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jueves, 28 de abril de 2011

El origen del saludo militar


En la mayoría de los ejércitos del mundo, los militares se saludan entre ellos con el gesto de llevarse la mano derecha a la altura de la frente, de la sien o de la visera de la gorra. La mano debe estar recta, con los dedos juntos y la palma visible.

El origen exacto de este ritual es oscuro. No obstante, conviene saber que ya en el ejército del imperio romano había un saludo. En esa época, los soldados saludaban a su superior jerárquico levantando el brazo a la altura del hombro con la mano abierta y la palma vuelta hacia la persona saludada. Sin embargo no hay texto alguno que haga mención a que la mano deba tocar el casco o la cabeza durante ese saludo.

Algunos detalles concretos nos llevan a pensar que el saludo miliar moderno debe su gesto a una costumbre de la Edad Media, tradición relacionada con una especie de regla de cortesía, cuyos principales detalles son éstos.

En caminos a veces poco frecuentados y en aquellos tiempos belicosos, cuando un caballero (enfundado en su pesada armadura y a lomos de brioso corcel) se aprestaba a cruzarse con otro caballero, la tradición pedía que uno y otro demostrasen que iban en son de paz. Por eso levantaban la visera de su casco para darse a conocer. Además, en tales condiciones el caballero armado evidentemente no podía servirse de su espada. Ese gesto que expresaba claramente una intención no violenta, se convirtió de manera natural en el signo de un saludo amistoso. Con la mano izquierda sujetando la rienda del caballo, es fácil imaginar que ese movimiento de la mano derecha se parecería extrañamente al saludo militar que conocemos hoy.

Conservada en la Europa medieval, esta tradición pasó igualmente a los simples viajeros, que
empezaron a levantar el brazo derecho mostrando la palma con la mano bien extendida. Así cada uno demostraba que no intentaba utilizar su espada (o cualquier otro objeto que pudiera ser blandido o arrojado) de forma agresiva. Ese gesto no solo inspiró el saludo militar, sino que estaría también en el origen de otros gestos amistosos con la mano (con la palma siempre bien visible) para saludar de lejos a un amigo o a la multitud).

Testimonio en el pasado de una intención amistosa y pacífica, el saludo, que se convirtió en militar con el paso de los siglos, expresó en adelante una señal de respeto. También podemos suponer que ha contribuido a mantener y reforzar la noción de disciplina.
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domingo, 24 de abril de 2011

¿De dónde viene el nombre del cóctel Bloody Mary?


¡Mira que son complicadas a menudo las historias de familia! Incluso las de la aristocracia británica del siglo XVI. Hija de Enrique VIII de Inglaterra y Catalina de Aragón, la futura María Tudor tuvo que sufrir la desgracia de su madre, que fue sustituida en el trono por su dama de honor, Ana Bolena, nueva reina de Inglaterra. Cuando nació, la hija de esta última, la que iba a ser Isabel I (1533), su madre Ana expulsó de la corte a María, que además hubo de reconocer incluso su nacimiento como ilegítimo. Pero María Tudor llegó a suceder a Eduardo VI (1537-1553), hijo de Enrique VIII y Jane Seymour. Ésta a su vez había sucedido a Ana Bolena, condenada a muerte por adulterio (1536) por un tribunal presidido por su propio padre.

El matrimonio de María Tudor con Felipe II, rey de España, provocó una rebelión que dio lugar a un endurecimiento del régimen. María impuso el catolicismo, encarceló a Isabel en la Torre de Londres y persiguió a los protestantes. Todo ello no se logró sin un gran derramamiento de sangre, lo que le valió a María el sobrenombre de Bloody Mary (María la Sanguinaria). El célebre cóctel a base de vodka y zumo de tomate tomó así, por afinidad de color, el sobrenombre de María Tudor, llamada también María la Católica.

A la muerte de María Tudor (1552), Isabel se tomó la revancha. Repudiada tras la muerte de su madre Ana Bolena, Isabel accedió al trono de Inglaterra con el nombre de Isabel I, marcando su ascensión al trono con un gesto fuerte: el restablecimiento de la Iglesia anglicana. Siglos después, en todo el mundo se bebía el Bloody Mary. ¿Para honrar la memoria de los protestantes muertos o para celebrar la desaparición de la sanguinaria? Sobre este punto no hay datos históricos.
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viernes, 22 de abril de 2011

¿De dónde procede el nombre de la marca Adidas?



La historia es muy simple. La multinacional que comercializa ropa, material y calzado deportivo fue fundada en 1920 por un emprendedor alemán, Adolf Dassler. Acababa de cumplir 20 años cuando inventó los zapatos de clavos para correr en pista.

Cuatro años después, Adolf (Adi, para los amigos) fundó con su hermano Rudolf (Rudi) una empresa llamada Gebrüder Dassler OHG, que se instaló en su pueblo natal, Herzogenaurach, donde su padre tenía una pequeña zapatería. Tener un papa zapatero es el mejor camino para seguir en la carrera. Al año siguiente (1925), los hermanos Dassler se centraron en el calzado para el fútbol, deporte favorito de Adi, e inventaron una bota de cuero con tacos. Cada día sus talleres fabricaban de treinta a cincuenta pares de botas.

Diez años más tarde, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), un atleta negro, Jesse Owens (1913-1980) ganaba cuatro medallas de oro en cuatro competiciones (100 y 200 metros lisos, salto de longitud y 4x100 metros). Un triunfo que, a los ojos de todo el mundo, puso en ridículo a los que pretendían una supuesta superioridad de la raza aria y al mismísimo Adolf Hitler. Jesse Owen iba calzado con las zapatillas de clavos inventadas por los hermanos Dassler.

Tras doce años más de colaboración, los dos hermanos se separaron en 1948. Rudi fundó Puma, que se convertiría en una de las principales competidoras de Adidas en Europa. Y Adolf se acordó del diminutivo que había conservado siempre, Adi. Como el nombre le parecía insuficiente, añadió las tres primeras letras de su apellido (Das), de donde salió Adidas. Y como el número tres parecía obsesionarle, al año siguiente adoptó las tres tiras que son la seña de identidad de la marca.
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martes, 19 de abril de 2011

OVNIS: la gran alucinación colectiva (y 6)


A medida que se empezó a popularizar ampliamente la posibilidad de vida extraterrestre –especialmente con los canales marcianos de Percival Lowell a finales del siglo pasado- la gente empezó a declarar que establecía contacto con los extraterrestres, especialmente marcianos. El libro del psicólogo Theodore Flournoy, “De la India al planeta Marte”, escrito en 1901, describe un médium de habla francesa que en estado de trance dibujó retratos de los marcianos (son iguales que nosotros) y presentó su alfabeto y lenguaje (con un notable parecido al francés). El psiquiatra Carl Jung, en su disertación doctoral en 1902, describió a una mujer joven suiza que se asustó al descubrir, sentado en un tren, delante de ella, a un “habitante de las estrellas” de Marte. Los marcianos están desprovistos de ciencia, filosofía y almas, le dijo, pero tienen una tecnología avanzada. “Hace tiempo que existen máquinas voladoras en Marte; todo Marte está cubierto de canales”, y cosas así. Charles Fort, un coleccionista de informes anómalos que murió en 1932, escribió: “Quizá haya habitantes en Marte que envíen secretamente informes sobre este mundo a sus gobiernos”. En la década de 1950, un libro de Gerald Heard reveló que los ocupantes del platillo eran abejas marcianas inteligentes. ¿Quién sino ellas podrían sobrevivir a los fantásticos giros de ángulo recto que se dice que hacen los ovnis?

Pero cuando en 1971 el Mariner 9 demostró que los canales eran ilusorios y, al no encontrar los Viking 1 y 2 en 1976 ni más recientemente los Mars Explorer ninguna prueba clara siquiera de la existencia de microbios en Marte, el entusiasmo popular por el Marte de Lowell se apagó y no se habló más de visitas de marcianos. Entonces se dijo que los extraterrestres venían de otra parte. ¿Por qué? ¿Por qué no más marcianos? Y cuando se descubrió que la superficie de Venus era lo bastante caliente como para derretir el plomo, no se produjeron más visitas de Venus. ¿Se ajusta alguna parte de estas historias a los cánones de creencia actuales? ¿Qué implica eso sobre su origen?

No hay duda que la alucinación de los humanos es común. La duda sobre si existen extraterrestres, si frecuentan nuestro planeta o si nos abducen y molestan es considerable. Ya hemos discutido algunos de los detalles, pero probablemente una categoría de explicación se sostenga mejor que otra. La principal reserva que se puede formular es: ¿Por qué tanta gente declara hoy en día esa serie particular de alucinaciones? ¿Por qué seres pequeños y sombríos, platillos volantes y experimentos sexuales?

