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domingo, 29 de mayo de 2011

Ciencia y Religión (2)


Para los historiadores de la ciencia y la religión existen dos formas de objeción al “paradigma del conflicto” defendido por los racionalistas de la Ilustración, los librepensadores victorianos y los científicos ateos contemporáneos. La primera es reemplazar la imagen de conflicto por una de complejidad al tiempo que poner el énfasis en las diferentes formas en las que ciencia y religión han interaccionado a lo largo del tiempo, en diferentes lugares y circunstancias locales. Algunos científicos han sido religiosos, otros ateos; algunas denominaciones religiosas han dado la bienvenida a la ciencia moderna, otras se muestran recelosas. Reconocer que ni Ciencia ni Religión son entidades monolíticas, singulares y sencillas, es parte importante de este planteamiento, así como la afirmación de la existencia de considerables diferencias nacionales. Por ver sólo el ejemplo más obvio, los debates sobre evolución y religión: desde comienzos del siglo XX y hasta el presente, se han desarrollado de forma bastante distinta en los Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Los debates que tienen lugar en las escuelas de Norteamérica sobre la enseñanza de la evolución se dan en circunstancias muy específicas dentro de ese país, especialmente relacionadas con la interpretación de la Primera Enmienda a su Constitución, la cual prohíbe al gobierno aprobar ninguna ley respecto a la adopción de una religión o la prohibición de la libertad de culto.

Si esta primera estrategia para rebatir la idea de conflicto consiste en cambiar el argumento, la segunda equivale a cambiar los papeles principales. En esencia, consistiría en lo siguiente: sí, existen conflictos que parecen tener lugar entre ciencia y religión, y son reales, pero en realidad, los antagonistas son otros. Entramos así de lleno en la complejidad de la Historia. Los protagonistas de esta lucha no han sido siempre los mismos, pero la idea general es que el verdadero enfrentamiento es político, relacionado con la producción y diseminación del conocimiento. La oposición ciencia-religión se contempla entonces desde un punto de vista de individuo contra Estado, o liberalismo secular contra tradicionalismo conservador. Es interesante resaltar que en la Norteamérica de nuestros días, por ejemplo, aquellos que defienden o atacan la enseñanza de la evolución en las escuelas se han presentado a sí mismos como representantes de los derechos y las libertades del pueblo contra un establishment intolerante y autoritario que controla los programas educativos. En los años veinte del siglo pasado, ese establishment era retratado por los defensores de la evolución como cristiano y conservador, pero para algunos grupos religiosos actuales, parece que es la élite secular y liberal la que ha tomado el control del sistema educativo. Los debates sobre la ciencia y la religión proporcionan a ciertos grupos la oportunidad de ejercer mayor influencia social y más control sobre los mecanismos de la educación pública. Y esto es una lucha política.

Estas cuestiones sobre la política del conocimiento merecen ser tratados con más detalle en
futuras entradas. Por el momento, veamos sólo un ejemplo, el del filósofo y militante Thomas Paine. Fabricante de corsés sin éxito, cosechó el mismo fracaso como recaudador de impuestos o escritor político. Abandonó su Inglaterra natal para comenzar una nueva vida en América en 1774. Cuando llegó a Filadelfia, encontró trabajo como editor del Pennsylvania Magazine. Un par de años después, su polémico panfleto “Common Sense” (1776) se convirtió en una de las inspiraciones que llevaron a los colonos americanos a levantarse contra el gobierno británico, estableciendo de paso a Paine como uno de los autores más populares de la época.

Asociado a Benjamin Rush, Thomas Jefferson y otros Padres Fundadores de los Estados Unidos de América, la filosofía política democrática y anti-monárquica de Paine dio forma a la Declaración de Independencia. Tras la política, las otras pasiones de este singular personaje fueron la ciencia y la ingeniería. Había asistido a conferencias sobre Newton y la astronomía en Inglaterra y pasó muchos años trabajando en el diseño de un puente de un solo ojo inspirado en la delicada obra de la Naturaleza que es la tela de araña. Toda su filosofía descansaba en la ciencia. Interpretaba las revoluciones y los cambios en los gobiernos como un paralelismo a los movimientos de los cuerpos celestiales. Cada una de esas trayectorias, de esos cambios, respondía a un proceso natural, inevitable y gobernado por una estricta ley.

Más adelante en su vida, habiendo participado tanto en la revolución americana como en la francesa, puso su atención intelectual en la monarquía y el cristianismo. Las instituciones propias del cristianismo eran tan ofensivas a su sensibilidad ilustrada y newtoniana como las del gobierno monárquico. En su “La Edad de la Razón” (1794), Paine se quejaba de la “continua persecución llevada a cabo por la Iglesia, durante varios siglos, contra las ciencias y contra los profesores de ciencia”.

La versión de Paine del conflicto ciencia-religión cobra sentido dentro de su contexto político. Paine fue, como masón (llegó a escribir un tratado sobre el tema: "An Essay on the Origin of Free-Masonry" (1803-1805) ) un pensador científico que atacó la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, con sus historias de “voluptuosas carnicerías” entre los israelitas y el “implacable rencor” de su Dios. Ante el escándalo de sus amigos, Paine escribió de la Biblia: “la detesto de verdad, como detesto todo lo que sea cruel”.

Paine también despellejaba retóricamente a la clase sacerdotal que intervenía en la “adúltera relación” entre la Iglesia de Inglaterra y el Estado británico. Sin embargo, lo que deseaba no era el final de la religión, sino su sustitución por una religión racional basada en el estudio de la naturaleza, una que reconociera la existencia de Dios, la importancia de la moralidad y la esperanza de una vida tras la muerte, pero que prescindiera de las escrituras, los sacerdotes y la autoridad del Estado. Sus motivos eran democráticos. Las iglesias nacionales ejercían un poder ilegítimo sobre el pueblo arrogándose una conexión especial y privilegiada con las verdades y revelaciones divinas. Para él, cualquiera podía leer los libros sagrados y comprender a través de ellos el poder, la bondad y la generosidad de Dios.

En la religión deísta (postura filosófica que acepta la existencia y la naturaleza de Dios mediante la razón y la experiencia personal en lugar de hacerlo a través de los elementos comunes de las religiones teístas como la revelación directa, la fe o la tradición) propuesta por Paine, no había necesidad de someterse a los sacerdotes o el Estado. La ciencia podía ayudar en la transición demostrando que cualquier persona podía encontrar a Dios mirando al cielo nocturno en lugar de leer la Biblia o ir a la Iglesia. Escribió: “Lo que ahora se llama Filosofía Natural, que abarca todo el ámbito de la ciencia, de la que la astronomía ocupa el lugar principal, es el estudio de las obras de Dios, y del poder y la sabiduría de Dios y sus obras, y es la verdadera teología”.

