanotecnología para producir una sustancia tan dura como nanotubos de carbono que pueda cambiar sus propiedades óptimas cuando se expone a luz láser. De este modo, un escudo podría detener un disparo de láser tanto como un haz de partículas o fuego de cañón. Hoy, sigue siendo ciencia ficción. Pero la tecnología avanza y algunos físicos piensan que en menos de un siglo podríamos disponer ya de estos fantásticos artilugios que cambiarán el mundo.
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miércoles, 21 de julio de 2010

¿Quién inventó la máquina de vapor?


No, no fue James Watt, ni tampoco George Stephenson, o Thomas Newcomen. En realidad el mérito hay que atribuírselo a Herón.

Herón vivió en Alejandría alrededor del año 62 de nuestra era y es más conocido como matemático y geómetra. Fue también un visionario inventor y su eolípila fue el primer invento conocido que funcionaba con vapor. Consistía en una pequeña caldera de latón que se llenaba de alcohol y se calentaba con una pequeña llama. Los vapores de alcohol salen por un tubo de estrecha abertura, dando una llama puntiaguda de alta temperatura, un principio similar al de la propulsión a chorro. Por desgracia, nadie fue capaz de entender su uso práctico, por lo que no se consideró más que un juguete divertido.

Sorprendentemente, el ferrocarril había sido inventado setecientos años antes por Periandro, tirano de Corinto. Conocida como Diolkos, era una vía de 6 km que cruzaba el istmo de Corinto en Grecia y consistía en una carretera pavimentada con piedra caliza en la que se habían tallado dos surcos paralelos separados entre sí 1,5 metros. Servían para que se deslizaran carros rodantes que transportaban barcos, utilizando grupos de esclavos como fuerza propulsora. El objetivo de semejante obra era servir de “canal” seco, que ofreciera un atajo en la navegación entre los mares Egeo y Jónico.

El Diolkos estuvo en uso durante 1.500 años hasta que se abandonó por falta de mantenimiento alrededor del 900 de nuestra era. El principio del tren –pues de ello se trataba- permaneció totalmente olvidado durante otros 500 años, momento en que a alguien, se le volvió a ocurrir usar el mismo método en las minas del siglo XIV.

El historiador Arnold Toynbee escribió un interesante ensayo especulando sobre lo que habría pasado si esas dos invenciones, la máquina de vapor y el tren, se hubieran combinado para crear un imperio griego global, basado en una rápida red de transportes, la democracia ateniense y una religión de tipo budista con raíces en las enseñanzas de Pitágoras.

Para colmo, Herón también inventó la máquina expendedora –por cuatro dracmas conseguías un poco de agua sagrada- y un artilugio portátil que aseguraba que nadie pudiera beber de la botella de vino que te llevabas a las fiestas.
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martes, 20 de julio de 2010

¿Puede morir ahogado un niño si el parto se produce en el agua?


Ya en la época de los antiguos egipcios y en las tradiciones de los indios, los partos en el agua estaban a la orden del día. En la época actual disfrutan de gran popularidad en la mayoría de los países industrializados. La mujer próxima a ser madre se puede relajar en el agua templada, puede soportar mejor el dolor y le resulta más sencillo ejercer la presión idónea en el momento del parto. El bebé llega al mundo de forma subacuática.

Hasta el momento de su nacimiento, el embrión se ha alimentado y ha recibido oxígeno por intermedio de la placenta. Ahora ese suministro se ha interrumpido. Por ello, el recién nacido debe salir a la superficie para hacer sus primeras inspiraciones y de esa forma desarrollar los pulmones. El denominado “reflejo de protección de la respiración” es el que impedirá que el bebé intente respirar debajo del agua.

Unos diminutos receptores en su piel, sobre todo en la zona del labio superior y la nariz, al percibir el contacto con el agua envían una señal al cerebro y éste reacciona ordenando la oclusión de los órganos respiratorios para que se impida la entrada de agua en los pulmones. Simultáneamente, se reduce el ritmo cardíaco, y el flujo sanguíneo se concentra sobre todo en el tronco, donde están situados los órganos vitales. A causa de estas precauciones, el organismo necesita bastante menos oxígeno que el habitual. El reflejo se ocupa de que el recién nacido pueda permanecer sin riesgo bajo el agua durante algunos segundos. Pocas semanas después del parto, el reflejo continúa fuertemente implantado en el individuo, pero disminuye al crecer si no se practica de forma regular.

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lunes, 19 de julio de 2010

Misión: matar a Franco


El 2 de marzo de 1938, Harold Adrian Russell Philby, al que todos llamaban Kim, un periodista inglés que trabajaba como corresponsal durante la Guerra Civil española para el diario inglés The Times, iba a ver por primera vez en persona al general Francisco Franco. La valentía y el arrojo que había mostrado semanas atrás, en la batalla de Teruel, durante un bombardeo del bando republicano en el que terminó levemente herido, le habían valido la Cruz Roja al Mérito Militar, que el jefe del bando nacional le iba a imponer. También habían pesado bastante las crónicas “objetivas e independientes” que su prestigioso diario había publicado sobre distintos acontecimientos de la guerra y en las que se dejaban traslucir las bondades de Franco y sus soldados.