En 1484 el papa Inocencio VIII inició con una bula la acusación, tortura y ejecución sistemática de incontables “brujas” de toda Europa. Eran culpables de lo que san Agustín había descrito como “una asociación criminal del mundo oculto”. A pesar del imparcial “miembros de ambos sexos” del lenguaje de la bula, las perseguidas eran principalmente mujeres, jóvenes y adultas. Inocencio ensalzaba a “nuestros queridos hijos Henry Kramer y James Sprenger” que, “mediante Cartas Apostólicas han sido delegados como Inquisidores de esas depravaciones heréticas”. El papa nombró a Kramer y Sprenger para que escribieran un estudio completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV. Con citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos, produjeron el Malleus Maleficarum, “martillo de brujas”, descrito con razón como uno de los documentos más aterradores de la historia humana.

Según el Malleus, los “diablos… se dedican a interferir en el proceso de copulación y concepción
normal, a obtener semen humano y transferirlo ellos mismos”. La inseminación artificial demoníaca en la Edad Media se encuentra ya en santo Tomás de Aquino, que nos dice en De la Trinidad que “los demonios pueden transferir el semen que han recogido para inyectarlo en los cuerpos de otros”. Su contemporáneo san Buenaventura lo expresa con mayor detalle: los súcubos “se someten a los machos y reciben su semen; con astuta habilidad, los demonios conservan su potencia, y después, con el permiso de Dios, se convierten en íncubos y lo vierten en los depositarios femeninos”. Los productos de esas uniones con mediación del demonio también reciben la visita de los demonios. Se forja un vínculo sexual multigeneracional entre especies. Y recordemos que se sabe perfectamente que esas criaturas vuelan: ciertamente, viven en las alturas.

En esas historias no hay nave espacial. Pero se hallan presentes la mayoría de los elementos
centrales de los relatos de abducción por extraterrestres, incluyendo la existencia de seres no humanos con una obsesión sexual que viven en el cielo, atraviesan las paredes, se comunican telepáticamente y practican experimentos de cría en la especie humana. A no ser que creamos que los demonios existen de verdad, ¿cómo podemos entender que todo el mundo occidental (incluyendo a los que se consideran más sabios entre ellos) abrace un sistema de creencias tan extraño, que cada generación lo vea reforzado por su experiencia personal y sea enseñado por la Iglesia y el Estado? ¿Hay alguna alternativa real aparte de una ilusión compartida basada en las conexiones del cerebro y la química comunes?

En el Génesis leemos acerca de ángeles que se emparejan con las “hijas de los hombres”. Los mitos culturales de la antigua Grecia y Roma hablan de dioses que se aparecen a las mujeres en forma de toros, cisnes o lluvias de oro y las fecundan. En una antigua tradición cristiana, la filosofía no derivaba del ingenio humano sino de la conversación íntima de los demonios: los ángeles caídos revelaban los secretos del cielo a sus consortes humanos. Aparecen relatos con elementos similares en culturas de todo el mundo. En correspondencia con los íncubos están los djinn árabes, los sátiros griegos, los bhuts hindúes, los hotua poro de Samoa, los dusii célticos y muchos otros.

En 1645 se encontró en Cornualles a una adolescente, Anne Jefferies, tendida en el suelo,
inconsciente. Mucho más tarde, la chica recordó que había sufrido un ataque de media docena de hombres pequeños, que la habían paralizado y llevado a un castillo en el aire y, después de seducirla, la habían enviado de vuelta a casa. Definió a los hombrecitos como hadas (para muchos cristianos piadosos, como para los inquisidores de Juana de Arco, esta distinción era indiferente. Las hadas eran demonios, pura y simplemente). Volvieron a aterrorizarla y atormentarla. Al año siguiente fue arrestada por brujería. Tradicionalmente, las hadas tienen poderes mágicos y pueden provocar parálisis con un simple toque. En la tierra de las hadas, el tiempo transcurre más despacio. Como las hadas tienen un deterioro reproductor, mantienen relaciones sexuales con humanos y se llevan a los bebés de las cunas (a veces dejando un sustituto, un “niño cambiado”). Ahora la cuestión parece clara: si Anne Jefferies hubiera vivido en una cultura obsesionada con los extraterrestres en lugar de las hadas, y con ovnis en lugar de castillos en el aire, ¿algún aspecto de su historia tendría un significado distinto con respecto a las que cuentan los “abducidos”?

Desde luego, como se apresuran a recordar los entusiastas de las visitas extraterrestres, hay otra interpretación de esos paralelos históricos: los extraterrestres, dicen, siempre nos han visitado para fisgonear, robarnos esperma y óvulos y fecundarnos. En tiempos antiguos los reconocíamos como dioses, demonios, hadas o espíritus; sólo ahora hemos llegado a entender que lo que nos acechaba durante tantos siglos eran extraterrestres. Pero entonces, ¿por qué prácticamente no hay informes de platillos volantes antes de 1947? ¿Por qué ninguna de las principales religiones del mundo usa los platillos como iconos de lo divino? ¿Por qué no transmitieron entonces sus advertencias sobre los peligros de la alta tecnología? ¿Por qué este experimento genético, cualquiera que sea su objetivo, no se ha completado hasta ahora… miles de años o más después de haber sido iniciado por criaturas con un nivel tecnológico supuestamente superior? ¿Por qué nos preocupa tanto si el fin de su programa de reproducción es mejorar nuestras capacidades?

Siguiendo esta línea argumental, podríamos esperar que los adeptos actuales de las viejas creencias entendieran que los “extraterrestres” son como hadas, dioses o demonios. En realidad hay varias sectas contemporáneas –los “raelianos”, por ejemplo- que mantienen que los dioses, o Dios, vendrán a la Tierra en un ovni. Algunos abducidos describen a los extraterrestres, por repulsivos que sean, como “ángeles” o “emisarios de Dios”. Y los hay que todavía creen que son demonios.

Las historias de ovnis se acuñan principalmente para satisfacer anhelos religiosos. En una época en que la ciencia ha complicado la adhesión acrítica a las antiguas religiones, se presenta una alternativa a la hipótesis de Dios: los dioses y demonios de la antigüedad, con el disfraz de la jerga científica y la “explicación” de sus inmensos poderes con terminología superficialmente científica, bajan del cielo para atormentarnos, ofrecernos visiones proféticas y tentarnos con visiones de un futuro de esperanza: una religión misteriosa naciente en la era espacial.

¿Es posible que personas de todas las épocas y lugares experimenten ocasionalmente alucinaciones vívidas realistas, a menudo con contenido sexual, sobre abducciones por parte de criaturas telepáticas y aéreas que brotan de las paredes… y que los detalles sean suministrados por el lenguaje de la cultura prevaleciente? Otras personas que no han vivido la experiencia personalmente la encuentran conmovedora y en cierto modo familiar. La cuentan a más personas. Pronto toma vida propia, inspira a otros para comprender sus propias visiones y alucinaciones y entra en el reino del folclore, el mito y la leyenda. En esta hipótesis, la relación entre el contenido de alucinaciones espontáneas del lóbulo temporal y el paradigma de la abducción por extraterrestres es coherente .

Quizá cuando todo el mundo sabe que los dioses descienden a la Tierra, alucinamos sobre dioses; cuando todos estamos familiarizados con los demonios, son íncubos y súcubos; cuando las hadas son ampliamente aceptadas, vemos hadas; en una época de espiritualismo, encontramos espíritus y fantasmas; y, cuando los viejos mitos se apagan y empezamos a pensar que es plausible la existencia de seres extraterrestres, nuestra imaginería hipnagógica va hacia ellos.

Podemos recordar en detalle décadas después pedazos de canciones o idiomas extranjeros, imágenes y acontecimientos que presenciamos, historias que escuchamos en nuestra infancia, sin tener conciencia de cómo nos llegaron a la cabeza. En nuestra vida cotidiana incorporamos sin esfuerzo e inconscientemente normas culturales y las hacemos nuestras.

En las “alucinaciones de órdenes” de la esquizofrenia se encuentra presente una asimilación similar de motivos. Los afectados sienten que una figura imponente o mítica les dice lo que tienen que hacer. Se les ordena que asesinen a un líder político o a un héroe popular, o que derroten a los invasores británicos, o que se lesionen ellos mismos, porque es la voluntad de Dios, de Jesús, del diablo, o de demonios, ángeles y –últimamente- extraterrestres. El esquizofrénico se siente traspasado por una orden clara y profunda de una voz que nadie más puede escuchar y que él ha de identificar de algún modo. ¿Quién podría emitir una orden así? ¿Quién podría hablar dentro de nuestra cabeza? La cultura en la que hemos nacido y vivido nos ofrece una respuesta.

