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sábado, 21 de diciembre de 2013

Noam Chomsky– El innovador de la comprensión del lenguaje



A primera vista, si hay algo que parece estar bien establecido –y, aun más, enormemente diversificado-, es el lenguaje humano. Poca innovación en su comprensión profunda podría aportarse, al menos aparentemente, en estos tiempos.

Pero nada más lejos de la realidad. Los lingüistas no dejan de investigar los fundamentos de nuestra forma de comunicarnos, analizando la evolución de esa capacidad humana desde que éramos apenas unos monos listos que acabábamos de aprender a andar sobre dos patas. Los hallazgos de esta rama del saber humano pasan mucho más desapercibidos que los de otros campos del conocimiento como la física, la astronáutica o la biotecnología… Pero son igualmente trascendentes, sobre todo en estos momentos en que las nuevas tecnologías de la información requieren una vuelta atrás en el estudio de nuestra comunicabilidad y la adopción de nuevos criterios a la hora de obtener esos lenguajes no literarios que requiere el mundo moderno.

Un nombre destaca de manera señalada en el campo de la lingüística moderna: Noam Chomsky. No solo ha hecho aportaciones esenciales al análisis profundo de la estructura del lenguaje humano, sino que ha propiciado que muchas de sus teorías hayan podido ser aplicadas al desarrollo y constante mejora de una novedosa forma de lenguaje muy propia de nuestros días: el de las computadoras. De hecho, la moderna lingüística computacional no hubiera sido posible sin algunas de las tesis de Chomsky.

Avram Noam Chomsky nació en Filadelfia, en 1928. Sus padres eran profesores de hebreo y reputados gramáticos, de origen judeo-ucraniano, que vivían en un barrio de irlandeses y alemanes antisemitas. La Gran Depresión que vivió de niño y la para él incomprensible hostilidad de sus vecinos hizo del joven Chomsky un estudioso retraído, que solo pudo costearse los estudios de postgrado dando clases de hebreo. Se matriculó en la Universidad de Pensilvania, pero pronto se aburrió y dejó de lado los estudios para dedicarse a la agitación política pro-sionista y de izquierdas; curiosamente, por mantener exactamente esas mismas posiciones sería acusado años después de todo lo contrario, es decir de antisionista y profascista.

Finalmente, terminó sus estudios universitarios de matemáticas y lingüística. Mientras preparaba el
doctorado, uno de sus maestros, el filósofo Nelson Goodman, le presentó a la Society of Fellows de Harvard en 1951, quizá una de las más prestigiosas asociaciones universitarias de los Estados Unidos. Tenía sólo 23 años pero ya mostraba un talento más que notable en el análisis de las bases del lenguaje humano. Aun así, abandonó aquellos prometedores inicios porque sus inquietudes políticas le hicieron emigrar a Israel para vivir en un kibutz aunque sin dejar de lado sus investigaciones matemático-lingüísticas. Aquello le pareció inicialmente una vida ideal y solidaria, pero pronto reaccionó ante el racismo y el militarismo del estado de Israel, al que acabó repudiando para regresar a los Estados Unidos en 1955, tras recibir una oferta del prestigioso MIT, en Boston (Massachusetts).

Estuvo trabajando allí más de veinte años como lingüista y profesor de idiomas modernos; luego, sin dejar de investigar en el MIT las nuevas formas de lenguaje que sus diferentes trabajos iban poniendo de manifiesto, inició una estrecha colaboración con los nuevos desarrolladores informáticos. Estos se habían dado cuenta de que necesitaban un mayor bagaje teórico para desarrollar sus propios códigos de comunicación con las máquinas.

En todo caso, su fama como lingüista ya había comenzado a labrarse desde mucho antes, nada más entrar en el MIT, cuando en 1957 escribió, con sólo 29 años de edad, su “Estructuras sintácticas”. Era un libro poco convencional en el que pretendía demostrar que el lenguaje humano no aparece en el cerebro más o menos virgen de los bebés, sino que éste, incluso en los recién nacidos, ya dispone de códigos pre-aprendidos, o sea heredados, que le ayudan a desarrollar cualquier lenguaje complejo. Hasta entonces los expertos pensaban que la adquisición del lenguaje, como las demás destrezas humanas, solo era posible por medio del aprendizaje y la asociación. Chomsky mostraba que poseemos una especie de órgano del lenguaje, un dispositivo cerebral innato que nos permite aprender casi de forma instintiva.

De hecho, eso le llevó a la idea, que desarrollaría más adelante con la famosa Jerarquía de Chomsky,
de que los principios generales de la gramática son, en abstracto, universales para toda la especie humana: como una especie de gramática universal innata. En cierto modo es como si el lenguaje partiese de unas formaciones básicas que se van desarrollando en una variedad de combinaciones sintácticas aplicando determinadas reglas. Cuando se termina de aplicar esta cadena de reglas sintácticas, entran en juego las reglas fonológicas correspondientes a cada idioma para modular la pronunciación, y así se obtienen los distintos lenguajes, muy diferentes entre sí, pero con ese esqueleto básico común que sería la gramática universal.

Esas investigaciones condujeron más adelante a la definición de esa famosa Jerarquía suya, una clasificación en orden de prioridad de varias gramáticas formales básicas que, a su vez, generan lenguajes formales. La idea acabó siendo de enorme interés para los programadores de lenguajes informáticos complejos. Lo interesante de todo este conjunto de saberes es que el propio Chomsky es muy crítico con el empirismo filosófico, e incluso científico, y defiende a rajatabla el racionalismo cartesiano, como un hombre del Renacimiento redivivo. Y, aún así, no deja de ser curioso que las ideas abstractas y con un fondo matemático muy complejo de este lingüista experto inicialmente en el idioma hebreo, hayan acabado siendo esenciales para el desarrollo de lenguajes tan novedosos como los que se usan en las más sofisticadas teorías de la computación.

Además de su decisivo trabajo lingüístico – ha escrito una decena de libros de su especialidad,
algunos de ellos considerados como esenciales por los expertos en comunicación-, Chomsky ha sido y sigue siendo un activista político comprometido y combativo, cuyos análisis a menudo ácidos sobre la sociedad, la economía y la política mundiales siembran el desconcierto, y no poco descontento, entre los líderes del mundo entero. Sus opiniones sobre la política exterior norteamericana e israelí en particular, le han valido sonoras críticas, aunque también un reconocimiento mundial por parte de numerosos partidos de izquierda y, desde luego, de la población de los países más desfavorecidos.

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