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lunes, 25 de noviembre de 2013

Los resortes del arte fotográfico – La imagen sobre papel




No han sido pocas las polémicas surgidas en torno al concepto de la fotografía como arte. Vista, en principio, más como una técnica aséptica que como una forma de expresión, el desarrollo de la fotografía ha ido labrando cada vez más el camino de la imagen captada por la cámara hasta llegar a situarla en el merecido puesto artístico que ocupa hoy en día.

Harto conocida es la frase que dice: “Una imagen vale más que mil palabras”. Lo cierto es que no le falta razón, pues si hay algo que supera las trabas de los idiomas y de la expresión verbal, algo que pueda ser considerado el lenguaje universal por excelencia, eso es el lenguaje de las imágenes.


Tal vez por ello no deba extrañar el hecho de que la fotografía, desde un principio, haya ido experimentando un progresivo desarrollo hasta llegar a ocupar el destacado lugar que tiene hoy en día, tanto como fuente documental como medio de expresión artística. Sobre todo es en este último sentido en el que más innovaciones se han producido en los últimos años, siempre motivadas por el afán experimental de la infinidad de profesionales y de aficionados que continuamente experimentan y juegan con sus cámaras, laboratorios y ordenadores para conseguir nuevos efectos visuales y expresivos.

Pero, en sus orígenes, las ambiciones de los pioneros de la fotografía fueron mucho más humiles: sencillamente trataban de captar una imagen real sobre un soporte de una forma permanente, rápida y lo más definida posible. Fue especialmente la idea de la permanencia de la imagen la que más quebraderos de cabeza produjo en un principio, y en torno a la cual se realizaron los primeros avances en el campo de la fotografía a finales del siglo XVIII y principios del XIX –aunque, si es por buscar antecedentes, podemos remontarnos hasta el año 350 a.C. en Grecia, cuando Aristóteles escribió “La problemata”, un libro en el que se describe una caja oscura, que sería el embrión de la cámara fotográfica.

En un rápido repaso por la infancia de este nuevo arte, vemos varios hechos especialmente destacados y trascendentes para su posterior desarrollo. En 1725, J.H.Schulze estableció la sensibilidad a la luz del nitrato de plata. Consiguió obtener imágenes haciendo que los rayos del Sol incidieran en un frasco que contenía una mezcla de yeso, ácido nítrico y plata, alrededor del cual había adherido estarcidos de papel opaco.

En 1816, J.N.Nièpce obtuvo el primer negativo, con fijación parcial, sobre una placa de cobre recubierta con betún de Judea y tras 8 horas de exposición. Él mismo consiguió, 10 años después, las primeras fotografías permanentes de la Naturaleza, obteniendo –con el procedimiento de betún en placas de peltre- una imagen directamente positiva.

En 1835, W.H.Fox Talbot consiguió el primer negativo sobre papel, sensibilizando éste con nitrato de plata y fósforo gálico, y fijándolo después con bromuro de potasio e hiposulfito de sosa.

L.J.M.Daguerre, asociado con Nièpce, consiguió en 1837 el primer daguerrotipo, es decir, una imagen permanente conseguida su fijación con sal común.

Una vez conseguidas estas herramientas básicas, el tiempo y el ingenio de los sucesivos
investigadores y científicos fueron afilando los todavía romos resortes del emergente mundo de la imagen fotográfica; la definición y la rapidez fueron mejorando con el desarrollo de las ópticas y de las películas, y, a partir de 1850, eran ya cientos los fotógrafos que contemplaban el mundo a través de un objetivo.

En 1888, Eastman Dry Plate & Film Company, introduce la cámara Kodak nº 1 para película en rollo. En 1924 surge la histórica cámara Leica, de E.Leitz. En 1947 se lanza la cámara Polaroid, con película en blanco y negro capaz de dar una fotografía instantánea por el método de transferencia por difusión reversible. Y en 1972, Polaroid introduce su cámara con película en color de fotografía instantánea por el método de transferencia por difusión integral.

La infinidad de posibilidades expresivas que ofrece la fotografía, su carácter maleable y camaleónico se debe a la posibilidad de poder jugar con los distintos –y no son pocos- resortes de sus diferentes vertientes: la física y la química o digital. Los materiales sensibles –la película y los papeles-, la luz, la cámara e, incluso, los mismos objetos que se van a fotografiar ofrecen múltiples posibilidades y variantes, pudiendo ser hábilmente manipulados para conseguir un efecto u otro. Ahí está el arte.

Sin ir más lejos, basta fijarse en los incontables modelos de cámaras fotográficas que existen en el mercado, cada una con sus particularidades. En rasgos generales, podemos decir que existen tres formatos básicos de cámara: el gran formato, que se utiliza, con trípode, para obtener negativos grandes a partir de los cuales poder sacar grandes ampliaciones; el medio formato, útil para conseguir ampliaciones más normales, y la cámara réflex –de 35 mm-, que es la típica cámara que utiliza generalmente todo el mundo.