Pensemos en el poder de la imagen repetitiva en la publicidad, especialmente para televidentes y lectores impresionables. Nos puede hacer creer casi cualquier cosa… hasta que fumar cigarrillos imprime carácter. En nuestra época, los extraterrestres putativos sirven de tema de innumerables historias de ciencia ficción, novelas, telefilmes y películas. Los ovnis son una característica habitual de los semanarios sensacionalistas dedicados al engaño y la mistificación. Una de las películas de cine con mayor recaudación bruta de todos los tiempos trata de extraterrestres muy parecidos a los descritos por los abducidos. Los relatos de abducciones por extraterrestres eran relativamente raros antes de 1975, cuando se emitió por televisión una crédula dramatización del caso Hill. En contraste, últimamente se oye hablar muy poco de íncubos, elfos y hadas. ¿Dónde han ido a parar?

Lejos de ser globales, el localismo de esas historias de abducción por extraterrestres es decepcionante. La gran mayoría proceden de Estados Unidos. Apenas trascienden la cultura americana. En otros países se habla de extraterrestres con cabeza de pájaro, insecto, reptil, robot y rubios con ojos azules (el último, es fácil predecirlo, del norte de Europa). Se dice que cada grupo de extraterrestres se comporta de manera diferente. Es evidente que los factores culturales juegan un papel importante.

El síndrome de la abducción ovni retrata un universo banal. La forma de los supuestos
extraterrestres muestra una gran falta de imaginación y preocupación por los asuntos humanos. Ni un solo ser presentado en todos esos relatos es más asombroso de lo que sería una cacatúa para quien no ha visto nunca un pájaro. Cualquier libro de texto de protozoología, bacteriología o micología está lleno de maravillas que superan en mucho las descripciones más exóticas de los abductores extraterrestres. Los creyentes toman los elementos comunes de sus historias como pruebas de verosimilitud más que como una prueba de que las han inventado a partir de una cultura y biología compatibles.

Pero, ¿y aquéllos que siguen confirmando sus historias bajo la hipnosis? ¿Están mintiendo? La hipnosis es una manera poco fiable de refrescar la memoria. Suele provocar imaginación, fantasía y juego además de recuerdos verdaderos, y ni el paciente ni el terapeuta son capaces de distinguir unos de otros. La hipnosis parece implicar, de manera central, un estado de sugestibilidad intensificada. Los tribunales han prohibido su uso como prueba o incluso como herramienta de investigación criminal. La Asociación Médica Americana considera menos fiables los recuerdos que surgen bajo hipnosis que los que aparecen sin ella. Un libro de texto médico estándar (“Textos generales de psiquiatría”, 1989) advierte de “una gran posibilidad de que las creencias del hipnotizador sean comunicadas al paciente e incorporadas en lo que el paciente cree que son recuerdos, a menudo con una fuerte convicción”. Así pues, el que una persona, al ser hipnotizada, relate historias de abducción por extraterrestres tiene poco peso. Se corre el peligro de que los sujetos estén –al menos en algunos asuntos- tan dispuestos a complacer al hipnotizador que respondan a sugerencias sutiles de las que ni siquiera éste es consciente.

En un estudio de Alvin Lawson, de la Universidad del Estado de California, en Long Beach, un médico sometió a una sesión de hipnotismo a ocho sujetos, con un cribado previo para eliminar a los entusiastas de los ovnis. Les informó de que habían sido abducidos y, tras ser llevados a una nave espacial, examinados. Sin más instigación, les pidió que describieran la experiencia. Los relatos, la mayoría obtenidos sin mayor problema, eran casi indistinguibles de los que presentan los que se declaran abducidos. Es cierto que Lawson había dado indicaciones breves y directas a sus sujetos; pero, en muchos casos, los terapeutas que tratan rutinariamente las abducciones por extraterrestres dan indicaciones a sus pacientes… a algunos con gran detalle, a otros más sutil e indirectamente.

Elizabeth Loftus, psicóloga de la Universidad de Washington, ha encontrado que se puede hacer
creer a sujetos no hipnotizados que vieron algo que no vieron. Un experimento típico es que los sujetos vean una película de un accidente de coche. En el curso del interrogatorio sobre lo que vieron, se les da casualmente información falsa. Por ejemplo, se hace referencia a una señal de stop, a pesar de no haber ninguna en la película. Muchos recuerdan entonces obedientemente haber visto una señal de stop. Cuando se les revela el engaño, algunos protestan con vehemencia e insisten en que recuerdan la señal vívidamente. Cuanto mayor es el lapsus de tiempo entre el visionado de la película y la recepción de la información falsa, más aceptan la desnaturalización de sus recuerdos. Loftus arguye que “los recuerdos de un acontecimiento tienen mayor parecido a una historia sujeta a revisión constante que a un bloque de información original”.

Otros psicólogos han encontrado, sin sorpresa, que los preescolares son excepcionalmente vulnerables a la sugestión. Un niño que, cuando se le pregunta por primera vez, niega que una trampa de ratones le hubiera pillado la mano, más tarde recuerda el acontecimiento con vívidos detalles que ha ido generando. Cuando se le habla más directamente de “cosas que te pasaron cuando eras pequeño”, con el tiempo llega a consentir con bastante facilidad los recuerdos implantados. Los profesionales que miran las cintas de vídeo de los niños sólo pueden aventurar qué recuerdos son falsos y cuáles verdaderos. ¿Hay alguna razón para pensar que los adultos son totalmente inmunes a las falibilidades que muestran los niños?

Esos hechos son relevantes en la evaluación de los efectos sociales de la publicidad y la propaganda nacional. Pero aquí sugieren que, en los asuntos de abducción por extraterrestres –donde las entrevistas suelen realizarse años después del supuesto acontecimiento-, los terapeutas deben cuidarse mucho de implantar o seleccionar accidentalmente historias que sugieren ellos.

¿Por qué la gente inventa historias de abducciones? ¿Por qué se presenta en programas de
televisión con participación de público que se dedican a humillar sexualmente al invitado? Descubrir que uno es abducido por extraterrestres sirve al menos para romper la rutina cotidiana. Se consigue la atención de los demás, de los terapeutas e incluso de los medios de comunicación. Produce una sensación de descubrimiento, alegría, respeto. ¿Qué más podrá recordar uno a continuación? Empieza a creer que puede ser el precursor o incluso el instrumento de acontecimientos trascendentales que se precipitan hacia nosotros. Y no quiere decepcionar al terapeuta. Busca su aprobación. Convertirse en abducido puede reportar buenas recompensas psíquicas.

Con ánimo comparativo, podríamos pensar en casos de productos en mal estado que no generan el sentimiento de asombro que rodea a los ovnis y las abducciones por extraterrestres: alguien declara haber encontrado una jeringa hipodérmica en una lata de refresco. Como es comprensible, el asunto es preocupante. Se informa de ello en los periódicos y especialmente en las noticias de televisión. Pronto se produce un torrente, una epidemia virtual de informes similares en todo el país. Pero es muy difícil imaginar que pueda meterse una jeringa hipodérmica en una lata en la fábrica y en ninguno de los casos hay testigos presentes cuando se abre una lata intacta y se descubre dentro la jeringa.

Lentamente va tomando consistencia la hipótesis de que se trata de imitadores. La gente simula
encontrar jeringas en latas de refrescos. ¿Por qué? ¿Qué posibles motivos había? Algunos psiquiatras dicen que los principales motivos son la avaricia (denunciar al fabricante por daños), afán de atención y la necesidad de ser retratado como víctima. No hay terapeutas que insinúen que en realidad hay agujas en las latas y apremien a sus pacientes –sutil o directamente- a informar públicamente de la noticia. Además se imponen penas severas por desprestigiar un producto, e incluso por alegar falsamente que un producto ha sido manipulado. En cambio, hay terapeutas que animan a los abducidos a contar sus historias a audiencias masivas, y no hay multas por declarar falsamente haber sido abducido por un ovni. Sea cual sea la razón para emprender este camino, sin duda debe de ser mucho más satisfactorio convencer a los demás de que uno ha sido elegido por seres superiores para sus propósitos enigmáticos que de haber encontrado por mera casualidad una jeringa hipodérmica en un refresco.
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viernes, 15 de abril de 2011

OVNIS: La gran alucinación colectiva (5)


En los viejos tiempos anteriores a la abducción por extraterrestres, a las personas que subían a bordo de un ovni, según informaban ellas mismas, les ofrecían lecturas edificantes sobre los peligros de la guerra nuclear. Ahora que ya estamos instruidos, los extraterrestres parecen concentrados en la degradación del medio ambiente y el sida. ¿Cómo es que los ocupantes de los ovnis están tan sujetos a las preocupaciones o urgencias de este planeta? ¿Por qué ni siquiera una advertencia ocasional sobre los CFC y la reducción del ozono en la década de los cincuenta, o sobre el virus del VIH en la de los setenta, cuando realmente hubiera podido ser útil? ¿Por qué no alertarnos de una amenaza a la salud pública o el medio ambiente que aún no hayamos imaginado? ¿Puede ser que los extraterrestres sepan sólo lo que saben los que informan de su presencia? Y si uno de los objetivos principales de las visitas de extraterrestres es advertirnos de los peligros globales, ¿por qué decirlo sólo a algunas personas cuyos relatos son sospechosos en todo caso? ¿Por qué no ocupar las cadenas de televisión durante una noche, o aparecer con vívidos audiovisuales admonitorios ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Sin duda, no sería tan difícil para seres que vuelan a través de años luz.

