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lunes, 9 de diciembre de 2013

¿Por qué en algunos países se cree que el viernes y 13 trae mala suerte?


Desde los primeros siglos de la era cristiana, el viernes se ha percibido siempre como un día nefasto enlutado en la tradición cristiana por la muerte de Jesús. El peso creciente de la religión dominante y la incursión de la Iglesia en los engranajes de la vida social han contribuido enormemente a confirmar la connotación lúgubre de este sombrío viernes a lo largo de la Edad Media.

Con el paso del tiempo, el gafe se ha unido a esta despreciable jornada. La creencia popular le culpa de todos los males: ese día Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso, Caín mató a Abel, Herodes masacró a los inocentes y fue decapitado san Juan Bautista. Y por si todo esto no bastara (a no ser que se haya querido desembarazar de los peores acontecimientos eligiendo un día irrecuperable), también se atribuyeron a un viernes el principio del diluvio universal, la muerte de Moisés, del rey David y de la Virgen María y la lapidación de san Esteban. Y los anglosajones ejecutaban los viernes a los condenados, por lo que este día pasó a llamarse “el día de los ahorcados”.

En un periodo enraizado en la superstición y ahogado por la capa de la religión, cualquiera comprenderá que una lista cargada de tan impresionantes catástrofes no se presta a muchas bromas ni a la euforia del jolgorio y alborozo. Y, sin embargo, a pesar de esta avalancha de dolorosos ejemplos, hay textos que indican que Francisco I o Enrique IV decían que apreciaban el viernes porque habían observado que ese día les traía suerte. Por el contrario, Napoleón habría pospuesto su golpe de estado, previsto en principio para el viernes 17, hasta el sábado 18 de brumario, justificando así su decisión: “No me gustan los espíritus fuertes. Sólo los tontos desafían a lo desconocido”.

¿Y el número 13? Este número sigue al 12, que expresa plenitud y perfección. El 13 marca, pues, la ruptura con lo sagrado y refleja la noción de muerte y final. Claro, y en referencia a la Biblia, personifica al traidor, al apóstol que, tras la última cena que Jesús celebró con sus discípulos, le entregó: Judas. Juzgado y condenado Jesús a morir en la cruz, la sentencia se cumplió al día siguiente: un viernes.

Llamado “la docena del diablo”, el número 13 tiene la fama de ser gafe. Muchas personas no quieren sentarse en una comida o una reunión de trabajo en las que sean trece a la mesa. En otra época los ganaderos no dejaban nunca a trece animales en el establo. Algunas compañías aéreas han suprimido incluso los vuelos, filas y asientos con el número 13; hay hospitales donde no existe la cama o la habitación 13, y hoteles (sobre todo en Estados Unidos), edificios de oficinas o de apartamentos que llegan incluso a la delicadeza de suprimir el piso 13. En fin, raramente veremos un asiento de teatro o un camerino de artista que lleven el número 13.

Así pues, asociar el poder maléfico del viernes con el del 13, ¡qué terrible maleficio! Bueno, ya no tanto. El encarnizamiento consistente en machacar a uno con tanto odio, da de repente a esa unión un risueño renacer. El exceso de celo por identificar esos dos elementos con la mala suerte ha llevado finalmente a una espcie de atractivo, y esa inversión de la tendencia desemboca sencillamente en un viernes y 13….que trae suerte.

Sucede que otra religión dominante, la del marketing y el comercio reunidos, ha tomado el testigo sin vergüenza. Esperanzas y utopías ancestrales nutren a la presa favorita de estos nuevos mercaderes del Templo. Así, los juegos de azar no han dudado en apropiarse del viernes 13 para vender la suerte con gran refuerzo del machaqueo publicitario y para, sin hacer más esfuerzo, pescar más espíritus cartesianos seducidos por el cebo de colosales ganancias. Y lo más extraordinario es que todos los que habían creído en el poder mágico del viernes 13, no se lo tienen en cuenta…¡y encima disfrutan!

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