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domingo, 30 de marzo de 2014

Las geishas – samuráis de la danza




En la tradición japonesa, los samuráis representan la ética guerrera por excelencia, las “geishas” encarnan el ideal estético femenino tradicional. Tanto ellos como ellas estaban sujetos desde muy temprana edad a una férrea disciplina mental y corporal, derivada en gran parte de la filosofía budista zen. Durante siglos, han sido los iconos más universales de la cultura nipona.

En occidente, la palabra geisha suele asociarse con una mujer sumisa de refinada sensualidad, experta en materia sexual. No obstante, las profesionales del sexo es Japón han sido desde hace siglos las llamadas yujo, mientras que las geishas, aunque pueden mantener relaciones sexuales con sus clientes, sobre todo si se convierten en sus mecenas, tienen como función entretener con su presencia y habilidades al os hombres ricos que asisten a los salones de té. El maquillaje blanco, las peinetas y horquillas del peinado y el kimono de seda le confieren una estampa de muñeca escultórica que –junto con el dominio del arte de la danza, de la música tradicional y de la conversación culta- está asociada a cierto ideal aristocrático difícil de encajar en el mundo democrático actual, como no sea a título de reliquia cultural elitista.

La asociación entre la prostitución y la actividad de las geishas surgió en Japón desde que estas empezaron a desarrollar la profesión, a finales del siglo XVII.

En un principio, el término se aplicaba a varones y mujeres que hacían de bufones en las fiestas entre hombres y prostitutas. Comediantes y músicos divertían a la concurrencia y pronto se ganaron el nombre de geishas (que vendría a significar artistas). Con el tiempo, pasaron a integrar un cuerpo autónomo únicamente femenino, diferenciado de las yujo. De las antiguas bailarinas feudales (odoriko) surgieron las geishas machi (“de ciudad”) a finales del siglo XVIII. En 1779 se abrió una oficina de registros para imponerles normas de conducta, según las cuales no debían quitarles clientes a las prostitutas, aunque, al existir diferentes tipos de geishas (urbanas o rurales, afincadas en casas más o menos sofisticadas, etc), las leyes japonesas han resultado históricamente ambiguas con respecto a las competencias de ambos grupos.

A mediados del siglo XIX, las geishas estaban oficialmente establecidas en Gion, Kamishichiken y
Pontocho, tres distritos de Kioto –capital de Japón hasta finales del siglo XIX- destinados al ocio, mientras que Shimabara poseía el monopolio de la prostitución legal. En la práctica, en los salones de té más famosos había de todo, pero, a partir de la década de 1860, las yujo empezaran a considerarse pasadas de moda y las geishas adquiriesen una reputación de mujeres con estilo, que hasta demostraron su valor y coraje arriesgando sus vidas por los disidentes políticos, los últimos samuráis, en una época en que la industria y el ejército japoneses se estaban modernizando a marchas forzadas. Y más aún que los samuráis, los intérpretes del kabuki, teatro popular japonés, fueron quienes desde un principio sostuvieron una relación más estrecha con las geishas. Al principio, cuando los estudiantes pobres aún podían visitar los aposentos de las geishas, el kabuki era también un entretenimiento de dudosa reputación. Poco a poco, el disfrute de ambas artes se convirtió en un pasatiempo más refinado.

Las medidas legales promovidas por el Gobierno Meiji mejoraron la condición de las geishas en las últimas décadas del siglo XIX. A la ley de emancipación –por la que dejaron de trabajar en régimen de esclavitud, como hacían las prostitutas-, se sumó la de estandarización de honorarios: no solo se cobraría el mismo precio a todos los clientes sino que todas las geishas recibirían el mismo salario sin que la belleza, la experiencia o la popularidad influyeran. El modelo sigue vigente. Ello contribuyó a que las geishas adquiriesen un prestigio que acentuó su exclusivismo, pues pasaron a ser un entretenimiento destinado a las clases dirigentes y a la gente más rica. Fue entonces cuando se consolidaron los locales destinados a este mundo de élite, a medio camino entre el arte y la diplomacia, tanto en lo que se refiere e los salones de ´te (ochaya), donde los clientes contratan sus servicios, como a las casas de geishas (okiya), donde aprenden el oficio y a las que están vinculadas durante toda su carrera.