El primer “contactado” por los ovnis que tuvo éxito comercial fue George Adamski. Tenía un pequeño restaurante en la falda del monte Palomar de California y montó un pequeño telescopio en el patio trasero. En la cima de la montaña se encontraba el mayor telescopio de la Tierra: el reflector de doscientas pulgadas de la Institución Carnegie de Washington y del Instituto de Tecnología de California. Adamski se adjudicó el título de “profesor” Adamski del “Observatorio” de Monte Palomar. Publicó un libro –que causó sensación- en el que describía que en el desierto cercano había encontrado a unos extraterrestres bien parecidos con largos cabellos rubios y túnicas blancas, que le advirtieron de los peligros de una guerra nuclear. Hablaban desde el planeta Venus (cuyos 460ºC de temperatura de superficie se alzan ahora como barrera a la credibilidad de Adamski). En persona era francamente convincente. El oficial de las Fuerzas Aéreas nombrado responsable de las investigaciones sobre los ovnis de la época describió a Adamski con estas palabras: “Al escuchar su historia cara a cara, tenías una necesidad inmediata de creerle. Quizá fuera su aspecto. Llevaba un mono gastado pero limpio. Tenía el pelo ligeramente gris y los ojos más sinceros que he visto en mi vida”.

La estrella de Adamski se fue apagando con los años, pero publicó algún libro más por su cuenta y durante mucho tiempo fue una gran atracción en las convenciones de “creyentes” en platillos volantes.

La primera historia de abducción por extraterrestres del género moderno fue la de Betty y
Barney Hill, una pareja de New Hampshire: trabajadora social ella y empleado de Correos él. Un día de 1961 atravesaban a altas horas de la noche las White Mountains cuando a Betty le pareció ver un ovni brillante, inicialmente como una estrella, que parecía seguirlos. Ante el temor de Barney de ser víctimas de un ataque, abandonaron la carretera principal y se metieron por estrechos caminos de montaña, llegando a casa dos horas más tarde de lo previsto. El experimento incitó a Betty a leer un libro que describía a los ovnis como naves espaciales de otros mundos; sus ocupantes eran hombres pequeños que a veces abducían a humanos.

Poco después experimentó repetidas veces una pesadilla aterradora en la que ella y Barney eran abducidos y llevados a bordo de un ovni. Barney escuchó cómo describía el sueño a unos amigos, compañeros de trabajo e investigadores voluntarios de ovnis. (Es curioso que Betty no comentara el tema directamente con su esposo). Algo así como una semana después de la experiencia, describieron el ovni como una “torta” con figuras uniformadas que se veían a través de las ventanillas transparentes del aparato.

Varios años después, el psiquiatra de Barney le envió a un hipnoterapeuta de Boston, Benjamin Simon, doctor en medicina. Betty le acompañó para ser hipnotizada también. Bajo hipnosis, ambos describieron por separado los detalles de lo que había ocurrido durante las dos horas “perdidas”: vieron aterrizar el ovni en la carretera y, parcialmente inmovilizados, los llevaron al interior del aparato, donde unas criaturas pequeñas, grises, humanoides de nariz larga (un detalle discordante con el paradigma del momento) los sometieron a exámenes médicos no convencionales, incluyendo la introducción de una aguja en el ombligo de ella (antes de que se hubiera inventado la amniocentesis en la Tierra). Ahora hay quien cree que sacaron óvulos de los ovarios de Betty y esperma de Barney, aunque eso no forma parte de la historia original. El capitán enseñó a Betty un mapa del espacio interestelar marcado con las rutas de la nave.

En realidad, muchos de los motivos del relato de los Hill pueden encontrarse en una película de 1953, "Invasores de Marte". Y la historia de Barney sobre el aspecto de los extraterrestres, especialmente sus enormes ojos, surgió en una sesión de hipnosis sólo doce días después de la emisión de un episodio de la serie de televisión "The Outer Limits" en la que salía un extraterrestre así.

El caso Hill fue ampliamente comentado. En 1975 se hizo una película de televisión que introdujo la idea de que hay abductores extraterrestres bajitos y grises entre nosotros en la psique de millones de personas. Pero hasta los pocos científicos de la época que creían que algunos ovnis podían ser realmente naves espaciales extraterrestres se mostraron cautelosos. El supuesto encuentro brillaba por su ausencia en la sugerente lista de casos de ovnis recopilada por James E.McDonald, un físico meteorólogo de la Universidad de Arizona. En general, los científicos que han estudiado los ovnis en serio han tendido a mantener los relatos de abducciones por extraterrestres a distancia… mientras que los que aceptan a pies juntillas las abducciones ven pocas razones para analizar simples luces en el cielo.

La seriedad y sinceridad de Betty y Barney Hill eran indudables, como su temor a convertirse en
figuras públicas en unas circunstancias tan extrañas y difíciles. En las cintas de las sesiones de hipnosis lo más impresionante era el terror absoluto de la voz de Barney cuando describía –“revivía” sería una palabra más adecuada- el encuentro.

El doctor Simon, aunque prominente defensor de las virtudes de la hipnosis, no había caído en el frenesí público por los ovnis. Compartía generosamente los derechos de autor del exitoso libro de John Fuller, “El viaje interrumpido”, sobre la experiencia de los Hill. Si Simon hubiera declarado la autenticidad de su relato, las ventas del libro se podían haber disparado y él habría aumentado considerablemente sus ganancias. También rechazó al instante la idea de que mentían o, como sugirió otro psiquiatra, que se trataba de una ilusión compartida en la que, generalmente, el miembro recesivo sigue el delirio del dominante. ¿Qué queda entonces? Los Hill, dijo el psicoterapeuta, habían experimentado una especie de “sueño”. Juntos.

Es perfectamente posible que haya más de una fuente de relatos de abducción por extraterrestres, igual que las hay para observaciones de ovnis. Consideremos algunas posibilidades.

En 1894 se publicó en Londres el “Censo Internacional de Alucinaciones en Vigilia”. Desde entonces hasta ahora, en repetidas encuestas se ha mostrado que del diez al veinticinco por ciento de las personas normales han experimentado al menos una vez en su vida una alucinación vívida: normalmente, oír una voz o ver una forma inexistente. En casos más raros, perciben un aroma que los persigue, oyen una música o tienen una revelación que les llega independiente de los sentidos. En algunos casos se convierten en acontecimientos que transforman a la persona o en profundas experiencias religiosas. Las alucinaciones podrían ser una puertecita olvidada en el muro que llevaría a una comprensión científica de lo sagrado.

Este tipo de alucinaciones pueden afectar a personas perfectamente normales en circunstancias perfectamente ordinarias. También pueden provocarse: por una hoguera nocturna en el campo, por estrés emocional, durante ataques de epilepsia, migrañas o fiebres altas, ayunos prolongados o insomnio o privación sensorial (por ejemplo, en confinamiento solitario), o mediante alucinógenos como LSD, psilocibina, mescalina o hachís. (El delirium tremens inducido por el
alcohol es una manifestación conocida de un síndrome de abstinencia del alcoholismo). También hay moléculas, como las fenotiazidas (tioridazina, por ejemplo), que hacen desaparecer las alucinaciones. Es muy probable que el cuerpo humano normal genere sustancias –incluyendo quizá las pequeñas proteínas del cerebro de tipo morfina, como las endorfinas- que causan alucinaciones, y otras que las eliminan. Exploradores tan famosos (y poco histéricos) como el almirante Richard Byrd, el capitán Joshua Slocum y sir Ernest Shackleton experimentaron vívidas alucinaciones cuando se vieron sometidos a un aislamiento y soledad poco habituales.

Cualesquiera que sean sus antecedentes neurológicos y moleculares, las alucinaciones producen
una sensación real. En muchas culturas se buscan y se consideran una señal de ilustración espiritual. Entre los nativos americanos de las praderas del Oeste por ejemplo, o en muchas culturas indígenas de Siberia, la naturaleza de la alucinación que experimentaba un hombre joven después de una “búsqueda de visión” con éxito presagiaba su futuro; se discutía su significado con seriedad entre los ancianos y chamanes de la tribu. Hay ejemplos incontables en las religiones del mundo de patriarcas, profetas y salvadores que se retiran al desierto o la montaña y, con la ayuda del hambre y la privación sensorial, encuentran dioses o demonios. Las experiencias religiosas de inducción psicodélica eran la marca de la cultura juvenil occidental de la década de los sesenta. La experiencia, comoquiera que haya aparecido, se describe a menudo respetuosamente con palabras como “trascendental”, “sobrenatural”, “sagrada” y “santa”.