Los ideales democráticos de Paine, incluyendo la separación de Iglesia y Estado, están plasmados
en los documentos fundadores de los Estados Unidos. Es decir, el debate Religión-Estado acabó formando parte del debate político, como sucede en la América contemporánea. Los políticos americanos que niegan la validez de la teoría de la evolución y defienden la enseñanza en las escuelas de un supuesto “Diseño Inteligente”, no lo hacen por razones científicas. Lo hacen para enviar una señal, para indicar su apoyo general al cristianismo, su oposición a las interpretaciones secularistas de la Constitución y su hostilidad a una visión naturalista y material del mundo.

Una última pieza interesante que apoya la sugerencia de que lo que realmente está en juego en los enfrentamientos Religión-Ciencia es la política, la podemos encontrar en dos obras teatrales de mediados del siglo XX. Cada una dramatiza un enfrentamiento famoso entre un heroico científico y un sistema religioso reaccionario y autoritario, y lo hace para defender una tesis política. Bertolt Brecht escribió “La vida de Galileo” durante la década de 1930 y principios de 1940. Brecht era un comunista alemán, se opuso al fascismo y vivió en el exilio en Dinamarca y, posteriormente, en los Estados Unidos. La obra utiliza la historia de Galileo para profundizar en los dilemas a que se enfrentan los intelectuales disidentes bajo un régimen represivo, y también para sugerir la importancia de proseguir la investigación científica con fines morales y sociales y no sólo por la mera adquisición de conocimiento. Brecht vio en la conocida historia de Galileo una lección política que podría aplicarse a un mundo que lucha contra el fascismo autoritario y, en la versión posterior de la obra, que vive a la sombra del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.

La obra “La herencia del viento”, escrita por Jerome Lawrence y Robert E.Lee y representada por primera vez en 1955, era una dramatización del juicio a Scopes de 1925. Los acontecimientos históricos en los que se basaba la obra se centran en el proceso a un maestro de escuela de Tennessee, John Scopes, por enseñar la Teoría de la Evolución infringiendo la ley del estado. “La herencia del viento” utilizaba el caso de Scopes para atacar las purgas anticomunistas de la época de McCarthy. Copes, el evolucionista heroico que resiste contra un establishment cristiano represivo, representaba la lucha por la libertad de opinión, de asociación y expresión de los simpatizantes comunistas ante una maquinaria gubernamental represiva. Entre esos simpatizantes se encontraba Bertolt Brecht, que fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947.

Tanto en el caso del “Galileo” de Brecht como en el de “La herencia del viento” de Lawrence y Lee, fueron asuntos relacionados con la libertad intelectual, poder político y moralidad lo que se escondía tras la aparente lucha Ciencia-Religión. Ocurre lo mismo en la vida real.
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jueves, 26 de mayo de 2011

Ciencia y Religión (1)


El 22 de junio de 1663, en Roma, un anciano fue encontrado culpable por la Inquisición Católica de haberse hecho “sospechoso de herejía, esto es, de haber sostenido y creído una doctrina que es falsa y contraria a las Divinas y Sagradas Escrituras”. La doctrina en cuestión era que “el Sol es el centro del universo y no se mueve de este a oeste, que la Tierra se mueve y no es el centro del universo y que uno puede sostener y defender como probable una opinión después de que ésta haya sido declarada y definida como contraria a la Sagrada Escritura”. El reo era el filósofo florentino de 70 años Galileo Galilei, quien fue sentenciado a prisión (un castigo después conmutado a arresto domiciliario) y obligado a recitar los siete salmos penitenciales una vez a la semana durante los siguientes tres años. En ellos se incluía esa frase especialmente adecuada: “Tú fundaste la tierra antiguamente. Y los cielos son obra de tus manos”. Arrodillado ante los inquisidores, Galileo aceptó su castigo, juró completa obediencia a la “Sagrada Iglesia Católica y Apostólica” y declaró que maldecía y rechazaba los “errores y herejías” de los que había sido sospechoso, esto es, la creencia en un cosmos centrado en el Sol y el movimiento de la Tierra.

No puede sorprender que esta humillación del más famoso pensador de su tiempo por haber expresado una teoría astronómica que contradecía la Biblia haya sido interpretada por algunos como evidencia de un conflicto inevitable entre la ciencia y la religión. El encuentro moderno entre evolucionistas y creacionistas parece revelar también un antagonismo que nunca ha muerto, aunque esta vez con la ciencia en la posición dominante en sustitución de la religión. El agnóstico victoriano Thomas Huxley expresó esta idea de forma muy vívida en su comentario al “Sobre el Origen de las Especies” (1859) de Charles Darwin: “Los asfixiantes teólogos rodean la cuna de todas las ciencias, como las serpientes la de Hércules; y la Historia registra que siempre que la ciencia y la ortodoxia se han opuesto la una a la otra, la última ha sido obligada a retirarse, sangrando y aplastada si no aniquilada; frustrada, si no asesinada”. La idea de conflicto ha sido también atractiva para algunos creyentes religiosos, que la utilizan para retratarse como miembros de una minoría virtuosa embarcada en una lucha heroica para proteger su fe contra las fuerzas opresivas e intolerantes de la ciencia y el materialismo.

Aunque la idea de guerra entre ciencia y religión goza de gran predicamento y popularidad, los estudios académicos más recientes sobre el tema se han centrado sobre todo en socavar el concepto de “conflicto inevitable”. Como veremos en futuras entradas, hay buenas razones históricas para rechazar ideas simplistas, desde el juicio de Galileo en la Roma del siglo XVII hasta las luchas en Norteamérica acerca de la última versión del creacionismo, conocido como “Diseño Inteligente”. Hay mucho más en todo esto que lo que parece a simple vista y, desde luego, algo más que simple conflicto. Pioneros de la ciencia moderna como Isaac Newton o Robert Boyle vieron su trabajo como parte de un plan divino dedicado a comprender la creación de Dios. Galileo también pensaba que la ciencia y la religión podían existir en armonía. La meta de un diálogo constructivo entre ciencia y religión ha sido asumida por judíos, cristianos y -en menor medida- musulmanes en el mundo contemporáneo. La idea de que el enfoque religioso está en tensión inevitable con el científico se contradice también por el elevado número de científicos religiosos que continúan interpretando su investigación como un complemento a su fe más que un desafío a la misma. Entre ellos se incluyen el físico teórico John Polkinghone, el antiguo director del Proyecto Genoma Humano Francis S.Collins y el astrónomo Owen Gingerich por nombrar sólo unos pocos.

¿Significa esto que el conflicto tiene que ser eliminado de nuestra historia?. Claro que no. Lo único que se debe evitar es la simplificación. La historia no es siempre la de un científico progresista y de mente abierta enfrentándose contra una iglesia reaccionaria e intolerante. La intolerancia, como la mente abierta, es una característica compartida por ambos bandos, como lo es la búsqueda del conocimiento, el amor por la verdad, el uso de la retórica y las incómodas y siempre oscuras relaciones con el poder estatal. Individuos, ideas e instituciones pueden y de hecho entran en conflicto o encuentran una solución de compromiso de múltiples maneras y combinaciones.