Entre 1920 y 1930, la penetración en Japón del estilo y del vestir occidentales hizo que algunas
geishas se cortaran el pelo o se hicieran la permanente, con el fin de intentar seguir siendo líderes de la moda. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que con ello perdían aquello que las hacía especiales. La profesión sufrió entonces un cambio crucial, pues las geishas dejaron de ser innovadoras y se convirtieron en garantes de la tradición. Esta función conservadora sigue manteniéndose hasta nuestros días.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las geishas pasaron a ser una atracción turística, sobre todo para los yanquis que ocuparon el país. Pero, a medida que la economía japonesa fue estabilizándose, las geishas, sobre todo en Kioto y también en la capital, Tokio, recuperaron su esplendor y se convirtieron en uno de los iconos de la prosperidad del país.

Los empresarios japoneses solían celebrar sus reuniones celebrar sus reuniones con personalidades extranjeras en las casas de té de Gion, en Kioto También los gobernantes nipones acostumbraban a invitar a las geishas más famosas a las recepciones y los encuentros con altos cargos políticos y miembros de las casas reales.

Desde principios de la década de los 80 hasta hoy en día, la modernización de la sociedad japonesa (la emancipación de la mujer liberalización de los hábitos en el vestir y el comportamiento, etcétera) hizo que las juventud pasara a considerar a las geishas como algo obsoleto. Ahora bien al convertirse las geishas en figuras meramente decorativas, el fenómeno ha adquirido una dimensión comercial, ya que siguen vinculadas a los círculos de poder japoneses pero también al mundo de la moda y el pop (Madonna se vistió de geisha en uno de sus videoclips más famosos).

En 1989, el primer ministro japonés Sosuke Uno tuvo que dimitir porque su geisha lo acusó
públicamente de ser tacaño y arrogante, un caso que tuvo una amplia publicidad. Nunca hasta entonces, en la vida política de Japón, un dirigente casado había sido tachado de mujeriego por mantener relaciones con una geisha, lo cual indica que las mujeres japonesas ya no son tan sumisas como antes. En 1989, una maiko (aprendiz de geisha) descontenta demandó a la casa de geishas donde había recibido su aprendizaje, y acusó a la dueña de haberla explotado. Tras resolverse el caso extrajudicialmente, la chica abrió un centro de enseñanza a distancia para maiko. Tanto la denuncia como el surgimiento de estos nuevos negocios demuestran lo mucho que han cambiado las cosas.

En Kioto, a las geishas se las llama geiko. Entre todos los distritos del ocio (kariukai) de la ciudad, el de Gion es el que cuenta con las geiko más refinadas, las más disciplinadas y las que suelen recibir a los extranjeros más ilustres que visitan Japón. Nos centraremos, pues, en este distrito, para describir a grandes trazos la vida de una geisha.

Gion está regido por un consorcio constituido por tres grupos: la kabukai (asociación de artistas), la asociación de salones de té y la de geiko. Tradicionalmente, las casas de geishas reclutaban niñas de 5 o 6 años y las formaban para que, antes de los 15, se convirtieran en maiko. Las niñas solían provenir de familias humildes numerosas que necesitaban desprenderse de algunas de sus hijas para poder mantenerse. Los padres recibían una compensación a cambio de renunciar a partir de entonces a relacionarse con la hija, que adoptaba el nombre del ochaya que la había adquirido. El trauma infantil era, pues, una constante en la vida de las geishas, como se refleja en la novela “Memorias de una geisha”, best seller de Arthur Golden. A pesar de ello, también había geishas hijas de geishas, que eran criadas en los propios ochaya donde sus madres habían vivido.

En Gion, las geiko suelen empezar la educación primaria y las clases de baile a los 6 años. La escuela
de danza del distrito está dirigida por una maestra (iemoto), que no es solo una autoridad en el baile, sino también el árbitro del buen gusto dentro de la comunidad. En japonés hay dos términos que significan baile. Uno es mai y el otro, odori. El mai proviene de las danza sagradas que las doncellas del os santuarios interpretaban desde la antigüedad como ofrenda a los dioses; solo lo bailan personas especialmente formadas para hacerlo. El odori, en cambio, es la danza que celebra los avatares de la vida humana, que conmemora las alegrías y solemniza las tristezas. Es el tipo de danza que suele verse en los festivales japoneses y puede interpretarlo cualquiera.

La escuela Inoue de Kioto enseña en especial el llamado noh mai, modalidad de la que las alumnas
han de superar un examen alrededor de los 15 años para poder convertirse en maiko. Las jóvenes aprendizas pasan entonces a ser minarai, esto es, “observadoras”, por espacio de uno o dos meses. Asisten todas las noches a los banquetes para familiarizarse con el funcionamiento de los ochaya. Allí observan los matices de la conducta, el porte y las dotes conversacionales que ellas mismas deberán desarrollar para convertirse en geikos. Vestida con el traje profesional, una maiko va ataviada como una princesa del periodo Heian (siglo XI). La cara debe ser un óvalo perfecto, con la tez blanca inmaculada y el cabello negro azabache. Las cejas conforman una medialuna y la boca dibuja un sutil pimpollo. El cuello, largo y sensual. La figura, suave y redondeada.