Las alucinaciones son comunes. Tenerlas no significa estar loco. La literatura antropológica está repleta de etnopsiquiatría de la alucinación, sueños REM y trances de posesión que tienen muchos elementos comunes transculturalmente y a través de los tiempos. Las alucinaciones se suelen interpretar como posesión de espíritus buenos o malos.

Las alucinaciones pueden también interpretarse como un problema de relación señal/ruido: los sueños, como las estrellas, siempre están brillando. Aunque de día no suelen verse las estrellas porque el sol brilla demasiado, si hay un eclipse de sol durante el día, o si un espectador decide estar atento un rato después de la puesta o antes de la salida del sol, o si se despierta de vez en cuando en una noche clara para mirar al cielo, las estrellas, como los sueños, aunque a menudo olvidadas, pueden ser vistas siempre.

Un concepto más relacionado con el cerebro es el de una actividad continua de procesamiento de información (una especie de “corriente preconsciente”) que recibe continuamente la influencia de fuerzas tanto conscientes como inconscientes y que constituye el suministro potencial de contenido del sueño. El sueño es una experiencia en la que, durante unos minutos, el individuo tiene cierta conciencia de la corriente de datos que se procesan. Las alucinaciones en estado de vigilia implicarían también el mismo fenómeno, producido por una serie algo distinta de circunstancias psicológicas o fisiológicas.

Parece ser que toda la conducta y experiencia humanas (tanto normal como anormal) va acompañada de fenómenos ilusorios y alucinatorios. Mientras la relación de estos fenómenos con la enfermedad mental ha sido bien documentada, quizá no se ha considerado lo bastante su papel en la vida cotidiana. Una mayor comprensión de las ilusiones y alucinaciones entre gente normal puede proporcionar explicaciones para experiencias relegadas de otro modo a lo misterioso, religioso, “extrasensorial” o sobrenatural.

Seguramente perderíamos algo importante de nuestra propia naturaleza si nos negáramos a
enfrentarnos al hecho de que las alucinaciones son parte del ser humano. Sin embargo, eso no hace que las alucinaciones sean parte de una realidad externa más que interna. Del cinco al diez por ciento de las personas somos extremadamente sugestionables, capaces de entrar en un profundo trance hipnótico a una orden. Una encuesta realizada en Estados Unidos indica que el diez por ciento de los americanos dice haber visto uno o más fantasmas. Este número es superior al de los que dicen recordar haber sido abducidos por extraterrestres y aproximadamente igual al de los que han afirmado haber visto uno o más ovnis. Al menos el uno por ciento de nosotros es esquizofrénico. Esto suma más de cincuenta millones de esquizofrénicos en el planeta, más, por ejemplo, que la población de España.

Los abducidos afirman con frecuencia haber visto “extraterrestres” en su infancia: entrando por la ventana o escondidos bajo la cama o en el armario. Pero los niños cuentan historias similares en todo el mundo, con hadas, elfos, duendes, fantasmas, brujas, diabillos y una rica variedad de “amigos” imaginarios. ¿Debemos pensar que hay dos grupos diferentes de niños: uno que ve seres "terrícolas" imaginarios y otro que ve extraterrestres genuinos? ¿No es más razonable pensar que los dos grupos están viendo, o alucinando, lo mismo?

Parte de la razón por la que los niños tienen miedo de la oscuridad puede ser que, hasta hace poco en nuestra historia evolutiva, nunca han dormido solos, sino acurrucados y seguros bajo la protección de un adulto… usualmente la madre. En el Occidente ilustrado los dejamos solos en una habitación oscura, les deseamos buenas noches y nos cuesta entender por qué a veces lo pasan mal.

Evolutivamente es totalmente lógico que los niños tengan fantasías de monstruos que asustan. En un mundo con leones y hienas al acecho, esas fantasías contribuyen a impedir que los niños pequeños sin defensas se alejen demasiado de sus protectores. ¿Cómo puede ser eficaz este mecanismo de seguridad para un animal joven, vigoroso y curioso si no provoca un terror de dimensiones colosales? Los que no tienen miedo de los monstruos no suelen dejar descendientes. A la larga, posiblemente, en el curso de la evolución humana, casi todos los niños acaban teniendo miedo de los monstruos. Pero, si somos capaces de evocar monstruos terroríficos en la infancia, ¿por qué algunos de nosotros, al menos en alguna ocasión, no podríamos ser capaces de fantasear con algo similar, algo realmente horrible, una ilusión compartida, como adultos?

Es significativo que las abducciones por extraterrestres ocurran principalmente en el momento de dormirse o despertarse, o en largos viajes en automóvil, cuando existe el peligro bien conocido de sumergirse en una especie de ensoñación hipnótica. Los terapeutas de abducidos se quedan perplejos cuando sus pacientes cuentan que gritaron de terror mientras sus cónyuges dormían pesadamente a su lado. Pero ¿no es eso típico de los sueños… que no se oigan nuestros gritos pidiendo ayuda? ¿Podría ser que esas historias tuviesen algo que ver con el sueño y, como propuso Benjamin Simon para los Hill, fueran una especie de sueño?

Un síndrome psicológico común, aunque insuficientemente conocido, bastante parecido al de la
abducción por extraterrestres se llama parálisis del sueño. Mucha gente la experimenta. Ocurre en este mundo crepuscular a medio camino entre estar totalmente despierto y totalmente dormido. Durante unos minutos, quizá más, uno se queda inmóvil con una ansiedad aguda. Siente un peso sobre el pecho como si tuviera a alguien sentado o tendido encima. Las palpitaciones del corazón son rápidas, la respiración trabajosa. Se pueden experimentar alucinaciones auditivas o visuales, de personas, demonios, fantasmas, animales o pájaros. En la situación adecuada, la experiencia puede tener toda la fuerza y el impacto de la realidad. A veces, la alucinación tiene un marcado componente sexual. Esas perturbaciones comunes del sueño son la base de muchos relatos de abducción de extraterrestres. El Harvard Mental Health Letter (septiembre 1994) comenta: “La parálisis del sueño puede durar varios minutos y a veces va acompañada de vívidas alucinaciones como de sueño que dan pie a historias sobre visitas de los dioses, espíritus y criaturas extraterrestres”.

Es fácil parodiar un punto de vista así: los ovnis explicados como “alucinaciones masivas”. Todo el mundo sabe que no existe lo que se llama una alucinación compartida… ¿no?

Continuará...

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viernes, 8 de abril de 2011

OVNIS:la gran alucinación colectiva (4)


Los encuentros con extraterrestres suelen agruparse en tres categorías diferenciadas, aunque existen otras clasificaciones. Los llamados encuentros en la “primera fase” se dan cuando hay un avistamiento del ovni; los encuentros en la “segunda fase” son aquellos de los que existen "evidencias reales", como pueden ser huellas, fotografías, películas, etc; por último, los encuentros en la “tercera fase” se dan cuando hay un contacto directo con los alienígenas. Veamos la primera fase.

Una gran parte de los testigos de avistamientos de ovnis suele coincidir en que los platillos volantes no emiten prácticamente sonido alguno cuando se desplazan a grandes velocidades. Bien, tengo que decir que por muy extraterrestres o extragalácticos que sean estos seres, así como las misteriosas naves que tripulan, cuando un objeto se desplaza en el aire a una velocidad superior a la del sonido (más o menos, unos 1.200 km/h) se debe producir lo que se denomina “boom sónico”, algo parecido a una tremenda explosión que se genera debido precisamente a que dicho objeto volador se desplaza más rápido que el sonido que él mismo genera.

Otro fenómeno curioso que se puede contemplar en las películas con platillos volantes consiste en que éstos, en muchas ocasiones, parecen rotar alrededor de un eje perpendicular al plano del disco de la nave. Una vez que las naves aterrizan, los alienígenas salen en su posición erguida paralela al eje de rotación anteriormente aludido. Y esto es lo extraño, ya que la fuerza centrífuga debería hacerles estar literalmente pegados a las paredes laterales de la nave mientras ésta viaja por el espacio sideral. Un tratamiento más correcto de este fenómeno se puede observar en la película “2001: una odisea del espacio” (1968), concretamente en la famosa escena en la que uno de los tripulantes de la inmensa nave de forma toroidal hace footing por el interior de la misma aprovechando la pseudogravedad generada por la rotación.

Finalmente, y quizá lo más importante, es el asunto de la aceleración. Los testigos de los encuentros en la primera fase suelen afirmar que los platillos volantes describen cambios repentinos de dirección a velocidades vertiginosas. Hacer esto requiere unas aceleraciones tremendas que vamos a comentar a continuación.