Muchas personalidades civiles y militares iban a estar presentes en el importante acto. Destacados miembros del cuerpo diplomático acreditado, numerosos mandos militares, periodistas nacionales e internacionales, e incluso hasta era posible que asistiera algún miembro de la Iglesia. Kim Philby, tan buen observador como conversador, habitualmente despreocupado de su apariencia, pero ese día reconvertido en un perfecto caballero inglés, no paraba de observar con discreción a la guardia del general. Allí estaba su escolta personal, integrada por requetés navarros. Había leído que en su mayoría eran ex combatientes de los Tercios de Lácor, Montejurra y María de las Nieves, que guardaban las dependencias de Franco y su familia. Todos y cada uno de ellos estaban dispuestos a entregar su vida antes de permitir que alguien rozara un brazo a Franco. En el trayecto, Philby había podido ver a numerosos guardias civiles y legionarios que protegían la zona exterior, sin contar a la guardia mora, siempre cerca por si se le necesitaba.

Todos los allí presentes le saludaban como si fuera uno de ellos, aunque sabían perfectamente que era un distante periodista inglés. Lo que ninguno, sin excepción, conocía era que llevaba varios años trabajando para el NKVD, el servicio secreto ruso. Y que su principal encargo en territorio español no era informar a Moscú de los detalles tácticos y estratégicos del conflicto. Su misión principal era… matar a Franco.

En diciembre de 1922, un Lenin enfermo redactó unas notas a manera de testamento político en las que proponía a sus camaradas la separación de Stalin como secretario general del partido, y en las que le calificaba como demasiado brutal. El Comité Central conoció el documento en mayo de 1924 y se negó a facilitárselo a los delegados del XIII Congreso, permitiendo así que Stalin pudiera continuar en su puesto y asumir posteriormente el poder absoluto, tras ir asesinado a todos los que se le ponían por delante. Si el nada blando Lenin consideraba demasiado brutal a Stalin, poco más se puede decir sobre el carácter salvaje de un hombre que cada vez que alguien se le cruzaba entre ceja y ceja, no porque se le opusiera, sino porque él pensaba que le hacía frente, su primera y única reacción era ordenar que lo mataran.

Cuando el fascismo empezó a levantar sus muros en Europa, Stalin duplicó su trabajo de limpieza interior para combatir ferozmente a los nuevos enemigos del comunismo, ideología que él deseaba exportar a todo el mundo. En octubre de 1936 dirigió una carta a los comunistas españoles en la que dejaba sobradamente claras sus intenciones futuras: “La liberación de España del yugo de los reaccionarios fascistas no es sólo de la incumbencia de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad progresista”.

Antes de iniciarse la Guerra Civil española, Stalin tomó la decisión personal de acabar con la vida de Franco, quien era uno de los representantes más detestados de su odiado fascismo. Para el cumplimiento de la delicada misión contó con Nikolai Yezhov, jefe de la NKVD, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, precursor del conocido KGB, aunque todavía más temido y odiado. Los dos años en que Yezhov mandó la NKVD fueron de una crueldad sin límites. Llevó a cabo las purgas requeridas por Stalin con un sadismo que le valió el apodo de “enano sangriento” –medía poco más de un metro y medio-. Muchos fueron los dirigentes extranjeros que ordenó matar, y en la mayor parte de los casos con éxito. Uno de ellos fue Andrés Nin, asesinado en España en 1937. Nin había fundado el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), más cercano a Trotski que a Stalin, motivo por el cual terminó siendo detenido en plena guerra, luego fue torturado y finalmente asesinado. Otra muesca en la lista de éxitos de Yezhov.

El jefe de la NKVD encargó a uno de sus hombres, Theodor Maly, que había sido destinado a Londres a principios de 1936 como jefe de las operaciones encubiertas, que buscara entre sus agentes ingleses a uno que pudiera infiltrarse en España, que no despertara recelos entre los fascistas, para asesinar al general Franco. El plan estaba en marcha, sólo hacía falta encontrar la mano que tuviera las agallas para empuñar el arma.

El elegido iba a ser Kim Philby, uno de los mejores espías del siglo XX. Un hombre que desde los veinte años estuvo metido en el espionaje y jamás contó a su famoso padre o a alguna de sus numerosas mujeres la doble vida que llevaba. Precisamente su padre le ayudó en sus inicios, siempre ignorante de los peligrosos manejos de su hijo. Harry Saint John Philby envió a su hijo a los mejores y más caros colegios, donde se formaba la elite dirigente inglesa que se enorgullecía de tener como principal baluarte la caballerosidad. En 1929 lo envió a Cambridge a estudiar historia y economía, y Kim no tardó en apuntarse a la Sociedad Socialista de la universidad. Le fascinaban el lujo y las mujeres, pero al mismo tiempo era un convencido comunista. En 1933 se entrevistó con uno de sus profesores, Maurice Dobb, con el que compartía sus ideas. Le pidió que le buscara un camino para colaborar más intensamente con la revolución. Pocos meses después, era captado por el servicio secreto ruso.

Lo primero que hizo la NKVD fue enviarlo a Viena, donde aprendió alemán y algo que sería mucho más útil para la doble vida que iba a llevar: las técnicas de espionaje. Allí trabajó como periodista y en sus ratos libres comenzó a ejecutar pequeñas misiones para el servicio secreto soviético, como ayudar a salir del país a comunistas perseguidos por el gobierno austriaco.