Antes de los 18 años, las maiko pasan por la ceremonia del mizuage, que las convertirá en geiko. Los cambios de peinado, básicamente el corte del moño, simbolizan el acceso a la edad adulta. No obstante, las prestaciones de las geiko siguen un patrón de continuidad con respecto a la iniciación de las maiko, pues se trata de asistir todas las noches a los salones de té y entretener a los clientes que hayan requerido su presencia.

La estética de los ochaya representa lo más sublime de la decoración y arquitectura japonesas, ambas relacionadas con la ceremonia del té, un intrincado ritual de normas prefijadas cuyo único fin es tan simple como disfrutar de una taza de té en compañía de amigos. Los objetos que se utilizan en el acto son todos ellos exquisitas obras artesanales, con los que el anfitrión procederá a servir las tazas con movimientos coreografiados. Este ritual suele ir acompañado de una cena en la que se sirve la mejor cocina japonesa, un banquete (ozashiki) al que las geiko asisten sin comer. En los ochaya no se cocina, de modo que se encargan los platos a un prestigioso servicio de comida preparada. Un banquete en un salón de té de Gion Kobu no suele bajar de los 1.600 euros.

Uno de los principales retos de la profesión es aprender a ocultar lo que les gusta o les disgusta bajo
una apariencia amable. Se las contrata para complacer a los clientes, manteniendo conversaciones que sean de su agrado, normalmente relacionada con las artes o con la profesión de estos. Así pues, se espera que estén versadas en política y literatura, en tradiciones como la ceremonia del té o los arreglos florales y en disciplinas artísticas como la poesía, la pintura, la caligrafía, etcétera. En el momento oportuno de cada banquete, las maiko o geiko actúan: una de ellas baila y otra toca el shamisen (instrumento de cuerda tradicional) y canta.

Los honorarios de las geiko se calculan por unidades de tiempo, llamadas hanadai. Unos días después del banquete, los ochaya se los cobran a los clientes. Además, estos suelen entregar propinas en metálico a algunas geishas, pequeños sobres blancos que introducen en el obi o kimono de las elegidas. Finalmente el kenban, oficina de asuntos económicos de la asociación de geiko, se encarga de realizar las transacciones pertinentes entre los ochaya y las okiya de las geiko contratadas.

Las geishas deben ser el único grupo de mujeres de Japón que aún hoy llevan kimonos todos los días. Desde hace muchos siglos, el kimono ha sido el atuendo típico de los japoneses: de cáñamo y algodón para las clases bajas y medias, de seda para la clase alta. Las flores, los pájaros y los insectos son los motivos más usuales que decoran los kimonos. La representación de objetos naturales suele estar relacionada con las estaciones, y algunos están específicamente asociados a un mes del año: el pino a enero, las ciruelas a febrero, el lirio a mayo. Los cerezos en flor valen para toda la primavera, así como las truchas para el verano y las hojas de arce para el otoño. El kimono siempre ha ido con una faja, el obi, que, según la época, ha sido más ancha o más estrecha y se ha atado de distintas maneras. El obi actual es ancho y prácticamente cubre toda la barriga con un caparazón de tela rígida. Se ata justo debajo del pecho. El atuendo se completa con sandalias de madera o de piel. Los okobo, una especie de zuecos de madera cuya gran altura se debe a la longitud del obi, es otro elemento distintivo. No resulta fácil caminar con los okobo; obligan a andar con un paso menudo y afectado que añade atractivo a la maiko.

El tradicional maquillaje de la aprendiza de geisha es una de sus características más reconocibles.
Consta de una base blanca (originalmente hecha con plomo), lápiz labial rojo y adornos rojos y negros alrededor de los ojos y cejas. La aplicación del maquillaje es un proceso bastante complejo, que se realiza antes de vestir a la geisha para evitar ensuciar el kimono. Primero, se unta la piel con una sustancia de aceite o cera, llamada bintsuke-abura. Luego, se mezcla un polvo blanco con agua para formar una pasta que se aplica con una brocha de bambú. Las cejas y el borde de los ojos son pintados de negro, aunque las maiko usan además el rojo alrededor de los ojos. Los labios se pintan con una brocha pequeña. El color viene en un palo pequeño que es mezclado con agua. Se añade azúcar cristalizada para dar brillo a los labios. Durante los tres primeros años, una maiko usa su maquillaje casi constantemente.