Pongamos el ejemplo de un coche de Fórmula 1. Si éste parte del reposo y acelera de 0 a 100 km/h en algo menos de tres segundos, la aceleración media que experimenta el piloto es de aproximadamente 10 metros por segundo cada segundo. Esto equivale a una aceleración idéntica a la de la gravedad en la superficie de nuestro planeta, es decir, la aceleración con la que se precipita un cuerpo que dejemos caer libremente cerca de la superficie terrestre. Comúnmente, a esta aceleración se la denomina g. Así, 20 metros por segundo cada segundo suele decirse 2 g´s; 30 metros por segundo cada segundo 3g´s y así sucesivamente.

Pero dejemos que nuestro automóvil de Fórmula 1 describa una curva de 100 metros de radio a 250 km/h. La aceleración que siente el piloto, en este caso, es de 5 g´s. Es como si el cuerpo del piloto pesase 5 veces más de lo normal. De ahí que los pilotos coloquen en sus habitáculos un apoyacabezas para estar más cómodos al describir curvas cerradas y que, por ello, necesiten ejercitar mucho los músculos del cuello, que son los que más sufren (hay que tener en cuenta que una cabeza humana ronda los 8 kg de peso). Pero sigamos con las cifras. Si un vehículo que se desplaza a 65 km/h sufre una colisión y se detiene en una décima de segundo, la desaceleración que sufre es de 18 g´s. Un platillo volante desplazándose a algo más de 1.000 km/h y que girase repentinamente hacia un lado en ángulo recto a la misma velocidad en una décima de segundo sufriría una aceleración de 300 g´s.

Los pilotos de combate, que son, probablemente, las personas que experimentan las mayores
aceleraciones en este mundo, raramente superan las 10 g´s, lo cual significa que si pretenden describir un ángulo recto, como el platillo volante anterior, emplearían 3 segundos. Para poder soportar estas tremendas aceleraciones, los pilotos permanecen embutidos en unos trajes especiales que obligan a la sangre a no acumularse en las extremidades y a fluir a la cabeza de forma que no pierdan el conocimiento. El récord de aceleración para un ser humano parece estar en unas 17 g´s durante unos 4 minutos aproximadamente, y para ello fue necesario emplear una enorme centrifugadora. Los mismos astronautas parten de cero hasta alcanzar casi los 40.000 km/h y emplean unos 15 minutos haciendo uso de las distintas fases del cohete, con lo que las aceleraciones experimentadas difícilmente superan las 4 o 5 g´s.

Las fuerzas involucradas en estos cambios de velocidad tan grandes en tan cortos lapsos de tiempo son de tal magnitud que pueden llegar incluso a destruir los vehículos, sobre todo los aviones de combate. Un ejemplo es la escena de “Superman Returns” (2006), en la que nuestro héroe detiene en pleno vuelo el avión en el que viaja Lois Lane… En las imágenes se pueden apreciar unas ondas que se propagan por el fuselaje al mismo tiempo que éste se deforma apreciablemente.

Decididamente, si de verdad proceden de otras galaxias, los platillos volantes deben atravesar distancias tan grandes que para poder realizar el periplo en un tiempo razonable deberían poder propulsarse a velocidades comparables a la de la luz en el vacío. Pero esto vuelve a requerir aceleraciones espeluznantes (a no ser que su tecnología alienígena haya desarrollado un sistema desconocido por nosotros, terrícolas atrasados). Acelerar hasta el 10% de la velocidad de la luz en unos 50 minutos supondría sufrir 1.000 g´s. Si no quisiesen perder tiempo en acelerar y lo consiguiesen en 30 segundos serían 100.000 g´s. En cambio, si no dispusiesen de una tecnología
y unos materiales capaces de soportar estas tensiones y quisiesen mantener una aceleración similar a la que disfrutamos aquí en la Tierra, necesitarían algo menos de 35 días. Y eso solamente para alcanzar una velocidad equivalente a la décima parte de la velocidad de la luz. En el hipotético caso de que un objeto pudiera alcanzar tal velocidad (semejante hazaña viene prohibida por la teoría especial de la relatividad), sería necesario casi un año de aceleración y otro más para detenerse. Por cierto, este hecho se refleja en la famosa novela de Pierre Boulle, llevada al cine por Franklin J.Schaffner en 1968, “El planeta de los simios”.

Hemos visto hasta aquí algunos aspectos relacionados con la física que hacen muy difícil creer en la existencia de las naves que dicen ver los testigos de OVNIS. Prestemos atención ahora al aspecto sociológico y psicológico del fenómeno.

Es significativo que un asunto del que en realidad sabemos tan poco, los ovnis, provoque tantas emociones. Especialmente es así en el frenesí de las denuncias de abducciones por extraterrestres. Al fin y al cabo, de ser ciertas, ambas hipótesis –la invasión de manipuladores sexuales extraterrestres o una epidemia de alucinaciones- nos enseñan algo que deberíamos saber. Quizá la razón de que las reacciones sean tan fuertes es que las dos alternativas tienen implicaciones desagradables.

Según se revela en repetidas encuestas a lo largo de los años, una cantidad demasiado alta de gente cree que nos visitan seres extraterrestres en ovnis. Según los más entusiastas de los OVNIS, no sólo el 79% de la gente cree en visitas extraterrestres de una u otra clase sino que entre el 10 y el 20% declara haber experimentado episodios sólo explicables mediante la abducción. Según estos mismos informadores, el 2% de los norteamericanos han sido abducidos, muchos de ellos repetidas veces, por seres de otros mundos. La cuestión de si los encuestados habían sido secuestrados realmente por extraterrestres no se planteó nunca.

Si creyésemos la conclusión alcanzada por los que financiaron e interpretaron los resultados de estas encuestas, y si los extraterrestres no son parciales con los americanos, el número de abducidos en todo el planeta sería superior a 120 millones de personas. Eso significa una abducción cada pocos segundos durante las últimas décadas. Es sorprendente que no lo hayan notado más vecinos.

¿Qué ocurre aquí? Cuando uno habla con los que se autodescriben como abducidos, la mayoría parecen muy sinceros, aunque sometidos a fuertes emociones. Algunos psiquiatras que los han examinado dicen que no encuentran más pruebas de psicopatología en ellos que en el resto de la gente. ¿Por qué una persona declararía haber sido abducida por criaturas extraterrestres si no fue así? ¿Podrían equivocarse todas estas personas, o mentir, o alucinar la misma historia (o similar)? ¿O es arrogante y despreciable cuestionar siquiera el sentido común de tantas personas?

Por otro lado, ¿sería posible que hubiera realmente una invasión extraterrestre masiva, que se
realizaran procedimientos médicos repugnantes sobre millones de hombres, mujeres y niños inocentes, que se utilizara a los humanos como reproductores durante muchas décadas y que todo eso no fuera conocido en general y comentado por medios de comunicación, médicos y científicos responsables y por los gobiernos que han jurado proteger la vida y el bienestar de sus ciudadanos? O, como han sugerido muchos, ¿hay una conspiración del gobierno/gobiernos para mantener a los ciudadanos alejados de la verdad?

¿Por qué unos seres tan avanzados en física e ingeniería –que cruzan grandes distancias interestelares y atraviesan paredes como fantasmas- son tan atrasados en lo que respecta a la biología? ¿Por qué, si los extraterrestres intentan llevar sus asuntos en secreto, no eliminan perfectamente todos los recuerdos de las abducciones? ¿Demasiado difícil para ellos? ¿Por qué los instrumentos de examen son macroscópicos y recuerdan tanto los que podemos encontrar en el ambulatorio del barrio? ¿Por qué tomarse la molestia de repetidos encuentros sexuales entre extraterrestres y humanos? ¿Por qué no robar unos cuantos óvulos y esperma, leer
todo el código genético entero y fabricar luego tantas copias como se quiera con las variaciones genéticas que se quiera? Hasta nosotros, los humanos, que todavía no podemos cruzar rápidamente el espacio interestelar ni atravesar las paredes, podemos clonar células. ¿Cómo podríamos ser resultado los humanos de un programa de cría extraterrestre cuando compartimos el 99,6% de genes activos con los chimpancés? Nuestra relación con los chimpancés es más estrecha que la que hay entre ratas y ratones. La preocupación por la reproducción en estos relatos alza una bandera de advertencia, especialmente teniendo en cuenta el inestable equilibrio entre el impulso sexual y la represión social que ha caracterizado siempre a la condición humana, y el hecho de que vivimos en una época de espantosos relatos, verdaderos y falsos, de abuso sexual de niños.

A diferencia de muchos medios de comunicación, los encuestadores y los que escribieron el informe “oficial” no preguntaron nunca a los encuestados si habían sido abducidos por extraterrestres. Lo dedujeron: los que alguna vez se han despertado con presencias extrañas alrededor, que alguna vez inexplicablemente creían volar por el aire, etc., han sido abducidos. Los encuestadores ni siquiera comprobaron si notar presencias, volar, etc,.. formaba parte de un mismo incidente o de otro distinto. Su conclusión –que millones de personas han sido abducidas- es espuria basada en un planteamiento poco acertado del experimento.