En mayo de 1934 regresó a Inglaterra. Su controlador, Arnold Henrikhovitch Deutsch, le encargó cumplir una misión especial: infiltrarse en el servicio secreto inglés. No tardó mucho en intentarlo enviando una solicitud oficial de ingreso. La respuesta fue igual de rápida: “No”. Deutsch se percató rápidamente de que había cometido un grave error. En aquella época el espionaje nunca aceptaba candidatos comunistas o que hubieran mostrado simpatías por Stalin.

Sin abandonar la idea, el controlador y su incipiente agente cambiaron de estrategia. Philby buscó trabajo como periodista y no tardó en conseguirlo gracias a las influencias de su madre rica y de sus amigos de Cambridge, todos pertenecientes a familias poderosas. Al mismo tiempo, abandonó los círculos comunistas de la ciudad y empezó a acudir a reuniones en las que contaba a quien quería escucharle que había cambiado de ideas. Y lo hizo de una manera tan radical y convincente que se apuntó a la Hermandad Anglo-Alemana, una asociación pro-nazi.

En este cambio de personalidad estaba inmerso cuando estalló la Guerra Civil española y recibió un mensaje de Theodor Maly, el nuevo jefe de operaciones ilegales en territorio británico. Maly, que se hacía pasar por un banquero llamado Paul Hardt, junto con Deutsch, alias “Otto”, guiaron los inicios de la carrera de espía del antiguo estudiante de Cambridge. Hardt, pero también Otto, le ordenaron abandonar todo lo que estuviese haciendo, buscarse una tapadera adecuada y creíble y viajar a España para conseguir información y, si podía, asesinar –nada más y nada menos- al general Franco.

El trabajo de periodista era muy adecuado para poder entrar en España, conseguir una acreditación en el bando nacional, moverse con cierta libertad por un país en guerra, ir informando de todo lo que ocurría y esperar la ocasión propicia para pegarle dos tiros al general. Seguro que su espíritu indómito le llevó a esas consideraciones, que inmediatamente se tornarían en un proyecto bastante difícil de plasmar en realidad.

Philby, más que un periodista, era un novato que trataba de abrirse camino en la profesión. El trabajo que ejercía estaba bien como pretexto para mantenerse ocupado mientras limpiaba su nombre y reintentaba que le admitieran en el MI5, pero no había adquirido el prestigio necesario para conseguir que un gran medio le enviara de corresponsal. Fuera del pequeño trabajo que había conseguido gracias a la recomendación de su madre, sólo había participado en el proyecto de una revista económica amparada por la Hermandad Anglo-Alemana a la que pertenecía. El número uno nunca llegó a salir, pero consiguió ser recibido con conocimiento público por el embajador alemán en Gran Bretaña y por el mismísimo rey de la propaganda nazi, Joseph Goebbels. Eso le era muy útil para su cambio de imagen, pero no servía para nada como experiencia para llegar a ser corresponsal de guerra. No obstante, lo intentó en varios medios, pero todas las puertas se le cerraron.

Bloqueado por la situación, demostró su capacidad para saltar cualquier obstáculo. Recurrió a la persona a la que jamás quiso pedir nada, pero que era la última posibilidad que le quedaba. John Philby, su padre, estaba muy enfadado con él por su veleidades comunistas, y no tardó en alegrar el rostro cuando escuchó a su hijo decir no sólo que había cambiado, sino que estaba en perfectas relaciones con la derecha política, como así era en realidad. Feliz por la vuelta al redil de Kim, le ayudó a conseguir que la agencia de colaboraciones London General Press le contratara. No era gran cosa, pero tampoco podía aspirar a más y el sueldo bajo le daba igual. El más difícil todavía fue que logró que el embajador que representaba a Franco en Inglaterra, Jacobo Fitz James Stuart, duque de Alba, le extendiera rápidamente un visado para poder trabajar en España. Ya podía emprender el viaje y lo hizo en enero de 1937.

Kim Philby fue un topo que siempre tuvo la suerte de trabajar con controladores que no tiraban demasiado de la cuerda. Confiaban en sus capacidades y nunca los defraudó, por lo que le dejaban moverse con libertad sin achucharle demasiado. Tras su llegada a España, con cierta autonomía para moverse por la zona nacional, se dedicó a conocer el terreno y a aprovecharse de su trabajo como periodista para ir de una ciudad a otra, de un frente a otro, sin parar. El asesinato de Franco era su gran misión, pero mientras llegaba el momento se dedicaba a pasar informes a la NKVD rusa de todo lo que veía, especialmente de la presencia de los fascistas alemanes e italianos en suelo español y el envío por parte de los primeros de aviadores y de los segundos de tropa de infantería. Obviamente, mandaba artículos a su agencia y maniobraba para conseguir que The Times le contratara, porque sabía que se le abrirían muchas más puertas trabajando para el periódico inglés más importante e influyente. No tardó mucho en conseguirlo, eso sí, después de que su padre oportunamente comiera con el subdirector del diario.

