span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} saber si ocupa lugar: La lluvia ácida – El legado de la industrialización

domingo, 9 de febrero de 2014

La lluvia ácida – El legado de la industrialización





Bosques, lagos y ríos cercanos a las zonas más industrializadas del planeta están gravemente deteriorados a causa de la lluvia ácida, o lo que es lo mismo, al aumento de la acidez del agua de lluvia producido por las enormes cantidades de óxido de azufre y de nitrógeno que emiten a la atmósfera vehículos, industrias y centrales térmicas.
A mediados de la década de los cincuenta, los pescadores de los lagos y ríos escandinavos comenzaron a percibir un importante descenso en el número de peces que poblaban aquellas regiones. En poco tiempo, el problema se puso de manifiesto en toda su intensidad: los cauces fluviales comenzaron a tomar un color azulado y transparente que denotaba la ausencia de microorganismos y nutrientes en el agua y la consiguiente desaparición de las especies animales mayores, como peces y anfibios; los grandes bosques de coníferas del norte y el centro de Europa comenzaron a deteriorarse rápidamente, con un importante descenso en su extensión, e incluso los monumentos en piedra, testimonio de siglos de cultura, iniciaron una corrosión mayor que la que habían sufrido en toda su historia.

La causa de todos estos males hay que buscarla en un aumento de la presencia de azufre y nitrógeno en la atmósfera que, tras reaccionar con el vapor de agua, se convierte en un peligroso ácido que deteriora gravemente la vida vegetal y animal en las zonas donde se producen las precipitaciones: es la llamada lluvia ácida. La solución pasa por la disminución en la emisión de estos gases, procedentes de la quema de combustibles fósiles como el petróleo o el carbón. Sin embargo, hoy por hoy la mayoría de los procesos industriales y de producción de energía, así como casi todos los medios de transporte, utilizan estos combustibles, y su restricción implica cuantiosos problemas económicos.

Otro problema añadido es que, frecuentemente, los gases nocivos son arrastrados por las corrientes de
aire muy lejos del lugar en el que se producen. Eso quiere decir que no siempre los países más afectados son los que más contaminan y que, por tanto, la solución debe ser fruto de un acuerdo a escala mundial.

La mayoría de los gases contaminantes, tarde o temprano, regresa al suelo transformada en elementos todavía más nocivos. La quema de los combustibles fósiles implica la emisión de azufre a la atmósfera, generalmente en forma de dióxido de azufre (SO2). Se calcula que los vertidos de dióxido de azufre provocados por la actividad humana superan los ochenta millones de toneladas al año. Una cantidad similar es emitida por la acción de los volcanes y de la descomposición de los microorganismos; sin embargo, mientras éstas se reparten por todo el globo, las primeras se concentran en las áreas industrializadas, incrementando hasta diez veces los niveles naturales.

Como resultado de complejos procesos químicos que se desarrollan en la atmósfera, gran parte del dióxido de azufre se transforma en ácido sulfúrico (H2SO4) que cae al suelo disuelto en gotas de lluvia. Algo parecido ocurre con los óxidos de nitrógeno, que reaccionan con el vapor de agua formando ácido nítrico (HN03). Ácido sulfúrico y ácido nítrico son, por tanto, los dos principales responsables de la lluvia ácida.

Una característica típica de los ácidos es su capacidad para liberar iones de hidrógeno. La concentración de estos iones es la medida de la acidez, que se expresa en la escala de Ph, numerada de 0 a 14, donde 0 es la máxima acidez y 14 la máxima alcalinidad. Una solución con un Ph7 es neutra; sin embargo, en la mayor parte de Europa y Norteamérica, el nivel medio de Ph en el agua de lluvia está por debajo de 4,5, e incluso se han registrado precipitaciones puntuales con un Ph por debajo de 2 –prácticamente el mismo del ácido de las baterías-.

