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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Charles Manson- Satán en Hollywood (1)





Se hace llamar Satán, pero no es inmortal. De hecho, se le ve bastante viejo, lo cual no es raro considerando su situación. De los 79 años que tiene, sólo ha pasado 19 en libertad. Los otros 58 han transcurrido entre rejas, donde ahora lleva cuatro décadas de forma ininterrumpida. Y puede dar gracias, porque si Charles Manson sigue hoy vivo, se debe a una irónica casualidad de la historia judicial de Estados Unidos: en 1971 fue cinco veces condenado a muerte y lo normal sería que sus pulmones hubieran estallado hace tiempo en la cámara de gas de la cárcel de San Quintín. Sin embargo, después del juicio, California aprobó la supresión de la pena capital y todas las sentencias de muerte fueron permutadas por la de cadena perpetua. Posteriormente se reanudaron las ejecuciones, pero eso a Manson ya no le afecta.

Ha tenido suerte y se ha hecho viejo en prisión, donde gestiona su página web y edita discos de música rock y de interpretaciones bíblicas. Incluso se permite solicitar de tanto en tanto la libertad condicional, aun sabiendo que le será denegada. En primer lugar, porque no se arrepiente de nada; y además, porque el mundo aún recuerda con nitidez el día en que tres chicas y un chico armados con cuchillos y tenedores despedazaron a cinco personas a las que no conocían, obedeciendo órdenes de su dios y demonio, su padre y amante Charles Manson, un criminal de pequeña estatura con delirios de grandeza.

Fue la señora de la limpieza quien descubrió los cuerpos. Como cada sábado, en la soleada mañana del 9 de agosto de 1969 se disponía a realizar el trabajo doméstico en casa de una de las parejas más conocidas de Hollywood: la formada por el director de cine Roman Polanski, que contaba 36 años, y su joven esposa Sharon Tate, de 26, una bella y sensual actriz especializada en papeles con una fuerte carga erótica. La vivienda se encontraba al final de una tranquila calle llamada Cielo Drive, pero la escenografía que apareció ante los ojos de la asistenta distaba mucho de ser celestial: sobre un charco de sangre, en el césped, yacían un hombre y una mujer, mientras un tercer cadáver asomaba del interior del coche aparcado al lado. Aterrada, echó a correr, gritando histéricamente, hacia la casa de los vecinos.

Este dantesco panorama hizo estremecer minutos después a los policías mientras seguían el rastro sangriento que conducía a la mansión de Polanski. Les recibió la palabra “pigs” (“cerdos”) pintada con sangre sobre la puerta. En el salón yacía muerta Sharon Tate, tumbada de lado en posición fetal, y apenas cubierta por un sujetador y unas bragas de flores. Varias puñaladas destacaban en su cuerpo y sobre el vientre, hinchado a causa de los ocho meses de embarazo, aparecía una X grabada a cuchillo. La cuerda blanca atada en torno al cuello enlazaba con la garganta de una quinta víctima, un hombre mutilado, acuchillado y con numerosas equis marcadas sobre la piel. Como remate, los asesinos le habían cubierto la cabeza con una toalla ensangrentada.

Los cuerpos fueron rápidamente identificados. El hombre que yacía junto a Sharon Tate era su
exnovio, el peluquero Jay Sebring, de 35 años. Los cadáveres del jardín correspondían a Abigail Folger, de 26 años, rica heredera de un industrial cafetalero; y su novio, el cineasta polaco Voyteck Frykowski, de 37 años. Los tres, amigos del matrimonio Polanski, habían ido a hacer compañía a la actriz, pues Roman se encontraba trabajando en Londres. El ocupante del coche –y primera víctima de la masacre- resultó ser Steven Parent, un estudiante de 18 años que tuvo la desgracia de toparse con los asesinos cuando se disponía a marcharse tras visitar al guardés de la mansión, de quien era amigo. Éste, por cierto, no se enteró de nada, pues se hallaba en la casa del servicio, situada a cierta distancia, escuchando música a todo volumen.