El pretexto de rubricar el contrato con su nuevo periódico le permitió regresar a Londres y aprovechar para reunirse con Otto y Hardt, que le facilitaron nuevos sistemas de envío para sus informes e instrucciones concretas sobre su misión de acabar con Franco. A su regreso amplió sus relaciones con españoles influyentes de la mejor manera que sabía: liándose con Frances Lindsay Hogg, una actriz canadiense enamorada del sol, los toros y la comida local, a pesar de estar casada, algo que nunca fue un impedimento para el joven inglés. “Lady” Lindsay era mucho mayor que Kim y perdió la cabeza por él, que siempre tuvo claro que la antigua actriz era su pasaporte para entrar en los círculos más poderosos de la España que apoyaba a Franco. Cuando un miembro de los servicios de información alemanes se acercó a él para saber si tendría inconveniente en permitirle intentar tener una relación con “lady” Lindsay, Kim le abrió encantado las puertas de par en par para obtener información a cambio de compartir a la chica. Poco caballeroso, pero muy útil para un espía.

El momento más complicado que hubo de afrontar Philby en esa época tuvo lugar durante un viaje a Córdoba. Le habían asegurado que no necesitaba visado y cuando una patrulla de la Guardia Civil se lo solicitó, no les quedó más opción que llevárselo al cuartel. Inicialmente no se sintió preocupado, porque sabía que su acreditación estaba en regla y las autoridades fascistas le avalarían, pero su rostro se demudó cuando cayó en la cuenta de que en el bolsillo del pantalón tenía una hoja con las claves de transmisión de mensajes a sus amigos rusos. Su sangre fría le salvó. Aprovechando un momento de despiste de los guardias civiles, Philby se comió la hoja de papel que habría descubierto que era un agente del NKVD.

Aparte de ese momento tan delicado, vivió otro que trastocó a su favor la situación durante su estancia en España. El 31 de diciembre de 1937, un grupo de periodistas extranjeros se montaron en varios vehículos para cubrir la información de la batalla de Teruel. Partieron de Zaragoza y en mitad del trayecto se pararon en un pueblo a estirar las piernas. Hacía mucho frío, pero a los españoles que les guiaban no les importó y se bajaron a descansar. Los corresponsales de guerra optaron por permanecer en los vehículos para resguardarse de las inclemencias del tiempo. No habían pasado unos minutos cuando un cañón ruso perteneciente al ejército republicano lanzó uno de sus proyectiles, que impactó de lleno en el vehículo de los periodistas matando a los enviados especiales de la agencia Reuter, Associated Press y Newsweek. Sólo quedó vivo Philby, que tuvo la suerte de estar sentado al lado del conductor, aunque sufrió heridas leves en la cabeza y en las muñecas. Así es la guerra: un cañón fabricado por los rusos casi mata a su mejor topo.

Philby fue trasladado a un hospital y no tardó en mandar una crónica narrando los acontecimientos de ese día, que tuvo mucha repercusión en varios países. Pero con una medida e intencionada modestia, evitó relatar los daños que él había sufrido en el bombardeo. La modestia sólo era aparente, porque en realidad Philby temía que si contaba toda la verdad su periódico reaccionara ordenándole regresar inmediatamente a Londres, con lo que acabaría su misión de espionaje y ya no podría asesinar a Franco. Nuevamente, todo le salió bien. Sin haberlo previsto, otros periodistas sí contaron lo que realmente había pasado y se convirtió en un héroe en Inglaterra y en España, hasta el punto de que el general Franco decidió condecorarle personalmente en un acto que le serviría de propaganda de cara al extranjero.

Durante la ceremonia, con Franco tan cerca, era su oportunidad de matarle. Sin embargo, no llegó ni siquiera a intentarlo, porque él y sus controladores rusos sabían que el siguiente en morir habría sido él. No cejó en su empeño. Desde ese momento fue invitado y muy bien recibido en todos aquellos ambientes que un extranjero y además británico habría tenido vetados. Pasó a convertirse en “el inglés condecorado por Franco” y todos le guardaron mucho respeto. Philby siguió mandando periódicamente información a Moscú, esperando que le dieran la orden de ejecutar el plan que había sido uno de los principales motivos de su llegada a España.

A los pocos meses de aquel bombardeo, su principal jefe, Theodor Maly, fue llamado a Moscú, donde la fiebre de traidores que padecían Stalin y el jefe del NKVD, Yezhov, hizo que fuera asesinado. Otto también fue retirado de Londres pero no le asesinaron. Algo que sí hicieron poco después con el jefe de ambos, Yezhov. La desaparición de sus contactos rusos pudo ser el motivo, nunca suficientemente explicado, por el que finalmente Philby no intentara ejecutar la orden de asesinato.

Documentos confidenciales desclasificados en noviembre de 2001 por el servicio secreto británico detallan que el general Walter Krivitsky, un desertor soviético había confirmado la existencia de la operación, aunque sin dar el nombre de Philby. Decía que el encargado de ejecutar el asesinato era un joven inglés, periodista de buena familia, idealista y fanático antinazi. Una descripción que señala indudablemente al jefe del clan de Cambridge, que durante muchísimos años más estuvo espiando al servicio secreto inglés para los rusos.
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sábado, 17 de julio de 2010

Historia del te


El té es una infusión preparada a partir de hojas secas de la Camellia sinensis, una planta arbórea de la familia de las teáceas. Consumido por aproximadamente la mitad de la población mundial, su historia se remonta a hace más de 5.000 años.