No ha existido una única e invariable relación entre las dos entidades conocidas como “Ciencia” y “Religión”. Hay, sin embargo, algunas cuestiones filosóficas y políticas que a menudo surgen en este contexto: ¿Cuáles son las fuentes más autorizadas de conocimiento? ¿Cuál es la realidad más fundamental? ¿Qué clase de criaturas somos los seres humanos? ¿Cuál es la relación adecuada que debería existir entre Iglesia y Estado? ¿Quién debería controlar la educación? ¿Puede servir como guía ética fiable una sagrada escritura? ¿Y la Naturaleza?

A la vista de esto, los debates sobre la ciencia y la religión son sobre la compatibilidad o
incompatibilidad intelectual de algunas creencias religiosas con algunos aspectos particulares del conocimiento científico. ¿Choca la creencia en la vida tras la muerte con los hallazgos científicos más modernos sobre el cerebro? ¿Es incompatible la creencia en la Biblia con la creencia de que los humanos y los chimpancés evolucionaron a partir de un ancestro común? ¿Se opone la creencia en milagros con el mundo estrictamente regulado por leyes naturales que revela la ciencia? ¿O puede la creencia en la libre voluntad y la acción divina verse apoyada y sustanciada por las teorías de la Mecánica Cuántica? Los debates ciencia-religión tratan en realidad sobre estos aspectos de compatibilidad intelectual.

Sin embargo, estas ideas encontradas son solo la punta del iceberg. Debajo se encuentran cuestiones como la manera en que pensamos acerca de la ciencia o la religión, las ideas preconcebidas, el reflejo de éticas, filosofías y políticas… temas que trataré de ir introduciendo en posteriores entradas.

El conocimiento científico se basa en la observación del mundo natural. Pero observar la Naturaleza no es una actividad tan sencilla ni solitaria como podría parecer. Cojamos la Luna, por ejemplo. Cuando miras al cielo en una noche clara, ¿qué ves? La Luna y las estrellas. Pero, ¿Qué observamos realmente? Hay un montón de pequeñas lucecitas brillantes y después un gran objeto blanco. Si no hubieras aprendido nada de ciencia, ¿qué creerías que es ese objeto? ¿Es un disco plano, como una especie de aspirina gigante? ¿O es una esfera? ¿Y por qué cambia su forma de una franja a un disco completo y viceversa? ¿Cómo están de cerca? ¿Vive gente en ellos? ¿O es un equivalente nocturno del Sol? ¿Cómo y por qué se mueve por el cielo como lo hace? ¿Hay algo que lo empuja? ¿Está unido a un mecanismo invisible de algún tipo? ¿Es un ser sobrenatural?

Bien, si estás versado en ciencia moderna, sabrás que la Luna es un gran satélite rocoso esférico que completa una órbita a la Tierra una vez al mes aproximadamente y que gira sobre sí misma en un periodo similar (lo que explica por qué siempre vemos la misma cara de la Luna). Las posiciones relativas cambiantes del Sol, la Tierra y la Luna explican por qué ésta presenta “fases”. También sabrás que todos los cuerpos físicos se atraen los unos a los otros por una fuerza gravitacional directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa, y que esto ayuda a explicar los movimientos regulares de la Luna alrededor de la Tierra y de ésta alrededor del Sol. Sabrás asimismo que las pequeñas luces en el cielo nocturno son estrellas, similares a nuestro Sol, que las que son visibles a simple vista están a miles de años luz de distancia y aquellas sólo observables mediante telescopio se hallan a millones o miles de millones de años luz; esto significa que mirar al cielo nocturno es hacerlo al pasado distante de nuestro universo.

Pero todo eso no lo has aprendido a través de la observación. Te lo han dicho. Posiblemente lo hayas aprendido de tus padres, de un profesor de ciencias en la escuela, un programa de televisión o una enciclopedia. Incluso los astrónomos profesionales nunca comprueban empíricamente la verdad de las afirmaciones que acabo de indicar en el anterior párrafo. La razón para ello no es que los astrónomos sean perezosos o incompetentes; simplemente, pueden confiar en las observaciones autorizadas que se han ido acumulando a lo largo de los siglos así como a los razonamientos teóricos aceptados por la comunidad científica como verdad física fundamental.

Lo que quiero decir es que aunque es cierto que el conocimiento científico está basado y contrastado con observaciones en el mundo natural, se trata de algo mucho más complejo que simplemente centrar tus órganos sensoriales en la dirección adecuada. Como individuo, incluso como científico, sólo una diminuta fracción de lo que sabemos está basada directamente en las propias observaciones. E incluso entonces, esas observaciones sólo tienen sentido como parte de un complejo marco de hechos y teorías preexistentes que han sido acumuladas y desarrolladas a lo largo de los siglos. Lo que sabemos sobre la Luna y las estrellas se lo debemos a una larga y compleja historia cultural que ha discurrido entre la luz del cielo nocturno y nuestras reflexiones sobre la astronomía y la cosmología. Esa historia incluye el desafío de Galileo a la visión de un cosmos centrado en la Tierra con la ayuda de la astronomía de Copérnico y el recién inventado telescopio a comienzos del siglo XVII, así como a las leyes de movimiento y gravitación desarrolladas por Newton más adelante en el mismo siglo; y también gracias a desarrollos más modernos en el campo de la física y la cosmología. También incluye, y ello es importante, las historias de los mecanismos sociales y políticos que permiten y controlan la diseminación del conocimiento científico a través de libros y enseñanzas regladas.

Y, por cierto, deberíamos darnos cuenta de que la ciencia a menudo trata de demostrar que las
cosas no son lo que habitualmente podría parecernos. Esto es, que las apariencias son engañosas. La tierra bajo nuestros pies parece ser sólida y estable, y el Sol y las estrellas parecen moverse a nuestro alrededor. Pero la ciencia ha demostrado que, pese a la evidencia sensorial que apunta a lo contrario, la Tierra no sólo gira sobre sí misma, sino que se mueve alrededor del Sol a gran velocidad. De hecho, uno de los personajes de la obra de Galileo “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano” (1632) expresó su admiración por aquéllos que, como Aristarco y Copérnico, habían sido capaces de creer en un sistema solar centrado en el Sol antes de la invención del telescopio: “No puedo admirar lo suficiente la eminencia intelectual de aquellos que lo comprendieron y lo defendieron como la verdad. Con la mera fuerza de su intelecto hubieron de violentar sus sentidos al preferir la razón a lo que les decía la sencilla experiencia sensorial”

En tiempos más recientes, tanto la biología evolucionista como la mecánica cuántica han pedido a la gente que creyeran las cosas más implausibles –que compartimos un antecesor no sólo con los conejos sino con las zanahorias, por ejemplo; o que los componentes más pequeños de la materia son simultáneamente tanto ondas como partículas. A veces la gente dice que la ciencia es sólo la sistematización de observaciones empíricas o nada más que la aplicación cuidadosa del sentido común. Sin embargo, también tienen la ambición y el potencial parea mostrarnos que nuestros sentidos nos engañan y que nuestras intuiciones básicas –el sentido común- podrían llevarnos a la equivocación.

