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martes, 14 de mayo de 2013

Salvador Dalí: La vida también es arte






Si el mundo es un teatro, entonces uno de los mejores actores sobre sus tablas debe de ser Salvador Dalí. Definimos a Dalí como surrealista, pero acaso una mejor denominación sería la de artista de performance, el primero de todos. Todo lo que hizo Dalí estaba calculado para sorprender, impresionar y divertir. Incluso su aspecto exterior era más un disfraz que un vestido. Tomemos su bigote, que se dejaba crecer hasta un tamaño considerable y se acicalaba con las puntas afiladas, o sus trajes, de telas de terciopelo de brillantes colores con incrustaciones de bordados dorados.

¿Había un hombre de verdad detrás de esa máscara? Puede ser. De vez en cuando podemos vislumbrar una persona vulnerable que busca el apoyo de su dominante esposa y expresa un deseo de genuina espiritualidad. Pero al mundo le gustaba el Dalí loco, el hombre del bigote y los trajes con bordados, y eso es lo que él le dio.

La gran tragedia de su vida tuvo lugar antes de su nacimiento. En 1901, la pareja Dalí de Figueras, España, tuvo un hijo llamado Salvador, igual que su padre, pero murió a los 21 meses. Nueve meses y diez días más tarde la pareja tuvo otro hijo, que también se llamó Salvador, que sobrevivió. Pero los padres jamás se recuperaron de la primera pérdida. Hablaban sin parar del niño muerto, convencidos como estaban que el nuevo Salvador no era más que una segunda opción. Quizá de manera inesperada, el chico desarrolló un carácter terrible y prefería evacuar sus excrementos en el pasillo en lugar de utilizar el cuarto de baño. También en el colegio era un auténtico desastre.

Dalí tomó clases de dibujo desde niño y, como joven promesa, montó su primera exposición pública
en el teatro de su pueblo natal en 1919. El talentoso joven artista se trasladó a Madrid en 1922 para matricularse en la Escuela de Bellas Artes. Tras varios años de peleas con los profesores, Dalí fue expulsado por negarse a pasar un examen final, ya que según él ninguno de los profesores era lo suficientemente competente para juzgarlo.

Tenía ganas de cambiar de aires: París y los surrealistas. El surrealismo era el nuevo movimiento artístico de moda, que predicaba el sinsentido del dadaísmo, el psicoanálisis de Freud y la política de Marx. Dalí estaba especialmente fascinado por la importancia que le daba al subconsciente y quería utilizar su meticulosa habilidad en el dibujo para crear imágenes absurdas e irracionales. En 1929 se metió en un tren que iba a Francia pero, para su sorpresa, en lugar de ser recibido como un héroe conquistador, los surrealistas ni siquiera se enteraron de que había llegado. Sólo hizo un amigo, el poeta surrealista Paul Éluard, a quien invitó a que visitara aquel verano Cadaqués, un pueblo en la costa catalana donde la familia Dalí pasaba las vacaciones.

Dalí regresó a España profundamente deprimido, pero poco después llegó Éluard con su esposa, Gala. Gala Éluard, nacida Elena Ivanova Diakonova, en Rusia, era unos diez años mayor que Dalí (mentía sobre su edad); también era dinámica, imperiosa e insaciable. Éluard y Gala se habían conocido cuando eran quinceañeros en un sanatorio para tuberculosos en Suiza, y más tarde ella cruzó Europa durante el caos de la Primera Guerra Mundial para casarse con él. Después de la guerra, Éluard se convirtió en un líder del movimiento dadaísta, y Gala adoptó el papel de musa y amante, aunque en 1929 estaba empezando a sentirse defraudada por las limitadas perspectivas económicas de su marido.

En un principio, Gala despreciaba a Dalí (decía que parecía un bailarín profesional de tango
argentino), pero luego vio sus cuadros. Entonces fue cuando se lanzó sobre él como un misil guiado por láser. Fue una de las primeras personas en darse cuenta de su gran talento y en apreciar que ese talento podría producir una increíble riqueza.

Por su parte, Dalí estaba tan locamente enamorado de ella que la cortejaba con un geranio detrás de la oreja, inventó un extraño perfume a base de estiércol y por alguna razón se afeitó las axilas hasta que le sangraron. Sus tendencias sexuales eran bastante extrañas. Los amigos cercanos describían a Gala como ninfómana, mientras que Dalí aborrecía que lo tocaran y parecía tener inclinaciones homosexuales. Aún así, los dos juntos estaban muy bien. Éluard aceptó la deserción con notable elegancia, sobre todo porque ella todavía quería mantener relaciones sexuales con él. En 1932, Gala y Éluard se divorciaron para que él pudiera volver a casarse, y dos años más tarde Dalí y Gala contrajeron matrimonio en una ceremonia civil.

