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martes, 28 de junio de 2011

1995-La matanza de Srebrenica: "Alá no puede ayudaros ahora" (2)


(Continúa de la entrada anterior)

En abril de 1993, el comandante de Naciones Unidas en Bosnia, el general francés Philippe Morillon, visitó Srebrenica y se sintió impresionado por la situación de los miles de mujeres y niños musulmanes que lo rodeaban. Asomándose por la ventana de la oficina de correos de la ciudad, dijo a la multitud: “Ahora estáis bajo la protección de las Naciones Unidas”. El 16 de abril, las Naciones Unidas declararon Srebrenica y un área de 48 km2 alrededor como la primera “zona segura”. Las Naciones Unidas propusieron cinco de estas zonas en Bosnia y querían enviar 34.000 cascos azules para protegerlas, pero los Estados Unidos, entre otras naciones, no deseaban mandar tropas a una situación tan volátil, por lo que la misión de patrullar estos enclaves quedó en manos de tan sólo 7.600 cascos azules.

Bajo la presión internacional, los serbios acabaron aceptando la situación, al menos al principio. Junto a los civiles refugiados en Srebrenica, había guerrilleros musulmanes que, supuestamente, debían entregar sus armas a los cascos azules, ya que, de nuevo supuestamente, éstos eran los encargados de protegerlos. Muchos musulmanes así lo hicieron, pero otros no se fiaron y no sólo conservaron su armamento, sino que utilizaron el enclave como base para organizar ataques contra los serbios. Éstos, por su parte, empezaron a bloquear los envíos de agua y comida hacia Srebrenica. En mayo de 1995, los hombres y mujeres de la “zona segura” volvían a encontrarse en una situación insostenible. A comienzos de julio, ocho niños ya habían muerto de hambre en la ciudad.

Al mismo tiempo, Radovan Karadzic, el político serbio que se había declarado a sí mismo presidente de Bosnia (a la que rebautizó como Republika Srpksa), ordenó al Ejército Serbobosnio atacar de una vez por todas Srebrenica, aislarla y crear una situación absolutamente insoportable para la población musulmana. El jueves 6 de julio, fuerzas serbias al mando del general Ratko Mladic, atacaron Srebrenica, defendida por 600 cascos azules holandeses con armamento ligero bajo las órdenes del coronel Thomas Karremans. Siete soldados holandeses se encontraban en un puesto de observación en las afueras del sur de la ciudad cuando las unidades serbias empezaron a disparar fuego de artillería contra ellos. Los serbios cayeron sobre otros puestos de observación adelantados y cogieron como rehenes a 30 holandeses. Los cascos azules se retiraron de sus puestos, una maniobra que enfureció tanto a los guerrilleros musulmanes que uno de ellos arrojó una granada contra un transporte de tropas holandés matando a un soldado.

Karremans pidió apoyo aéreo a la OTAN y le dijeron que había cursado su solicitud en los
impresos equivocados. Al final, el 11 de julio, dos cazabombarderos holandeses sobrevolaron la zona y arrojaron dos bombas. Los serbios respondieron diciendo que matarían a los rehenes si se les volvía a atacar. En este punto, Karremans retiró sus tropas desde la ciudad hasta su base principal, Camp Bravo, a 5 km de la ciudad, en el pueblo de Potocari. Con Srebrenica ahora totalmente indefensa, los refugiados siguieron desesperados a los holandeses hasta su base, buscando protección; pero tras dejar pasar a 5.000 de ellos, Karremans declaró que no había sitio para nadie más. Otros 20.000 se quedaron a las puertas, a merced de Mladic y sus bárbaros.

Las cámaras de la televisión serbia captaron al general Mladic, un fanfarrón cincuenton de
cabellos grises, fumador empedernido, entrando en Srebrenica y ordenando a gritos a un ayudante que tirara al suelo una placa callejera musulmana. Entonces, se volvió directamente a la cámara y dijo: “¡Ahora es el momento de vengarse de los turcos!”. Hacía referencia a una matanza de serbios que los turcos llevaron a cabo a comienzos del siglo XIX.

Las mismas cámaras de televisión captaron las tropas serbias de Mladic acercándose a la
multitud de mujeres y niños musulmanes apiñados unos contra otros en el exterior de Camp Bravo. Separados de los cascos azules tan sólo por una cinta extendida por los holandeses, los soldados serbios habían encontrado a su presa. El propio Mladic hizo acto de presencia, pero ahora iba de buen rollo. Aseguró a los musulmanes que se proporcionarían autobuses para llevarlos a Tuzla, en una región de Bosnia central controlada por el ejército musulmán bosnio. Todo iba a salir bien.

Enfocado por las cámaras mientras se reunía con el coronel Karremans, Mladic repitió lo mismo, pero añadió que los hombres serían separados de las mujeres y los niños para que pudieran ser interrogados sobre sus actividades en el ejército musulmán y para que pudiera buscarse en sus manos restos de pólvora que revelaran su manejo reciente de armas. Karremans no estuvo de acuerdo, pero Mladic se impuso, amenazándolo y exigiéndole que les proveyese del combustible necesario para los autobuses o que les diera el dinero para comprarlo. También dijo a los representantes de los musulmanes que todos sus soldados debían deponer las armas y rendirse; si lo hacían, ellos, junto al resto de los musulmanes, recibirían “comida, agua y un transporte decente” hasta Tuzla. Entonces, se inclinó sobre la mesa y dijo lentamente: “Alá no puede ayudaros ahora. Pero Mladic sí puede”.

Mientras tanto, comenzaron a suceder cosas horribles. Cuando una mujer no pudo detener los llantos de su hijo en el exterior de la base holandesa, un soldado serbio se abrió paso entre la multitud y le cortó la garganta al pequeño. Un soldado holandés vio a dos serbios violando a una mujer, pero se sintió incapaz de intervenir. Y los serbios comenzaron a separar a los hombres y los muchachos de más edad, aparentemente sin un orden establecido. En la tarde del 11 de julio, un hombre fue separado por los serbios y no volvió hasta las primeras horas de la mañana del día siguiente. Afirmó que había sido torturado y caminaba de un lado a otro diciendo que no iba a pasar por semejante ordalía otra vez. Por la mañana apareció ahorcado. Igual que él, otros hombres y mujeres musulmanes se suicidaron.

Al final, el 12 de julio, dio comienzo la evacuación por autobús de las mujeres y niños musulmanes. Los serbios enviaron a las mujeres y los niños menores de trece años en autobuses, pero empujaron a los hombres aparte, prometiéndoles que irían en los siguientes transportes. Los soldados holandeses observaban mientras cinco de estos hombres fueron llevados a una fábrica que se encontraba al otro lado de la calle donde estaba la base de Naciones Unidas. Iban acompañados por un soldado serbio empuñando una pistola. Los cascos azules escucharon cinco o seis disparos. El soldado serbio regresó solo.

A medida que la larga cola de autobuses llenos de mujeres y niños iban dejando Camp Bravo entre el 12 y el 13 de julio (se estima que 23.000 musulmanes fueron evacuados en 36 horas), los serbios reunieron a los hombres que habían ido metiendo en almacenes y fábricas cercanos. Pasado un tiempo, muchos de éstos subieron a autobuses y fueron llevados a granjas de los alrededores, campos de fútbol, polideportivos y fábricas.

Hurem Suljic, un carpintero de 55 años, fue separado de su familia e integrado en un grupo de unos 200 hombres. Después de que los autobuses de mujeres y niños se hubieran ido, los serbios llevaron a estos hombres a un edificio en construcción no lejos de Camp Bravo. Alrededor de las seis de la tarde, el general Mladic llegó y echó un vistazo al grupo con una sonrisa. Les dijo que los musulmanes tenían 180 soldados serbios prisioneros en Tuzla y que Suljic y sus compañeros serían intercambiados por ellos. “No tocaremos ni un pelo de vuestras cabezas”, les dijo.

