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lunes, 17 de febrero de 2014

¿Se puede encontrar agua con una vara de zahorí?






Los radiestesistas pretenden detectar la existencia de una capa freática con la única ayuda de una rama de avellano o de nogal. Otros se sirven de un péndulo, es decir, de una pieza de hierro, cobre, cristal de roca o incluso madera, suspendida de una cadenita metálica o de un hilo (por ejemplo de cáñamo). Esa pieza puede tener las formas más variadas: bola, gota de agua y placa hexagonal, entre otras. Ésos son los instrumentos del delito.

El radiestesista, a menudo de buena fe, avanza por el campo armado con su famosa varita mágica en forma de Y, sujeta fuertemente por los dos brazos en V. Y ¡milagro!, en el punto decisivo la rama se pone a temblar o, más espectacular, apunta hacia el suelo, como marcando el punto donde hay agua. Sólo le falta gritar “¡aquí, aquí!”.


Eminentes científicos se han ocupado, evidentemente, de esta cuestión, empezando por el químico Eugène Chevreul (1786-1889), que hizo una serie de experimentos a partir de 1812. Los explica en una carta de 1833 al físico André Marie Ampére. En un primer momento, Chevreul observa que un anillo suspendido de un hilo de cáñamo oscila cuando se le coloca sobre el agua o sobre un bloque de metal. A continuación observa que los movimientos se atenúan, e incluso se paran, a medida que su brazo se apoya “en un soporte de madera que hace avanzar a voluntad entre el hombro y la mano”.

Chevreul repite la experiencia “con los brazos perfectamente libres”, y anota: “Sentí muy bien que al mismo tiempo que mis ojos seguían el péndulo que oscilaba, había en mí una disposición o tendencia al movimiento que, por involuntaria que me pareciera, era tanto más marcada cuanto más grande era el arco que describía el péndulo”. Entonces el químico decide repetir la experiencia con los ojos vendados. ¡Y el péndulo no se mueve!

En otras palabras, Chevreul había demostrado lo que otros científicos confirmaron más tarde: que el mero hecho de concentrarse en la oscilación del péndulo produce un movimiento muscular del brazo, imperceptible por el sujeto, que hace que el péndulo deje la posición de reposo (siempre que el brazo no esté sujeto). “Una vez comenzadas, las oscilaciones aumentaron enseguida por la influencia que ejercía la vista al ponerme en ese estado particular de disposición al movimiento”, subraya agudamente Chevreul.

Y el químico demostró que el movimiento se para (o se atenúa mucho) si se intercala una placa entre el metal y el péndulo, a condición de estar convencido de que esa “pantalla” anula la oscilación. Chevreul había demostrado así que hay una relación íntima entre el pensamiento y el movimiento, antes incluso de que se transmita la orden al músculo. Después, gracias a sensores extraordinariamente sensibles, los investigadores han multiplicado los experimentos que han confirmado el principio de Chevreul.

Por ejemplo, en una persona en reposo y totalmente relajada, el solo hecho de sugerirle que levante
los brazos (sin que ejecute la orden ni haga el más mínimo movimiento aparente) produce un influjo muscular que el sujeto no nota en absoluto. Es más, afirma que no se ha movido, pero sin embargo el músculo ha recibido una orden imperceptible. ¡Precisamente la que desencadena el movimiento del péndulo!

Es decir, el solo pensamiento produce un impacto involuntario sobre el movimiento, del que la visión refuerza y amplifica el fenómeno esperado. He aquí por qué ningún radiestesista puede actuar con los ojos vendados. Y hasta hoy ninguno ha demostrado su talento sometido a un experimento científico.

Una de las últimas intentonas serias tuvo lugar en la universidad de Sofia-Antípolis el 12 de julio de 2001. Provisto de su varita mágica, un mago aceptó el reto: detectar la presencia de agua en unos tubos, ocultos y llenos de forma aleatoria. El experimento se hizo en una zona definida y controlada por el propio mago. Éste anunció que iba a acertar el 100% de las veces. ¡Fracaso total! No acertó ni una, de acuerdo con las leyes de la probabilidad.

Ya se habrán dado cuenta: ni la rama de nogal ni el péndulo son capaces en modo alguno o en cualquier lugar de encontrar agua, petróleo, tesoros ocultos, un misterioso metal enterrado o una persona desaparecida. Sin embargo, todavía algunos iluminados, generalmente inofensivos, practican su “arte” con inusitada aplicación, para convencer apenas a los soñadores…convencidos de antemano.

Otros, más peligrosos, se esfuerzan por propagar este tipo de pamplinas, como si les hiciera falta mantener en la ignorancia a más personas para que se aprovechen de tales sandeces charlatanes de medio pelo. Porque hacer suponer (o peor, hacer creer) que un desdichado trozo de madera, aunque sea de avellano, puede reaccionar ante una capa de agua oculta veinte metros bajo tierra, no indica simple idiotez, sino más bien manipulación.

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