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sábado, 17 de julio de 2010

Historia del te


El té es una infusión preparada a partir de hojas secas de la Camellia sinensis, una planta arbórea de la familia de las teáceas. Consumido por aproximadamente la mitad de la población mundial, su historia se remonta a hace más de 5.000 años.

Según la mitología popular, el emperador chino Shen Nung fue el primero en descubrir el buen sabor del té cuando, de manera accidental, cayeron unas hojas de un árbol en el recipiente donde hervía agua. Sin embargo, otra leyenda japonesa dice que fue el monje budista Bodhidharma quien, disgustado por haberse dormido durante su meditación, se cortó los párpados. De estos, al caer al suelo, crecieron unos arbustos cuyas hojas inmersas en agua caliente producen una bebida que combate el sueño (el té contiene un bajo porcentaje de cafeína).

A pesar de las diferentes creencias sobre el origen del té, lo cierto es que los chinos fueron los primeros en consumirlo. Ya durante la dinastía Ming (1368-1644), los chinos empapaban las hojas de té en el agua que hervía en una improvisada tetera, construida a partir de su tradicional jarra de vino con tapa. No es extraño, pues, que etimológicamente todas las palabras usadas en diferentes idiomas para designar el té provengan de t´e, procedente de un dialecto chino.

A principios del siglo XVII, los comerciantes holandeses y portugueses introdujeron el té chino en Europa. Sin embargo, los europeos preferían el sabor del café y solo pocos aristócratas lo consumían. En cambio, los rusos se aficionaron pronto al té que les llegaba de China transportado por caravanas de camellos. Por su parte, los ingleses tardaron medio siglo en comercializar el nuevo producto. Aunque algunas casas de café ya ofrecían a sus clientes la nueva bebida, no fue hasta que Carlos II se casó en 1662 con la princesa portuguesa Catalina de Braganza, una ávida consumidora de té, cuando se introdujo en los círculos cortesanos británicos.

En el siglo XVII no se podía beber agua sin un peligro real de infección. El té se hacía con agua hirviendo, lo que garantizaba la muerte de las bacterias. Esta característica le dio un gran potencial de mercado que podía dañar las ventas de la cerveza, así que el gremio de los cerveceros presionó para que se impusieran fuertes impuestos al té. Además, el hecho de que la Compañía de las Indias Orientales tuviera el monopolio del comercio británico con el Lejano Oriente encareció más el precio del té e hizo que éste únicamente estuviera al alcance de las clases altas.

Fue en 1706 cuando Thomas Twinning compró la casa de café Tom´s, del Strand londinense. El establecimiento ofrecía, además de café y licores, un exquisito té cuya fama hizo que las clases altas que vivían entre Westminster y la City acudieran en masa para comprarlo. Pronto Thomas vendió más té seco que preparado y en 1717 abrió una nueva tienda dedicada en exclusiva al té seco y al café: el actual número 216 del Strand. Sobre el dintel de la puerta puso la escultura de un león dorado, que se convertiría en el emblema de la compañía. El negocio fue tan bien que Thomas abandonó la casa de café para concentrarse en la venta del té seco, un negocio que las siguientes generaciones de la familia Twinning se encargarían de hacer prosperar.

A lo largo del siglo XVIII aumentó el consumo y se abrieron los jardines de té. Aun así, la importación seguía en manos de la Compañía de las Indias Orientales. Sus barcos tardaban dos años en hacer el viaje a China, muchos tripulantes morían y los que sobrevivían sólo eran recompensados con su paga si el té llegaba a su destino. A medida que se incrementaba el consumo de té, los elevados impuestos hacían que también crecieran el contrabando y la adulteración del producto.

En parte, fueron los impuestos sobre el té una de las causas de la independencia americana. Después de varias revueltas de los colonos contra el envío a Inglaterra de los impuestos, tuvo lugar en 1773 la Boston Tea Party. En este motín un grupo de colonos, disfrazados de indios mohawks, tiró por la cubierta 342 cajones de té de los barcos británicos anclados en el puerto de Boston. Protestaban así contra la Ley del Té que daba a la Compañía de las Indias Orientales el monopolio de la distribución del té en América a un precio inferior al de contrabando, pero que garantizaba la remisión a Londres de los ingresos tributarios. En represalia, el Gobierno británico aprobó una serie de medidas que desembocaron en enfrentamientos directos y, posteriormente, en la Declaración de Independencia de América (1776).

Fue después de estos sucesos cuando William Pitt, primer ministro inglés, siguió el consejo de Richard Twinning. En 1771, Richard Twinning había heredado el negocio de su madre, Mary Little, la segunda esposa de Daniel, que a su vez era el hijo del fundador Thomas Twinning. Richard, como presidente de los comerciantes de té en Londres, convenció al primer ministro inglés, William Pitt, para que recortara los impuestos sobre el té. Su idea era que, al reducir las tasas, los ingresos aumentarían a la vez que disminuiría el contrabando. Y eso fue lo que sucedió cuando en 1784 se aprobó la Ley de Conmutación, que rebajó los impuestos del té. A partir de entonces, al bajar el precio, el consumo de té se extendió y las importaciones se duplicaron. Sin embargo, aún faltaba más de un siglo, con la llegada del té indio, para que éste se convirtiera en producto de mercado de masas.

A principios del siglo XIX, la demanda de té era tan grande que los distribuidores tenían problemas para satisfacerla. Cuando se puso de manifiesto que el té de la China no era suficiente, se descubrió que en la India también se podía cultivar. Poco después, en 1834, la Compañía de las Indias Orientales dejó de tener el monopolio comercial con China y, en 1849, fueron revocadas las leyes sobre navegación que daban a los barcos británicos la exclusividad del comercio del té. Esta liberalización coincidió con una mejora en la circulación marítima: primero los clípers y después los barcos de vapor que pasaban por el recientemente inaugurado canal de Suez (1869) redujeron el tiempo de entrega de las nuevas cosechas.

Según la leyenda, en 1840, Ana, la séptima duquesa de Bedford, fue la primera en tomar el té de las cinco. A media tarde, para aliviar el hambre que sentía, se tomaba en la intimidad de sus aposentos un té acompañado de un tentempié. Esta costumbre personal se extendió a los salones de la alta sociedad de Londres a partir del día en que la duquesa compartió con una amiga el té de las cinco.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, las damas victorianas eran las encargadas de la ceremonia del té vespertino. Surgió la pasión por poseer todos los accesorios necesarios para tomarlo de forma adecuada (desde tazas hasta coladores y servilletas) e, incluso, se creó el vestido del té. Las mujeres de cierto estatus social competían entre ellas por tener la mejor porcelana china y aparecieron numerosos salones de té. Pero el té de media tarde (el afternoon tea), consistente en una comida ligera a base de sándwiches y pastel, era una costumbre exclusiva de las clases medias y altas. Para los obreros, la hora del té (el high tea) era por la noche y constituía la comida más elaborada del día.



En el siglo XX, el consumo y la producción de té siguieron aumentando. Después de más de trescientos años, en 1998, desapareció la London Tea Auction, la subasta de té de Londres, ya que esta operación se realizaba con mayor frecuencia cuando la mercancía aún se hallaba en su contenedor en alta mar o incluso en los propios países productores. Un año antes, las principales compañías de té del Reino Unido se habían asociado para garantizar buenas condiciones laborales en las plantaciones.

Actualmente, en todo el mundo se cosechan cerca de tres millones de toneladas de té cada año. La India y Sri Lanka proporcionan la mayor parte de la producción, seguidos por Kenya, Turquía, Indonesia y Japón. Su consumo en las islas Británicas sigue siendo el más importante.

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