Según la mitología popular, el emperador chino Shen Nung fue el primero en descubrir el buen sabor del té cuando, de manera accidental, cayeron unas hojas de un árbol en el recipiente donde hervía agua. Sin embargo, otra leyenda japonesa dice que fue el monje budista Bodhidharma quien, disgustado por haberse dormido durante su meditación, se cortó los párpados. De estos, al caer al suelo, crecieron unos arbustos cuyas hojas inmersas en agua caliente producen una bebida que combate el sueño (el té contiene un bajo porcentaje de cafeína).

A pesar de las diferentes creencias sobre el origen del té, lo cierto es que los chinos fueron los primeros en consumirlo. Ya durante la dinastía Ming (1368-1644), los chinos empapaban las hojas de té en el agua que hervía en una improvisada tetera, construida a partir de su tradicional jarra de vino con tapa. No es extraño, pues, que etimológicamente todas las palabras usadas en diferentes idiomas para designar el té provengan de t´e, procedente de un dialecto chino.

A principios del siglo XVII, los comerciantes holandeses y portugueses introdujeron el té chino en Europa. Sin embargo, los europeos preferían el sabor del café y solo pocos aristócratas lo consumían. En cambio, los rusos se aficionaron pronto al té que les llegaba de China transportado por caravanas de camellos. Por su parte, los ingleses tardaron medio siglo en comercializar el nuevo producto. Aunque algunas casas de café ya ofrecían a sus clientes la nueva bebida, no fue hasta que Carlos II se casó en 1662 con la princesa portuguesa Catalina de Braganza, una ávida consumidora de té, cuando se introdujo en los círculos cortesanos británicos.

En el siglo XVII no se podía beber agua sin un peligro real de infección. El té se hacía con agua hirviendo, lo que garantizaba la muerte de las bacterias. Esta característica le dio un gran potencial de mercado que podía dañar las ventas de la cerveza, así que el gremio de los cerveceros presionó para que se impusieran fuertes impuestos al té. Además, el hecho de que la Compañía de las Indias Orientales tuviera el monopolio del comercio británico con el Lejano Oriente encareció más el precio del té e hizo que éste únicamente estuviera al alcance de las clases altas.

Fue en 1706 cuando Thomas Twinning compró la casa de café Tom´s, del Strand londinense. El establecimiento ofrecía, además de café y licores, un exquisito té cuya fama hizo que las clases altas que vivían entre Westminster y la City acudieran en masa para comprarlo. Pronto Thomas vendió más té seco que preparado y en 1717 abrió una nueva tienda dedicada en exclusiva al té seco y al café: el actual número 216 del Strand. Sobre el dintel de la puerta puso la escultura de un león dorado, que se convertiría en el emblema de la compañía. El negocio fue tan bien que Thomas abandonó la casa de café para concentrarse en la venta del té seco, un negocio que las siguientes generaciones de la familia Twinning se encargarían de hacer prosperar.

A lo largo del siglo XVIII aumentó el consumo y se abrieron los jardines de té. Aun así, la importación seguía en manos de la Compañía de las Indias Orientales. Sus barcos tardaban dos años en hacer el viaje a China, muchos tripulantes morían y los que sobrevivían sólo eran recompensados con su paga si el té llegaba a su destino. A medida que se incrementaba el consumo de té, los elevados impuestos hacían que también crecieran el contrabando y la adulteración del producto.

En parte, fueron los impuestos sobre el té una de las causas de la independencia americana. Después de varias revueltas de los colonos contra el envío a Inglaterra de los impuestos, tuvo lugar en 1773 la Boston Tea Party. En este motín un grupo de colonos, disfrazados de indios mohawks, tiró por la cubierta 342 cajones de té de los barcos británicos anclados en el puerto de Boston. Protestaban así contra la Ley del Té que daba a la Compañía de las Indias Orientales el monopolio de la distribución del té en América a un precio inferior al de contrabando, pero que garantizaba la remisión a Londres de los ingresos tributarios. En represalia, el Gobierno británico aprobó una serie de medidas que desembocaron en enfrentamientos directos y, posteriormente, en la Declaración de Independencia de América (1776).

Fue después de estos sucesos cuando William Pitt, primer ministro inglés, siguió el consejo de Richard Twinning. En 1771, Richard Twinning había heredado el negocio de su madre, Mary Little, la segunda esposa de Daniel, que a su vez era el hijo del fundador Thomas Twinning. Richard, como presidente de los comerciantes de té en Londres, convenció al primer ministro inglés, William Pitt, para que recortara los impuestos sobre el té. Su idea era que, al reducir las tasas, los ingresos aumentarían a la vez que disminuiría el contrabando. Y eso fue lo que sucedió cuando en 1784 se aprobó la Ley de Conmutación, que rebajó los impuestos del té. A partir de entonces, al bajar el precio, el consumo de té se extendió y las importaciones se duplicaron. Sin embargo, aún faltaba más de un siglo, con la llegada del té indio, para que éste se convirtiera en producto de mercado de masas.

A principios del siglo XIX, la demanda de té era tan grande que los distribuidores tenían problemas para satisfacerla. Cuando se puso de manifiesto que el té de la China no era suficiente, se descubrió que en la India también se podía cultivar. Poco después, en 1834, la Compañía de las Indias Orientales dejó de tener el monopolio comercial con China y, en 1849, fueron revocadas las leyes sobre navegación que daban a los barcos británicos la exclusividad del comercio del té. Esta liberalización coincidió con una mejora en la circulación marítima: primero los clípers y después los barcos de vapor que pasaban por el recientemente inaugurado canal de Suez (1869) redujeron el tiempo de entrega de las nuevas cosechas.