Pero cuando miramos al cielo nocturno, puede que no te pongas a pensar en astronomía y cosmología. Puede que te sientas invadido por el sentido del poder de la Naturaleza, por la belleza y la grandiosidad de los cielos, la enormidad del espacio y el tiempo y lo insignificante que tú eres ante todo ello. Esto se asemeja más a una experiencia religiosa. Puede que esa observación sirva para reforzar nuestro sentimiento de maravilla por el poder de Dios y la inmensidad y complejidad de su creación.

Esa respuesta emocional y religiosa al cielo nocturno puede estar tan mediatizada histórica y culturalmente como la experiencia de percibir la Luna y las estrellas en términos de la cosmología contemporánea. Sin algún tipo de educación religiosa, no seríamos capaces de citar la Biblia y probablemente ni siquiera formular un concepto mínimamente desarrollado de Dios. Las experiencias religiosas individuales, como las observaciones científicas, son posibles gracias a largos procesos de colaboración humana en una búsqueda compartida por la verdad. En el caso
de la religión, lo que se halla entre la luz que incide en nuestra retina y nuestros pensamientos sobre la gloria de Dios es la larga historia de un texto sagrado en particular, su lectura e interpretación en el seno de una comunidad humana determinada. Y, como en el caso de la ciencia, una de las lecciones que podemos extraer de esta empresa comunitaria es que las cosas no son lo que parecen. Los profesores de religión, tanto como los científicos, tratan de mostrar a sus alumnos que hay un mundo oculto tras el que ven nuestros ojos, uno que podría contradecir las intuiciones y creencias más arraigadas.
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domingo, 22 de mayo de 2011

¿Por qué son redondos los planetas?



Los planetas son redondos debido a sus campos gravitatorios. Los planetas se comportan como un fluido y, a lo largo de periodos extensos de tiempo, sucumben al empuje gravitatorio de su centro de gravedad. El único modo de que toda la masa permanezca lo más cerca posible del centro de gravedad del planeta consiste en formar una esfera. Este proceso recibe el nombre técnico de “ajuste isostático”.

Con objetos más pequeños, como los asteroides de 20 km, el empuje gravitatorio es demasiado débil para vencer la fuerza mecánica del asteroide. En consecuencia, estos cuerpos no forman esferas, sino que conservan formas irregulares y fragmentarias.
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jueves, 19 de mayo de 2011

¿Cómo eliminar el olor de las axilas?


Todo el mundo huele diferente, pero un olor corporal demasiado intenso puede resultar desagradable y alienante. Como nuestros sentidos están conectados, un aroma atractivo -relacionado con un guiso o la vista de un paisaje- hacen la experiencia sensorial global más agradable. Lo mismo sucede con las personas. Los científicos han encontrado que en no pocas ocasiones el olor personal es la clave para el atractivo de ese individuo porque su huella química puede "seducir" de manera sutil a otras personas. Pero este proceso funciona también al revés. Un mal olor hará que los que le rodean sientan un irreprimible rechazo.

Algunas veces, el olor corporal se impone incluso después de haber tomado todas las precauciones higiénicas. En este caso, podríamos estar ante el síntoma de un problema mayor: la bromhidrosis, término utilizado por los médicos para referirse a un olor corporal que excede lo normal. La bromhidrosis es más normal en hombres que en mujeres y aunque las razones precisas por las que se produce no están claras, podría tener algo que ver con una glándula particular en las axilas (glándula apocrina), más activa en varones que en hembras. Pero incluso el intenso olor corporal causado por la bromhidrosis puede ser amortiguado tomando las medidas adecuadas.

En primer lugar, si sufre de obesidad, perder peso no es una opción, es necesario para mantener una salud aceptable. En este caso, además, hay un beneficio adicional. Menos peso significa que el cuerpo se verá sometido a un menor esfuerzo y, por tanto, sudará menos.

Puede que creas que el sudor es la causa del olor de tus axilas. Pero lo cierto es que el sudor propiamente dicho no tiene olor: está compuesto básicamente de agua y sal. Lo que huele son las bacterias atraídas hacia los lugares que más sudan, como los pies, las ingles o las axilas.

Para comprender las causas del olor de nuestras axilas antes tenemos que comprender cómo suda nuestro cuerpo. Bajo nuestra piel hay dos tipos de glándulas sudoríparas: las ecrinas y las apocrinas. Las primeras se abren directamente a la superficie de la piel, existen unas 600 glándulas por centímetro cuadrado de piel, con mayor concentración en palmas de las manos, plantas de los pies y región frontal de la cara. Segregan 1 litro al día en condiciones basales y pueden perder hasta 10 litros en condiciones extremas.

Por su parte, las glándulas apocrinas desembocan en el foliculo pilosebáceo saliendo al exterior su contenido junto con el sebo, segregando un sudor más espeso que es el responsable del olor característico de zonas como las axilas y los órganos sexuales, zonas a menudo cálidas y resguardadas que acumulan humedad y, por lo tanto, bacterias, las cuales, como hemos dicho, son las responsables del olor corporal.

La bromhidrosis u olor corporal excesivo está normalmente relacionada con el sudor de las glándulas apocrinas y su actividad bacteriana. Algunas veces, sin embargo, el sudor de las ecrinas también pueden producir un olor intenso al reblandecer la queratina de la superficie de la piel, o bien cuando la persona ha ingerido determinados alimentos. La bromhidrosis puede también venir provocada por alteraciones como la obesidad o la diabetes, ya que ambas están asociadas con otras circunstancias que facilitan el crecimiento bacteriano.

Para combatir el olor corporal, un primer paso lógico sería eliminar aquellos alimentos que nos hacen sudar más o que empeoran el olor del sudor. Hay que decir, no obstante, que muchas de las recomendaciones dietéticas que se dan para reducir el olor de axilas no están científicamente demostradas. Algunos estudios afirman que olemos de acuerdo con lo que comemos, esto es, ingerir algunos alimentos como ajo, curry, cebolla, pimentón y otras comidas especiadas -incluido el alcohol y la carne roja - aumenta el mal olor de nuestro sudor.

Por el contrario, según los investigadores, hay alimentos que pueden ayudar a aliviar el
problema: beber abundante agua y comer frutas, verduras y grano integral mejora la salud general y el funcionamiento metabólico, haciendo que el cuerpo funcione de forma más eficiente, reduciendo los niveles de esfuerzo y, por tanto, el sudor y el olor derivado del mismo. Además, algunos practicantes de medicinas alternativas indican que incluir en la dieta algunas comidas ricas en vitaminas, hierbas, te verde, aceite de oliva, zumos o alimentos ricos en clorofila como la espinaca, también pueden colaborar a reducir el olor.

Además de reducir el peso corporal y modificar la dieta, también se puede tratar directamente el olor, comenzando con una buena higiene:

- Dúchate diariamente utilizando jabón. No es necesario ningún producto especial. Los jabones que se anuncian como antibacterianos no son mejores que los normales.

- Dúchate siempre después de hacer ejercicio físico

- Depílate o aféitate las axilas, para que las bacterias tengan menos lugares en los que alojarse .