Cuando oscureció aquella cálida noche de verano, los serbios pusieron a los musulmanes en un autobús y los llevaron a la cercana ciudad de Bratunac. Los metieron en una nave antes utilizada para almacenar forraje para el ganado. Suljic observó que había alrededor dos docenas de soldados llevando trajes de faena sin insignias y armados con armas automáticas. Los musulmanes estaban apiñados en la nave; a ellos se unieron grupos de otros hombres traídos desde otras zonas. Estaban tan juntos que apenas podían respirar. Algunos de los hombres cerca de la puerta oyeron a un oficial dirigiéndose a los soldados serbios: “Tienen una orden que deben llevar a cabo. ¿Entendido?” “¡Entendido, señor!” respondieron los soldados.

Poco después, estos hombres entraron en la nave con linternas y sacaron a un musulmán de los que estaban sentados en el suelo. Una vez fuera, los que quedaron dentro oyeron golpes, gritos, y, finalmente, un sonido de borboteo. Cuando los serbios entraron a por otro hombre, y se repitió la horrenda secuencia, algunos se echaron a llorar, otros rezaban mientras las linternas enfocaban aquí y allá. Así pasó la noche, mientras docenas de hombres eran arrastrados afuera para golpearlos hasta la muerte.

Al amanecer, se detuvieron y los centinelas dejaron que los hombres restantes podían ir al baño. Les dijeron que no miraran a su izquierda mientras salían. Suljic mantuvo su vista baja, pero en el camino de vuelta desde el servicio a la nave, vio como los serbios sujetaban a un musulmán, lo golpeaban en la cabeza con una barra de metal y luego le clavaban un hacha en la espalda. Después, su cuerpo fue arrastrado detrás de la esquina del edificio, donde se apilaba una montaña de cadáveres.

La masacre continuó el resto de la mañana. Los serbios entraban y decían: “Necesitamos diez
voluntarios para un trabajo especial”. Nadie se presentaba, claro, y los serbios arrastraban fuera a diez hombres que nunca regresaban. Aquella tarde, para el asombro de los aterrorizados musulmanes, apareció otra vez el general Ratko Mladic. “¿Por qué nos estáis torturando?” gritó uno de los prisioneros. “Nadie va a matar a ninguno más de vosotros” les aseguró Mladic en un suave tono, como si fueran niños a los que estuviera protegiendo. Les dijo que iba a llevarlos al intercambio de prisioneros. Quedaban 300 musulmanes. Aquella tarde, aparecieron los autobuses. Algunos pensaron que podrían sobrevivir. “Ya han tenido su parte de sangre”, le dijo uno de sus compañeros a Suljic, “ahora nos dejarán marchar”.

Pero en lugar de dirigirse hacia territorio musulmán, los autobuses tomaron un desvío mientras los prisioneros guardaban un ensordecedor silencio. Los llevaron a un pequeño pueblo y los metieron en el polideportivo de un instituto, un horno sin aire acondicionado, hasta el mediodía del día 15 de julio. No les dieron nada de comer o beber ni tampoco tenían acceso a los baños.

Una vez más, como en una pesadilla, volvió Mladic. Les dijo que los musulmanes habían rechazado acogerlos, pero que estaba haciendo preparativos para que se les pusiese bajo la protección de un líder musulmán renegado que ahora luchaba junto a los serbios; algunos de ellos serían usados como mano de obra esclava. Les dijo que se irían pronto y que se les facilitaría agua a medida que fueran saliendo del gimnasio. Muchos de los prisioneros se lo creyeron. Otros lloraron. Les dieron agua cuando salieron, sí, pero luego les vendaron los ojos, los metieron en camiones y se los llevaron.

Cuando llegó el turno de Suljic, se dio cuenta de que podía ver algo tras la venda que le tapaba los
ojos. Su camión dobló la esquina y aparcó junto a un campo donde pudo ver los cuerpos de los musulmanes que antes habían sido sacados del gimnasio. Yacían en filas, en zanjas, boca abajo. Antes de que pudiera asimilar lo que ello significaba, Suljic y otros de su grupo fueron obligados a saltar fuera del vehículo. Todo sucedió rápidamente. Suljic y sus compañeros se pusieron mirando hacia la zanja abierta junto a la carretera y los soldados detrás de ellos abrieron fuego. El cuerpo del hombre justo detrás de él, lo golpeó y lo arrojó a la zanja. Suljic se quedó allí, ileso, esperando mientras los serbios examinaban cuerpo a cuerpo para comprobar si había quedado alguien vivo.

Pronto oscureció y los serbios empezaron a matar a otros musulmanes en alguna otra parte del campo, iluminando su “trabajo” con los faros de una excavadora que aparentemente iban a usar para enterrar los cadáveres. Sin que nadie lo viera, Suljic se arrastró hasta un matorral. Cuando los serbios se fueron, se reunió con otro musulmán que había sobrevivido a la masacre. Protegidos por una intensa tormenta de verano, se deslizaron a través de los bosques y, unos días más tarde, consiguieron llegar a territorio controlado por los musulmanes.

(Finaliza en la próxima entrada)

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martes, 21 de junio de 2011

1995-La matanza de Srebrenica: "Alá no puede ayudaros ahora" (1)

Srebrenica es una franja alargada de casas y pequeños edificios situados en un valle de las montañas de Bosnia oriental. El nombre procede de la palabra bosnia “plata”, srebro, porque este mineral ha sido extraído en la región desde los tiempos de los romanos. En el siglo XX, Srebrenica, con una población de unos 9.000 habitantes, ha sido más conocida por sus balnearios. Un anuncio publicitario producido por el departamento turístico del gobierno alababa las características sanadoras de las aguas de un manantial local y mostraba visitantes en trajes de gimnasia recibiendo masajes y realizando suaves ejercicios.

Es poco probable que Srebrenica vuelva a ser asociada de nuevo con las palabras “salud” o “vida”. En julio de 1995, la ciudad y el verde paisaje circundante se hicieron famosos como el lugar donde aconteció la peor matanza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. El Tribunal Internacional de Justicia de La Haya ha calificado la masacre como genocidio porque un grupo étnico específico, los bosnios musulmanes, fueron “marcados para la extinción” por el ejército serbio y las fuerzas paramilitares irregulares. Incluso en una guerra donde ´se acuñó el ´termino “limpieza étnica”, el apaleamiento, fusilamiento, apuñalamiento y quema de 8.500 prisioneros musulmanes indefensos, casi todos hombres, era algo que destacaba.

Las masacres se hicieron famosas por otras razones además de por su brutalidad. Como el genocidio de Ruanda el año anterior, las potencias internacionales (Naciones Unidas, los Estados Unidos, la Unión Europea) sabían perfectamente lo que ocurría, pero no hicieron nada para detenerlo. A diferencia del genocidio de Ruanda, sin embargo, las Naciones Unidas ya estaban presentes en Bosnia y habían declarado Srebrenica “zona segura”, manteniendo acantonados cascos azules holandeses a tan sólo cinco kilómetros de la ciudad. Sin embargo, no hicieron nada para detener la matanza, sino que se puede decir que la favorecieron. Es un debate que aún sigue vivo. Con su capacidad de aplastar a los serbios desde el aire –algo que, de hecho, las fuerzas de la OTAN llevaron a cabo tan solo un mes después-, ¿por qué las Naciones Unidas no actuaron en Srebrenica? ¿No les importaba? ¿Valían menos los musulmanes que los serbios cristianos? ¿O pensaron los diplomáticos, como mucha otra gente, “en África, sí, quizás, pero aquí, en Europa, no sucederá otra vez”?.

Un historiador llamó a Bosnia “uno de los grandes cruces de caminos del mundo”, no solo para
ejércitos invasores, sino también para religiones, como de hecho es el caso en la totalidad de la península de los Balcanes. Aquí, colisionaron tres fes: el catolicismo romano, el cristianismo ortodoxo y el Islam. Los croatas bosnios son católicos; los serbo-bosnios pertenecen a la Iglesia ortodoxa; y los bosnios musulmanes se convirtieron al Islam después de que los turcos otomanos conquistaran la región en el siglo XV. Para un visitante casual, estas diferencias no son nada claras. Étnicamente, bosnios, croatas y serbios son eslavos que hablan la misma lengua. Con la excepción de ciertas idiosincrasias relacionadas con el vestido, la única manera de distinguir unos grupos de otros es por los nombres de sus componentes.

Desde 1945 a 1980, Eslovenia y Croacia al norte, Bosnia-Herzegovina en el centro y Serbia en el sur formaron parte del estado de Yugoslavia (que significa “Tierra de los Eslavos del Sur”. La tensión sectaria durante estos años se mantuvo a niveles mínimos gracias al fundador del Estado, el antiguo partisano de la Segunda Guerra Mundial, Josif Tito, que gobernó el país con mano de hierro. Pero después de su muerte, en la primavera de 1980, las tensiones entre las comunidades comenzaron a aflorar y viejos agravios fueron exhumados. Los serbios, que ocupaban el grueso del territorio y que constituían la mayor parte del Ejército Nacional Yugoslavo, eligieron a Slobodan Milosevic como presidente en 1989. Milosevic era un rabioso nacionalista serbio con un largo historial de agitador contra los musulmanes, siempre recordando los horrores que la población serbia había soportado bajo el gobierno otomano, contando una y otra vez las masacres que habían tenido lugar siglos antes.

Cuando la Unión Soviética se derrumbó, la mayor parte de los observadores creyeron que era
sólo cuestión de tiempo que estallara una guerra civil en Yugoslavia. Al norte, Eslovenia y Croacia declararon su independencia el 25 de junio de 1991. Milosevic envió al ejército yugoslavo para tratar de devolverlas al redil, pero su independencia contó con respaldo internacional y los combates en Eslovenia duraron sólo diez días. En Croacia, sin embargo, la guerra fue un asunto diferente. Los enfrentamientos se enquistaron y se convirtieron en lo que se dio en llamar “limpieza étnica” de los croatas católicos y los ortodoxos serbios. Diez mil muertos después, las Naciones Unidas forzaron un alto el fuego en marzo de 1992.

Lo que se estaba empezando a llamar la Guerra de la Sucesión Yugoslava entró entonces en su fase más sangrienta: la Guerra Bosnia. El presidente croata Franjo Tudjman y el presidente serbio Milosevic firmaron un acuerdo secreto para dividirse Bosnia, esperando crear una “Gran Croacia” y una “Gran Serbia”. Cuando Bosnia declaró su independencia en agosto de 1992, dio comienzo una desagradable guerra a tres bandas.

La complejidad de la guerra de Bosnia puede entenderse por el hecho de que, bajo Tito, el país había crecido todavía más en su diversidad religiosa. En un censo efectuado en 1991, los musulmanes representaban el 44% de la población, los serbios ortodoxos el 31% y los croatas católicos el 17%. Así que no era algo tan simple como dividir el país geográficamente y repartir la mitad a Serbia y la mitad a Croacia, sino unir los diferentes enclaves con mayoría croata o serbia y, al mismo tiempo, destruir a los musulmanes.

Mientras tanto, un embargo de armas impuesto a todos los bandos por los Estados Unidos y las Naciones Unidas favoreció a los serbios, que habían heredado la mayor parte del ejército y armamento de la época de Tito. En el verano de 1992, ocuparon el 70% de Bosnia y asediaban su capital, Sarajevo. Francotiradores y unidades de artillería emplazadas en las colinas que rodeaban la ciudad saturaban de fuego a la población musulmana matando a miles de ellos. Aunque sólido desde el punto de vista militar, el asedio de Sarajevo fue un mal paso desde el punto de vista mediático para Milosevic y los serbios. Era una ciudad bien conocida y respetada internacionalmente, sede de las Olimpiadas de Invierno de 1984 y las imágenes que captaron las televisiones y que emitieron por todo el mundo mostraron la desesperación y el heroísmo de sus habitantes.

Empezaron a extenderse informes sobre asesinatos masivos de musulmanes, especialmente en los campos de concentración que habían montado los serbios. Había docenas de ellos, en los que los serbios abusaban de los musulmanes, los dejaban morir de hambre o directamente los asesinaban, campos como Brcko, donde asesinaron a 3.000 musulmanes en 1992; o Ormarska,
donde cientos murieron de hambre, palizas, disparos o quemados vivos. Existían “campos de violación” en ochenta emplazamientos por toda Bosnia, en los que mujeres de entre treinta y sesenta años eran mantenidas prisioneras para ser repetidamente violadas por los soldados del líder serbio Radovan Karadzic y el Comandante General del Ejército Serbio Ratko Mladic. En algunos casos, también se violaba a hombres y se los sometía a atrocidades sexuales –como un prisionero, al que se obligó a arrancar a mordiscos el pene y testículos de otro-.

Todo esto mereció condena –como si sirviera de algo- por parte de las Naciones Unidas, que enviaron tropas a la zona. La OTAN inició operaciones aéreas limitadas contra las tropas serbias, pero éstos las ignoraron y presionaron aún más en sus ataques y la subsiguiente limpieza étnica contra los musulmanes bosnios. La lucha había sido especialmente intensa alrededor de Srebrenica desde el comienzo de la guerra. Las tropas serbias irregulares, serbobosnios armados por el ejército serbio, y el propio Ejército Nacional Serbio, lanzaron numerosos ataques que, a pesar de la firme defensa de los pobremente armados bosnios musulmanes, fueron atando la soga alrededor del cuello de la ciudad. Uno a uno, las aldeas y enclaves musulmanes fueron asaltados y aniquilados. Los musulmanes que no murieron en el ataque huyeron como refugiados a Srebrenica donde, para marzo de 1993, había más de 60.000 personas apiñadas en una reducida superficie. Como los serbios bloqueaban los cargamentos de ayuda de Naciones Unidas, la Fuerza Aérea estadounidense los lanzó en paracaídas. Pero la situación se deterioraba rápidamente.

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viernes, 17 de junio de 2011

¿Por qué se viste a los niños de azul y a las niñas de rosa?


Es evidente que no hay nada más parecido a un bebé… que otro bebé. Por tanto, la lógica nos haría pensar que lo más natural fue distinguir a los niños de las niñas atribuyendo a cada sexo un color para su ropa. Pero tras esta laudable intención, a priori evidente, se ocultan unas curiosas consideraciones.

En efecto, nada nos permite afirmar que los dos colores debían facilitar desde el principio el conocimiento del sexo del bebé. Por ejemplo, con la intención subyacente de evitar a los curiosos la eterna pregunta al inclinarse sobre la cuna: “¿Es niño o niña?”. En realidad, los padres vistieron a sus niños de azul por cuestiones muy diferentes.

En la tradición popular, el azul tiene prestigio porque expulsa al diablo, a los demonios, a los espíritus malignos, a las brujas y a las enfermedades. Símbolo del cielo, de la bóveda celeste y del paraíso, el azul dedicado a la eternidad transmite el poder de rechazo a las fuerzas del mal. Por otro lado, la presencia de decorados a base de azul era ya muy frecuente en las necrópolis del antiguo Egipto. Símbolo de lealtad, fidelidad y pureza, pero también de firmeza, el azul coloca bajo una buena estrella a los que llevan vestiduras de ese color cargado de multitud de virtudes bienhechoras.

Estas creencias supersticiosas, que se fueron extendiendo continuamente a lo largo de toda la Edad Media, animaron a los padres a vestir a sus hijos de azul, no para distinguirlos de sus hijas, sino con el objetivo fundamental de protegerlos contra Lucifer y sus servidores. ¡Pero así abandonaban a sus hijas a un triste destino! Es decir, la creencia popular daba todas las oportunidades a los niños, pero dejaba a las niñas a su suerte para defenderse de Satanás y sus íncubos.

Pero como los niños disfrutaban de un color específico, quizá los padres se sentirían culpables de no tener otro para las niñas. Por eso enseguida ellas se ganaron el favor del rosa. Símbolo del amor y de la sabiduría divina, pero también de la ternura, de la juventud y de la bondad, ¡al color rosa tampoco le faltan cualidades ni argumentos!


Conviene sin embargo señalar que el azul no obtiene carta de nobleza hasta el siglo XII. En efecto, la cultura del imperio romano estaba dominada por el color púrpura, hasta el punto de convertirse en el color oficial, símbolo del poder. De hecho, los romanos consideraban que el azul era un color bárbaro, simplemente porque los guerreros celtas se pintaban el cuerpo de azul oscuro, lo que les hacía más temibles cuando había que enfrentarse a ellos. El historiador latino Tácito (55-120) evoca aquellos terribles “ejércitos de espectros”.

Así pues, el azul se fue imponiendo progresivamente, sobre todo en el arte religioso (poco a poco, en esculturas policromadas y pinturas representando a la Virgen María vestida de azul). En las cortes europeas, el azul fue ganando lentamente el corazón de los soberanos, a menudo en detrimento del poder simbólico del rojo. Y a finales de la Edad Media, el azul ya había adquirido su condición de color real y principesco.

No hay duda de que esta promoción social del azul haya tenido también su papel a la hora de elegir un color para distinguir a los niños. Para los padres, el hijo portador de la herencia adquiría de repente sus galones de rey de la casa, en tanto que el azul evocaba a la vez cristiandad y poder político (es decir, poder espiritual y material). Si añadimos una buena dosis de superstición al conferir al azul el poder de expulsar los demonios, se comprende fácilmente que ningún color adversario se pudiera resistir a los argumentos contundentes de la canastilla azul.
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lunes, 13 de junio de 2011

Turrones y mazapanes: dulces de subsistencia


Según el relato tradicional, no del todo verosímil, durante uno de los numerosos asedios a que los árabes sometieron a Toledo, los defensores sufrieron una gran escasez de cereales que limitó la elaboración de pan. En busca de productos que lo pudieran sustituir, las monjas de San Clemente el Real utilizaron sus grandes reservas de almendras para, tras machacarlas en el mortero, obtener una pasta que resultó muy sabrosa y alimenticia, a la que añadieron azúcar y dieron en fabricar un nuevo dulce al que se llamó mazapán.

También durante un asedio, esta vez el impuesto durante quince meses por las tropas nacionales de Felipe IV (1605-1665) a la ciudad de Barcelona con ocasión de su rebelión separatista de 1640 de la llamada guerra de Cataluña, las autoridades ofrecieron un premio a quien inventase un alimento que aguantase más tiempo comestible, sin corromperse. Un confitero, apellidado Turrons, presentó a concurso una masa compacta de almendras y miel, servida entre dos obleas, consiguiendo el premio y, de paso, dando el nombre definitivo de “turrón” a este dulce que, de una forma u otra, ya se conocía desde, al menos, el siglo XI.
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domingo, 12 de junio de 2011

La Gran Recesión de 2008 (3)


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La segunda razón por la que los operadores financieros infravaloraron el riesgo es más simple. Se trata de algo que sucede en todas las burbujas financieras: gente aparentemente inteligente, cuando se trata de grandes números, se vuelve idiota. Compran ciegos a la posibilidad de que algo pueda ir mal. En este caso creían que los precios inmobiliarios en América nunca podrían bajar. La mencionada división de la aseguradora AIG, AIGFP fue utilizada por los bancos de inversión de Wall Street para asegurar montones de préstamos a IBM o General Electric. Entonces, a comienzos del presente siglo, AIGFP comenzó a asegurar basura: valores y derivados respaldados por disposiciones de tarjetas de crédito, préstamos a estudiantes, préstamos personales para compra de coche e hipotecas... cualquier cosa de la que se pudiera sacar dinero. Estos préstamos eran de naturaleza tan diversa y provenientes de colectivos tan diferentes que el sentido común decía que no podrían fallar todos al mismo tiempo. Al principio había pocas hipotecas subprime en estos "lotes", pero eso cambió hacia el final de 2004. Desde junio de ese año hasta junio de 2007, Wall Street convirtió en títulos por 1,6 billones de dólares de hipotecas subprime y otros 1,2 billones en hipotecas Alt-A. Esta expansión fue posible, en parte, porque AIGFP estaba dispuesta a asegurar muchos de estos lotes... ganando miles de millones de dólares en el proceso.

¿Por qué no? Estos lotes de préstamos parecían tan diversificados que nada, por grave que fuera, parecía capaz de desintegrarlos. Y así, AIG se lanzó a por ellos sin darse cuenta de que la composición de esos lotes estaba cambiando, deteriorándose. Después de 2005, las hipotecas subprime pasaron de ser el 2% de esos lotes a constituir el 95% de los asegurados por AIGFP. Y la aseguradora no había reservado el capital necesario para cubrirlos en caso de que se extendieran los impagos. No había problema, porque los ejecutivos de la aseguradora pensaban que incluso aunque bajaran algo los precios de las viviendas, nunca lo harían en todos los sitios a la vez, impidiendo un impago masivo que obligara a la compañía a un desembolso colosal para cubrir el deterioro en el precio de los bonos respaldados por esas hipotecas que sus asegurados habían comprado.

Pocos meses después, la compañía hacía bancarrota debido a su torpe análisis de los riesgos y su exceso de confianza.

2- PRÁCTICAS ÉTICAS DE CONSUMO

Es fácil infravalorar el riesgo cuando puedes cobrar tu comisión rápidamente y pasarle el bono
basura a algún otro infeliz. Todo ese capital internacional que fluyó hacia Wall Street buscando mayor rentabilidad a comienzos de los 2000, llegó no sólo en un momento de disponibilidad de crédito y relajación legislativa, sino también de falta de ética. En realidad, era bastante peor que eso. La Gran Recesión fue provocada en parte por una quiebra en el código ético de los principales jugadores del sistema -banqueros, agencias de rating, firmas de inversión, intermediarios inmobiliarios y consumidores-. Puedes contar con todas las leyes del mundo, pero cuando la codicia tienta a un gran número de personas hasta el punto de perder la perspectiva a largo plazo y el sentido de responsabilidad, las regulaciones no van a servir de mucho. No fue el comportamiento ilícito lo que causó la Gran Recesión. Fue todo lo que iba aconteciendo a la vista de gente que debería haber reflexionado más y no haber dejado de lado sus valores, normas y escepticismo a cambio de participar en un juego en que podían ganar mucho dinero. Si, había valores, pero la burbuja de crédito que desestabilizó todo el sistema estaba regido por el "ya me habré ido cuando las cosas empeoren”.

Así es como funcionaba: el intermediario que concedía una hipoteca a una familia, la pasaba luego a una institución mayor, como Fannie Mae, Citibank u otra firma de inversión. Así que ese intermediario cobraba la comisión sin asumir riesgo ni responsabilidad alguna sobre el buen fin de esa hipoteca; le daba igual si la familia tenía medios para hacer frente a las cuotas o no, o si la casa estaba sobrevalorada. Peor aún, le transmitía a la familia la idea de que ellos tampoco corrían riesgos: si las cosas se torcían, podrían vender su casa y, como ésta se habría revalorizado, pagarían la hipoteca y aún les quedaría un sobrante.

El banco de inversión reunía estas hipotecas basura en "lotes" y emitía títulos para cada lote, respaldados por esas hipotecas. Para colocar mejor su inversión, llevaban la emisión a una agencia de rating para que la calificaran. Las agencias de rating, cuyas comisiones dependen de cuántas emisiones de estos bonos califican, tienen buenas razones para darles la mejor nota, puesto que así se venderán mejor y, por tanto, más bancos querrán utilizar sus servicios. Y si los bonos resultaban impagados, bueno, ellos ya habrían cobrado y no tendrían que ver con el asunto.

Por su parte, los bancos tenían también incentivos para agrupar hipotecas en títulos y venderlos por todo el mundo, porque las comisiones eran enormes y, mientras no mantuvieran muchos de esos bonos en su propio balance contable, si resultaban un fiasco... ya no sería problema suyo.

En resumen, todo el sistema dependía de gente que creaba el riesgo beneficiándose de ello, luego
lo transferían a algún otro y nunca se hacían responsables. El resultado fue que personas a las que nunca se les debería haber concedido una hipoteca acabaron teniendo una, gente que nunca debió haber reunido lotes con esas hipotecas lo hizo y los vendió, gente que nunca debió haberles calificado con la Triple A lo hizo, gente que nunca debió haberlos vendido a fondos de pensiones y otras instituciones financieras de todo el mundo, los vendió; y compañías que nunca debieron haberlos asegurado, como AIG, lo hizo sin reservar suficientes fondos como para cubrir un impago masivo. Todo el mundo asumió que podía sacar un enorme beneficio a corto plazo y nunca tener que preocuparse de lo que sucediera a largo plazo: sencillamente, pasaban la patata caliente a otras manos.

Barack Obama, al desvelar su plan para regular los mercados financieros después del crash de 2008, apuntó a que Wall Street desarrolló una "cultura de irresponsabilidad" en la que una persona traspasaba el riesgo a otra hasta que un producto peligroso acababa en la cartera de alguien que, o bien no entendía el riesgo o ni siquiera cómo funcionaba ese bono o derivado. "Mientras tanto", dijo el presidente, "las primas a ejecutivos -desvinculadas de cualquier desarrollo a largo plazo o incluso de la realidad- recompensaban la imprudencia en lugar de la responsabilidad"

3- PRIVATIZAR GANANCIAS Y SOCIALIZAR PÉRDIDAS

Si los productos financieros que hemos venido comentando hubieran reflejado en sus precios el auténtico riesgo que implicaban, nunca habrían sido calificados de la forma en que lo fueron. Los inversores se habrían mostrado mucho más cautelosos y habrían exigido más información y garantías antes de comprarlos, lo que habría obligado a los intermediarios hipotecarios a ser más cuidadosos en cuanto a quién concedían las hipotecas; y a los bancos en la composición de los lotes de hipotecas que convertían en títulos y bonos.

Pero el dinero era demasiado apetitoso, la tentación de infravalorar el riesgo y privatizar las ganancias era demasiado fuerte para todos los involucrados. Como el antiguo Consejero Delegado de Citigroup, Charles Prince, afirmó al Financial Times en julio de 2007, semanas antes de que los mercados empezaran de derrumbarse: "mientras suene la música, tienes que levantarte y bailar". Accionistas, miembros de los consejos de administración y analistas, todos decían a sus jefes y sus firmas de inversión: ¿Por qué no eres tan agresivo como ese otro? ¿Por qué no haces lotes de hipotecas y emites productos derivados? ¿Por qué no ganas tanto dinero como ese otro de ahí? Los incentivos que cobraban los altos ejecutivos les animaban a arriesgarse más. Y vaya si eran incentivos. En diciembre de 2007, con los mercados ya maltratados por la crisis, el principal ejecutivo del Grupo Goldman Sachs, Lloyd Blankfein, cobró un bonus de 67,9 millones de dólares, el mayor que ningún consejero delegado de Wall Street se hubiera embolsado jamás.

¿Y si después las cosas se torcían para la empresa de ese ejecutivo? No pasaba nada. Los contratos de esos ejecutivos, redactados en los años de vacas gordas, les aseguraban que lo peor que podría pasar en caso de estrellarse el avión es que les darían paracaídas de oro. En noviembre de 2007, el consejero delegado de Merrill Lynch, Stan O´Neal dimitió y recibió una prima de 161,5 millones de dólares a pesar de que las inversiones en bonos subprime de su compañía acabarían arrojando unas pérdidas de 2.000 millones de dólares.

No pocas de las principales entidades financieras acabaron pasando de su propósito original (financiar la innovación e impulsar la investigación en tecnología que mejoraría la vida de la gente) a moverse en un bosque de exóticos e incomprensibles productos financieros que no implicaban inversión alguna en la economía real.

Sólo cuando todo el edificio se tambaleó en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers que obligó al Congreso a establecer un fondo de emergencia de 700.000 millones de dólares para evitar la explosión del sistema financiero, fue que la gente se dio cuenta de lo que había pasado. Se había permitido a los inversores y ejecutivos de Wall Street infravalorar y ocultar los riesgos privatizando las ganancias... pero después fueron los contribuyentes los que tuvieron que asumir las pérdidas de su gestión.

¿Y por qué somos nosotros, los contribuyentes, los que hemos tenido que abrir y llenar la bolsa
que ha tenido que rescatar a los bancos y tapar los agujeros dejados por gestores imprudentes y sinvergüenzas? Pues sencillamente porque las firmas financieras se han convertido en algo demasiado grande como para dejar que se hundan. Si, como defienden algunos apologetas del libre mercado, hubiéramos dejado que resolvieran sus problemas solos o, peor aún, que quebraran, mucha gente se habría encontrado con que al ir al cajero automático e introducir la tarjeta, no saldría nada. Eso es lo que sucedió a los impositores del mercado financiero más antiguo de América, Reserve Primary. Su fondo de 65 mil millones de dólares incluía 785 millones de papel comercial a corto plazo librado por Lehman Brothers. Cuando Lehman se derrumbó en septiembre de 2008, Reserve Primary no pudo hacer frente a las peticiones de dinero de sus clientes -es decir, no podía entregar 1$ en efectivo por cada 1$ de depósito- y tuvo que cerrar sus puertas durante una temporada.

Así que, después de haberse embolsado las ganancias de sus negocios financieros, es toda la sociedad la que debe pagar sus pérdidas. Solamente AIG necesitó más de 170.000 millones de dólares, sacados de los bolsillos del contribuyente -y escamoteados a otras partidas de presupuesto, como enseñanza, gasto social o infraestructuras- para permanecer a flote en verano de 2009.


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lunes, 6 de junio de 2011

La Gran Recesión de 2008 (2)


(Continúa de la entrada anterior)

1- INFRAVALORAR LOS RIESGOS

La catástrofe financiera de la Gran Recesión fue detonada en Estados Unidos por las llamadas hipotecas subprime, que permitieron a gente con pocos ingresos e historial de crédito nulo o dudoso, acceder a la compra de casas. Gente con rentas de 15.000 o 20.000 dólares, sin experiencia previa alguna en créditos y en algunos casos incluso sin trabajo estable o papeles de inmigración, conseguían hipotecas para comprar inmuebles de 300.000 o 400.000 dólares. Y lo que es asombroso es lo mucho que los inversores confiaron en estas hipotecas "basura" como si fueran bonos del Estado norteamericano y no productos financieros de alto riesgo. ¿Cómo pudo suceder esto?

En septiembre de 2008 había hipotecas (subprime y otras de mala calidad) con un saldo impagado de 4,5 billones de dólares. No todas las hipotecas "malas" eran suprime. Las llamadas Alt-A era también de alto riesgo, ya que o bien tenían tipos de interés variable o bien carencia (esto es, no tenían que empezar a pagar hasta pasado un determinado periodo). Concedidas a gente que no tenía que demostrar su nivel de ingresos o bien éstos no se verificaban, a menudo se las conocía como "préstamos mentirosos", ya que podías ocultar tus debilidades financieras y conseguir un préstamo sin tener que pagar nada o muy poco al principio. En otras palabras, el término "subprime" se refería a la calidad del prestatario (gente con riesgo de impago desde el primer día), mientras que "Alt-A" se refería a la calidad del propio préstamo: el prestatario puede tener un "currículo" financiero bueno o malo, pero los préstamos eran arriesgados en sí mismos porque se concedían sin garantía, sin datos suficientes para valorar el riesgo o con un tipo de interés que se incrementaría en el futuro, por lo que había posibilidades de que el prestatario no podría hacer frente a las cuotas por una o varias de las razones apuntadas.

Mientras los precios de los inmuebles continuaron incrementándose, aquellos que tenían préstamos "Alt-A" siempre tenían la posibilidad de vender la casa cuando subiera el tipo de interés; y, de hecho, eso fue lo que hicieron muchos especuladores aprovechándose del boom del sector y ganando más dinero del que les había costado la hipoteca. Y los brokers e intermediarios les animaban a ello: "No os preocupéis. Comprad ahora, y si no podéis pagar la hipoteca, vended la casa. Los precios sólo pueden subir. La casa valdrá más mañana, seguro". Sin embargo, cuando los precios inmobiliarios empezaron a bajar y los préstamos basura empezaron a asomar la cabeza, mucha de la gente que se había endeudado se vio atrapada. Sus hipotecas eran cada vez más caras, pero el valor de sus viviendas descendía. No tenían escapatoria.

Resulta sorprendente cuánta gente quedó enganchada en este embrollo. Los 25 millones de hipotecas subprime y Alt-A suponían casi el 42% de todas las hipotecas de familias monoparentales en los Estados Unidos en 2009.

El sistema financiero nunca había funcionado así. Nuestros padres tenían que ahorrar mucho y durante mucho tiempo para conseguir pagar del 10 al 20% del total del piso y conseguir una hipoteca a 20 o 25 años, permaneciendo en el mismo banco durante toda la vida y creando un fuerte vínculo entre la institución y el prestatario. El nuevo sistema introdujo una nueva regla: las hipotecas supbrime eran otorgadas por bancos y agentes intermediarios e inmediatamente vendidas a firmas financieras de mayor calibre, como Citibank, Merrill Lynch, Fannie Mae (Federal National Mortgage Association) o Freddie Mac (Federal Home Loan Mortgage Corporation) (instituciones apoyadas por el gobierno para trabajar con los bancos, a los que compraban las hipotecas a cambio de fondos con los que esos mismos bancos seguían financiando compradores de pisos).

Tanto bancos como compañías financieras ganaban unas comisiones elevadísimas
"empaquetando" hipotecas y transformándolas en títulos. En resumen, lo que aquí conocemos como "cédulas hipotecarias": títulos garantizados por hipotecas en los que el inversor recibe un interés que en último término proviene del dinero con el que los titulares de las hipotecas van pagando su deuda. Es un producto lógico. Todos esos titulares de hipotecas van pagando cada mes sus respectivos préstamos, lo que genera un flujo de dinero predecible y estable a lo largo del tiempo que se puede utilizar para pagar el tipo de interés de un bono o título. Los gestores de fondos de inversiones y planes de pensiones de todo el mundo compraron estos bonos. ¿Por qué no? Su rentabilidad era superior a la de la deuda pública y las agencias de rating las habían calificado tan seguras como cualquiera de los mejores títulos. Además, históricamente, los norteamericanos tenían un buen historial como pagadores de sus hipotecas.

Bien, el problema es que todo esto era cierto... cuando las hipotecas estaban bien dadas, a gente con trabajos estables, tipos de interés fijo y cuotas regulares durante treinta años. Incluso en los peores momentos, el porcentaje de fallidos sólo alcanzaba el 4%. Sin embargo, el boom de las hipotecas subprime fue algo totalmente nuevo. Siempre habían existido, pero en pequeño número respecto al total de hipotecas. Y había una buena razón para ello: eran arriesgadas. Mucho. ¿Por qué se hizo entonces? Un factor clave fue la política deliberada del gobierno americano, presionando a las entidades semi-gubernamentales como Fannie Mae y Freddie Mac, que contaban con un importante capital a precio barato, para que concedieran más fácilmente las hipotecas a los más desfavorecidos económicamente.

Instituciones como Fannie Mae y Freddie Mac fueron actores indispensables en el engorde de la
bola. En primer lugar, estimularon el desarrollo de un mercado de hipotecas subprime y Alt-A en Wall Street comprando grandes cantidades de hipotecas de ese tipo a diferentes bancos de inversión y, a partir de 2004, "empaquetándolas" (convirtiéndolas en títulos) junto a bonos e hipotecas de mejor calidad. Estos títulos compitieron en Wall Street por el dinero de los inversores, lo que rebajó su precio y los hizo más asequibles además de inflar la burbuja inmobiliaria: los bancos concedían más hipotecas basura sabiendo que luego podían sacar dinero adicional de ellas vendiéndolas a un tercero. Resultado: al haber más hipotecas disponibles, se vendían más casas; al aumentar la demanda inmobiliaria, subía el precio de las casas y la burbuja crecía. Es el ejemplo perfecto de cómo una política gubernamental bienintencionada provoca un declive notable en la calidad de las hipotecas norteamericanas y, al final, una gran crisis que se exportó a todo el mundo en virtud de la globalización financiera.

Esta locura "subprime" fue animada por otros factores además de por el deseo del gobierno de
promover la propiedad y el sector de la construcción. Tuvo mucho que ver la disponibilidad de dinero a bajos tipos de interés favorecida por la Reserva Federal dirigida por Alan Greenspan a comienzos de los 2000. Esta disponibilidad fue posible gracias a la enorme cantidad de dólares que circulaban por la autopista global procedentes de países con una gran capacidad de ahorro, especialmente los llamados "tigres asiáticos", China y los productores de petróleo del Golfo. Muchos economistas creen que fue esta enorme bolsa de dinero gestionado por fondos soberanos y reinvertido en Norteamérica lo que empujó a la baja los tipos de interés de los bonos del Tesoro americano, impulsando a los banqueros y "brujos" financieros a encontrar alternativas "novedosas" que ofrecieran mayor rentabilidad. Y ¿qué se les ocurrió? Los "paquetes" de hipotecas subprime y sus productos derivados, cada vez más exóticos.

Explicado en pocas palabras: el sr. Tanaka en Japón, el sr.Zhou en China y el sr.Abdullah en Kuwait, colocaron sus ahorros en sus respectivos bancos o fondos de inversión. Éstos, a su vez, buscando una buena rentabilidad, acudieron a Wall Street, donde los "genios financieros" les vendieron unos productos "seguros" -eso dijeron, tanto ellos como las agencias de rating- con una interesante rentabilidad. Como los intermediarios de estos productos manejaban tanto dinero con estos inventos, no tardaron en formar lobbies que presionaron al gobierno de Washington para que flexibilizara la legislación que les permitía seguir "diseñando" productos e instrumentos que, a su vez, les permitieran ganar más dinero. Con el final de la Guerra Fría y la creciente globalización, los presidentes Ronald Reagan, George H.W.Bush, Bill Clinton y George W.Bush junto a congresistas y senadores cuyas campañas habían sido financiadas en parte por donaciones procedentes de Wall Street, recortaron la regulación bancaria que había limitado la asunción de riesgos. Algunas de esas leyes habían estado en vigor desde la Gran Depresión de 1929.

Así que más y más dinero acudió a un sistema menos y menos regulado; los bancos asumieron más riesgos -no sólo en hipotecas subprime, sino en todo tipo de instrumentos financieros- en cada vez más lugares usando herramientas financieras más extrañas y complicadas, embarcándose en transacciones que cada vez menos gente comprendía y cuya transparencia disminuía alarmantemente.

Consideremos un ejemplo: los derivados. En diciembre de 2000, el Congreso norteamericano
aprobó -y el presidente Clinton firmó- una legislación apoyada por el sector financiero que eximía a los derivados de buena parte de la supervisión a que habían estado sometidos. Los derivados son unos instrumentos financieros que referencian su valor al precio de alguna materia prima, bono, servicio o producto. El vendedor del derivado recibe dinero a cambio de un acuerdo para comprar o vender algún bien o servicio en una fecha determinada. Así que un banco o una compañía de seguros podría ganar dinero vendiendo derivados que aseguraran los bonos de hipotecas subprime contra una posible depreciación de los mismos. Este diabólico invento fue parido y abundantemente comercializado por el gigante de los seguros American International Group (AIG).

Con la nueva legislación "liberalizada", el mercado de los derivados subió como la espuma, haciendo que los principales operadores de este tipo de productos ganaran una cantidad espectacular de dinero: ese mercado representa hoy unos 600 billones de dólares, mientras que hace diez años era de 88 billones. J.P.Morgan, el principal intermediario en este tipo de
derivados, ganó 5.000 millones de dólares gracias a ellos en 2008. Entre las compañías que más y más rápido se beneficiaron estuvo AIG que, alejándose de su negocio tradicional de seguros de vida y hogar, comenzó a vender seguros que protegían a los titulares de derivados de deuda hipotecaria contra el descenso en el valor de los mismos. Cuando millones de personas dejaron de pagar sus hipotecas subprime, el valor de aquellos títulos (que dependía de que las hipotecas que había detrás se fueran pagando) se desplomó y la compañía de repente se vio en la obligación de pagar a sus asegurados un dinero del que carecía.

AIG no sólo infravaloró, sino que ocultó, los riesgos que estaba asumiendo. AIG operaba en el sector financiero de ahorro y préstamos, por lo que estaba supervisada por el gobierno federal; también vendía seguros, por lo que había de rendir cuentas a las autoridades de cada estado; pero su negocio de derivados lo desempeñaba desde un fondo de inversión libre o fondo de cobertura que creó en una oficina de Londres, la AIGFP.

¿Qué es un fondo de inversión libre? Se trata de un vehículo de inversión colectiva organizado de
forma privada, gestionado por sociedades profesionales que cobran comisiones sobre resultados obtenidos y que no son accesibles a la mayor parte del ahorrador medio dado que requiere importes mínimos de inversión muy elevados. Utilizan técnicas de inversión financieras no permitidas para los fondos tradicionales: venta al descubierto o short-selling (apuesta a futuras bajadas de precios de acciones), uso de derivados financieros o seguro de impagos; permutas financieras o Swap; contrato de futuros; opciones financieras...) y compra de valores mediante apalancamiento agresivo. No solamente están sometidas a una reducidísima regulación, sino que tampoco tienen obligaciones de información ni deben mantener un nivel determinado de liquidez

AIGFP, esto es, AIG Financial Products, pasó a formar parte del denso y opaco bosque de fondos de inversión libre que había ido creciendo en la última década y que hoy maneja el 50% del ahorro mundial, empequeñeciendo al tradicional sector bancario. Ninguna institución de alcance global regula este sector. Aunque los ingresos de AIGFP constituían sólo un 1% del total del grupo al que pertenecía, los riesgos que había asumido fueron tales que literalmente hicieron derrumbarse todo el castillo cuando las cosas se complicaron. Y como este universo no tiene transparencia ni supervisión alguna, poca gente dentro o fuera de la propia AIG era sabedora de lo grande que era el problema antes de que estallara.

¿Cómo pudieron todas estas firmas especializadas en el mercado financiero volverse tan locas y
asumir riesgos tan serios? Se pueden dar dos razones. En primer lugar, sus genios matemáticos se inventaron modelos que les decían que no era tan arriesgado. Un informe especial sobre algunos de estos geniecillos que habían pergeñado estos modelos sobre los títulos con garantía hipotecaria fue publicado en la revista Newsweek en junio de 2009. En él contaban la historia del supermatemático David X.Li,quien mientras trabajaba para J.P.Morgan creó una fórmula que determinaba la correlación entre las tasas de impago de diferentes valores. En teoría, si un valor respaldado por una hipoteca resultaba impagado, el modelo proporcionaba a los banqueros una estimación de qué otros valores podían resultar asimismo impagados. "La aparente genialidad de la función gaussiana residía en su abstracción", decía Newsweek. "En lugar de tener que procesar la inmensa cantidad de datos necesarios para analizar los riesgos de un valor (digamos, un paquete de hipotecas subprime y los valores colaterales que se derivaban de él), Li pareció haber descubierto una correlación. Esto es, no necesitas los datos; la ley matemática estaba allí y, utilizándola, los matemáticos podían establecer los precios de los valores en función de sus riesgos de forma mucho más rápida y los intermediarios podían comprar y vender a velocidades récord.

La función gaussiana de Li fue como echar gasolina a una hoguera. El mercado de derivados se disparó y el volumen global de negocio pasó de 157.000 millones en 2004 a 520.000 millones en 2006. Cuantos más bancos se subían al carro, los márgenes de beneficio se iban encogiendo. Para mantener el beneficio, los bancos tuvieron que agrupar más y más préstamos dentro del mismo paquete; o lo que es lo mismo, hacer una bomba más grande. No hace falta decir que las predicciones buenistas de Li sobre correlaciones entre impagos no tardaron en demostrarse erróneas cuando las hipotecas subprime y los bonos que respaldaban se fueron derrumbando como fichas de dominó. Como dijo "Newsweek": "Li estaba camino del premio Nobel cuando el mundo estalló".

