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viernes, 21 de septiembre de 2012

1628-El hundimiento del Wasa


El buque insignia Wasa se hundió en la bahía de Estocolmo durante su viaje inaugural el 10 de agosto de 1628.

Su construcción obedeció a la situación política imperante en la Europa de entonces y más concretamente en el norte del continente. La lucha por el dominio del Báltico se debatía entre Suecia y Dinamarca y la flota sueca era un instrumento de la política de ese país.

Por aquel entonces, Suecia era un país pequeño y pobre. Bajo el reinado del rey Gustavo Adolfo II, luchaba por ganarse un lugar como potencia europea. Cuando aún no había cumplido 17 años, Gustavo Adolfo tuvo que sobrellevar una pesada carga. El reino que recibió se encontraba participando en una difícil guerra en varios frentes. En el este, los enemigos eran Rusia y Polonia; en el sur, la lucha era contra Dinamarca, la más seria competidora por el dominio del Báltico.

En 1613 se había firmado la paz con los daneses en Knäred, una paz firmada imponiendo duras condiciones para los suecos. Dinamarca había conquistado las fortificaciones de Älvsborg, que era la única protección de la Suecia de entonces, con su apertura hacia el mar del Norte. Esto obligó al país a pagar a los daneses una fuerte suma de dinero durante seis años. El pago de ese tributo exigió grandes sacrificios al pueblo, que ya cargaba sobre sí los gastos de la guerra.

En el frente oriental, el desarrollo de las acciones bélicas era incierto, pero decantándose hacia el lado sueco. La firma de la paz de Stolbova fue importante para la política báltica de Suecia, ya que las cesiones territoriales incluidas en el acuerdo marginaron a Rusia de la región y Suecia quedó con las manos libres para centrarse en sus ambiciones meridionales, más concretamente Polonia. Había comenzado la Edad de Oro de Suecia, los años en los que se convirtió en una potencia a tener en cuenta.

En ese contexto, la flota sueca jugaba un papel fundamental. Gustavo Adolfo había heredado a la
muerte de su padre, Carlos IX, una gran flota naval casi en desuso al hallarse destrozada por el clima y los combates. En el año 1621, la flota estaba integrada por casi 100 unidades, pero más de las dos terceras partes eran barcos de guerra pequeños con una capacidad de combate insignificante. En 1616, el rey se había visto obligado a completar su flota de guerra con navíos mercantes alquilados en Holanda. Gustavo Adolfo decidió cambiar la situación y en 1620 dio comienzo un programa de construcción naval sin precedentes en el país. En todos los astilleros de la nación floreció la vida y la actividad. El Wasa nació como fruto de ese esfuerzo.

Es casi seguro que los constructores del Wasa fueron obligados a trabajar con prisas. Muy a comienzos del verano de 1628 fue colocado el lastre a bordo y en julio todo estuvo listo para situar en sus puestos los 64 cañones. El 10 de agosto de 1628, domingo, se había reunido una multitud para despedir a los marinos. Además de la tripulación compuesta por 135 personas, se encontraban familiares de la gente de a bordo, entre los que había mujeres y niños, habiendo obtenido permiso para viajar en el barco un corto trecho en la singladura inaugural.

Así, el Wasa zarpó desde Estocolmo con un tiempo sereno y despejado, con una leve brisa que soplaba del suroeste. Se levaron anclas y se ajustaron las jarcias. El Wasa se deslizó lentamente y se iniciaron las maniobras del velamen, desplegando sólo cuatro velas de los 1.200 metros cuadrados de lona con que contaba. El navío acababa de disparar unas salvas de saludo cuando una ráfaga de viento repentino lo hizo escorarse. Pero se recuperó y continuó deslizándose lentamente. Una nueva ráfaga y el barco vuelve a escorarse, pero esta vez no puede recuperar el equilibrio. La inclinación del barco aumenta y pronto el agua comienza a entrar a raudales a través de las cañoneras. Con sólo 1.500 metros recorridos, el navío se hunde. Se botaron los botes salvavidas y aquellos que no cupieron fueron rescatados del agua por barcos que acudieron al lugar. En las excavaciones que se hicieron en época moderna en el lecho marino en el lugar del naufragio, se encontraron restos de sólo 18 individuos pero se cree que murieron alrededor de cincuenta personas.

El destino del buque insignia generó inmediatamente una gran conmoción. Ya al día siguiente
comenzaron los preparativos para un interrogatorio en el castillo anejo al Consejo del Reino. La investigación se inició el 5 de septiembre ante un tribunal de diecisiete miembros nombrado especialmente para el caso. En el banquillo de los acusados se hallaba, entre otros, el propio capitán del barco –quien fue salvado en el último momento- además de su contramaestre y el empresario constructor. Algunas actas de la época señalan que se trató por todos los medios de culpar a los miembros de la tripulación, enredándolos con preguntas capciosas.