Pero el horror, lejos de terminar, se prolongó en Los Ángeles hasta el domingo por la tarde, cuando Frank Struthers, de 15 años, entró en la casa de su madre, Rosemary, de 36, y su padrastro, Leno La Bianca, de 44, propietario de un supermercado en el elegante barrio de Los Feliz. El joven halló a La Bianca en el suelo del salón con la cabeza metida en una funda de almohada empapada en sangre. Tenía clavado un cuchillo de cocina en la garganta, el pijama hecho jirones y de su vientre sobresalía un largo tenedor de dos púas, con la empuñadura de marfil. Frank salió despavorido.

El cuerpo de su madre fue descubierto por la policía en el dormitorio. Rosemary La Bianca yacía
boca abajo en medio de un charco de sangre, con el camisón rosa enrollado a la altura del cuello; la espalda, nalgas y piernas sembradas de pinchazos, y la cabeza cubierta por una funda de almohada. En la vivienda se hallaron tres pintadas hechas con sangre: “death to pigs” (“muerte a los cerdos”), “rise” (“levantaos”) y “helter skelter” (“confusión y caos”).

El balance forense del siniestro fin de semana arrojó las siguientes cifras: Sharon Tate recibió 16 cuchilladas; Jay Sebring, siete puñaladas y una herida de bala; Abigail Folger, 28 cuchilladas; Voyteck Frykowski, 51 heridas de arma blanca, dos balazos y 13 golpes en la cabeza (es probable que se defendiera antes de morir); Steven Parent, cuatro tiros y una puñalada; Rosemary La Bianca, 41 heridas hechas con cuchillo y tenedor; y Leno La Bianca, 26 puñaladas. En su vientre, junto al tenedor de trinchar, aparecía grabada a cuchillo la palabra “war” (“guerra”).

Todo Los Ángeles se quedó de piedra. ¿Quiénes eran esos horribles carniceros? ¿Qué móvil les empujaba? Desde luego, no el robo, pues en casa de los Polanski no faltaba nada. En cambio, la policía encontró vídeos pornográficos y pequeñas dosis de distintas drogas, lo que dio pábulo a las más turbias especulaciones: orgías sexuales, tráfico de estupefacientes, rituales de vudú, sacrificios humanos… Hubo incluso quien afirmó que el mismo demonio había usado a Manson para que castigase a Polanski por haber revelado al mundo la existencia del culto satánico en su película “La semilla del diablo”. Sea como fuere, los asesinos andaban sueltos y los ricos y famosos de Hollywood, temiendo por su vida, se atrincheraron en sus mansiones. Durante un tiempo se cancelaron todas las fiestas y algunas amistades se rompieron de golpe, porque el miedo alimentaba la desconfianza.

Mientras tanto, a sólo media hora en coche de Los Ángeles, seis
personas que sí conocían los detalles de los crímenes se burlaban del revuelo organizado. En las cabañas del Spahn´s Movie Ranch, donde se habían rodado algunas películas del oeste, vivía desde hacía dos meses un guía espiritual melenudo y barbudo con su peculiar familia, formada por 40 jóvenes, la mayoría chicas. Era una de aquellas alegres comunas hippies, habituales por entonces en California, cuyos miembros vivían al margen de la sociedad componiendo música, fumando marihuana, tomando LSD, comiendo los alimentos caducados que rescataban de los supermercados y acostándose todos con todos.

El líder, Charlie, de 35 años, era el mayor del grupo y todo un experto en convencer a las chicas de que se olvidasen de cualquier escrúpulo. Con un físico escueto que suscitaba ternura, poseía experiencia de la vida, carisma y autoridad, y tan pronto podía resultar cruel como convertirse en la persona más dulce del mundo. Con verbo fácil engatusaba a sus acólitos exaltando su misticismo o reprendiéndoles con dureza. Las chicas le adoraban y los chicos le seguían, porque donde estaba Charlie había sexo en abundancia. ¡Él sí que sabía llevar el amor libre hasta sus últimas consecuencias!