A estos cuerpos de cámara se les pueden acoplar distintos objetivos, dependiendo, una vez más, de lo
que se quiera conseguir. Los hay que tienen un uso más general, pudiendo ser utilizados para realizar distintos tipos de fotografías, y los hay que son muy específicos para un uso determinado. Lo que sí es común a todos es que están formados por lentes simples negativas, que producen una imagen real –las positivas dan imágenes invertidas- y que vienen graduadas en milímetros, indicadores de su longitud focal.

De entre los distintos tipos de objetivos que existen, cabe destacar los siguientes: el ojo de pez, cuyo ángulo de visión oscila entre los 95 y los 220º, haciendo que la imagen salga siempre curvada por los bordes, como si estuviese reflejada en una cuchara o algo similar; el gran angular, con un ángulo de visión que abarca los 94 y los 60º, sin llegar a deformar la imagen como el ojo de pez; los objetivos normales, que tienen un ángulo de visión igual que el del ojo humano, y los teleobjetivos, que tienen un campo visual menor que el del ojo humano. También cabe hacer una clasificación de tipos de objetivos según su longitud focal; así, los cortos tienen una longitud focal de 70-120 mm; los medios, de 120 a 420 mm, y los largos, de 400 a 2.000 mm. Además de éstos, existe el conocido zoom, que es un objetivo de longitud variable y, por tanto, muy útil, aunque, por otro lado, pierde algo de calidad y de luminosidad.

Otro elemento fundamental del mundo de la fotografía es la luz. Natural o artificial, los efectos que pueden crear sobre el objeto que se va a fotografiar, según su incidencia y su intensidad, son tan variados que la convierten en una de las claves básicas para conseguir una buena foto. Las angulaciones de luz –cenital, lateral, frontal, contraluz…- juegan con las sombras que van a crear, con las formas que van a mostrar y las que van a esconder, y combinan sus efectos con los que produce la calidad de la luz. Ésta puede ser directa, que incide directamente sobre el objeto, dando unos resultados muy creativos, pero también unas sombras muy fuertes; difusa, pasando a través de un material translúcido, creando por ello ambientes más suaves; y reflejada, utilizando pantallas reflectoras que suelen ser de pórex blanco.

En el caso de la luz artificial –con focos o flash-, las composiciones de luz suelen constar
generalmente de una luz principal, una luz de relleno, una luz de efecto y una luz de fondo, combinadas todas en diversas angulaciones y calidades. La intensidad de estos distintos tipos de luz se puede medir con un aparato llamado fotómetro; según los valores que éste ofrezca, se colocan en la cámara la velocidad y el diafragma adecuados para conseguir una foto correctamente expuesta. Sin embargo, hay ocasiones en las que el fotógrafo puede que quiera realizar fotos subexpuestas o sobreexpuestas a propósito para conseguir unos resultados determinados y utilice las mediciones del fotómetro sólo a título orientativo, no como algo que va a seguir a rajatabla.

Al margen de este aspecto externo y tangible de los objetivos, las cámaras y la luz, existía en la fotografía clásica –la anterior a la digital- otro terreno paralelo, aunque más oscuro y misterioso, poblado, entre otros, por la magia de las sustancias químicas, los filtros y los materiales sensibles. Estos últimos –todos aquellos constituidos por un soporte y una emulsión-, integrados por haluros de plata son las películas de positivado.

Las películas tienen todas una sensibilidad determinada que viene indicada en el exterior del rollo como número de ASA, ISO o DIN –depende de la nomenclatura que use cada empresa fabricante-, que expresa la forma en que responde la película ante la luz. El ASA de la película también se refiere al contraste y a su poder resolutivo, es decir, al grado de detalle que va a ofrecer, aunque ambas son cosas que pueden modificarse durante su tratamiento en el laboratorio. Aquí, se empieza por revelar la película, para lo que es necesario tener luz actínica –roja- para que no se vele al sacarla del chasis.

Durante el proceso de revelado se van a utilizar básicamente tres químicos: el revelador, el paro y el
fijador, cada uno de ellos diluido en agua. El revelador está compuesto de metol, hidroquinona, un activador de los químicos y un antivelo para evitar que quede un tono sepia en el negativo. Una vez transcurrido el tiempo que la película debe estar en el revelador, se saca éste y se echa el paro en el tanque de revelado, con el que se detiene inmediatamente la acción del revelador. El paro está compuesto por ácido acético puro, que es el componente del vinagre, por lo que se puede utilizar este último como sustitutivo casero. Finalmente, la película ha de pasar por el fijador, compuesto por hiposulfito de sosa, que fija la imagen y prepara la película de forma que cuando reciba la luz no se vele. Una vez sacada del tanque, se lava la película con agua y se deja secar. Entonces, los negativos están listos para ser positivados.

Al igual que durante el procesado de la película, a la hora de sacar copias sobre papel hay que trabajar con luz actínica para que éste no se vele. Se utiliza una ampliadora, que tiene un cabezal en que se pone el negativo y un tablero sobre el que se coloca el papel; al encender la ampliadora, la luz de la bombilla que hay en el cabezal atraviesa el negativo, formando la imagen sobre el papel que se ha colocado debajo. Pero la imagen así conseguida es sólo una imagen latente: al apagar la ampliadora, el papel sigue estando en blanco. Para sacar la imagen que tiene “escondida” hay que pasar el papel por los distintos agentes químicos –igual que se hizo con la película-: revelador, paro y fijador, y, finalmente, lavar las copias con agua. Se pueden utilizar reveladores diversos según se quiera conseguir un mayor o menor contraste, y también se puede jugar con los distintos tipos de papel, que varían también en graduación de contraste y textura.

