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martes, 1 de marzo de 2011

Apariciones marianas


El ser humano, en todas las culturas y lugares, ha estado viendo desde siempre dioses y demonios. Sus respectivas religiones y creencias daban forma a lo que veían y oían y el cristianismo no ha sido ajeno a este fenómeno. Las apariciones de santos, especialmente de la Virgen María en la Europa occidental desde finales de la época medieval hasta la moderna, están bien atestiguadas. En la tecnificada civilización occidental del siglo XX, se vieron OVNIS. Entonces, en un mundo azotado por el horror y la incertidumbre, se veían vírgenes –sobre todo por parte de pastores, campesinos y niños-

Un caso típico es el de una mujer o una niña campesinas que dicen haber encontrado a una niña o mujer extrañamente pequeña –algo así como de un metro de altura- que se le revela como la Virgen María, la Madre de Dios. Ésta le pide a la sorprendida testigo que vaya a las autoridades civiles y de la Iglesia locales y les ordene decir plegarias por los muertos, obedecer los mandamientos o construir un santuario en aquel mismo lugar. Si no acceden, los amenaza con temibles castigos, quizá una plaga. Otras veces, en épocas de epidemia, María promete curar la enfermedad, pero sólo si se cumplen sus demandas.

La testigo intenta hacer lo que le dicen. Pero cuando informa a su padre, su marido o el sacerdote, le ordenan que no cuente la historia a nadie; es una tontería femenina, una frivolidad o una alucinación demoníaca. Así, ella no dice nada. Días después se le vuelve a aparecer María, un poco molesta porque no se ha honrado su petición. “No me creerán –se lamenta la testigo-. Dame una señal”.

Se necesita una prueba.

Así, María –que no había previsto que tendría que proporcionar una prueba- le da una señal. Los del pueblo y los curas se convencen enseguida. Se construye el santuario. Ocurren curaciones milagrosas en la vecindad. Llegan peregrinos de todas partes, la economía local mejora. Se nombra a la testigo original guardiana del sacro santuario.

En la mayoría de los casos que conocemos, se creó una comisión de investigación, formada por
autoridades civiles y eclesiásticas, que atestiguaban si la aparición era genuina… a pesar del escepticismo inicial, casi exclusivamente masculino. Pero el nivel de las pruebas no solía ser alto. En un caso se aceptó seriamente el testimonio delirante de un niño de ocho años dos días antes de morir por una epidemia. Algunas comisiones siguieron deliberando durante décadas o incluso hasta un siglo después del acontecimiento.

En “Sobre la distinción entre visiones verdaderas y falsas”, un experto sobre el tema, Jean Gerson, alrededor del año 1400, resumió los criterios para reconocer la credibilidad del testigo de una aparición: uno era la disponibilidad a aceptar consejo de la jerarquía política y religiosa. Así, aquél o aquella que viesen una aparición molesta para los que estaban en el poder era ipso facto un testigo poco fiable, y se podía hacer decir a santo sy vírgenes lo que las autoridades querían oír.

Las “señales” que supuestamente proporcionaba María, las pruebas que se ofrecían y que se consideraban irresistibles eran cosas como una vela ordinaria, un trozo de seda o una piedra magnética; un pedazo de ladrillo de color; huellas; una recolección extraordinariamente rápida de cardos por parte de la testigo; una sencilla cruz de madera hincada en la tierra; verdugones y heridas en la testigo; y una variedad de contorsiones –una niña de doce años con la mano en extraño gesto, o las piernas dobladas hacia atrás, o una imposibilidad de abrir la boca que la deja muda temporalmente- que se “curan” en cuanto se acepta la historia.

En algunos casos es posible que los relatos de compararan y coordinaran antes de dar testimonio. Por ejemplo, en una ciudad pequeña podía haber múltiples testimonios de la aparición de una mujer alta y reluciente la noche anterior, toda vestida de blanco, con un niño en el regazo y envuelta en una luz que iluminaba la calle. Pero, en otros casos, personas que estaban físicamente junto a la testigo no pudieron ver nada, como en este informe de una aparición en Castilla en 1617:

“Ay, Bartolomé, la dama que me ha venido a ver esos días pasados se acerca a través del prado, y se arrodilla y abraza la cruz… ¡mira, mírala!” Aunque el joven puso toda su atención en ello, no vio más que unos pájaros que volaban por encima de la cruz”.