Con todo, al menos cientos de personas, quizá miles, que afirman haber sido abducidos han acudido a terapeutas simpatizantes o se han unido a grupos de apoyo de abducidos. Quizá haya otros con problemas similares pero, temerosos del ridículo o del estigma de enfermedad mental, se han abstenido de hablar o de pedir ayuda.

Se dice también que algunos abducidos se resisten a hablar por temor a la hostilidad y rechazo de los escépticos de línea dura (aunque muchos aparecen encantados en programas de radio y televisión). Se supone que su desconfianza incluye también a las audiencias que ya creen en abducciones por extraterrestres. Pero quizá haya otra razón: ¿podría ser que los propios sujetos no estuvieran seguros –al menos al principio, al menos antes de contar la historia repetidas veces- de si lo que recuerdan es un acontecimiento externo o un estado mental?


(Continuará....)
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domingo, 3 de abril de 2011

OVNIS: la gran alucinación colectiva (3)


En 1947 se armó un gran revuelo con uno o más platillos volantes supuestamente accidentados cerca de Roswell, Nuevo México. Hay algunos informes iniciales y fotografías de periódicos del incidente que son totalmente coherentes con la idea de que eran los restos de un globo de gran altitud accidentado. Pero algunos residentes de la región –especialmente décadas después- recuerdan materiales más extraños, jeroglíficos enigmáticos, amenazas del personal militar a los testigos si no callaban lo que sabían y la historia canónica de que se metió en un avión la maquinaria extraterrestre y partes del cuerpo y se enviaron al Mando de Material de la Fuerza Aérea en la base de Wright-Patterson. Algunas de las historias del cuerpo extraterrestre recuperado, aunque no todas, están asociadas con este incidente.

Philip Klass, un escéptico que se ha dedicado a los ovnis desde hace mucho tiempo, reveló una carta posteriormente desclasificada de fecha de 27 de julio de 1948, un año después del “incidente” Roswell, del general de división C.B.Cabell, entonces director de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas (y, posteriormente, como oficial de la CIA, una figura central en la fracasada invasión de Cuba en bahía de Cochinos). Cabell preguntaba a los que le habían informado qué podían ser los ovnis. Él no tenía ni idea. En una respuesta resumida de 11 de octubre de 1948 -que incluía información explícita en posesión del Mando de Material- vemos que se dice al director de Inteligencia que tampoco nadie de las Fuerzas Aéreas tiene ninguna pista. Eso hace improbable que el año anterior hubieran llegado fragmentos de ovnis y sus ocupantes a Wright-Patterson.

La principal preocupación de las Fuerzas Aéreas norteamericanas era que los ovnis pudieran ser rusos. Ante el enigma de por qué los rusos probaban los platillos volantes sobre Estados Unidos, se propusieron cuatro respuestas: “1) Socavar la confianza de Estados Unidos en la bomba atómica como el arma más avanzada y decisiva en la guerra. 2) Realizar misiones de reconocimiento fotográfico. 3) Comprobar las defensas aéreas de Estados Unidos. 4) Realizar vuelos de familiarización (para bombardeos estratégicos) sobre el territorio de Estados Unidos". Ahora sabemos que los ovnis no eran ni son rusos y, por mucho interés que tuvieran los soviéticos por los objetivos 1 a 4, no los perseguían con platillos volantes.

Gran parte de las pruebas relativas al “incidente” Roswell parecen apuntar al lanzamiento de un
grupo de globos de gran altitud, quizá desde el campo aéreo de la Armada de Alamogordo o del campo de pruebas de White Sands, que se estrellaron cerca de Roswell; el personal militar recogió apresuradamente los restos de instrumentos secretos, y en seguida aparecieron artículos en la prensa anunciando que era una nave espacial de otro planeta y una serie de recuerdos que van fermentando a lo largo de los años y se avivan ante la oportunidad de un poco de fama y fortuna (En Roswell hay dos museos que son puntos importantes de la ruta turística).

Un informe encargado en 1994 por el secretario de las Fuerzas Aéreas y el Departamento de Defensa en respuesta a la insistencia de un congresista de Nuevo México identifica los residuos de Roswell como restos de un sistema de detección acústica de baja frecuencia que llevaban los globos, de largo alcance y altamente secreto, llamado “Proyecto Mogul”: un intento de captar explosiones de armas nucleares soviéticas a altitudes de la tropopausa.

Los investigadores de las Fuerzas Aéreas, tras registrar meticulosamente los archivos secretos de 1947, no encontraron pruebas de un aumento de tráfico de mensajes. No constaban indicaciones ni avisos, observación de alertas, ni un mayor ritmo de actividad operativa que lógicamente se generaría si un aparato extraterrestre, con intenciones desconocidas, entrara en territorio de Estados Unidos… Los registros indican que no ocurrió nada de eso (o, si ocurrió, fue controlado por un sistema de seguridad tan eficiente y estricto que nadie, de Estados Unidos ni de ninguna otra parte, ha podido repetir desde entonces. Si en aquella época hubiera habido un sistema así, también se habría usado para proteger los secretos atómicos norteamericanos de los soviéticos, pero la historia ha demostrado claramente que no fue ése el caso).

Los objetivos de radar que llevaban los globos fueron fabricados en parte por compañías de juguetes de Nueva York, cuyo inventario de motivos decorativos parece propiciar que muchos años después se recuerden como jeroglíficos extraterrestres.

El apogeo de los ovnis corresponde a la época en que comenzaba a cambiarse el principal vehículo
de lanzamiento de armas nucleares de los aviones a los misiles. Un problema técnico importante era la entrada en la atmósfera: hacer volver un morro de cohete a través de la atmósfera de la Tierra sin que se queme en el proceso (como se destruyen los pequeños asteroides y cometas al pasar a través de las capas superiores del aire). Algunos materiales, geometrías de morro y ángulos de entrada son mejores que otros. La observación de las entradas (o los lanzamientos más espectaculares) podían revelar muy bien el progreso de Estados Unidos en esta tecnología estratégica vital o, peor, sus defectos de diseño; todo eso podría sugerir a un adversario qué medidas defensivas debía tomar. Como es comprensible, el tema se consideraba altamente delicado.

Es inevitable que hubiera casos en que se ordenara al personal militar no hablar de lo que había visto, o que observaciones aparentemente inocuas fueran clasificadas repentinamente de máximo secreto con criterios limitados a la necesidad de conocimiento. Los oficiales de las Fuerzas Aéreas y los científicos civiles, al pensar en ello años después, podían concluir perfectamente que el gobierno había decidido encubrir los ovnis. Si se considera ovnis a los morros de cohete, la acusación es justa.

Analicemos la argucia. En la confrontación estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la adecuación de las defensas aéreas era un tema vital. Era el punto 3 de la lista del general Cabell. Si se podía encontrar una debilidad, podría ser la clave de la “victoria” en una guerra nuclear incondicional. La única manera segura de probar las defensas de un adversario es hacer volar un avión por encima de sus fronteras y ver cuánto tiempo tarda en detectarlo. Estados Unidos lo hacía de manera rutinaria para probar las defensas aéreas soviéticas.

En la década de los años cincuenta y sesenta, Estados Unidos tenía sofisticados sistemas de defensa de radar que cubrían las costas del este y del oeste, y especialmente sus accesos del norte (por los que seguramente llegaría un ataque de bombarderos o misiles soviéticos). Pero había una parte más vulnerable: no había ningún sistema de aviso eficaz para detectar el acceso desde el sur, mucho más complicado geográficamente. Esta información, desde luego, es vital para un adversario potencial. Sugiere inmediatamente una argucia: digamos que uno o más de los aviones de alto rendimiento del adversario salen del Caribe, por ejemplo, hacia el espacio aéreo de Estados Unidos y penetran por el río Mississippi unos cientos de kilómetros hasta que los capta un radar de la defensa aérea. Entonces, los intrusos salen inmediatamente de allí (O, como experimento de control, se comisiona una unidad de aviones de alto rendimiento y se envía en salidas no anunciadas para determinar la porosidad de las defensas aéreas americanas). En
este caso, puede haber avistamientos de observadores militares y civiles y gran número de testimonios independientes. Lo que se relata no corresponde a ninguna aeronave conocida. Las autoridades de las Fuerzas Aéreas y de aviación civil declaran sinceramente que ninguno de sus aviones era responsable. Aunque hayan estado pidiendo al Congreso que financiara un sistema de alarma eficaz en el sur, es improbable que las Fuerzas Aéreas admitan que no han captado la llegada de aviones soviéticos o cubanos hasta que estaban en Nueva Orleáns, menos todavía en Memphis.

También aquí tenemos todas las razones para creer que se debió de ordenar a un equipo investigador técnico de alto nivel, a los observadores de las Fuerzas Aéreas y a los civiles que mantuvieran la boca cerrada, y que se diera no sólo la apariencia sino la realidad de la supresión de datos. Tampoco aquí esta conspiración de silencio tiene por qué tener nada que ver con naves extraterrestres. Décadas más tarde, todavía hay razones burocráticas para que el Departamento de Defensa siga guardando silencio sobre aquellos problemas. Hay un conflicto potencial de intereses entre las preocupaciones localistas del Departamento de Defensa y la solución del enigma de los ovnis.