- Échale un vistazo a la ropa que sueles llevar. Elige prendas hechas con fibras naturales y, si practicas deporte o haces ejercicio, lleva ropa diseñada para expulsar la humedad y mantener tu cuerpo seco y así evitar la proliferación de bacterias. Mantén siempre la ropa limpia y evita llevarla demasiadas veces entre lavados.

- Otro tratamiento opcional sería la práctica de técnicas de relajación, como yoga o meditación, con el fin de reducir el estrés y sudar menos.

Si estos consejos no dan un resultado perceptible, conviene consultar con el médico, que
probablemente recetará algún tipo de desodorante con cloruro de aluminio. Funcionan creando una especie de gel que tapona los poros, reduciendo el exceso de transpiración. Las inyecciones de toxina botulímica de tipo A (Botox) pueden proporcionar un alivio más duradero.

Por último, hay algunos tratamientos quirúrgicos consistentes en la extirpación de glándulas sudoríparas succionando tejido subcutáneo a través de pequeñas incisiones en la piel. Otras intervenciones más intrusivas necesitan de más tiempo de recuperación y albergan mayores riesgos, pero sus resultados son más duraderos. No obstante, se trata todas ellas de últimos recursos para casos realmente serios.
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martes, 17 de mayo de 2011

1931- Dalí: "La persistencia de la memoria"


Un fantasma que sirve de mesa, una calavera que copula con un piano de cola, unos huevos fritos suspendidos, un espejo melancólico… no cabe duda de que el mundo que aparece en los cuadros de Salvador Dalí es extraño. Se le ha criticado por ello, con frecuencia y severidad. Se le consideró neurótico, perverso y loco. Uno de los epítetos más inofensivos que le aplicaron fue “excéntrico erotomaníaco”. Nada de todo esto le molestaba lo más mínimo.


A los 25 años, el excéntrico catalán se enamoró de Elena Diakonova. La llamó Gala y, tan escandalosa como él, compartió con él el resto de su vida. Dali buscaba maneras ingeniosas de cortejarla: se cortó su mejor camisa tan corta que dejaba al descubierto el ombligo; se puso los pantalones del revés, se tiñó el pelo de las axilas de color azul intenso y se untó el cuerpo con una mezcla de paté de pescado, estiércol de pato y gelatina. Justo antes de que Gala entrara en casa se lavó aquella mezcla apestosa, se cambió de ropa y se dejó caer a sus pies, riendo histéricamente. Ella lo encontraba repulsivo, pero al terminar el año, prometió: “¡Mi niño pequeño! ¡Nunca nos abandonaremos!”

Dalí fue un niño que nunca creció. Malcriado por su permisiva madre, llevaba a cabo experimentos sádicos y sus informes escolares eran tan malos que, como cuenta un biógrafo, sus padres estaban deshechos. No obstante, todas aquellas estratagemas salvaguardaban de la intervención externa su creatividad desbordante, que surgía de una imaginación inagotable. Se convirtió en uno de los grandes visionarios del movimiento surrealista y la pintura moderna.


Influido por la psicología freudiana e inspirado por su propio subconsciente, apresó el mundo irracional de sus sueños, visiones y alucinaciones en sus lienzos con una meticulosa objetividad. Maníaco del detalle, escribió libros sobre todo lo que hacía y creó decorados de ballet y guiones de cine rebosantes de sus grotescos motivos. Dalí era, sin duda, un megalomaníaco obsesionado consigo mismo y colérico, por añadidura. Era a la vez anarquista y admirador de la monarquía y se le ha acusado de tener tendencias fascistas. Públicamente, proclamó su derecho a estar loco. Sin embargo, se supone que se basó en la prosaica realidad por lo menos para parte de su inspiración. Se dice que pintó “La persistencia de la memoria” después de comer queso camembert.
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domingo, 15 de mayo de 2011

¿Cuál es el origen de la expresión OK?



Hay muchas teorías sobre el origen del famoso okay (O.K) americano, que se extendió por Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy día esta abreviatura tan familiar se ha convertido probablemente en la palabra o expresión (¿cómo calificarla?) más utilizada en el mundo.

Así, prácticamente cada lengua catalogada en todo el planeta acepta y opina con la cabeza y pronunciando ese mágico okay. Además, la expresión no se limita a enunciar sistemáticamente un “sí” banal o rutinario. En efecto, un O.K. bien situado en una conversación significa aprobar, incluso autorizar, también permite controlar el matiz. Todos sabemos que se puede traducir por “de acuerdo” o “entendido”, sobre todo en el tipo de conversación siguiente: “O.K. ya voy”. Pero estas modestas letritas llevan la sutileza expresiva hasta un “todo va bien”. Por ejemplo: “Está O.K., ya podemos salir”.

A lo largo de décadas, las acepciones no han dejado de proliferar. Así oímos hablar de “vacaciones O.K.” (agradables), de una “respuesta O.K.” (correcta), de un “objeto O.K.” (en orden de marcha o listo para funcionar), de un “esquiador OK tras una operación quirúrgica satisfactoria”. En resumen, que ya sea en forma de adverbio o de adjetivo, a esta anodina abreviatura no le faltan recursos.

A imagen de este mosaico de significados, las historias extravagantes que pretenden explicar el origen de la expresión hunden sus raíces en un prolijo folklore. Por ejemplo, muchos piensan que okay puede proceder de la palabra okeh, que pronunciaban antiguamente algunas tribus indias para decir sí. Otros la atribuyen a Obadiah Kelly, un famoso empleado de los ferrocarriles que tenía por costumbre poner sus iniciales al pie del albarán que autorizaba a un tren de mercancías a salir del muelle, pero sólo cuando todo estaba en orden. Es decir, cuando estaba O.K.

Hay otra explicación que hace referencia a la guerra de Secesión norteamericana que enfrentó a
23 estados del norte contra 11 estados del sur entre 1861 y 1865. Una guerra civil que se saldó con la victoria del norte, antiesclavistas y proteccionistas. Los soldados que redactaban cada día el parte de actividades indicaban el número de muertos, y cuando no había desaparecidos en combate en su bando, escribían 0 K (“0 killed”, es decir, cero muertos). Por añadidura, este O.K. tuvo un doble sentido, pues daba a entender que todo había transcurrido bien a lo largo de la jornada. Pero en esa época la abreviatura ya tenía varios años de existencia y, por tanto, no debe su origen a esa terrible guerra de Secesión, que llevó a la muerte a 617.000 soldados. Es decir, que no hubo muchas ocasiones de escribir O.K.

Dentro de las explicaciones fantásticas figura la de los barcos que atracaban en un puerto de Haití que se llamaba Les Cayes. Los marineros que llegaban a esa ciudad, situada en la costa sur de la isla, bañada por el Caribe, tenían la costumbre de decir que se dirigían aux Cayes, pronunciado en francés o Key. Y como la ciudad tenía el mejor ron de la isla, los marineros tomaron por costumbre designar la calidad de una buena mercancía haciendo referencia a la fama de la bebida de su puerto favorito. “This is really Aux Cayes stuff” da entonces una especie de conformidad a un producto. Algo así como “es de buena calidad”, entendiéndose que era como el ron de Les Cayes.