Las geishas llevan el cabello recogido con un peinado llamado simada, un tipo de moño del que se pueden distinguir cuatro variedades: el taka simada, un gran moño utilizado generalmente por jóvenes solteras; el tsubushi simada, más aplastado, utilizado por mujeres mayores; el uiwata, vendado con un pedazo de cinta de color, y un estilo que representa un melocotón dividido, usado solo por las maiko. El pelo se recoge y decora con un kanzashi (“pasador”).

Según la tradición, las geishas no se pueden casar mientras ejercen su profesión. Viven en
comunidades de mujeres, entre madres y hermanas. Suelen tener experiencias sexuales ya de jóvenes, a menudo con clientes que les hacen de mecenas, pero no conviven con sus amantes. Cuando una mujer se convierte en geisha, se vuelve sibarita y derrochadora, y luego le cuesta mucho adaptarse a la sociedad normal, transformarse en una trabajadora diurna o en una ahorradora ama de casa. Una vez retiradas, no todas se casan o viven en pareja. La organización de una okiya recuerda la de un convento, y la comparación no es del todo desacertada, pues tienen en común el hecho de ser dos grupos marginales que poseen una imagen socialmente muy definida. Se han dado bastantes casos de geishas que se han retirado a conventos budistas.

Actualmente, las madres de los salones son muy conscientes de lo difícil que resulta encontrar chicas jóvenes que deseen convertirse en verdaderas geishas. Por eso se ha abandonado la férrea disciplina a la que antes eran sometidas ya desde la infancia, y en cambio se intenta que las experiencias resulten agradables para las aprendizas. El mimo ha reemplazado al sufrimiento: madres, clientes y hermanas mayores se desviven por seducir al a joven maiko para que esta no abandone la profesión. Antes incluso de que están preparadas, las madres de las okiya envían a las aprendizas a fiestas de las que asisten estrellas de cine o de kabuki a fin de que queden deslumbradas.

Conscientes de que sufrir por el arte no está de moda, los más viejos consideran que en el mundo de las geishas han desaparecido los modales, que la destreza artística ya no es la misma y que ya no se habla con un lenguaje refinado. Justo lo contrario de lo que piensan los japoneses modernos, que consideran que los geishas están sometidas a una disciplina espartana.

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miércoles, 26 de marzo de 2014

Cordon Bleu


Se aplica la denominación cordon bleu (en francés, literalmente, “cordón azúl”) a los cocineros de primera categoría –y, por extensión, a algunos platos de alta cocina internacional-. Procede de la costumbre que imponía que los miembros de la Orden del Santo Espíritu –con la que eran distinguidos personajes sobresalientes de las bellas artes francesas- fundada por Enrique III de Francia (1551-1589), completasen su indumentaria con una banda o cordón azul.

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jueves, 20 de marzo de 2014

Maquinaria agrícola – La automatización del campo





En el siglo XIX, se necesitaban de 40 a 60 horas de trabajo para arar una sola hectárea de terreno. En la actualidad, ese tiempo se ha reducido a menos de 2 horas. La causa de esta radical disminución estriba en la herramienta empleada para realizar el trabajo: un simple arado monosurco tirado por un caballo, en el primer caso, y un tractor de 100 caballos de potencia, en el segundo. La maquinaria agrícola rentabiliza el trabajo en los campos.

Desde antaño se vienen usando distintas herramientas en el trabajo del campo con el fin de facilitar las tareas; el pico, la hoz, la guadaña, el mayal o el tamiz son algunas de ellas. También se han empleado diversos instrumentos agrícolas, como el carro, el arado o el rastrillo. Estos útiles precisaban de la fuerza muscular humana o, en el mejor de los casos, animal para su funcionamiento.

Ya en el siglo II, los chinos conocían una especie de sembradora automática, que, sin embargo, no sería redescubierta en Europa hasta el siglo XV. En el siglo XVIII, hicieron su aparición las primeras máquinas trilladoras. La mecanización de las tareas agrícolas, no obstante, tuvo que esperar hasta el siglo XI: en 1831, Cyrus McCormick ideó la primera cosechadora mecánica moderna.