Al final se llegó a la conclusión de que el navío había sido bien construido, el lastre era adecuado y los cañones habían estado bien situados. No hubo manera de encontrar un motivo para la tragedia y al final todos los que estuvieron vinculaos con el accidente fueron puestos en libertad. Hubo un guardiamarina que afirmó que el barco era demasiado angosto de fondo y que le faltaba una mayor manga, pero mientras el Wasa permaneciera a 32 metros de profundidad, no había pruebas disponibles para apoyar una u otra tesis.

La catástrofe sirvió como advertencia para cambiar los modelos de construcción en el sistema de licitación que se habían utilizado hasta la fecha. A partir de 1630, se comenzaron a construir barcos más anchos.

La noticia de la catástrofe del Wasa se difundió rápidamente fuera de las fronteras de Suecia. Hubo muchos que pensaron ganar fama y fortuna (simplemente los cañones de bronce ya eran piezas muy preciadas en la época) realizando una operación de rescate que a todas luces parecía simple. El barco estaba en el fondo de la protegida bahía de la capital sueca y la profundidad no era de más de 35 metros. Había constancia histórica de hazañas realizadas por submarinistas desde los tiempos de los griegos, pero lo cierto es que los recursos técnicos eran de mala calidad y los utensilios utilizados muy primitivos. El primero que se atrevió a poner en práctica un intento de rescate del velero fue el inglés Ian Bulmer. Comenzó a trabajar en ello tan sólo tres días después del hundimiento. Bulmer consiguió en muy poco tiempo asentar al Wasa sobre su quilla. Cómo consiguió hacerlo no lo sabe nadie, pero le hizo un gran favor a quienes finalmente tuvieron éxito en la tarea siglos después.

Muchos otros siguieron intentándolo, pero el peso de la nave siempre fue demasiado. Los equipos de
levantamiento no resistían. Durante diez años se trató denodadamente de rescatar al Wasa. Luego vinieron dos décadas en las que no se hizo absolutamente nada. Entre 1663 y 1664 dos suecos entusiastas utilizaron una campana sumergible de estructura simple con una forma parecida a una campana de iglesia. Ya por aquel entonces se había aprendido a vestir a los buceadores con ropas cálidas de cuero, bien cerradas. Llevaban incorporados a la campana de madera una cantidad de herramientas especiales como sierras, garfios y alicates para facilitar el trabajo en las profundidades. Utilizando este primitivo sistema consiguieron rescatar alrededor de 50 cañones, cada uno de ellos con un peso de una tonelada y media. Una hazaña encomiable.

Según algunas actas de aduana de la época que se han conservado, se sacaron del país con destino a Lübeck 53 cañones del Wasa en 1665, cañones de los que hoy se ha perdido la pista. Después de esto se desvaneció el interés y el navío descansó en paz durante trescientos años. Entretanto, las técnicas de buceo y rescate fueron perfeccionándose.

En 1920, el historiador sueco Nils Ahnlund revivió el interés por el buque hundido pero a principios del siglo pasado todavía no había recursos suficientes para dedicarlos a una empresa de esta magnitud. En agosto de 1956, el investigador privado Anders Franzén logró finalmente sacar un pedazo de encina negra con una sonda especialmente construida para esta misión. Se contactó entonces con el jefe de buceadores de la marina, y la Escuela de Buceo trasladó sus prácticas habituales a este lugar. Todo estaba ya listo. Franzén logró con su entusiasmo atraer a personas influyentes que apoyaron el proyecto y se contrató a la empresa Neptun, especialista en estas tareas.

Se excavaron seis túneles por debajo del navío de cerca de 150 metros de largo y con ayuda de
pontones de carga fue por fin sacado a flote en abril de 1961. Apenas transcurridas dos semanas, el velero pudo ser remolcado a un dique sequo. Ahora había que limpiarlo, sacarle el lodo y el lastre, secarlo y proteger la madera. En definitiva, restaurarlo y estudiarlo. Una tarea que todavía no ha finalizado.

El Museo Wasa abrió sus puertas en 1962, si bien las instalaciones actuales datan de 1990. Millones de personas lo han visitado, maravillándose por poder contemplar tan de cerca un barco magnífico. Lo que una vez fue una catástrofe se transformó en un final feliz en nuestro tiempo al abrirse una fascinante puerta hacia el mundo de la navegación en el pasado.
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