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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Fantasmas y Apariciones (1)

Todos hemos temido de niños a los fantasmas, que imaginábamos envueltos en sábanas y con frecuencia arrastrando cadenas cual condenados. Pero para mucha gente no tan joven son motivo de preocupación y objeto de estudio. Se han vertido ríos de tinta para escribir, como fruto de investigaciones o como mero ejercicio literario, miles de páginas sobre unos entes no del todo conocidos y que deben encuadrarse quizá más dentro del ámbito de la cultura, de la mitología e incluso de la religión, que del de la ciencia.

Mientras algunos creen que los fantasmas son manifestaciones visibles de los muertos, que se pasean por nuestro mundo en busca de venganza, para advertirnos de algo o por mera diversión, otros opinan que son meras alucinaciones de sus observadores, dignas de ser estudiadas por psiquiatras. Otras explicaciones pasarían por suponer que los fantasmas son manifestaciones de carácter parapsicológico, tales como proyecciones mentales generadas consciente o inconscientemente.

Lo cierto es que los fantasmas y las apariciones de espíritus son tan antiguos como la propia civilización y se manifiestan de una forma u otra en todas las culturas. La mayoría de las veces suelen tener forma humana, pero también se cuentan leyendas de apariciones de animales y objetos fantasmales, como perros, gigantes asesinos o barcos hundidos que resurgen del fondo marino. Esto, contrariamente a lo que puede parecer en principio, no es una prueba de su autenticidad material, sino que más bien apunta a una causa muy simple y universal: la propia imaginación de los seres humanos.

Casi todas las creencias religiosas, desde el animismo a las grandes confesiones monoteístas, plantean el dualismo entre cuerpo y alma. El alma o espíritu es, según estas creencias, un ente inmaterial y eterno, que encierra toda la esencia de una persona, de la que su cuerpo no sería más que una envoltura terrenal prescindible. En el momento de la muerte, cuerpo y espíritu, que han estado unidos hasta ese momento, se separan. Mientras el cuerpo se descompone y desaparece, el alma pervive eternamente. Según algunos, las almas pueden reencarnarse en otros cuerpos, a fin de seguir evolucionando en un proceso espiritual de continuo perfeccionamiento. Para otros, viajan a un estado o lugar de eterno gozo o castigo, según haya sido su comportamiento en vida, o permanecen vagando por la tierra como “almas en pena”.

Ya desde antiguo, en todas las culturas se ha rendido culto a los muertos, bien sea por el natural
temor a lo desconocido –y el más allá lo seguirá siendo mientras no logremos ir allí y volver-, bien porque se supone que los espíritus de los fallecidos, al estar en contacto y presencia de las divinidades, tienen un conocimiento y un poder que nos es negado a los vivos. Pero, por lo general, este contacto ha estado siempre rodeado de una aureola de misterio y temor. Los fantasmas, como materialización de los espíritus, siempre han infundido miedo. Sin duda, este hecho ha sido utilizado también en muchas culturas como elemento de poder. Los gurúes, los brujos y chamanes tienen la posibilidad de contactar con los espíritus y así acceder a los saberes prohibidos. Son sólo ellos quienes tienen la respuesta a los interrogantes y los problemas de su pueblo y, en consecuencia, son quienes de hecho tienen el poder.

Los relatos de apariciones de espíritus y fantasmas son innumerables y, aunque similares en el fondo, adoptan multitud de formas distintas. Algunos de ellos forman parte ya de los mitos de determinadas regiones, o son auténticas leyendas urbanas transmitidas de país en país. Tal es el caso de la historia que relata cómo un hombre viajaba en su vehículo de noche por una carretera llena de curvas, cuando vio a una joven haciendo auto-stop. El conductor, amablemente, se detuvo, recogió a la joven y prosiguió su viaje sin apenas mediar palabra. Unos kilómetros más adelante, la joven comentó: “Tenga cuidado en esa curva. Es muy peligrosa. Ahí me maté yo”. Cuando el hombre, sorprendido, volvió la vista hacia el asiento donde se encontraba la joven, ésta había desaparecido.

Otros relatos, por el contrario, abundan con tal riqueza en detalles y testigos que resulta difícil distinguirlos de elaboradas obras literarias. Y, en muchos casos, al margen de la posible veracidad de los hechos relatados, está claro que la literatura ha maquillado con los años el texto y sus detalles.

El escritor Nathan Hawthorne contaba cómo, allá por 1830, iba todas las tardes a la biblioteca para investigar y escribir durante algunas horas. Uno de los asiduos visitantes de la sala era un anciano clérigo que acudía diariamente a leer y siempre, durante años, se sentaba en la misma silla. Un día le informaron a Hawthorne del fallecimiento del reverendo. Su sorpresa fue enorme cuando, al día siguiente y durante semanas, siguió viéndole sentado en su silla de siempre, con el mismo aspecto con que lo había visto muchos años. Nunca quiso hablar con el supuesto fantasma del sacerdote, quizá por miedo a romper el encanto, quizá por temor a que los demás presentes no vieran al clérigo y se sorprendieran de ver al escritor hablando con una silla vacía. ¿Realmente era un fantasma lo que veía Hawthorne? ¿Le informó mal su amigo y en realidad el reverendo no había fallecido aún? ¿O se trata de un relato fantástico, a los que Hawthorne era tan aficionado?

Otras narraciones se nutren de la historia y el fervor populares, habiéndose convertido en
verdaderas leyendas. El 23 de octubre de 1642, el ejército del rey Carlos I de Inglaterra luchó contra las tropas parlamentarias de Oliver Cromwell en la batalla de Edgehill. Cuenta la leyenda que, un mes después, varios pastores de la zona vieron y oyeron en el mismo lugar una nueva batalla, que nunca ocurrió. Algo similar ocurre con la batalla de Roncesvalles (Navarra), en la que las guerrillas locales derrotaron a las tropas carolingias mandadas por Roldán. Se cuenta que las noches de luna llena se oyen los sonidos de aquel trágico encuentro, e incluso el grito de auxilio de Roldán.

Dentro de la cultura judeo-cristiana son constantes las referencias a la existencia del espíritu, a los ángeles y a la inmortalidad del alma, con la casi única excepción de los saduceos, un grupo judío que negaba todos estos supuestos. Por eso, aunque la Iglesia desaprueba el intento de contactar con los espíritus de los difuntos, y no muestra especial interés por lo que nos puedan contar, es una práctica común orar e invocar a los santos, pidiendo su intercesión ante el Creador en asuntos tan terrenales como la agricultura, la salud o los negocios.

(Continua en la siguiente entrada)

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