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martes, 10 de abril de 2012

Agustina de Aragón

En la galería de personajes que generó la Guerra de la Independencia (1808-1814) brilla con luz propia la figura de Agustina de Aragón. Patriota ardiente como muchos de sus contemporáneos, su condición de mujer constituye un atractivo añadido. Idealizada por la propaganda bélica, en realidad su vida distó bastante de la imagen que hemos heredado de ella.

Agustina Zaragoza Doménech, su nombre real, era de origen catalán. Nació en Barcelona en 1786, muy cerca de la iglesia de Santa María del Mar. Era la penúltima hija, de un total de once hermanos, de un matrimonio de campesinos que acababa de llegar a la ciudad desde la población leridana de Fulleda.

Apenas salida de la adolescencia, Agustina contrajo matrimonio en 1803 con Joan Roca Vilaseca, un artillero veterano de la guerra de Portugal y oriundo de la localidad gerundense de Maçanet de Cabrenys. El matrimonio, debido a la ocupación del marido, residió en Mahón y Barcelona. En esta ciudad se instalaron a principios de 1808, apenas unas semanas antes de que, en el mes de febrero, las tropas napoleónicas la ocuparan por sorpresa, como sucedió con otras plazas españolas.

Tras el estallido de la rebelión antifrancesa en Madrid, en mayo de ese mismo año, Joan Roca fue movilizado, abandonando así a su esposa. Al poco tiempo de la separación, a principios de junio, Agustina se trasladó a Zaragoza. Desconocemos qué le movió a ello; quizá le llegasen rumores que situaban a su esposo en aquella ciudad, o bien supo que parte de su familia se había refugiado allí.

Durante el primer sitio de Zaragoza, a principios del verano de 1808, Agustina participó en la defensa de la ciudad como la gran mayoría de mujeres: cosiendo sacos terreros, avituallando con comida, agua y munición a los defensores e incluso realizando labores ocasionales de enfermería.

Quiso la fortuna que el día 3 de julio se encontrase en el Portillo de San Agustín suministrando
munición, en el momento en que los franceses abatían al último de los artilleros que defendía la posición. Cuando las tropas napoleónicas estaban a punto de completar el asalto final, Agustina prendió la mecha de una de las piezas de artillería, llevándose por delante a numerosos enemigos. Su acción sirvió para que otros civiles tomaran posiciones y rechazaran a los franceses que pretendían tomar aquel bastión.

Después de que los franceses levantasen este primer sitio en el mes de agosto, Agustina “la Artillera” fue recompensada por el general Palafox, el comandante de la plaza, con el grado de subteniente de artillería y la concesión de una pensión vitalicia.

Sus acciones bélicas no concluyeron tras este episodio, ya que la encontramos de nuevo participando en el segundo sitio de Zaragoza, establecido por los franceses a lo largo del invierno siguiente y que concluyó con la capitulación de la ciudad.

Agustina cayó enferma y fue capturada por los franceses. En el curso de su tortuoso traslado a Francia, consiguió huir en la localidad navarra de Puente la Reina, para a continuación dirigirse hacia zonas libres del dominio napoleónico. Una vez recuperada, Agustina se reintegró en el ejército y participó en numerosas acciones de guerra. Los sitios de Tortosa y de Vitoria son sólo algunas de ellas.

Al final del conflicto, Agustina Zaragoza se había convertido en una figura extraordinariamente popular. Se la invitó a visitar Andalucía, los ingleses le rindieron honores militares en Gibraltar, se entrevistó con personajes tan célebres como el general Castaños –el vencedor de la batalla de Bailén- o el propio Wellington, e incluso llegó a tener un encuentro con el rey Fernando VII al poco de que éste regresara de su cautiverio en Francia. Fue tal su fama que incluso Goya la inmortalizó en su serie de grabados sobre los Desastres de la Guerra.

La guerra de la Independencia le dio la fama, pero también fue el marco de otro episodio de su vida menos brillante y es que la sombra de la bigamia se cierne sobre su biografía. Al poco tiempo de llegar a Zaragoza en 1808, la vemos relacionada con un hombre llamado Luis de Talarbe. Era un antiguo pretendiente al que conoció durante los primeros años de su matrimonio en Mahón y con el que al parecer ya se había encontrado en alguna ocasión durante su posterior y breve estancia en Barcelona.

La desaparición de Joan Roca desde el inicio de la contienda, la misteriosa y rápida marcha de Agustina hacia Zaragoza, así como el hecho de que las fuentes no se pongan de acuerdo sobre si ella y Talarbe contrajeron matrimonio durante el primer sitio de Zaragoza, poco antes del famoso episodio del Portillo, nos llevan a sospechar la existencia de una relación seria entre ambos. Hubiera habido o no matrimonio, lo cierto es que este personaje no se separó de Agustina durante toda la guerra.

Una vez expulsados los franceses de España y reinstaurado en el trono Fernando VII, Agustina
de Aragón pasó primero a residir en Barcelona, aunque poco después se trasladó a Segovia y a Valencia. Fue en la capital del Turia donde al parecer su primer esposo, Joan Roca, se puso en contacto con ella. Agustina se vio obligada a volver a Barcelona junto a su marido y Luis de Talarbe marchó a América, donde contrajo matrimonio. Pero este segundo período de convivencia se truncó en agosto de 1823 con el fallecimiento de Joan Roca.

Al poco tiempo de enviudar, Agustina regresó a Valencia. Allí no tardó mucho tiempo en conocer a un joven médico originario de Almería llamado Juan Cobos. A pesar de la diferencia de edad –ella era doce años mayor que él-, la precariedad económica en la que se encontraba Agustina la empujó a contraer matrimonio rápidamente en marzo de 1824, apenas medio año más tarde de haber tomado el luto. De esa unión nació su hija Carlota en 1825.

La segunda duda que se cierne sobre Agustina Zaragoza arranca con la muerte de Fernando VII en 1833 y el posterior conflicto sucesorio entre los partidarios de su hija Isabel (o isabelinos) y los de su hermano Carlos, los carlistas. Instalado con su esposa en Sevilla desde 1828, Cobos simpatizó abiertamente con la causa de estos últimos. Su decidida actuación a favor del partido apostólico le valdría en 1835 el nombramiento de gentilhombre de cámara del pretendiente Carlos, así como la concesión por parte de éste del título nobiliario de barón de Cobos de Belchite.

El desarrollo adverso de la guerra carlista minó la fortuna familiar, entre otras cosas porque las autoridades isabelinas suspendieron el pago de las pensiones que Agustina percibía desde la época de los sitios y que no recuperaría hasta varios años más tarde. La pregunta que se plantea es si Agustina llegó a coquetear con el carlismo o simplemente se vio arrastrada por las simpatías de su marido hacia la causa legitimista.

El tramo final de la vida de Agustina transcurrió entre Sevilla y Ceuta. En 1853 se instaló en esta última ciudad, en casa de su hija, casada con un militar allí destinado. Falleció en esta plaza norteafricana cuatro años después, el 29 de mayo de 1857.

Sus restos fueron
trasladados a Zaragoza en 1870 y depositados provisionalmente en la basílica del Pilar. Con motivo del centenario del primer sitio, en 1908, se les dio sepultura finalmente en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, junto con los restos de otras dos heroínas en la defensa de la ciudad: Casta Álvarez y Manuela Sancho.

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