Según la leyenda, en 1840, Ana, la séptima duquesa de Bedford, fue la primera en tomar el té de las cinco. A media tarde, para aliviar el hambre que sentía, se tomaba en la intimidad de sus aposentos un té acompañado de un tentempié. Esta costumbre personal se extendió a los salones de la alta sociedad de Londres a partir del día en que la duquesa compartió con una amiga el té de las cinco.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, las damas victorianas eran las encargadas de la ceremonia del té vespertino. Surgió la pasión por poseer todos los accesorios necesarios para tomarlo de forma adecuada (desde tazas hasta coladores y servilletas) e, incluso, se creó el vestido del té. Las mujeres de cierto estatus social competían entre ellas por tener la mejor porcelana china y aparecieron numerosos salones de té. Pero el té de media tarde (el afternoon tea), consistente en una comida ligera a base de sándwiches y pastel, era una costumbre exclusiva de las clases medias y altas. Para los obreros, la hora del té (el high tea) era por la noche y constituía la comida más elaborada del día.



En el siglo XX, el consumo y la producción de té siguieron aumentando. Después de más de trescientos años, en 1998, desapareció la London Tea Auction, la subasta de té de Londres, ya que esta operación se realizaba con mayor frecuencia cuando la mercancía aún se hallaba en su contenedor en alta mar o incluso en los propios países productores. Un año antes, las principales compañías de té del Reino Unido se habían asociado para garantizar buenas condiciones laborales en las plantaciones.

Actualmente, en todo el mundo se cosechan cerca de tres millones de toneladas de té cada año. La India y Sri Lanka proporcionan la mayor parte de la producción, seguidos por Kenya, Turquía, Indonesia y Japón. Su consumo en las islas Británicas sigue siendo el más importante.
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domingo, 11 de julio de 2010

¿Cómo se hace una película?



Toda película se inicia cuando un guión cinematográfico aterriza en la mesa de algún ejecutivo de una empresa productora. El manuscrito se presenta al modo tradicional: encuadernado en espiral, título y autor en la primera página y sinopsis en la segunda. En todas las siguientes, hasta un número de cien, se suceden textos que abarcan el ancho de la página –las descripciones de la acción- y otros, centrados y de menor anchura, contienen los diálogos encabezados por el nombre de los distintos personajes.

El papel del guionista es fundamental. A partir de la obra escrita se construirá la película, pero su baza no está tanto en la elección de una buena historia como en el férreo manejo de su desarrollo y estructura. Y casi nunca es tarea fácil conseguirlo. Al encaje de bolillos que supone entrelazar con ritmo y cadencia los diálogos y acciones que se traducirán en imágenes, se une el reto de narrar la historia sin ninguna concesión a la literatura: la más bella de las descripciones no servirá de nada si no se puede materializar en el rodaje. La concisión en el lenguaje es la norma inexcusable en cualquier guión cinematográfico que se precie de serlo. En cuanto a la extensión, en la medida estándar se calcula que cada página corresponde a un minuto de película.

Así, el guión se coloca en una estantería donde convive durante un tiempo con otros muchos de su especie. Al fin, llega el día en que le toca el turno y alguien lo lee, le parece interesante y se pone en contacto con el autor. Puede que sean necesarios ciertos cambios: dotar a la obra de mayor ritmo, la protagonista tiene que ser más joven y además, si se decidiera producir la película, algunas secuencias tendrían que transformarse para abaratar costes. Si el guionista se aviene a los cambios, puede realizar varias nuevas versiones hasta que el productor –puede que asociado con otras empresas del ramo- queda satisfecho con el resultado.

Muchas veces se presenta al productor como el auténtico malo de la película, pues su poder sobre ella resulta absoluto. No en vano es quien pone el dinero, bien de su propio bolsillo, bien asociándose con terceros –coproductores- o llamando a las puertas de otros inversores financieros. Así las cosas, el productor disfruta de todas las prerrogativas, desde la introducción de cambios en el guión o el encargo de nuevas versiones, hasta, por supuesto, la elección del equipo artístico –especialmente los actores principales- y técnico. Él es, en definitiva, quien pone en marcha la película. La omnipotente industria cinematográfica estadounidense convierte el departamento de producción de cada película en una especie de miniempresa, con su jefe –el productor ejecutivo o diseñador de producción-, y sus empleados: asistentes, secretarias, contables, administradores…

Se comienza ahora el proceso de preproducción. Se hace un desglose previo del guión, secuencia por secuencia, para presupuestar el producto: rodaje de día o de noche, en interior o en exterior, personajes que intervienen, vestuario, decorados, efectos especiales… Hay que determinar también quién va a ser el director. Sobre él recae la máxima responsabilidad artística de la película y la conducción de todo el equipo de rodaje.