A partir de entonces, Gala dedicó todas sus energías a promocionar a Dalí. Se convirtió en una
experta regateadora, pues los dos vivían en una pobreza increíble, subsistiendo de las infrecuentes ventas de Dalí y de los pocos cheques de Éluard. Los veranos regresaban a España y se instalaban en el pequeño pueblo pesquero de Port Lligat, delante del puerto de Cadaqués. Durante esos primeros veranos Dalí realizó algunas de sus obras más significativas, incluida “La persistencia de la memoria”. La sobrecogedora y siniestra obra está sacada del subconsciente de Dalí. Sobre un plano oscuro un trozo de carne que podría ser una cara yace el lado de una mesa o bloque, del que emerge un árbol estéril. Por encima de la cara, la mesa y el árbol, caen relojes de bolsillo, que parecen blandos como la mantequilla. La idea de los relojes le llegó al artista al observar un camembert que se ablandaba después de la cena. Cuando terminó de pintar el cuadro, le preguntó a Gala si le parecía que era una imagen que se podría recordar; ella le respondió que nadie podría olvidarla. Y de esa manera dio Dalí el título a esta obra: por la persistencia de su propia creación en la mente del observador.

La exposición de 1931 donde se mostraba “La persistencia de la memoria” fue un gran éxito. Gala y Dalí se convirtieron en los favoritos de la clase alta intelectual, quienes adoptaron la extraña manera de hablar del artista (una dama de la alta sociedad diría de un concierto de Stravinsky: “¡Fue hermoso, fue viscosxo, fue ingnominioso!”). Pero no todo el mundo apreciaba la creciente fama de Dalí. A otros surrealistas les parecía que había secuestrado el movimiento. Entonces, Dalí comenzó a hacer comentarios estrafalarios delante de todo el mundo sobre Adolf Hitler, diciendo que no había nada más surrealista que el dictador (Hitler no le devolvió el cumplido, sino que afirmó directamente que los surrealistas deberían ser esterilizados o ejecutados).

Los surrealistas comunistas insistieron en que Dalí se retractara de sus afirmaciones, pero él protestó diciendo que si el surrealismo trataba de explorar los sueños y los tabús sin censuras, entonces él tenía todo el derecho del mundo a soñar con Hitler.

Aunque Dalí soñara con Hitler, lo cierto es que no quería vivir bajo su mandato. Cuando las tropas
alemanas marchaban hacia París, al principio de la Segunda Guerra Mundial, él se largó tan lejos como pudo de los nazis. En 1940, él, Gala y una impresionante cantidad de equipaje navegaron desde Lisboa a Nueva York.

La pareja repartía su tiempo entre Nueva York y Pebble Beach, California, mientras los reporteros de revistas los seguían incansablemente a donde quiera que fueran. Entonces, aun cuando los famosos de Hollywood y las personalidades de Nueva York los aclamaban, Dalí empezó a cambiar de estilo. Pintó retratos de Gala muy realistas, incluso hermosos, sin olvidar los relojes blandos, las chuletas de cerdo o los elefantes voladores. Pintó temas religiosos: una crucifixión, una virgen (con Gala de modelo, cosa sorprendente) y una Última Cena. Los amigos estaban sorprendidos. ¿Dalí espiritual? ¿Dalí serio? La idea de Dalí rezando era ridícula.

Lo que a Gala le parecía ridículo era la idea de Dalí persiguiendo otra cosa que no fuera su increíblemente lucrativa obra. Lejos habían quedado los tiempos en que ella recorría los mercados de París en busca del pan más barato. Ahora sólo cenaba en los restaurantes más elegantes y vestía modelos de Chanel. Siempre podía persuadir a Dalí para que aceptara los encargos más estrafalarios (y mejor pagados). Diseñó las secuencias de los sueños para la película de Alfred Hitchcock “Recuerda” (aunque luego se volvieron a filmar) y colaboró con Walt Disney en un cortometraje de animación (aunque más tarde Disney daría carpetazo al proyecto). Diseñó joyería (un reloj blando), pequeños artefactos (el teléfono langosta) y muebles (un sofá tomando como modelo los labios de Mae West). Su fama aumentaba. No importaba qué extravagancia hiciera los periodistas cubrían el evento y los lectores lo devoraban. Dio una conferencia en un Rolls Royce blanco lleno de coliflores y entró en la jaula de los rinocerontes de un zoológico con el cuadro de un rinoceronte.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el mejor amigo de Dalí, un publicista llamado Herb Caen,
propuso que organizaran una fiesta benéfica para los artistas de Europa. A Dalí le encantó la idea: montarían el baile surrealista por excelencia. Enseguida le presentó a Caen una lista de sus exigencias, que incluían dos mil pinos, cuatro mil sacos de yute, la cama más grande de Hollywood, un automóvil de desguace, varios maniquíes desnudos, más o menos una docena de animales salvajes –entre ellos una cría de tigre y una jirafa- y 200 zapatos en los que se serviría el primer plato. El temible Caen se puso manos a la obra. Encontró una cama de 10 metros en un escenario de Hollywood, un coche de desguace en un depósito de chatarra y maniquíes en unos grandes almacenes. Un zoológico estuvo de acuerdo en proporcionarles los animales, excepto la jirafa: era demasiado complicado transportarla.