Este es el proceso básico que se desarrolla para obtener una fotografía, pero son muchas las pequeñas
variantes que se pueden dar para conseguir las modificaciones que el fotógrafo desee. Las técnicas de laboratorio y las modernas digitales permiten conseguir efectos sorprendentes como los producidos por la solarización –una veladura controlada de la imagen-, el bajorrelieve o el altocontraste. Uno de los elementos clave para realizar estas técnicas son las llamadas placas ortocromáticas, papel de película de sensibilidad muy baja -3 ASA- utilizado, entre otras cosas, para sacar diapositivas. Otras técnicas destacables son los rayogramas, consistentes en impresionar cuerpos translúcidos sobre un material sensible; las posterizaciones que se obtienen montando un negativo sobre otro, y los virados, que utilizando los químicos correspondientes, tiñen la imagen positivada del tono deseado.

Desde que el color, con sus infinitas tonalidades, llegó para teñir el mundo de la fotografía, se abrió toda una infinidad de nuevas posibilidades expresivas y técnicas, pero también una gran duda: ¿blanco y negro o color? ¿Cuál de los dos es mejor? Esta polémica, que con el tiempo ha llegado a ser un tópico, está ya hoy en día tan superada como la cuestión de si es o no la fotografía un arte, aunque no por ello deja de resurgir continuamente. Lo cierto es que, aunque en el mundo de la expresión artística todo vale y todas las leyes –de haberlas- son susceptibles de ser rotas continuamente por los innovadores, el blanco y negro, por un lado, y el color por otro, tienen una serie de parcelas asignadas en las que son, por decirlo de alguna manera, los reyes. Así, por ejemplo, para fotografía publicitaria se tiende a utilizar más el color al ser más llamativo, mientras que en la fotografía de desnudo artístico, el blanco y negro suele ser más habitual.

En lo referente a la composición de las películas, la diferencia esencial que hay entre las películas de
blanco y negro y las de color es que en ésta no hay depósito de plata metálica como en aquéllas. En blanco y negro, al fotografiar, se oxida esta plata metálica, formándose una imagen latente que, al recibir el revelador, se convierte en imagen visible o patente, que queda limpia de la plata no utilizada al ser arrastrada tras la aplicación del fijador. Esto no sucede en color, donde los negativos, aunque también llevan en su composición sales de plata, tienen además unos tintes, unas emulsiones formadas por copulantes de color. Cuando se hace una foto, la luz oxida primero la plata metálica, formando la base de la imagen, y luego, esa luz actúa sobre las distintas capas que forman la película y sobre los copulantes. Se forma una imagen latente, en color, y con la actuación del revelador se forma la imagen visible, al hacer que los copulantes liberen tintes de colores, consiguiendo que formen la imagen en color real. Finalmente, el blanqueador-fijador arrastra el resto de los copulantes, mostrando la imagen visible. Éste es el proceso denominado revelado cromógeno, y el proceso químico utilizado para desarrollarlo es denominado proceso C41 siendo actualmente utilizado de forma estándar por todos los fabricantes de material fotográfico.

Sin embargo, no siempre ha sido así: en sus comienzos, el color estaba todavía muy poco desarrollado técnicamente, y cada casa lo procesaba de una forma. El revelado era más complicado y la calidad era todavía bastante precaria, con tonalidades más bien saturadas y poco conseguidas. Actualmente, es tal el desarrollo que ha alcanzado esta parcela de la fotografía, por no hablar de la técnica digital, que la fotografía en color nada tiene que envidiar en cuanto a calidad al blanco y negro. Por eso, la única disyuntiva que puede surgir a estas alturas respecto a la película que se va a utilizar es aquélla dictada por el gusto y el buen entendimiento personal.

Al margen de la vertiente artística, no hay que olvidar que la cámara puede ponerse al servicio de muchos otros campos y finalidades, como, por ejemplo, la ciencia. La macrofotografía, con sus objetivos especiales y sus técnicas de aumento, puede obtener imágenes ampliadas de cosas que, en principio, son imperceptibles para el ojo humano. También en el campo comercial se recurre a esta modalidad de fotografía, sobre todo en la joyería, donde los objetos que se van a fotografiar son en ocasiones tan pequeños que ésta es la única forma de reproducirlos con una calidad aceptable. Sin embargo, estos problemas de calidad parece ser que hoy en día ya están superados gracias a la informática, aliada –o enemiga según algunos- de la fotografía.

Sobre lo que no hay duda es que su desarrollo es constante, que cada vez es mayor el reconocimiento que se le da como fuente de expresión, tal y como cabría esperar de un arte que, a fin de cuentas y como su misma etimología muestra, es la escritura de la luz: “foto” y “grafía”.

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