Con el guión definitivo en sus manos, ya dividido en secuencias y tipos de planos, el director debe narrar en imágenes lo escrito por el guionista. Y lo hará –o debería hacerlo- aportando su estilo personal, su particular punto de vista. Una misma historia puede ser relatada visualmente desde el naturalismo o el realismo sucio más exagerados, hasta el estilo surrealista o esperpéntico. La elección del color, la luz o el ángulo de la cámara, entre otros parámetros, serán decisivos para crear la atmósfera deseada. Labor suya es también lograr imprimir el ritmo adecuado a la cinta –sin baches ni acelerones- y, por supuesto, dirigir la interpretación de los actores, procurando sacar el máximo partido a sus recursos dramáticos. El oficio y el talento del director se pone a prueba, en fin, en cada toma, en cada plano y en cada secuencia. Su responsabilidad sobre el resultado final resulta, pues, enorme. De hecho, contra él suelen apuntar los dardos de la crítica cuando se trata de descalificar una película.


El director, tras varias entrevistas con el guionista, sugiere a la productora el actor y la actriz que podrían interpretar a los personajes principales. Con ellos se intentar llegar a un acuerdo, pero puede que no sea posible. Se contrata entonces a un profesional del casting o director de reparto para solucionar el problema. Su tarea es seleccionar no solo a los actores principales, sino también a los secundarios y a todos los de reparto, que son aquellos que, según la definición legal: “interpretan personajes con un texto no superior a ocho líneas y éstas con un máximo de cuarenta espacios mecanografiados”.

Mientras, el jefe y sus asistentes de producción ponen en marcha toda la maquinaria: fechas del rodaje, contratación del equipo técnico, construcción de algunos interiores en un plató, alquiler de cámaras y maquinaria, gestión de permisos para rodar en zonas urbanas… Como la película puede requerir algunas secuencias rodadas en exteriores, se puede contratar también a un especialista en localizaciones, encargado de buscar los lugares –paisajes, pueblos, edificios- más parecidos a los descritos en el guión.

A continuación, tras las reuniones del director con los actores para los ensayos –si hay tiempo para ello-, el guionista y el director de fotografía, comienza el rodaje. El director de fotografía es quien materializa el estilo visual que el director desea imprimir a la película: viste y arropa con luz las diferentes situaciones, enmarca personajes y paisajes, dota de vida a la cámara poniéndola en movimiento y no descansa hasta lograr el mejor efecto cromático de las imágenes. En los créditos de las producciones estadounidenses, junto al nombre del director de fotografía aparecen de vez en cuando las siglas A.S.C., que corresponden a la American Society of Cinematographers, una asociación a la cual pertenecen los profesionales más prestigiosos. Su trabajo resulta tan meticuloso que, en ocasiones, imponen a los equipos de rodaje desesperantes tiempos de espera hasta que la luz o el encuadre queden perfectos. Bajo las órdenes del director de fotografía están el operador de cámara –a veces él mismo ejerce tal función- y sus ayudantes, así como los departamentos de electricistas y maquinistas.

Mal que pese a los cinéfilos, todavía son legión los espectadores que se adentran en la sala de exhibición a ver “una de Tom Cruise” o “una de Julia Roberts”. Así de potente puede ser el carisma de los actores principales, hasta el punto de anular con su glamour al verdadero artífice del producto: el director. Y es que ellos y ellas son capaces de comerse la pantalla y concentrar para sí toda la atención del patio de butacas, a veces incluso al margen de la acción o, lo que es peor, a pesar de sus limitaciones dramáticas. Pero el cine es una industria y está demostrado que el reclamo de poner nombres conocidos en el cartel funciona. Sin embargo, el reto del actor o la actriz reside en que el espectador olvide a la persona y se adentre en el personaje. No todos lo consiguen pero, si lo hacen, se debe que han sido correctamente guiados por un buen director. No hay que olvidar tampoco al resto de los actores que arropan a los protagonistas y los ayudan a lucirse.

El equipo técnico es el conjunto de personas que hacen su trabajo detrás de la cámara, exceptuando al director y al responsable de la fotografía, cuyas labores se amplían a la parcela artística. Fundamental, por ejemplo, es la labor minuciosa de la script o secretaria del rodaje, encargada de vigilar que los objetos y personajes que aparecen en un plano mantengan idéntica posición en el siguiente, teniendo en cuenta que entre el rodaje de uno y otro pueden mediar horas o incluso días. También es su tarea anotar la duración de los planos y las tomas dadas por buenas, datos que resultarán decisivos durante el montaje de la película. No menos importante es el trabajo del director artístico, responsable del diseño de los decorados. Los integrantes de un equipo de rodaje pueden ser legión: operadores, ayudantes de dirección, responsables del sonido, maquilladores, técnicos de efectos especiales, iluminadores….

La duración del rodaje es variable. Las secuencias de exteriores son las más caras, puesto que requieren trasladar a todo el equipo, a veces a otros países, y eso significa hoteles, dietas, alquiler de automóviles, permisos… hay que contar, además, con la meteorología, puesto que si llueve y el equipo permanece parado, el presupuesto se encarece.

El rodaje es la última oportunidad para introducir cambios, puesto que cuando el material filmado llega a la sala de montaje, no existe ya posibilidad de retorno. Al montador llega el fruto del rodaje, que deberá ordenar, cortar y empalmar, fotograma a fotograma para crear la forma final de la película buscando el ritmo y la armonía. No deja de ser un tanto angustioso manejar un material filmado sobre el que ya no hay vuelta atrás. Sin embargo, la labor resulta tan apasionante que pocos directores excusan su asistencia a tal proceso. No en vano, se trata de dar el brillo y el esplendor definitivo a su obra.