Los efectos de la lluvia ácida sobre los organismos vivos no se conocen con total seguridad, pero sí se suponen algunos inmediatos y otros que se producen a largo plazo. En el caso de los peces, por ejemplo, una moderada acidez afecta relativamente poco a los individuos adultos, pero impide la maduración de los huevos, por lo que tarde o temprano, la especie entera desaparece. Niveles mayores de acidez, por debajo de Ph 5, provocan la muerte directa de los ejemplares adultos.

Para las especies vegetales, el daño es más complejo, puesto que la acidez actúa destruyendo los
nutrientes de árboles y otros tipos de plantas; con este déficit de nutrientes, los árboles se hacen más sensibles a las heladas y a la acción de los hongos y parásitos. La acidez del suelo libera además una mayor cantidad de metales pesados, como aluminio, cadmio o mercurio, que resultan extremadamente tóxicos para la mayor parte de las especies vegetales y animales, afectando a toda la cadena biológica –en Suecia se recomienda a las mujeres embarazadas que no consuman pescado de agua dulce por el temor a que estos metales, almacenados en el hígado de los peces, provoquen daños en el feto-.

Cuando, a principios de los setenta, Suecia y Noruega aseguraban que la lluvia ácida que estaba destruyendo sus lagos y sus bosques tenía su origen en Alemania o en el Reino Unido, pocos les creyeron. La poca capacidad de los suelos de estas regiones para contrarrestar el exceso de acidez hizo que los daños se manifestaran más rápidamente allí que en otros lugares de Europa o del resto del mundo. Pero eso no quiere decir que otras regiones no sufrieran los catastróficos efectos de la lluvia ácida, sino tan sólo que era cuestión de tiempo que estos daños se hicieran patentes.

Tras los países escandinavos, Canadá, Estados Unidos y Alemania observaron en sus propios territorios un marcado deterioro de las zonas boscosas. A finales de los ochenta, la mayor parte de Europa y enormes extensiones de Asia y América sufrían el problema con igual intensidad. Era necesario, por tanto, que todos los países tomaran medidas inmediatas.

Se comenzó por fomentar el uso de combustibles con un porcentaje menor de azufre –el petróleo del
mar Báltico, por ejemplo, tiene tan sólo unas décimas de azufre en su composición, mientras que, en el carbón del norte de España, la proporción es de 5 a 10%-. Hay otras formas de eliminar el óxido de azufre y el de nitrógeno de los gases de la combustión industrial mediante filtros y catalizadores que no siempre han dado el resultado deseado –hace unos años se descubrió que la presencia de algunas cenizas contrarresta el exceso de acidez y que su eliminación mediante filtros no hace más que agravar el problema-. En el caso de los gases de los vehículos, se ha logrado una importante reducción mediante el uso de catalizadores para la gasolina. Sin embargo, no existen todavía catalizadores eficaces para el gasóleo que usa la mayoría de los transportes pesados; en estos casos, la única medida posible es un aumento de las exigencias en la fabricación de motores menos contaminantes.

Éstas y otras medidas han logrado que en Europa, en poco más de dos décadas, se hayan reducido las emisiones de azufre en un 50% y en más de un 40% las de los óxidos de nitrógeno. Pero el problema está todavía lejos de haberse solucionado.

El descenso en las emisiones de azufre y nitrógeno en los países industrializados, con ser significativo, no es ni mucho menos suficiente, ya que para que el suelo recupere su Ph óptimo es necesaria una ausencia total de precipitaciones ácidas durante varias décadas. Además, hay que tener en cuenta que en los países en vías de desarrollo el consumo de combustibles fósiles está aumentando a pasos agigantados. Los acuerdos a nivel mundial, como se ha venido demostrando repetidamente, están lejos de ser una realidad. Por tanto, la solución a los problemas derivados de la lluvia ácida, como otros muchos problemas del medio ambiente –el efecto invernadero, el agujero de la capa de ozono y la deforestación- necesita de un profundo cambio de mentalidad tanto en los Estados como en los ciudadanos, de forma que todos seamos conscientes de que algunas medidas concretas, como un mejor aprovechamiento de la energía y el uso de transportes colectivos y de energías alternativas, son la mejor inversión y la única forma de garantizar un futuro mejor para todos.

No hay comentarios: