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lunes, 6 de junio de 2011

La Gran Recesión de 2008 (2)


(Continúa de la entrada anterior)

1- INFRAVALORAR LOS RIESGOS

La catástrofe financiera de la Gran Recesión fue detonada en Estados Unidos por las llamadas hipotecas subprime, que permitieron a gente con pocos ingresos e historial de crédito nulo o dudoso, acceder a la compra de casas. Gente con rentas de 15.000 o 20.000 dólares, sin experiencia previa alguna en créditos y en algunos casos incluso sin trabajo estable o papeles de inmigración, conseguían hipotecas para comprar inmuebles de 300.000 o 400.000 dólares. Y lo que es asombroso es lo mucho que los inversores confiaron en estas hipotecas "basura" como si fueran bonos del Estado norteamericano y no productos financieros de alto riesgo. ¿Cómo pudo suceder esto?

En septiembre de 2008 había hipotecas (subprime y otras de mala calidad) con un saldo impagado de 4,5 billones de dólares. No todas las hipotecas "malas" eran suprime. Las llamadas Alt-A era también de alto riesgo, ya que o bien tenían tipos de interés variable o bien carencia (esto es, no tenían que empezar a pagar hasta pasado un determinado periodo). Concedidas a gente que no tenía que demostrar su nivel de ingresos o bien éstos no se verificaban, a menudo se las conocía como "préstamos mentirosos", ya que podías ocultar tus debilidades financieras y conseguir un préstamo sin tener que pagar nada o muy poco al principio. En otras palabras, el término "subprime" se refería a la calidad del prestatario (gente con riesgo de impago desde el primer día), mientras que "Alt-A" se refería a la calidad del propio préstamo: el prestatario puede tener un "currículo" financiero bueno o malo, pero los préstamos eran arriesgados en sí mismos porque se concedían sin garantía, sin datos suficientes para valorar el riesgo o con un tipo de interés que se incrementaría en el futuro, por lo que había posibilidades de que el prestatario no podría hacer frente a las cuotas por una o varias de las razones apuntadas.

Mientras los precios de los inmuebles continuaron incrementándose, aquellos que tenían préstamos "Alt-A" siempre tenían la posibilidad de vender la casa cuando subiera el tipo de interés; y, de hecho, eso fue lo que hicieron muchos especuladores aprovechándose del boom del sector y ganando más dinero del que les había costado la hipoteca. Y los brokers e intermediarios les animaban a ello: "No os preocupéis. Comprad ahora, y si no podéis pagar la hipoteca, vended la casa. Los precios sólo pueden subir. La casa valdrá más mañana, seguro". Sin embargo, cuando los precios inmobiliarios empezaron a bajar y los préstamos basura empezaron a asomar la cabeza, mucha de la gente que se había endeudado se vio atrapada. Sus hipotecas eran cada vez más caras, pero el valor de sus viviendas descendía. No tenían escapatoria.

Resulta sorprendente cuánta gente quedó enganchada en este embrollo. Los 25 millones de hipotecas subprime y Alt-A suponían casi el 42% de todas las hipotecas de familias monoparentales en los Estados Unidos en 2009.

El sistema financiero nunca había funcionado así. Nuestros padres tenían que ahorrar mucho y durante mucho tiempo para conseguir pagar del 10 al 20% del total del piso y conseguir una hipoteca a 20 o 25 años, permaneciendo en el mismo banco durante toda la vida y creando un fuerte vínculo entre la institución y el prestatario. El nuevo sistema introdujo una nueva regla: las hipotecas supbrime eran otorgadas por bancos y agentes intermediarios e inmediatamente vendidas a firmas financieras de mayor calibre, como Citibank, Merrill Lynch, Fannie Mae (Federal National Mortgage Association) o Freddie Mac (Federal Home Loan Mortgage Corporation) (instituciones apoyadas por el gobierno para trabajar con los bancos, a los que compraban las hipotecas a cambio de fondos con los que esos mismos bancos seguían financiando compradores de pisos).

Tanto bancos como compañías financieras ganaban unas comisiones elevadísimas
"empaquetando" hipotecas y transformándolas en títulos. En resumen, lo que aquí conocemos como "cédulas hipotecarias": títulos garantizados por hipotecas en los que el inversor recibe un interés que en último término proviene del dinero con el que los titulares de las hipotecas van pagando su deuda. Es un producto lógico. Todos esos titulares de hipotecas van pagando cada mes sus respectivos préstamos, lo que genera un flujo de dinero predecible y estable a lo largo del tiempo que se puede utilizar para pagar el tipo de interés de un bono o título. Los gestores de fondos de inversiones y planes de pensiones de todo el mundo compraron estos bonos. ¿Por qué no? Su rentabilidad era superior a la de la deuda pública y las agencias de rating las habían calificado tan seguras como cualquiera de los mejores títulos. Además, históricamente, los norteamericanos tenían un buen historial como pagadores de sus hipotecas.

Bien, el problema es que todo esto era cierto... cuando las hipotecas estaban bien dadas, a gente con trabajos estables, tipos de interés fijo y cuotas regulares durante treinta años. Incluso en los peores momentos, el porcentaje de fallidos sólo alcanzaba el 4%. Sin embargo, el boom de las hipotecas subprime fue algo totalmente nuevo. Siempre habían existido, pero en pequeño número respecto al total de hipotecas. Y había una buena razón para ello: eran arriesgadas. Mucho. ¿Por qué se hizo entonces? Un factor clave fue la política deliberada del gobierno americano, presionando a las entidades semi-gubernamentales como Fannie Mae y Freddie Mac, que contaban con un importante capital a precio barato, para que concedieran más fácilmente las hipotecas a los más desfavorecidos económicamente.

Instituciones como Fannie Mae y Freddie Mac fueron actores indispensables en el engorde de la
bola. En primer lugar, estimularon el desarrollo de un mercado de hipotecas subprime y Alt-A en Wall Street comprando grandes cantidades de hipotecas de ese tipo a diferentes bancos de inversión y, a partir de 2004, "empaquetándolas" (convirtiéndolas en títulos) junto a bonos e hipotecas de mejor calidad. Estos títulos compitieron en Wall Street por el dinero de los inversores, lo que rebajó su precio y los hizo más asequibles además de inflar la burbuja inmobiliaria: los bancos concedían más hipotecas basura sabiendo que luego podían sacar dinero adicional de ellas vendiéndolas a un tercero. Resultado: al haber más hipotecas disponibles, se vendían más casas; al aumentar la demanda inmobiliaria, subía el precio de las casas y la burbuja crecía. Es el ejemplo perfecto de cómo una política gubernamental bienintencionada provoca un declive notable en la calidad de las hipotecas norteamericanas y, al final, una gran crisis que se exportó a todo el mundo en virtud de la globalización financiera.

Esta locura "subprime" fue animada por otros factores además de por el deseo del gobierno de
promover la propiedad y el sector de la construcción. Tuvo mucho que ver la disponibilidad de dinero a bajos tipos de interés favorecida por la Reserva Federal dirigida por Alan Greenspan a comienzos de los 2000. Esta disponibilidad fue posible gracias a la enorme cantidad de dólares que circulaban por la autopista global procedentes de países con una gran capacidad de ahorro, especialmente los llamados "tigres asiáticos", China y los productores de petróleo del Golfo. Muchos economistas creen que fue esta enorme bolsa de dinero gestionado por fondos soberanos y reinvertido en Norteamérica lo que empujó a la baja los tipos de interés de los bonos del Tesoro americano, impulsando a los banqueros y "brujos" financieros a encontrar alternativas "novedosas" que ofrecieran mayor rentabilidad. Y ¿qué se les ocurrió? Los "paquetes" de hipotecas subprime y sus productos derivados, cada vez más exóticos.

Explicado en pocas palabras: el sr. Tanaka en Japón, el sr.Zhou en China y el sr.Abdullah en Kuwait, colocaron sus ahorros en sus respectivos bancos o fondos de inversión. Éstos, a su vez, buscando una buena rentabilidad, acudieron a Wall Street, donde los "genios financieros" les vendieron unos productos "seguros" -eso dijeron, tanto ellos como las agencias de rating- con una interesante rentabilidad. Como los intermediarios de estos productos manejaban tanto dinero con estos inventos, no tardaron en formar lobbies que presionaron al gobierno de Washington para que flexibilizara la legislación que les permitía seguir "diseñando" productos e instrumentos que, a su vez, les permitieran ganar más dinero. Con el final de la Guerra Fría y la creciente globalización, los presidentes Ronald Reagan, George H.W.Bush, Bill Clinton y George W.Bush junto a congresistas y senadores cuyas campañas habían sido financiadas en parte por donaciones procedentes de Wall Street, recortaron la regulación bancaria que había limitado la asunción de riesgos. Algunas de esas leyes habían estado en vigor desde la Gran Depresión de 1929.

Así que más y más dinero acudió a un sistema menos y menos regulado; los bancos asumieron más riesgos -no sólo en hipotecas subprime, sino en todo tipo de instrumentos financieros- en cada vez más lugares usando herramientas financieras más extrañas y complicadas, embarcándose en transacciones que cada vez menos gente comprendía y cuya transparencia disminuía alarmantemente.

Consideremos un ejemplo: los derivados. En diciembre de 2000, el Congreso norteamericano
aprobó -y el presidente Clinton firmó- una legislación apoyada por el sector financiero que eximía a los derivados de buena parte de la supervisión a que habían estado sometidos. Los derivados son unos instrumentos financieros que referencian su valor al precio de alguna materia prima, bono, servicio o producto. El vendedor del derivado recibe dinero a cambio de un acuerdo para comprar o vender algún bien o servicio en una fecha determinada. Así que un banco o una compañía de seguros podría ganar dinero vendiendo derivados que aseguraran los bonos de hipotecas subprime contra una posible depreciación de los mismos. Este diabólico invento fue parido y abundantemente comercializado por el gigante de los seguros American International Group (AIG).