No es difícil encontrar motivos posibles para inventar y aceptar estas historias: trabajo para los
curas, notarios, carpinteros y mercaderes, y otros estímulos a la economía regional en una época de depresión; el ascenso de condición social de la testigo y su familia; nuevas oraciones para familiares enterrados en cementerios que fueron abandonados más tarde a causa de la plaga, la sequía y la guerra; exaltación del espíritu público contra los enemigos, especialmente los moros; mejor urbanidad y obediencia a la ley canónica, y confirmación de la fe de los piadosos. El fervor de los peregrinos en esos santuarios era impresionante: no era raro que mezclaran fragmentos de roca o barro del santuario con el agua y se la bebieran como medicina. Pero no pretendo sugerir que la mayoría de testigos inventaran la historia. Había algo más:

Es de destacar que casi todas las apremiantes peticiones de María fueran de lo más prosaico, como por ejemplo en esta aparición de 1483 en Cataluña:

“Te exhorto por tu alma que exhortes a las almas de los hombres de las parroquias de El Torn, Milleras, El Sallent y Sant Miquel de Campmaior a exhortar a las almas de los curas para que pidan a la gente que pague los diezmos y todos los impuestos de la Iglesia y restituya lo que poseen encubierta o abiertamente que no sea suyo a sus verdaderos propietarios en el plazo de treinta días, porque será necesario, y que observen la santificación del domingo. Y, segundo, que dejen de blasfemar y ejerzan la caridad correspondiente ordenada por sus antepasados muertos”.
A menudo el testigo ve la aparición justo después de despertar. Francisca la Brava atestiguó en 1523 que se había levantado de la cama “sin saber si tenía el dominio de sus sentidos”, aunque en un testimonio posterior declaraba estar totalmente despierta. (Era la respuesta a una pregunta que permitía una serie de posibilidades: totalmente despierta, adormecida, en trance, dormida) A veces la ausencia de detalles es total, como en el aspecto de los ángeles acompañantes; o se describe a María alta y baja a la vez, madre e hijo a un tiempo… características que indudablemente sugieren el material de un sueño. En el “Diálogo sobre milagros”, escrito alrededor de 1223 por Caesarius de Heisterbach, las visiones clericales de la Virgen María ocurrían con frecuencia durante los maitines, que se rezaban a medianoche.

Es natural sospechar que muchas de esas apariciones, quizá todas, fueran una especie de sueño, en vigilia o dormido, compuesto por mistificaciones (y por engaños; había un negocio floreciente de milagros inventados: pinturas y estaturas religiosas halladas por casualidad o por orden divina). Se hablaba del tema en “Las Siete Partidas”, el códice de ley canónica y civil compilado bajo la dirección de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, alrededor de 1248. En él podemos leer lo siguiente:

“Hay hombres que descubren o construyen fraudulentamente altares en campos o ciudades, diciendo que son reliquias de ciertos santos en esos lugares y con la pretensión de que realizan milagros y, por esta razón, gente de muchos lugares se ve inducida a ir en peregrinaje a fin de llevarse algo de ellos; y hay otros que, influidos por sueño o fantasmas vacíos que se les aparecen, erigen altares y simulan descubrirlos en las localidades antes citadas”.

Al enumerar las razones de las creencias erróneas, Alfonso traza una línea continua que va desde la secta, la opinión, la fantasía y el sueño hasta la alucinación. Una suerte de fantasía llamada antoiança se define de este modo:

“Antoiança es algo que se detiene ante los ojos y luego desaparece, como si uno lo viera u oyera en trance, y por consiguiente sin sustancia”.

Una bula papal de 1517 hace una distinción entre las apariciones que afloran “en sueños o por inspiración divina”. Está claro que las autoridades seculares y eclesiásticas, incluso en épocas de extrema credulidad, estaban alerta ante las posibilidades de mistificación e ilusión.

A pesar de todo, en la mayor parte de la Europa medieval, estas apariciones eran recibidas
gratamente por el clero católico romano, especialmente porque las admoniciones marianas eran muy convenientes para el sacerdocio. Bastaban unas cuantas “señales” patéticas como prueba, una piedra o una huella, y nunca algo que no fuera susceptible de fraude. Pero, a partir del siglo XV, en los albores de la Reforma protestante, la actitud de la Iglesia cambió. Aquellos que declaraban tener un canal independiente con el cielo burlaban la cadena de mando de la Iglesia hasta Dios. Además, algunas apariciones –por ejemplo, las de Juana de Arco- tenían desagradables implicaciones políticas o morales. Los inquisidores describieron los peligros que representaba la visión de Juana de Arco en 1431 en estos términos:

“Se le mostró el gran peligro que corre quien tiene la pretensión de creer que tiene apariciones y revelaciones así y, en consecuencia, miente sobre asuntos que conciernen a Dios, expresando falsas profecías y adivinaciones no conocidas por Dios, sino inventadas. De lo que puede derivarse la seducción de personas, el comienzo de nuevas sectas y muchas más impiedades que subvierten a la Iglesia y los católicos”.

Juana de Arco fue quemada en la hoguera por sus visiones.

En 1516, el quinto Concilio Luterano reservó a “la sede apostólica” el derecho a examinar la autenticidad de las apariciones. Para los campesinos pobres cuyas visiones no tenían contenido
político, los castigos no alcanzaban la máxima severidad. La aparición mariana que tuvo Francisca la Brava, una madre joven, fue descrita por el licenciado Mariana, el señor inquisidor, como “en detrimento de nuestra fe católica y para disminución de su autoridad”. Su aparición “era todo vanidad y frivolidad”. “En derecho la podíamos haber tratado con más rigor” seguía el inquisidor, “pero en deferencia a ciertas razones justas que nos mueven a mitigar el rigor de las sentencias, decretamos como castigo a Francisca la Brava y ejemplo para que otros no intenten cosas similares la condena a ser puesta sobre un asno para recibir cien latigazos en público por las calles acostumbradas de Belmonte, desnuda de cintura para arriba, y el mismo número en la ciudad de El Quintanar del mismo modo. Y de ahora en adelante no dirá ni afirmará nada en público o en secreto mediante palabra o insinuación lo que ha dicho en sus confesiones o en otro caso será perseguida como impenitente y persona que no cree o no está de acuerdo con lo que ordena nuestra sagrada fe católica”.

A pesar de los castigos, asombra la frecuencia con que los testigos se mantenían en sus trece e –ignorando los estímulos que les ofrecían para confesar que estaban mintiendo o soñando o confusos- insistían en que real y verdaderamente habían tenido aquella visión.

En una época en la que prácticamente todo el mundo era analfabeto, antes de los periódicos, la radio y la televisión, ¿cómo es posible que los detalles religiosos e iconográficos de estas apariciones fueran tan similares? Quizá la respuesta se halle en la dramaturgia religiosa (especialmente en las representaciones de Navidad), en los predicadores itinerantes y peregrinos, en los sermones de las iglesias. Las leyendas sobre los santuarios se extienden con rapidez. A veces llega gente que vive a cien kilómetros de distancia o más con el fin, por ejemplo, de curar a su hijo enfermo con un guijarro pisado por la Madre de Dios. Las leyendas influían en las apariciones y viceversa. En una época acosada por la sequía, las epidemias y las guerras, sin servicios sociales o médicos disponibles para la mayoría, que desconocía la ilustración pública y el método científico, el pensamiento escéptico era raro.
¿Por qué las apariciones son tan prosaicas? ¿Por qué es necesaria la aparición de un personaje tan ilustre como la Madre de Dios para que en un pequeño lugar poblado por unos miles de almas se reconstruya un santuario o el populacho se abstenga de maldecir? ¿Por qué no entregan mensajes importantes y proféticos cuya significación se pueda reconocer en años posteriores como algo que sólo podía haber emanado de Dios o los santos? ¿No habría potenciado esto en gran manera la causa católica en su lucha a muerte contra el protestantismo y la Ilustración? Pero no se sabe de apariciones que adviertan a la Iglesia, por ejemplo, contra la ilusión de un universo centrado en la Tierra, o que censuren la complicidad con la Alemania nazi, dos temas de gran importancia moral además de histórica en los que, meritoriamente, el papa Juan Pablo II reconoció el error de la Iglesia.

Ni un solo santo criticó la práctica de la tortura y quema de “brujas” y herejes. ¿Por qué? ¿No eran conscientes de lo que ocurría? ¿No eran capaces de captar su maldad? ¿Y por qué María siempre da órdenes al pobre campesino de informar a las autoridades? ¿Por qué no las amonesta ella misma? O al rey. O al papa. En los siglos XIX y XX, es cierto, algunas apariciones han adquirido gran importancia: en Fátima, Portugal, la Virgen mostró su cólera en 1917 por la sustitución del gobierno de la Iglesia por un gobierno secular, y en Garabandal, España, en 1961-1965, amenazó con el fin del mundo si no se respetaban a partir de entonces doctrinas políticas y religiosas conservadoras.

Creo ver muchos paralelos entre las apariciones marianas y las abducciones por extraterrestres; aunque en el primer caso, los testigos no son llevados al cielo a gran velocidad ni sufren intromisiones en sus órganos reproductores. Las criaturas que se declaran ver son diminutas, casi siempre de apenas un metro. Vienen del cielo. El contenido de la comunicación, a pesar del supuesto origen celestial, es mundano. Parece haber una clara relación con el hecho de dormir y
soñar. A los testigos, normalmente mujeres, les da apuro hablar, especialmente después de enfrentarse a la ridiculización por parte de los varones en posiciones de autoridad. A pesar de todo, persisten: insisten en haber visto realmente lo que dicen. Hay distintas maneras de transmitir las historias; se comentan con afán y eso permite hacer coincidir los detalles entre testigos que no se han visto nunca. Otras personas que estaban presentes en el momento y lugar de la aparición no ven nada inusual. Las “señales” o supuestas pruebas, sin excepción, no son algo que los humanos no puedan adquirir o comprar por su cuenta. Ciertamente, María parece contraria a la necesidad de pruebas y, ocasionalmente, está dispuesta a curar sólo a los que habían creído el relato de su aparición antes de proporcionar “señales”. Y mientras no hay terapeutas, se extiende por la sociedad una influyente red de curas parroquiales y jerarcas que tienen un interés personal en la realidad de las visiones.

En nuestra época todavía hay apariciones de María y algunos ángeles, pero también de Jesús. Cuando Jesús le dice a una mujer con problemas por un matrimonio “intolerable” que eche de casa al pobre diablo, esto plantea problemas a los defensores de una posición coherente con las Escrituras. En este caso, quizá se podría decir que prácticamente toda presunta guía se genera en el propio interior. ¿Y si alguien contase un sueño en el que Jesús aconsejaba, por ejemplo, el aborto o la venganza? Y si, ciertamente, es necesario hacer distinciones entre sueños y concluir, pues, que algunos sueños son un invento del soñador, ¿por qué no todos?

En 1858 se informó de una aparición de la Virgen María en Lourdes, Francia; la Madre de Dios confirmó el dogma de su concepción inmaculada que había sido proclamado por el papa Pío XI sólo cuatro años antes. Algo así como cien millones de personas han ido desde entonces a Lourdes con la esperanza de curarse, muchas de ellas con enfermedades que la medicina de la época no podía vencer. La Iglesia católica romana rechazó la autenticidad de gran cantidad de las curaciones llamadas milagrosas: sólo aceptó sesenta y cinco en casi un siglo y medio (de tumores, tuberculosis, oftalmitis, impétigo, bronquitis, parálisis y otras enfermedades, pero no, por ejemplo, la regeneración de una extremidad o una columna vertebral partida). De las sesenta y cinco curaciones, hay diez mujeres por cada hombre. Las posibilidades de una curación milagrosa en Lourdes, por tanto, son de una entre un millón; hay tantas posibilidades aproximadas de curarse después de una visita a Lourdes como de ganar la lotería, o de morir en el accidente de un vuelo regular de avión…. Incluyendo el que va a Lourdes.

La tasa de remisión espontánea de todos los cánceres, agrupados, se estima entre uno por cada diez mil y uno por cada cien mil. Si sólo el 5% de los que van a Lourdes fueran a tratarse de un cáncer, debería de haber entre 50 y 500 curaciones “milagrosas” sólo de cáncer. Como sólo 3 de las 65 curaciones atestiguadas son de cáncer, la tasa de remisión espontánea en Lourdes parece ser inferior que si las víctimas se hubieran quedado en casa. Desde luego, si uno se encuentra entre los 65 curados, será muy difícil convencerle de que su viaje a Lourdes no fue la causa de la remisión de la enfermedad… Post hoc, ergo propter hoc (en latín, “después de esto, luego a consecuencia de esto”, o lo que es lo mismo, un razonamiento inadecuado desde el punto de vista científico: si después de ir a Lourdes me curo, es Lourdes lo que me ha curado).

Está demostrado que la mente puede causar ciertas enfermedades, incluso enfermedades fatales. Cuando se hace creer a pacientes con los ojos vendados que se les está tocando con una hoja de
hiedra o roble venenoso, generan una desagradable dermatitis de contacto roja. La curación por la fe puede ayudar en enfermedades placebo o mediatizadas por la mente: un malestar en la espalda, fiebre del heno, asma, parálisis histérica y ceguera, y falso embarazo (con cesación de períodos menstruales e hinchazón abdominal). Hay enfermedades en las que el estado mental puede jugar un papel clave. La mayoría de las curaciones de finales del Medievo que se asocian con apariciones de la Virgen María eran parálisis súbitas, de poco tiempo, parciales o de todo el cuerpo. Además, se mantenía en general que sólo se podían curar de este modo los creyentes devotos. No es sorprendente que la apelación a un estado mental llamado fe pueda aliviar síntomas causados, al menos en parte, por otro estado mental quizá no muy diferente.

(De "El Mundo y sus Demonios", de Carl Sagan)

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