Llegaron los invitados desde todos los rincones de Estados Unidos para la “noche surrealista en el bosque encantado”, incluidos los Vanderbilt, Alfred Hitchcock, Bob Hope, Bing Crosby, Ginger Rogers y Clark Gable. Pero cuando terminó la fiesta, Herb acabó con un brazo roto en tres partes (¿por culpa de los animales?) y una cuenta de gastos mucho mayor que la de ingresos. No quedó dinero para enviar a los hambrientos artistas de Europa.

En otra ocasión, en una conferencia en Londres titulada “Paranoia, los prerrafaelistas, Harpo Marx y los fantasmas”, Dalí hizo una entrada magnífica, como solía ser normal en él. Sostenía dos lebreles rusos por la correa con una mano y un taco de billar con la otra. Iba vestido con un antiguo traje de buzo y encima del casco llevaba un radiador de coche Mercedes. Intentó hablar, pero enseguida se dio cuenta de que sin suministro de oxígeno en el casco, no podía respirar. La audiencia lo observaba alegremente mientras él hacía esfuerzos por respirar, pensando que era parte de la actuación, pero al final dos de sus amigos se dieron cuenta de que pasaba algo. Trataron frenéticamente de abrir los cierres del casco. Al final llegó un tramoyista con una llave inglesa y pudo liberar a Dalí cuando ya estaba a punto de asfixiarse.

Los grandes seguidores de Dalí de la década de 1930 habían sido miembros de la alta sociedad parisina; en la década de 1960 lo adoraban los hippies que llegaban a Port Lligat en bandadas, con abundantes reservas de marihuana y LSD. Dalí llamó a sus seguidores “la corte de los milagros” y adulaba a los que un biógrafo definió como “un fluctuante reparto de hermafroditas enanos, modelos bizcas, gemelos, nínfulas y travestidos”.

Y entonces el tema sexual se les fue realmente de las manos. A Gala, ahora ya una setentona, le encantaba tener acceso a abundante carne joven, y Dalí preparaba auténticas “masas eróticas”: orgías en las que cada habitación estaba dedicada a un grupo diferente. Pero toda esa decadencia resultó ser muy cara, y Gala –quien no dudaba en encerrar a Dalí en su estudio cuando había que acabar un encargo- tuvo que inventar maneras cada vez más elaboradas de hacer dinero. Hizo que su marido firmara cientos de hojas de papel en blanco que después podría imprimir como litografías de “edición limitada”.

Al final llegó la vejez para Gala y Dalí. La piel de ella empezó a sufrir erupciones con horribles
lesiones en las suturas de sus múltiples cirugías estéticas. Murió en junio de 1982 de un infarto. Dalí pasó los siguientes seis años esperando reunirse con ella. Se negaba a comer, lloraba constantemente y se pasaba los días tumbado solo en la oscuridad. En la cama tenía una campana para llamar a una enfermera que lo atendía las 24 horas, y por las noches solía llamar sin parar. Al final acabó cansando tanto a las enfermeras que cambiaron la campana por una luz, y una noche apretó tanto el botón que el sistema sufrió un cortocircuito y la cama acabó ardiendo. El personal lo encontró arrastrándose en medio de una niebla de humo y llamas, con quemaduras en casi el 20% de su cuerpo Todos pensaban que las quemaduras acabarían con su vida, pero sobrevivió y se llegó a recuperar lo suficiente para dar una entrevista para “Vanity Fair” en 1986. Fue su última charla, aunque aguantó tres años más. Murió el 23 de enero de 1989.

¿Qué podemos decir hoy en día de Salvador Dalí? Muchos historiadores del arte califican su obra posterior a la Segunda Guerra Mundial de kitsch y autocomplaciente; algunos otros van más allá y se mofan de la totalidad de su producción. Recientemente, un crítico lo describió como un “pervertido pueril cuya habilidad para generar una fascinación no merecida por el trabajo convulsivo de su mente misantrópica sigue sorprendiendo”. ¡Ay!, pero lo que nadie puede negar es su influencia: Dalí creó el concepto de que la vida es un arte.

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