Con la nueva legislación "liberalizada", el mercado de los derivados subió como la espuma, haciendo que los principales operadores de este tipo de productos ganaran una cantidad espectacular de dinero: ese mercado representa hoy unos 600 billones de dólares, mientras que hace diez años era de 88 billones. J.P.Morgan, el principal intermediario en este tipo de
derivados, ganó 5.000 millones de dólares gracias a ellos en 2008. Entre las compañías que más y más rápido se beneficiaron estuvo AIG que, alejándose de su negocio tradicional de seguros de vida y hogar, comenzó a vender seguros que protegían a los titulares de derivados de deuda hipotecaria contra el descenso en el valor de los mismos. Cuando millones de personas dejaron de pagar sus hipotecas subprime, el valor de aquellos títulos (que dependía de que las hipotecas que había detrás se fueran pagando) se desplomó y la compañía de repente se vio en la obligación de pagar a sus asegurados un dinero del que carecía.

AIG no sólo infravaloró, sino que ocultó, los riesgos que estaba asumiendo. AIG operaba en el sector financiero de ahorro y préstamos, por lo que estaba supervisada por el gobierno federal; también vendía seguros, por lo que había de rendir cuentas a las autoridades de cada estado; pero su negocio de derivados lo desempeñaba desde un fondo de inversión libre o fondo de cobertura que creó en una oficina de Londres, la AIGFP.

¿Qué es un fondo de inversión libre? Se trata de un vehículo de inversión colectiva organizado de
forma privada, gestionado por sociedades profesionales que cobran comisiones sobre resultados obtenidos y que no son accesibles a la mayor parte del ahorrador medio dado que requiere importes mínimos de inversión muy elevados. Utilizan técnicas de inversión financieras no permitidas para los fondos tradicionales: venta al descubierto o short-selling (apuesta a futuras bajadas de precios de acciones), uso de derivados financieros o seguro de impagos; permutas financieras o Swap; contrato de futuros; opciones financieras...) y compra de valores mediante apalancamiento agresivo. No solamente están sometidas a una reducidísima regulación, sino que tampoco tienen obligaciones de información ni deben mantener un nivel determinado de liquidez

AIGFP, esto es, AIG Financial Products, pasó a formar parte del denso y opaco bosque de fondos de inversión libre que había ido creciendo en la última década y que hoy maneja el 50% del ahorro mundial, empequeñeciendo al tradicional sector bancario. Ninguna institución de alcance global regula este sector. Aunque los ingresos de AIGFP constituían sólo un 1% del total del grupo al que pertenecía, los riesgos que había asumido fueron tales que literalmente hicieron derrumbarse todo el castillo cuando las cosas se complicaron. Y como este universo no tiene transparencia ni supervisión alguna, poca gente dentro o fuera de la propia AIG era sabedora de lo grande que era el problema antes de que estallara.

¿Cómo pudieron todas estas firmas especializadas en el mercado financiero volverse tan locas y
asumir riesgos tan serios? Se pueden dar dos razones. En primer lugar, sus genios matemáticos se inventaron modelos que les decían que no era tan arriesgado. Un informe especial sobre algunos de estos geniecillos que habían pergeñado estos modelos sobre los títulos con garantía hipotecaria fue publicado en la revista Newsweek en junio de 2009. En él contaban la historia del supermatemático David X.Li,quien mientras trabajaba para J.P.Morgan creó una fórmula que determinaba la correlación entre las tasas de impago de diferentes valores. En teoría, si un valor respaldado por una hipoteca resultaba impagado, el modelo proporcionaba a los banqueros una estimación de qué otros valores podían resultar asimismo impagados. "La aparente genialidad de la función gaussiana residía en su abstracción", decía Newsweek. "En lugar de tener que procesar la inmensa cantidad de datos necesarios para analizar los riesgos de un valor (digamos, un paquete de hipotecas subprime y los valores colaterales que se derivaban de él), Li pareció haber descubierto una correlación. Esto es, no necesitas los datos; la ley matemática estaba allí y, utilizándola, los matemáticos podían establecer los precios de los valores en función de sus riesgos de forma mucho más rápida y los intermediarios podían comprar y vender a velocidades récord.

La función gaussiana de Li fue como echar gasolina a una hoguera. El mercado de derivados se disparó y el volumen global de negocio pasó de 157.000 millones en 2004 a 520.000 millones en 2006. Cuantos más bancos se subían al carro, los márgenes de beneficio se iban encogiendo. Para mantener el beneficio, los bancos tuvieron que agrupar más y más préstamos dentro del mismo paquete; o lo que es lo mismo, hacer una bomba más grande. No hace falta decir que las predicciones buenistas de Li sobre correlaciones entre impagos no tardaron en demostrarse erróneas cuando las hipotecas subprime y los bonos que respaldaban se fueron derrumbando como fichas de dominó. Como dijo "Newsweek": "Li estaba camino del premio Nobel cuando el mundo estalló".

(Finaliza en la siguiente entrada)

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