Es posible que la ingenuidad hippy de aquellos años sesenta ayudara a Manson a seducir a jóvenes incautos, pero no habría llegado a ser el siniestro asesino en que se convirtió sin la violencia que marcó su infancia. Charles Manson nació el 12 de noviembre de 1934 en un hogar humilde de Cincinatti (Ohio). Su madre, Kathleen Maddox, tenía 15 años cuando se escapó de casa huyendo de unos padres tremendamente religiosos y estrictos. Apenas un año después trajo al mundo a Charlie fruto de su relación con un amante ocasional. El niño recibió el apellido de William Manson, un hombre mayor con quien Kathleen, vitalista, aficionada a la bebida y enamoradiza, estuvo casada unos meses. En los periódicos, 35 años después, se etiquetó a Kathleen como una “prostituta adolescente”, cosa que no gustó a Manson: “Mi madre fue simplemente una hippy de los años treinta. Se largó de cada por las mismas razones que los chicos de mi familia. Me gustaba mi madre; yo la quería”.

En 1940, Kathleen fue condenada por atracar una gasolinera y Charlie, que acababa de cumplir seis
años, fue a vivir con unos parientes hasta que ella salió de la cárcel, dos años más tarde. Tras el reencuentro, siguió un lustro que fue feliz para Manson a pesar de la inestabilidad, pues su madre cambiaba constantemente de casa, de ciudad y de compañero de cama. Un buen día, Kathleen encontró un hombre dispuesto a casarse con ella siempre que no tuviera que ocuparse del niño, por lo que Charlie, que tenía 12 años, quedó a merced de la asistencia social e ingresó en un hospicio donde pasaba los días llorando y rezando. Al cabo de unos meses se escapó y trató de volver con su madre, convencido de que ella lo acogería amorosamente en sus brazos, pero la realidad fue bien distinta: “Me entregó. Al día siguiente estaba de vuelta en el hospicio. Entonces decidí que ya no iba a llorar más. Sólo sentía odio y amargura”.

Nuevos intentos de huida precedieron su ingreso, con 13 años, en un albergue de régimen especial para casos difíciles, donde recibió bárbaras palizas de los vigilantes, fue violado por los chicos más mayores y se acostumbró a devolver el golpe. De allí también escapó, y aprendió a vivir en la calle y a robar coches. Durante su adolescencia, Charlie conoció otros cuatro “centros educacionales” públicos, hasta que, al cumplir los 19 años, quedó en libertad condicional; corría el mes de mayo de 1954 y se había convertido en un joven bastante atractivo.

Encontró su primer empleo en un hipódromo, donde se ocupaba de amontonar estiércol. Después de numerosas experiencias sexuales, algunas con chicos, tuvo su primera relación “estable” con una camarera. Llegaron a casarse y parecían felices pero, al agravarse su precariedad económica cuando ella quedó embarazada, Charlie volvió a robar coches, dando con sus huesos en prisión antes de que el bebé naciera. Al principio, su mujer iba a visitarle con el niño, pero después lo abandonó y Manson nunca volvió a verlos. Tras recuperar la libertad en 1958, trató de ganarse la vida como proxeneta, dando paso a una etapa de continuas detenciones, periodos de libertad condicional y más detenciones. En 1960 fue condenado a diez años de cárcel por falsificar un cheque de 37.50 dólares. Tenía 26 años y una profesión: delincuente de poca monta.

En el presidio insular de Terminal Islands, cerca de Los Angeles, el recluso Manson recibió
instrucción complementaria: aprendió a tocar la guitarra y a componer música, y leyó libros de cienciología, hipnosis, psicología e hinduismo, además de la Biblia. Allí se respetaba a ese hombrecito de verbo fácil y humor sarcástico. Cuando al cabo de siete años fue puesto en libertad, se había convertido en un experto en el arte de mantener a distancia a los más fuertes y manipular a los débiles. 


(Finaliza en la siguiente entrada)

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