Esta explicación, de vivos colores y aromas exóticos, prevaleció durante algún tiempo. Hasta que Allen Walker Read, profesor de la universidad americana de Columbia, puso a todos de acuerdo. Demostró que esa enigmática abreviatura viene en realidad de la expresión oll korrect, una deformación cuanto menos chusca de all correct. Pero ¿de dónde podría venir esta variante cómica?

Sencillamente, de una forma humorística de escribir ciertas frases o expresiones dejándolas en sus iniciales, pero añadiendo una explicación. Esa manía, aparecida al final de la década de 1830, tuvo un gran éxito en los diarios de Boston, en los que se utilizaba K.Y. en vez de know yuse (no use, que significa “no vale la pena”); N.S. en vez de nuff said (enough said, “ya hemos dicho bastante”). Y, por supuesto, muchos O.K. en vez de oll korrect (all correct, “todo en orden”), reseñado por primera vez en marzo de 1839.

Mientras que las demás abreviaturas no aparecían en los artículos o dibujos más que de vez en cuando, O.K. se fue introduciendo rápidamente en las conversaciones de la vida diaria y se impuso rápidamente. Quizá porque además supone cierto sentido del humor, puesto que ni la O ni la K son correctas.

Y, por si fuera poco, un hecho político de importancia se encargó de promocionar la expresión. En 1840, Martin Van Buren (1782-1862) hacía campaña para su reelección como presidente de Estados Unidos. Nacido en el pueblo de Kinderhook, Estado de Nueva York, el octavo presidente de Estados Unidos elegido en 1837 no las tenía ni mucho menos todas consigo.

Los partidarios de Van Buren, ya muy baqueteados en el arte del marketing político, buscaban
febrilmente un eslogan que pudiera tener impacto. Entonces decidieron utilizar esas abreviaturas humorísticas tan de moda, y se decidieron por el O.K. adornando a su candidato con el simpático sobrenombre de Old Kinderhook, como llamaban a su pueblo. Así que las dos letras se convirtieron en el símbolo (y las siglas) bajo las que se apiñaron los partidarios de Van Buren, que incluso fundaron el O.K.Democratic Club para promocionar las ideas de su candidato.

En esa época los americanos ya sabían divertirse durante las campañas electorales. Y los adversarios de Van Buren se apropiaron de la expresión enseguida para ridiculizar el balance de los cuatro años anteriores del presidente. Así aparecieron numerosos O.K. por ejemplo, “orrible katastrophe” (horrible catastrophe, horrible catástrofe); orful kalamity (awful calamity, espantosa calamidad); out of Kash (out of cash, sin dinero) y muchas otras.

Al final, Van Buren sufrió una humillante derrota. Pero su sucesor, William Harrison, murió a consecuencia de una pleuresía el 4 de abril de 1841, un mes después de su toma de posesión. Con un frío glacial, había cometido la imprudencia de pronunciar su discurso inaugural con la cabeza descubierta. Sea como fuere, esta campaña electoral fue la que marcó el inicio oficial del okay.


Parece que el pueblo de Kinderhook enía que inscribir a toda costa su nombre en la historia de los orígenes del okay. Situado en el condado de Columbia, Estado de Nueva York, Kinderhook fue fundado por los colonos holandeses que se establecieron en la región a principios del siglo XVII, poco después de la exploración realizada por el inglés Henry Hudson del río y la bahía que llevan su nombre (1609-1610). Un siglo más tarde, los huertos de la encantadora región de Kinderhook darían sabrosas manzanas, muy solicitadas y comercializadas en cajas que llevaban una especie de certificado de origen: O.K. (por Old Kinderhook). Así, los consumidores se referirían a esas deliciosas manzanas O.K. para designar un producto de calidad.
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jueves, 12 de mayo de 2011

Los Testigos de Jehová (2)


Su nombre lo tomaron del capítulo quinto del Evangelio de San Lucas, en el que Jesús envía a sus discípulos a predicar su palabra y ser testigos del poder de Dios. Tal orden nunca fue rescindida, por lo que los Testigos de Jehová creen que hacen sencillamente lo que Jesús pidió a sus seguidores. Desde su fundación se les ha conocido por una variedad de nombres, como Russellitas o Estudiantes Internacionales de la Biblia.

Parten de una interpretación literal de la Biblia, negando la divinidad de Cristo, la Trinidad, la inmortalidad del alma y el infierno. En tal sentido, señalan que solamente los elegidos -es decir, los Testigos de Jehová- entrarán en el Paraíso; los demás volverán a la Tierra renovada, dentro de un reino que durará para siempre. También rechazan la Iglesia institucional en su proyección histórica, así como los sacramentos y el sacerdocio.

Creen que su objetivo en la vida es vivir al servicio de Dios y se espera de ellos que sigan estrictamente el código moral del movimiento, viviendo en una estructura social muy restringida en la que unos miembros se apoyan los unos a los otros tanto para su labor religiosa como en los aspectos de la vida cotidiana. De todos modos, aunque mantienen cierto grado de separación del mundo, trabajan y viven fuera de la secta y envían a sus hijos a colegios normales, si bien desaniman a seguir estudios universitarios ya que desaprueban la frenética carrera profesional y económica en la que vive sumida la sociedad contemporánea y consideran que los asuntos "terrenales" tienen mucha menos importancia que el mundo espiritual. También rechazan el servicio militar y cualquier contacto con las armas, participar en elecciones políticas (son neutrales políticamente) y en la mayor parte de los festivales religiosos y celebraciones seculares, como cumpleaños. En países donde el servicio militar es obligatorio, aceptan un trabajo social sustitutivo.

Practican un agresivo proselitismo, rayano en el fanatismo, y una disciplina férrea. La misión de su tarea misionera es convencer al no creyente de la verdad de su fe, no a través de una conversión dramática y súbita, sino mediante un lento proceso intelectual que lo convenza gradualmente de que los argumentos de los Testigos de Jehová son racionales. Los Testigos hacen este trabajo sin recibir compensación alguna y los denominados "pioneros" dedican hasta 70 horas mensuales a visitar puerta a puerta. Hasta tal punto creen que su labor misionera debe ser prioritaria, que dejan de lado cualquier pretensión profesional y aceptan trabajos mal pagados y de jornada reducida para disponer de más tiempo para su fe.

Los Testigos de Jehová han de aceptar las creencias y prácticas de su comunidad. Si actúan de forma incompatible con ello, pueden sufrir algún tipo de sanción. Para que la falta sea tenida en cuenta, la persona ha de confesar o bien han de existir al menos dos testigos que den cuenta del incorrecto proceder. Las transgresiones graves se afrontan como si se tratara de un juicio, con audiencias e interrogatorios ante los ancianos de la congregación. Si se les encuentr
a culpables, el castigo puede consistir en restricciones espirituales, reprobaciones públicas o incluso expulsiones de la comunidad. Esta última medida es la más severa y se aplica sólo en los casos de apostasía deliberada o la comisión repetida de pecados como embriaguez, robo o adulterio. Los Testigos creen que esta medida es necesaria para preservar la integridad moral y la limpieza de fe de la comunidad, pero también la contemplan como un acto de amor hacia los pecadores, puesto que estos pueden así tomar conciencia de su falta, arrepentirse y ser readmitidos.