Después llega la sincronización del sonido, la corrección y equilibrio del color, la inclusión de efectos especiales rodados aparte y, en fin, todo el proceso de postproducción que dejaría lista la película para la exhibición. Por supuesto, la elección de la banda sonora resulta un asunto delicado, ya que ésta contribuye a crear tensión, alimentar el drama o acentuar la comedia.

Ya se ha rodado y editado la película. Ahora hay que darla a conocer. Aquí entra en acción la empresa distribuidora. Su negocio consiste en explotar el filme en salas comerciales a cambio de un porcentaje de taquilla u otro tipo de acuerdo económico. El empresario puede decidir no arriesgarse si el producto tiene fisuras: actores o directores desconocidos, guión difícil o escasez de medios de producción. Muchas veces se equivocan y comprueban que otra empresa competidora ha hecho excelente negocio con ese filme que desdeñaron. O, por el contrario, deciden arriesgarse… y pierden. Una vez encontrada una distribuidora, el departamento de marketing comienza a trabajar remitiendo pressbooks -información escrita sobre la película- a todos los medios de comunicación, invitando a personajes famosos y, en fin, todo lo que se pueda esperar de un acontecimiento de este tipo.

El último eslabón en la cadena son las salas de exhibición, los cines. Afortunadamente, han quedado atrás aquellos tiempos en los que el silbido y el pataleo recorrían el patio de butacas cuando el fotograma quedaba congelado en la pantalla y una masa negruzca lo engullía rápidamente evidenciando lo peor: el celuloide se había quemado. Hoy, las modernas salas de exhibición disponen de una altísima tecnología que garantiza una proyección impecable. Al menos, en teoría. En cualquier caso, el empresario exhibidor, propietario de la sala de cine, se convierte en otro gran escollo para quien quiera estrenar un filme. Tras las ofertas de la distribuidora, también puede poner las mismas pegas y declinar la exhibición del producto. En nuestro país, y a pesar de las cuotas de pantalla que obligan a proyectar un porcentaje de filmes españoles, los exhibidores –como en el resto de Europa- suelen apostar por la taquilla fácil que proporcionan las películas de Hollywood. La competencia de la televisión resulta enorme y ellos necesitan reclamos espectaculares… aunque a veces carezcan de calidad.
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miércoles, 7 de julio de 2010

El reo Dios, declarado culpable


Anatoli Vasílievich Lunacharski fue un marxista militante y convencido desde los 15 años. Desde los comienzos de la lucha bolchevique en Rusia, se postuló partidario de unir el marxismo con la religión. Tras la derrota de la revolución de 1905, vivió en Italia y París y desempeñó diversos oficios relacionados con las letras, desde periodista a crítico de arte.

Reanudó su relación con los bolcheviques de Lenin en 1917 y tras el triunfo de la Revolución de Octubre, fue nombrado Comisario de Instrucción Pública, asumiendo la responsabilidad del área educativa. A menudo es considerado como un infatigable trabajador de talento indulgente que desarrolló una gran actividad de fomento de las letras y la alfabetización, salvando muchos edificios históricos que estaban en el punto de mira de los bolcheviques.

Sin embargo, uno no puede menos de dudar de su equilibrio mental ante el estrafalario juicio que impulsó contra Dios y sus crímenes contra la Humanidad en 1917. El proceso, una parodia de Tribunal Popular presidido por el propio Lunacharski, duró cinco horas, en el curso de las cuales se sentó en el banquillo a una Biblia. Los fiscales aportaron pruebas y argumentos basados en hechos históricos convenientemente sesgados y los defensores designados –que probablemente bastante tuvieron con salvar el cuello y sus carreras por mucho que desempeñaran tal tarea a la fuerza- defendieron la inocencia de Dios alegando demencia y desequilibrio psíquico. Al final, el tribunal halló a Dios culpable de los cargos imputados, por lo que le condenó a muerte.

EL 17 de enero de 1918, a las 6.30 horas, un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú. La sentencia de muerte contra Dios se había cumplido. Enhorabuena Lunacharski. No viviste para ver cómo el profundo sentimiento religioso de tu pueblo te sobrevivió.
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martes, 6 de julio de 2010

Las reliquias de Napoleón


Muestra de la vigencia de la figura de Napoleón Bonaparte (1769-1821) son las muchas supuestas reliquias que se conservan de su cuerpo. Así, por ejemplo, se conserva una de sus muelas del juicio, que le fue extraída en 1817. Poco después de morir, una mano anónima afeitó totalmente su cabeza y sus cabellos fueron repartidos entre cientos de sus seguidores. De acuerdo con su propia última voluntad, su corazón fue preservado y entregado a su amada Maria Luisa y hoy en día se conserva guardado en una jarra de plata.

Pero no es esto todo: parte de su estómago también se conserva en un pimentero de plata. Una porción de sus intestinos, que era guardada en el Real Colegio de Cirujanos de Francia, fue destruida por un bombardeo en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. En 1972, su pene, de unos 3 cm de longitud, que se supone que fue conservado por su confesor, fue ofrecido en pública subasta por la galería Christie´s, aunque nadie pujó por él. Poco después, se intentó de nuevo su venta incluido en el catálogo de la firma de venta por correo Rayderman, y tampoco encontró comprador. Finalmente, lo adquirió en 1977 un urólogo estadounidense por 3.800 dólares.
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