Además, algo que preocupaba entonces tanto a la CIA como a las Fuerzas Aéreas era que los ovnis fueran un medio de obstruir los canales de comunicación en una crisis nacional y confundir las observaciones visuales y de radar de aeronaves del enemigo: un problema de señal/ruido que es en cierto modo lo que busca la argucia.

En vista de todo esto, es muy probable que al menos algunos informes y análisis de ovnis, y quizá voluminosos archivos, se han hecho inaccesibles al público que paga los impuestos. La guerra fría ha terminado, la tecnología de misil y de globo ha quedado prácticamente obsoleta o está al alcance de todos, y los que podrían sentirse turbados ya no están en el servicio activo. Lo peor, desde el punto de vista militar, sería tener que reconocer -de nuevo- que se confundió o mintió al público americano en interés de la seguridad nacional.

Una de las intersecciones más estimulantes que se han comentado entre los ovnis y el secreto
son los llamados documentos MJ-12. A finales de 1984, según cuenta la historia, apareció un sobre que contenía un rollo de película expuesta pero no revelada en el buzón de un productor de cine, Jaime Shandera, interesado en los ovnis y el encubrimiento del gobierno (no deja de ser curioso que ocurriera justo cuando salía para ir a comer con el autor de un libro sobre los supuestos acontecimientos de Roswell, Nuevo México). Cuando revelaron la película, “resultó ser” página tras página de una orden ejecutiva altamente reservada, “sólo para sus ojos”, con fecha de 24 de septiembre de 1947, en la que el presidente Harry S.Truman aparentemente nombraba un comité de doce científicos y oficiales del gobierno para examinar una serie de platillos volantes accidentados y pequeños cuerpos de extraterrestres. La formación del comité MJ-12 es destacable porque en él constan exactamente los nombres de los miembros militares, de inteligencia, de ciencia e ingeniería que habrían sido convocados a investigar estos accidentes si hubieran ocurrido. En los documentos MJ-12 hay sugestivas referencias a apéndices sobre la naturaleza de los extraterrestres, la tecnología de sus naves y cosas así, pero no se incluyen en la misteriosa película.

Las Fuerzas Aéreas dicen que el documento es falso. El experto en ovnis Philip J.Klass y otros encuentran inconsistencias lexicográficas y tipográficas que sugieren que todo es un engaño. Los que compran obras de arte se preocupan por la procedencia de sus cuadros, es decir, quién fue el último propietario y quién el anterior, y así hasta el artista original. Si faltan eslabones en la cadena –si sólo se puede seguir el rastro de un cuadro de trescientos años de antigüedad durante sesenta y después no tenemos ni idea de en qué casa o museo estaba expuesto –surgen señales de aviso de falsificación. Como el beneficio para los falsificadores de arte es muy alto, los coleccionistas deben ser especialmente cautos. El punto más vulnerable y sospechoso de los documentos MJ-12 radica precisamente en esta cuestión de procedencia: una prueba dejada milagrosamente en el umbral, como salida de una historia de cuento de hadas.

Hay muchos casos similares en la historia humana: súbitamente aparece un documento de procedencia dudosa con información de gran importancia que sostiene con contundencia la argumentación de los que han hecho el descubrimiento. Después de una cuidadosa, y en algunos casos valiente, investigación, se demuestra que el documento es falso. No cuesta nada entender la motivación de los embaucadores. Un ejemplo más o menos típico es el libro del Deuteronomio: lo descubrió el rey Josías en el Templo de Jerusalén y, milagrosamente, en medio de una importante lucha de reforma, encontró en él la confirmación de todos sus puntos de vista.

Otro caso es lo que se llama Donación de Constantino. Constantino el Grande fue el emperador
que hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio romano. Murió en el año 337. En el siglo IX empezaron a aparecer referencias a la Donación de Constantino en los escritos cristianos: en ella, Constantino lega a su contemporáneo el papa Silvestre I todo el Imperio Romano occidental, incluida Roma. Este pequeño presente, según contaba la historia, se debía a la gratitud de Constantino, que se curó de la lepra gracias a Silvestre. En el siglo XI, los papas se referían con regularidad a la Donación de Constantino para justificar sus pretensiones de ser gobernantes no sólo eclesiásticos sino también seculares de la Italia central. A lo largo de la Edad Media, la Donación se consideró genuina tanto por parte de los que apoyaban las pretensiones temporales de la Iglesia como de los que se oponían.

Lorenzo de Valla era un polígrafo del Renacimiento italiano. Un hombre controvertido, brusco, crítico, arrogante y pedante, que fue atacado por sus contemporáneos por sacrilegio, impudicia, temeridad y presunción… entre otras imperfecciones. Tras concluir que, por razones gramaticales, el credo de los apóstoles no podía haber sido escrito realmente por los doce apóstoles, la Inquisición le declaró hereje y sólo la intervención de su mecenas, Alfonso, rey de Nápoles, impidió que fuera inmolado. Inasequible al desaliento, en 1440 publicó un tratado demostrando que la Donación de Constantino era una burda falsificación. El lenguaje del documento equivalía al latín cortesano del siglo IV como el cockney de hoy al inglés normativo. Gracias a Lorenzo de Valla, la Iglesia católica romana ya no reclama el derecho a gobernar las naciones de Europa por la Donación de Constantino. Se cree en general que esta obra, cuya procedencia tiene un vacío de cinco siglos, fue falsificada por un clérigo adscrito a la curia de la Iglesia en la época de Carlomagno, cuando el papado (y especialmente el papa Adriano I) defendía la unificación de la Iglesia y el Estado.

Asumiendo que ambos documentos pertenecen a la misma categoría, los MJ-12 son un engaño más inteligente que la Donación de Constantino. Pero tienen mucho en común en el aspecto de la procedencia, el interés concedido y las inconsistencias lexicográficas.

La idea de un encubrimiento para mantener oculto el conocimiento de vida extraterrestre o de las abducciones durante más de sesenta años, sabiéndolo cientos, si no miles de empleados del gobierno es notable. Es cierto que los gobiernos guardan secretos rutinariamente, incluso secretos de un interés general sustancial. Pero el objetivo ostensible de tanto secreto es proteger al país y sus ciudadanos. Sin embargo, en este caso es diferente. La supuesta conspiración de los que controlan la seguridad es impedir que los ciudadanos sepan que hay un ataque extraterrestre continuo sobre la especie humana. Si fuera verdad que los extraterrestres abducen a millones de personas, sería mucho más que un asunto de seguridad nacional. Tendría un impacto en la seguridad de todos los seres humanos de la Tierra. Con todo eso en juego, ¿es verosímil que ninguna persona con un conocimiento real y pruebas, en casi doscientas naciones, se decida a tocar las campanas y hablar para ponerse del lado de los humanos y no de los extraterrestres?

Desde el final de la guerra fría, la NASA ha tenido que dedicar grandes esfuerzos a la búsqueda de misiones que justifican su existencia: particularmente, una buena razón para enviar humanos al espacio. Si la Tierra fuera visitada diariamente por extraterrestres hostiles, ¿no se aferraría la NASA a esta oportunidad para aumentar su financiación? Y si hubiera una invasión de extraterrestres en curso, ¿por qué las Fuerzas Aéreas, dirigidas tradicionalmente por pilotos, iban a abandonar los vuelos espaciales tripulados para lanzar todas sus cápsulas en cohetes sin tripulación?

El Departamento de Defensa, como los ministerios similares de todas las naciones, prosperan con enemigos, reales o imaginarios. No tiene ningún sentido pensar que la existencia de un adversario como éste sea ocultada por la organización que más se beneficiaría de su presencia. La posición general posterior a la guerra fría de los programas espaciales militar y civil de Estados Unidos y otras naciones hablan poderosamente contra la idea de que haya extraterrestres entre nosotros… a no ser, desde luego, que también se oculte la noticia a los que planifican la defensa nacional de cada país.

Un estudio de 1969 de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, aunque reconociendo
que había informes “no fácilmente explicables” concluía que “la explicación menos probable de los ovnis es la hipótesis de visitas de seres extraterrestres inteligentes”. Pensemos en cuántas “explicaciones” distintas puede haber: viajeros del tiempo, demonios de algún inframundo, brujería, turistas de otra dimensión, las almas de los muertos, o un fenómeno “no cartesiano” que no obedece a las normas de la ciencia o ni siquiera de la lógica. En realidad, cada una de esas “explicaciones” se ha propuesto con seriedad. Decir “menos probable” no es poco. Este exceso retórico es una muestra de lo desagradable que ha llegado a ser el tema para muchos científicos.
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