Cada año se producen de 50 a 60.000 expulsiones en todo el mundo, de los cuales 30 o 40.000 son readmitidos en la fe. Mientras están "exiliados", los miembros de la congregación ejercen un veto social sobre ellos: no van con ellos de compras, al cine, evitan comer juntos... Las actividades cotidianas domésticas y familiares (siempre que no sean religiosas) están permitidas.

Los Testigos de Jehová creen que para adorar a Dios correctamente han de llevar una vida honrada, sincera y austera. Ello incluye:

- Considerar la vida como sagrada
- Evitar riesgos innecesarios para la propia vida
- Evitar deportes violentos que implican el daño deliberado a otra persona
- Prohíben el aborto o dañar animales por deporte.
- No están permitidas las madres de alquiler ni cualquier procedimiento que tenga que ver con la donación de esperma, óvulos o embriones.
- No comen la carne de animales que no hayan sido correctamente desangrados, puesto que creen que comer sangre es incorrecto
- Por supuesto, está prohibido mentir, robar y el juego. Ha de ser absolutamente honrado en sus acuerdos comerciales.
- En cuanto al sexo, están prohibidos: la masturbación, el sexo fuera del matrimonio, sexo "antinatural" incluso dentro del matrimonio, excesivas muestras públicas de afecto y homosexualidad.
- Aceptan que en algunos casos el divorcio es inevitable, pero volverse a casar no está permitido.
- Fumar y consumir drogas por mero placer está prohibido, puesto que convierten a su consumidor en un esclavo, dañan el cuerpo y son sustancias sucias.
- No se aprueban los arrebatos de violencia o enfado.
- No se aprueba la superstición ni la celebración de festivales profanos o festividades de otras religiones (incluidas las cristianas).
- Se deben evitar todas las formas de entretenimiento que puedan perturbar o atontar la mente, debiendo llenar éstas con pensamientos limpios conseguidos a través del estudio de la Palabra de Dios.
- Todas las razas son iguales ante Dios. Se oponen a cualquier movimiento que anime al odio racial o étnico.
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lunes, 9 de mayo de 2011

Los Testigos de Jehová (1)


Los vendedores de enciclopedias a domicilio han pasado a la historia desbancados por internet y la televisión. Pero los Testigos de Jehová siguen visitando todos los días las casas particulares, de dos en dos e impecablemente vestidos, en lo que puede considerarse como la mayor campaña de marketing de la historia: su intención es que seis mil millones de personas conozcan su mensaje. Su organización es ejemplar, su dedicación absoluta y su número creciente.

En 2010, los Testigos de Jehová afirmaban contar con unos 7,2 millones de miembros activos (es decir, aquellos que participan en la predicación) distribuidos en 107.000 congregaciones de todo el mundo. Desde mediados de la década de 1990, el número de miembros se ha incrementado de 4,5 millones a 7,5 millones. Las estadísticas oficiales publicadas solamente incluyen aquellos que, como hemos dicho, participan en una labor misionera, y no los miembros “inactivos” (que se limitan a acudir a las reuniones) o los miembros expulsados. Además, su tasa de retención de fieles es muy baja: solo un 37% de los nacidos y educados en el seno de esta religión continúan adheridos a ella al alcanzar la madurez.

Cada miembro rellena un formulario indicando cada una de las casas que ha visitado. In 2010, esos informes indicaban que se habían empleado unas 1.600 millones de horas en una labor proselitista que resiste las inclemencias meteorológicas, los perros violentos, insultos y evasivas. Convierten a algunos e irritan a muchos. Pero siguen adelante. ¿Quienes son?

Los testigos de Jehová forman una secta protestante, de carácter adventista, fundada en Estados Unidos por Charles Taze Russell en 1872. Nacido en una familia presbiteriana, Russell entró en 1870 en un conventículo de Allegheny, donde se reunía un grupo de adventistas que escuchaban a un tal Johan Wendell. El predicador insistía en que se estaban viviendo los últimos días antes de la llegada del fin del mundo. El tema tocó profundamente a Russell. A partir de entonces, y según él declaró, su vida espiritual ya no sería la misma, convencido de que estaba ya viviendo en un periodo terminal de la Historia. El relato de Russell parece distanciarse bastante de la realidad. Al parecer, se sintió atraído hacia aquella predicación apocalíptica no tanto por las palabras de Wendell como por el testimonio de otro adepto al adventismo: Nelson H.Barbour. Con el tiempo, Russell y Barbour dejarían de ser amigos y el fundador de lo que hoy son los Testigos de Jehová no juzgó oportuno hacer referencia a una persona que le había influido de manera tan radical

Barbour formaba parte de un grupo adventista que anunció el fin del mundo para 1854, 1873, 1874 y 1875 (dos veces). Russell vivió cerca de él al menos los últimos fracasos proféticos, pero aquello no hizo que su fe temblara. Adepto él mismo del adventismo -y en esto no se diferenciaba de otros adeptos-, aquellos desastres proféticos no sólo no conmovieron su fanatismo sino que incluso lo estimularon más. Tanto es así, que en 1876 se asoció con Barbour en la certeza de que ya se había dado el pistoletazo de salida hacia el fin del mundo y que éste estaba al caer.

Russell y Barbour insistían en que Cristo había vuelto -o, mejor dicho, estaba presente- desde 1874 y que en ese mismo año había comenzado el tiempo final que concluiría, con la destrucción de los gobiernos y las iglesias, en 1914. Sin duda, tal interpretación cronológica chocará a los Testigos de Jehová actuales. Para ellos, la fecha de 1874 no tiene ningún valor y se les insiste machaconamente en que el tiempo del fin comenzó en 1914. A partir de 1914 -tal se enseña hoy en día a los adeptos- hay que empezar a contar los años que nos restan hasta el fin del mundo. No fue así, sin embargo, como lo veían Russell y Barbour. En su opinión, 1874 era el punto de inicio y 1914 el del final.

Naturalmente, cuarenta años constituía un periodo de tiempo de espera un tanto prolongado y Russell decidió dar nuevos alicientes a sus adeptos. Así, profetizó que éstos no tendrían que esperar hasta 1914 para encontrarse con el Señor. En 1878 serían arrebatados al encuentro de Jesucristo en el aire. A tal fin -e imitando a sus antecesores adventistas-, los russellistas se vistieron con túnicas blancas y se fueron a esperar a Cristo al puente de Pittsburgh. No hace falta decir que el fracaso fue sonado.

La convivencia entre Barbour y Russell pronto dejó de ser buena. El segundo ya tenía todo lo que necesitaba para conseguir adeptos y no precisaba de su anterior mentor. Por un lado, sus doctrinas esenciales (identificación de Miguel Arcángel con Cristo, negación del infierno y de la inmortalidad del alma, predicación sobre la creencia del fin del mundo, etc.) ya las había tomado del adventismo. Por otro, para profetizar fechas del fin del mundo se bastaba y se sobraba. La sociedad se deshizo y Barbour cayó en el olvido.