(Finaliza en la siguiente entrada)
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jueves, 2 de junio de 2011

La Gran Recesión de 2008 (1)

¿Cuál ha sido el motor que ha impulsado nuestro nivel de vida - y con “nuestro”, me refiero a todo el planeta- en las últimas décadas? Una de las cadenas de transmisión más importantes de ese motor ha sido la que se ha establecido entre China y el resto de los países desarrollados en Occidente; o, más concretamente, entre los consumidores norteamericanos y europeos y los ahorradores y productores chinos. La cosa funciona así: en Occidente hemos abierto más y más tiendas para vender más y más productos fabricados en más y más fábricas chinas, alimentadas por más y más petróleo, carbón y gas, y todas esas ventas producen más y más dólares que China utiliza para comprar más y más deuda soberana extranjera, lo que en su momento permitió a la Reserva Federal norteamericana y otros organismos reguladores dilatar el crédito disponible para más y más bancos; así, consumidores y negocios tuvieron acceso a más y más hipotecas, comprando, entre otras cosas, más casas; todas esas ventas hicieron subir los precios inmobiliarios, lo que a su vez hizo pensar a mucha gente -especialmente los norteamericanos- que eran más y más ricos y que podían comprar más y más artículos fabricados en más y más fábricas chinas, alimentadas por más y más petróleo, carbón y gas, lo que proporcionó a China más y más dólares con los que comprar más deuda soberana, que permite a los gobiernos extender el crédito... etc, etc.

Esta interrelación, fundamental en el proceso de formación de la burbuja del crédito tras el final de la Guerra Fría, era tan íntima que cuando en el otoño de 2008, los norteamericanos dejaron de consumir y construir, miles de fábricas chinas desaparecieron y pueblos enteros se encontraron con que todos sus habitantes se habían quedado en el paro. Un buen ejemplo es la colonia de artistas de Dafen, al norte de Hong Kong. En ese lugar viven y trabajan unos 9.000 graduados en arte que se han convertido en el mayor centro productor de copias de obras de arte del mundo, el tipo de cuadros que se ven colgados en hoteles y restaurantes. El 60% de ese tipo de "arte" (a falta de una palabra mejor) proviene de los cuatro kilómetros cuadrados de Dafen. "Una copia razonable de "Los Girasoles" de Van Gogh cuesta 51$", informaba Spiegel Online en 2006. "Compre cien y el precio lo reducimos a 33$. Garantizamos que las cien pinturas han sido realizadas por artistas graduados y las enviamos en tres semanas".

No es de sorprender que Dafen fuera aplastada por el estallido de la burbuja crediticia norteamericana. Porque los propietarios inmobiliarios y hoteles americanos eran sus principales clientes y cuantas más casas se construían en Estados Unidos más paredes necesitaban cuadros. Cuando todo se vino abajo, las ondas de choque llegaron hasta esa pequeña parte de China.

Demasiado consumo, demasiada construcción, demasiados créditos... todo eso era normal en la década de los noventa y la primera del siglo XXI. El dinero era barato, los recursos estaban disponibles... ¿por qué no hacerlo?

No estoy en contra del comercio global y el crecimiento económico, pero ese crecimiento debe ser equilibrado, tanto económica como ecológicamente. No podemos seguir limitándonos a ser los consumidores y dejar que China produzca. Nadie debe continuar ignorando que los artículos se producen y consumen de una forma dañina para el medio ambiente y a una escala sin precedentes. Este crecimiento económico, este tren vida es sencillamente insostenible, tanto económica como ecológicamente.

Y esa es la razón por la que la Gran Recesión que comenzó en 2008 no fue la crisis normal que conocieron nuestros abuelos. No ha sido simplemente un profundo bache económico del que nos recobraremos para continuar como antes, quizá con algo más de prudencia, menos riesgo y más regulación. No, esta Gran Recesión fue algo más importante. Fue nuestro ataque al corazón de aviso.

Por suerte, no fue fatal. Pero no debemos ignorar lo que significa: que hemos estado creciendo de un modo que no es sano ni para nuestros mercados ni para nuestro planeta, para nuestros bancos o nuestros bosques, nuestros comerciantes o nuestros ríos. La Gran Recesión fue el momento en el que Mercado y Naturaleza se encontraron y dijeron a las principales economías del mundo (empezando por Estados Unidos y China): "Esto no puede continuar. Ya es suficiente".

Y así es. La forma en la que estábamos creando riqueza había creado tantos elementos tóxicos,
tanto en el mundo financiero como en el natural, que para 2008-2009 hizo temblar los cimientos de nuestros mercados y nuestros ecosistemas aunque ambos mundos no parezcan inicialmente conectados. Citibank, los bancos islandeses y los hielos antárticos se fundieron al mismo tiempo. Variantes diferentes del mismo comportamiento irresponsable afectaron a cosas muy diversas. Se trata de un grave fallo de responsabilidad individual e institucional tanto en el mundo natural como en el financiero, una caída al abismo de la contabilidad fraudulenta que hizo que individuos particulares, bancos y firmas de inversión ocultaran o infravaloraran sistemáticamente los riesgos, privatizaran las ganancias y socializaran sus pérdidas sin que el ciudadano pudiera entender lo que estaba ocurriendo.

Por supuesto, no todo el crecimiento conseguido fue de esta manera fraudulenta. Se mejoró la productividad y se crearon nuevas compañías, como Amazon o Google, nuevos productos como los iPod o los iPhone y nuevos servicios como la publicidad online o el software libre, todo lo cual ha contribuido a mejorar la vida de la gente. Pero el problema es que gran parte de ese crecimiento se ha conseguido a base de echar mano de los ahorros de nuestros nietos y los recursos naturales. Es decir, hemos hipotecado el futuro por querer vivir más allá de nuestras posibilidades reales.

Todo fue bien... hasta que dejó de ir. Si te tiras de lo alto de un edificio de ochenta pisos, mientras caes te sientes volar. Es la parada súbita lo que te machaca. La Gran Recesión fue nuestra parada súbita. La pregunta es: ¿podemos aprender algo de ella? Como dice el economista de Stanford Paul Romer: "es terrible desperdiciar una crisis".

El mundo tiene un problema. Se está calentando (por el calentamiento global), se consume demasiado debido al aumento del nivel de vida y hay demasiada gente (se añaden unos mil millones de personas cada trece años). El efecto conjunto de estos factores se ha ido multiplicando exponencialmente a medida que la economía se globalizaba y el sistema de crecimiento en el que hemos caído desestabilizaba el mercado y la naturaleza hasta un punto que ya no puede ignorarse.

Si de alguna forma puede resumirse el momento en el que vivimos podría ser esta: nuestros abuelos pusieron los cimientos para un mundo de libertades civiles, abundancia y oportunidades hasta un grado que jamás la Historia había conocido. La generación posterior, nacida en los años cincuenta y sesenta, vivió de los ahorros financieros y ecológicos, dejando a sus hijos y nietos un enorme déficit financiero y ecológico. Ya no nos lo podemos permitir. Hay que reunir la voluntad, la energía y la capacidad de innovación para regenerar y renovar el mundo de tal forma que se pueda crecer de una forma sostenible, sana, limpia y justa.

La Revolución Verde ya no va de salvar a las ballenas. Y no es algo que podamos dejar a los hijos de nuestros hijos, una generación demasiado lejana como para sentirse comprometido con ella. Esto va de nosotros, del mundo en el que nosotros y nuestros hijos vamos a vivir durante el resto de nuestras vidas; y va de luchar por crear riqueza -porque todo el mundo quiere vivir mejor- sin introducir al mismo tiempo activos tóxicos en el mercado financiero o el mundo natural. Es un proyecto urgente, porque la forma de vida en la que nos hemos sumergido en los últimos años no puede legarse a otra generación sin consecuencias catastróficas.

Como dije, Mercado y Naturaleza lanzaron su voz de alarma al mismo tiempo por las mismas razones. Y esto es algo que debemos comprender si no queremos repetirlo. Concentrémonos en los tres puntos principales: el ocultamiento deliberado y sistemático de los auténticos costes y riesgos de lo que hacemos; la aplicación de la peor clase de negocios y valores antiecológicos; y la privatización de los beneficios junto a la socialización de las pérdidas.

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