En 1879, Russell se establecía por su cuenta y fundaba la Sociedad Watchtower (Atalaya). Dos
años después tendría el primer revés. Pretendió que en 1881, él y sus adeptos (esta vez sí) serían arrebatados por los aires al encuentro de Cristo. Aquello resultó excesivo para muchos de los que habían vivido la bochornosa experiencia de 1878 en el puente de Pittsburgh. Un grupo de cierta categoría, convencido de que a nada conduciría el insistir en hacer el estúpido vez tras vez, se marchó. Era el primer cisma que sufriría la secta a cargo de sus adeptos desengañados por las falsas profecías, el primero de una larga lista.

No obstante, Russell retuvo el control con relativa facilidad. Para ello, sólo tuvo que recurrir a dos lecciones que habían sido utilizadas ya por los adventistas. La primera fue afirmar que sólo Russell, el dirigente máximo de la secta, conocía e interpretaba correctamente la Biblia, mientras que las otras organizaciones religiosas, iglesias y sectas iban camino del desastre. La segunda consistió en azuzar a los adeptos hacia un fin del mundo que estaba a la vuelta de la esquina, que sería, con toda seguridad, porque así lo decía la Biblia tal y como la interpretaba Russell, en 1914. Era él en persona quien redactaba todas las publicaciones de la secta y ya se había ocupado de afirmar que su obra teológica era más clara que la propia Biblia y que incluso, en el fondo, resultaba equivalente. Según su punto de vista, no había habido un entendimiento claro de la Biblia durante siglos, pero, finalmente, él había aparecido para solucionarlo. Por ello, no podía haber ninguna disidencia.

Pero Russell distaba mucho de llevar la vida de un profeta. Su existencia estuvo jalonada de escándalos que en poco o en nada apoyaban sus pretensiones de haber sido elegido por Dios antes de su nacimiento para mostrar al mundo la verdad.

Primero fue el final desastroso de su matrimonio. Russell se había casado en 1879 con Mary
Frances Ackley. En un tempestuoso proceso que iba a durar de 1892 a 1909, Russell fue acusado por su esposa de adulterio y malos tratos. La secta diría años después que el matrimonio se separó como consecuencia de diversos pareceres en cuanto a la dirección de una revista. Nada más lejos de la realidad. Lo que está documentado es que Russell era un mujeriego y que en más de una ocasión había sido descubierto por su cónyuge en situación embarazosa. Con todo, no era eso lo que peor llevaba la sufrida Mary. Lo que más la hacía sufrir era el carácter despótico de su marido. La injuriaba soezmente, la insultaba delante de terceras personas y se complacía en hacerla pasar por desequilibrada mental. Aquella vida de sufrimiento había incluso terminado por agravar la erisipela que ya padecía la desdichada mujer. Cuando Rose Ball, secretaria del profeta, y Emily Mathews, criada de la casa, comenzaron a recibir atenciones de Russell, la situación doméstica se hizo insoportable.

No hace falta señalar que Russell perdió el proceso. Apeló. Volvió a perder. El tribunal sentenció que la sufrida esposa tenía derecho a separarse y a recibir una pensión. Russell, nada respetuoso por las obligaciones conyugales o familiares, se negó a pagar. Ante la posibilidad de que pudieran embargar sus bienes, cambió de domicilio la Watchtower, de Pittsburgh a Brooklyn. Pensaba -y no se equivocó- que el largo brazo de la ley matrimonial no le alcanzaría en otro estado de la Unión.

Pero no acabaron con esto los escándalos que rodearían la vida de Russell. A continuación
vendría el del trigo milagroso. El profeta estaba vendiendo a sus adeptos un supuesto trigo milenario que pretendía tener dotes milagrosas. Naturalmente, las cualidades supuestamente sobrenaturales del trigo se pagaban muy caras. Inicialmente, el trigo milenario costaba sesenta veces más caro que el valor del mercado. Para 1911, su precio ya era trescientas veces superior al normal. En septiembre de ese mismo año, un periódico de Brooklyn destapó el escándalo. Aquel trigo no tenía nada de particular, salvo el precio que pagaban por él a la secta los sufridos adeptos. Por lo demás, su valor agrícola era similar al de cualquier especie que se vendiera en el mercado. Russell se vio obligado a ir a los tribunales, donde fue condenado a pagar las costas. Apeló. Volvió a perder.

Nada ejemplar la vida de Russell a pesar de la manera en que le gustaba presentarse a sus
adeptos. Menos justificable sería el siguiente proceso en que se vería envuelto. Teniendo en cuenta que el fin del mundo iba a llegar al año siguiente (según sus profecías) aún es menos lógico que Russell se prestara a ello. Un pastor evangélico llamado Ross había publicado un folleto en el que sacaba a la luz algunos de los aspectos menos atractivos de Russell. Éste lo demandó. El resultado fue un desastre. En el curso de la vista, Russell cometió perjurio varias veces. El abogado de Ross le preguntó si sabía griego y Russell contestó que sí. Cuando el mismo abogado le puso delante un ejemplar del Nuevo Testamento en griego, el profeta se vio obligado a confesar que ni siquiera conocía todo el alfabeto de esa lengua. Por supuesto, Russell perdió -una vez más- el proceso.

En fin, 1914 llegó y pasó y el mundo permaneció en pie. No cayeron los gobiernos mundiales, ni sus adeptos fueron glorificados, ni se produjo la desaparición de la cristiandad. Sólo empezó una guerra que duraría hasta 1918. Russell era consciente de que había fracasado en sus pronósticos proféticos, pero, a la vez, podía percibir el fervor de una gente desconcertada. De 1909 a 1914, su secta había pasado de vender 711.000 libros a 992.000 y 22.8 millones de folletos. El profeta había encontrado un filón y no iba a abandonarlo sólo porque su vaticinio no se hubiera cumplido. El fin del mundo se pasó a 1915. Convenientemente -y sería un ejemplo seguido por sus sucesores en la secta-, Russell ordenó retirar algunas de sus obras pasadas y cambiar las fechas.

El fin del mundo tampoco se produjo en 1915. Se cambió entonces a 1918, y así se anunció con la
seguridad dogmática de siempre. No debía haber dudas. Se produciría la "caída completa del Israel espiritual nominal, i.e, Babilonia en 1918". Russell no llegaría a ver su último fracaso profético. Moriría antes. Desde el fin de 1915, su salud había empeorado considerablemente. Quizá se trataba sólo de una consecuencia física de tantos pleitos perdidos acompañados de un fracaso profético. Falleció el 31 de octubre de 1916 en Pampa, Texas.

Su muerte se presentó en el sentido de que "murió como un héroe". Por supuesto, se anunció que ya estaba con Dios desde el momento de su muerte. Los que hacían esta afirmación ignoraban, lógicamente, que, con posterioridad, las autoridades de la secta enseñarían que nadie había ido al cielo antes de 1918, sin exceptuar a Russell. Sólo sería uno de los numerosos cambios doctrinales -entre docenas- que experimentaría la secta en el curso de las siguientes décadas.

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