Las primeras máquinas agrícolas utilizaban fundamentalmente tracción animal. Arados, esparcidores de estiércol, segadoras, rastrilladoras, cargadoras de heno, cultivadoras o sembradoras se movieron hasta después de la Primera Guerra Mundial fundamentalmente con animales o, en algunos casos, gracias a máquinas de vapor o a incipientes motores. A partir de 1920, comenzó a aumentar la utilización de tractores de gas en detrimento de caballos y mulas, sobre todo en las grandes plantaciones. Estos primeros tractores eran unas enormes y pesadas máquinas con cuatro ruedas de hierro, que araban y preparaban los terrenos para la siembra y, en ocasiones, servían para transmitir fuerza de movimiento a otras máquinas. En la década siguiente, los tractores de gasolina tomaron el relevo de los de gas. Eran aún unas máquinas demasiado pesadas, que se quedaban atascadas en los terrenos blandos. En los años sucesivos se fueron haciendo cada vez más livianas: se cambiaron las ruedas de hierro por otras de goma y se comenzó a utilizar aleaciones de acero para la fabricación de la carrocería.

En la década de los cincuenta, la mecanización del campo estaba en pleno auge. Un ejemplo: de los aproximadamente 250.000 tractores existentes en EEUU en 1920, se pasó a casi 4.000.000 en 1950. Desde entonces, el perfeccionamiento de las tecnologías ha conseguido que, hoy por hoy, la mayor parte de las labores agrícolas esté mecanizada de algún modo.

El tractor es la máquina agrícola por excelencia. Su utilización es tan polivalente que se los ha
llegado a definir como “centrales móviles de energía”. Y es que se emplean para arrastrar arados, discos, gradas, sembradoras en hilera, remolques, cargadores de heno, empacadoras…Además, mediante el uso de correas de transmisión, su energía se puede emplear para realizar los trabajos de trilla mecánica, desgrane de maíz o molienda de forraje.

Los tractores suelen tener un motor diesel y los hay de varios tipos: los tradicionales de cuatro ruedas, los orugas, muy útiles en terrenos difíciles, pero más caros que los normales, y los zancudos, empleados en viticultura.

Otra importante máquina es la empacadora mecánica, que recoge el heno o la paja de una hilera –donde ha podido ser depositada, por ejemplo, por la rastrilladora-, la junta, la comprime y, finalmente, ata con alambre las pacas así formadas. Es una máquina enormemente rentable: tanto es así que los granjeros de la Segunda Guerra Mundial, para los que era casi imprescindible dada la escasez de mano de obra, la amortizaban en tan solo una estación.

La cosechadora , muy utilizada en las plantaciones de cereales, siega y trilla las mieses, pero, además, está provista de una corriente de aire que separa la paja –que queda depositada en el suelo de la parte posterior de la cosechadora- del grano –que pasa a un camión que marcha junto a la
cosechadora-. Un modelo sencillo de cosechadora puede recoger grano para llenar dos camiones diarios.

Las segadoras se utilizan para segar hierba, alfalfa, trébol o maleza. Frecuentemente, están formadas por una barra horizontal de corte que se mueve por un mecanismo unido a las ruedas.

La esparcidora de estiércol es la encargada de abonar los terrenos. Antes de su invención, el proceso era penoso: se debía transportar el estiércol del establo a la zona que se iba a abonar, normalmente con
carro, y esparcirlo a golpe de horca. Con la esparcidora, el estiércol se extrae directamente del establo y se esparce más uniformemente sobre la zona que se va a abonar sin más que accionar una palanca.

Las cultivadoras pueden ser sembradoras de pala, las más utilizadas, o de reja de superficie, empleadas en cultivos en hilera, como maíz, o algodón. El arado rotatorio o pulverizador es una moderna y cara máquina que labra, pasa el disco y rastrilla de una vez. Las rastrilladoras son muy empleadas en las zonas de pasto o maiceras. Pueden ser de volteo, de efecto lateral o de arrastre.

Las recolectoras de maíz separan las mazorcas del tallo, les quitan las vainas gracias a un rodillo y,
una vez limpias, las acumulan en el depósito. Sin embargo, si los tallos del maíz están partidos o debilitados, la máquina no los recogerá y se perderá así parte de la producción. A pesar de ello, se utilizan con profusión. Las recolectoras de algodón, por su parte, son un complicado invento que tardó más de 25 años en estar a punto. Realiza el trabajo de 20 operarios, succionando el algodón de su cápsula.

Las sembradoras pretenden colocar los granos en las condiciones de profundidad y separación ideales para cada tipo de cultivo con la máxima regularidad posible. Las sembradoras de línea llevan un bastidor con ruedas que consta de un depósito de grano. La distancia de depósito es regulable.

En la actualidad, la mecanizacón de las tareas agrícolas es una realidad a pesar de chocar su
consecución con unas dificultades importantes. Para empezar, el producto en cuestión, por su carácter biológico, presenta un alto grado de heterogeneidad y fragilidad, lo cual va en contra de la automatización. Además, los precios de las máquinas agrícolas son demasiado elevados en comparación con su utilización. Otro inconveniente es que, dada la mejora de la productividad de las plantaciones, se puede alcanzar una sobreproducción por saturación del mercado, lo que redunda en la bajada de los precios, con el subsiguiente perjuicio para el agricultor. Además, la pequeñez de muchas plantaciones desaconseja el uso de demasiada maquinaria.

A pesar de ello, la mecanización del campo ha supuesto una auténtica revolución paulatina: el aumento de la población y, por ello, de la demanda de productos ha podido ser satisfecho sólo gracias al considerable aumento de productividad que han supuesto las máquinas agrícolas. Sólo con la mecanización se ha podido compensar la considerable escasez de mano de obra en el campo.

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martes, 18 de marzo de 2014

Charles Kuen Kao – El padre de la fibra óptica




En 1966, Charles Kuen Kao publicó un artículo, que luego sería famoso, acerca de la transmisión de frecuencias ópticas por la superficie de fibras dieléctricas, firmado junto a un joven colega suyo, George Hockham. Este artículo fue el pistoletazo de salida de un revolucionario desarrollo en el mundo de las telecomunicaciones: la fibra óptica.

Aunque compartió en 2009 el Nobel con Boyle y Smith, sus trabajos nada tuvieron que ver con el CCD ni con la forma en que las imágenes luminosas podían transformarse en una corriente eléctrica que luego las volviera a convertir en imágenes, sino que permitieron la transmisión luminosa por fibras muy finas similares a los cables eléctricos pero de vidrio transparente en lugar de cobre. Charles Kuen Kao es considerado, seguramente con justicia, el padre de la fibra óptica. Y quizá sea justo que pueda compartir con sus otros dos compañeros no solo la mitad del Nobel, sino también la apelación, sin duda admirativa, que la propia web de los premios suecos les otorgó a los tres –Kao, Boyle y Smith-: en la explicación del por qué del galardón, el titular del texto se refiere a ellos tres como “masters of light”, que podría traducirse por “amos de la luz”.

Kao había nacido en la ciudad china de Shanghai en 1933, donde su padre ejercía como juez, formado en la Escuela de Leyes de Michigan, en Chicago. Más adelante, cuando Charles tenía 15 años de edad, la familia tuvo que refugiarse en Hong-Kong, entonces protectorado británico, huyendo de la guerra entre China y Japón. Cinco años más tarde se fueron a Londres, donde Kao se licenció en Ingeniería Eléctrica y luego se doctoró en 1965 en el Imperial College londinense. Ya había comenzado a trabajar en la empresa STC, filial del coloso americano ITT, con el fin de pagarse los estudios. Y enseguida, en 1966, publicó un artículo que luego sería famoso acerca de la transmisión de frecuencias ópticas por la superficie de fibras dieléctricas, junto con un joven colega suyo, George Hockham, quien luego se dedicaría al análisis teórico de problemas de antenas de radar y comunicación. Lástima, porque aquel artículo que firmaron juntos fue el pistoletazo de salida de un revolucionario desarrollo en el mundo de las telecomunicaciones: la fibra óptica.

Tampoco Kao pareció verle mucho futuro a aquella idea inicial tan brillante. De hecho, a los cuatro
años del artículo –publicado, por cierto, en una revista de bajo impacto y nada interesante para los especialistas- solicitó una excedencia en su empresa para irse a la Universidad China de Hong Kong. Allí permanece unos años hasta que es reclamado de nuevo por la empresa en la que trabajaba, pero esta vez en la matriz americana, ITT Corporation, y además como director científico del laboratorio electroóptico de Roanoke, al sur de Virginia, del que acabaría siendo director de ingeniería. A pesar de la irrelevancia de la revista, es obvio que alguien se había leído el famoso artículo que, por cierto, es hoy uno de los más mencionados en las investigaciones de esa especialidad, con más de 200 citas en las revistas de mayor impacto… Paradojas de la ciencia.

Pero, en esencia, ¿qué hizo Charles Kuen Kao para acabar mereciendo un Nobel muchos años más tarde? El artículo junto a Hockman fue leído por más de un experto, sin duda. Porque a poco de su publicación ya había empresas intentando desarrollar fibras ópticas por las que pasar diferentes frecuencias luminosas, del mismo modo que por los cables de cobre pasan diversas frecuencias electromagnéticas para el teléfono. Y así fue como en 1970 la empresa Corning Glass Works consigue la primera fibra óptica para uso comercial.

Pero a pesar de que Kao ya había anunciado que el problema de la transmisión de la luz por un cable de vidrio muy fino no consistía en la atenuación de la luz a lo largo de la larga fibra, sino en las impurezas del vidrio, aquellos cables de fibra óptica solo funcionaban correctamente en distancias cortas. Subsistían los problemas de dispersión de la luz y, sobre todo, del empalme y bifurcaciones entre diferentes cables cuando formaban parte de una red de telecomunicaciones.

El trabajo posterior de Kao estuvo siempre dirigido a resolver problemas de este tipo. A finales de los
años setenta demostró que lo que en su famoso artículo de 1966 había predicho de forma teórica, era posible en la práctica. Él siempre recomendó la utilización de cables de fibra óptica elaborada con la más pura sílice (dióxido de silicio), demostrando que la atenuación de la señal –que generaba pérdidas del 99% en veinte metros con las primeras fibras fabricadas- podría disminuir hasta menos de un 5% por kilómetro si la fibra era fabricada con la sílice más pura disponible desde el punto de vista tecnológico. Y que ése era el reto, en realidad. De hecho, en 1983 declaró en una entrevista que no tardaría mucho el fondo de los océanos en estar poblado de cables submarinos de fibra óptica para intercomunicar el mundo entero.

En 1987 dejó su trabajo para regresar como presidente a la Universidad China de Hong Kong. Y al poco de jubilarse se le declaró el terrible mal de Alzheimer, en 2004, que le impidió acudir a recoger su premio Nobel en 2009. Ese mismo año sus hijos se lo llevaron con ellos a California, donde residen actualmente. Kao tiene triple nacionalidad:china (en realidad de Hong Kong), británica y norteamericana.

Es obvio que el auge actual de Internet sería hoy imposible sin muchas contribuciones: los nuevos lenguajes, el correo electrónico, la web, los ordenadores personales, los teléfonos móviles, el láser… Y, desde luego, la fibra óptica, imprescindible para establecer la inmensa maraña de intercomunicaciones que configura la red de redes, capaz de conectar a miles de millones de ordenadores entre sí de forma muy eficiente y sin que esa transmisión sufra alteración alguna por interferencias externas, como sí ocurre con las telecomunicaciones –por cables eléctricos o radiofrecuencias- mediante ondas electromagnéticas.

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domingo, 16 de marzo de 2014

¿De qué color es el universo?




¿Negro con puntitos plateados? ¿Plateado con manchas negras? ¿Verde pálido?

Oficialmente, el universo tiene color beige.

En 2002, después de analizar la luz procedente de 200.000 galaxias compiladas por el Australian Galaxy Redshift Survey, científicos norteamericanos de la Universidad Johns Hopkins concluyeron que el universo era verde pálido y no negro con puntos plateados, como parece ser a simple vista.

Unas semanas después de anunciar el descubrimiento a la Sociedad Astronómica Americana, sin embargo, tuvieron que admitir que habían cometido un error en sus cálculos y que el universo es, de hecho, más tirando a gris pardo tristón.

Desde el siglo XVII, algunas de las mentes más dotadas y curiosas de nuestra especie se han preguntado por qué el cielo nocturno es negro. Si el universo es infinito y contiene un número infinito de estrellas distribuidas más o menos uniformemente, ¿no debería haber una estrella allá donde miremos? ¿No debería ser el cielo nocturno tan brillante como el día? Esto se conoce como la Paradoja de Olbers, llamada así por el astrónomo alemán Heinrich Olbers que describió el problema (no por primera vez) en 1826.

Nadie ha sabido dar una buena respuesta a esas preguntas. Quizá, después de todo, haya un número finito de estrellas, quizá la luz de las más lejanas no nos haya alcanzado todavía. La solución de Olbers fue que, en algún tiempo del pasado, no todas las estrellas habían comenzado a brillar y algo las “encendió”.

Fue Edgar Allan Poe en su profético poema en prosa “Eureka” (1848) quien sugirió por primera vez que la luz de las más lejanas estrellas todavía se hallaba viajando hacia nosotros.

En 2003, la cámara del Telescopio Espacial Hubble se dirigió a lo que pareció ser la zona más vacía del cielo nocturno y se expuso la película durante un millón de segundos (unos once días). La fotografía resultante mostró decenas de miles de galaxias hasta el momento desconocidas, cada una compuesta de cientos de millones de estrellas, alargándose hasta los extremos más remotos del universo conocido.

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sábado, 15 de marzo de 2014

MARIO MOLINA-PASQUEL – El descubridor del agujero de ozono


Su nombre quedará indisolublemente unido a una palabra científica escasamente conocida hace unos decenios y hoy sumamente popular: el ozono. Y, en particular, a la mal llamada “capa de ozono” de la atmósfera terrestre, que protege a la superficie del planeta de algunas radiaciones de onda corta dañinas para la vida, como las ultravioleta más penetrantes.

Mario Molina y su mentor en la Universidad californiana de Irvine, Sherwood Rowland, fueron los primeros que en 1974 alertaron del daño que los famosos gases –hasta entonces tenidos por inertes y por tanto inocuos- clorofluorocarbonados (conocidos como CFC) podrían producir, afectando a la estabilidad promedio de ese ozono estratosférico que nos protege de las radiaciones dañinas del Sol.


Mario José Molina-Pasquel Henríquez nació en 1943 en México capital. En su juventud alternó los estudios en México y en Suiza. Recién licenciado en Ingeniería Química por la Universidad Autónoma de México, en 1965 se fue a la Universidad Albert Ludwigs de Friburgo, en Brisgovia, Alemania, para ampliar estudios de posgrado. Pasó luego un tiempo en París estudiando matemáticas y filosofía, regresó brevemente a su Universidad de México como profesor encargado de poner en marcha un programa de posgrado en su especialidad y, finalmente, acabó en la Universidad californiana de Berkeley, en la bahía de San Francisco, para especializarse en química física. Allí se doctoró en Química en 1972, y se incorporó al grupo de investigación del famoso científico George Claude Pimentel, inventor del láser químico. Luego estuvo en la Universidad Irvine, al sur de Los Ángeles, trabajando en el grupo de Frank Sherwood Rowland, quizá uno de los mayores expertos del mundo en química atmosférica, quien le encargó investigar el destino ambiental de unas sustancias químicas inertes y usadas con profusión por la industria en extintores y propelentes de todo tipo, los gases CFC. La idea era que, precisamente por ser inertes, estarían acumulándose en la atmósfera con efectos probablemente nulos, pero en todo caso ignorados.

Molina se apasionó por un tema del que no sabía mucho, la química atmosférica, y obtuvo muy pronto resultados muy interesantes respecto a la alta atmosfera, donde los CFC no son tan estables como en las capas bajas del aire. Tras discutirlo con su mentor, ambos publicaron el trabajo en la revista Nature en junio de 1974, sin ser realmente conscientes de la posterior repercusión que aquel estudio podría tener a escala industrial y como bandera, en última instancia, de la defensa ambiental del planeta.

Unos años después, Molina acabó dirigiendo en Irvine su propio grupo de investigación, y ya en 1982 se trasladó al Jet Propulsion Laboratory, en Pasadena, al norte de Los Ángeles, al grupo de química molecular. Siete años más tarde, en 1989, emigra al otro extremo de Estados Unidos, al famoso MIT de Boston, como profesor investigador. Allí es donde adquirió la ciudadanía estadounidense.

En 1995, Molina y Rowland, junto a Paul Jozef Crutzen, quiímico holandés experto en ozono atmosférico, recibieron el premio Nobel de Química. Habían transcurrido desde aquel trabajo publicado en Nature más de 21 años… ¿Por qué la comunidad científica rescató, tanto tiempo después, un trabajo puntual realizado por Molina y Rowland que pasó en su momento casi desapercibido?

Para sorpresa de muchas personas, las primeras medidas serias de ozono que comenzaron a realizarse
en la Antártida en el decenio de los ochenta mostraban una disminución notable del espesor de ese gas en la estratosfera durante la primavera antártica (nuestro otoño). Aquel agujero de ozono se hizo muy popular muy pronto, y fue entonces cuando el mundo científico comenzó a revisar los trabajos publicados al respecto. Y no eran muchos; de hecho, apenas estaban los estudios de Crutzen y la investigación de Molina y Rowland.

Cuando al cabo de los años se confirmó la mala noticia de esa aparición, esporádica pero repetida año tras año, del famoso agujero, la ciencia pudo verificar la enorme importancia de aquellos trabajos pioneros. Lo que llevó al comité del Nobel a premiar a los tres científicos.

La nota oficial justificando la concesión del premio alude explícitamente a la “dilucidación de la amenaza a la capa de ozono terrestre por parte de los gases CFC”. Es decir, introduce dos conceptos interesantes: amenaza a la capa de ozono y gases CFC. Una amenaza que podría concretarse, o no, y unos gases de procedencia industrial y, por tanto, artificiales. Es indudable el oportunismo del premio: la capa de ozono y su agujero se habían hecho famosos a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, y de aquel deterioro ambiental tenía la culpa la industrialización humana. Había que premiar a aquellos pioneros defensores del planeta.

Con todo, el hecho sustancial es que esos investigadores, en particular Molina –probablemente Rowland solo supervisó su trabajo- en el tema de los CFC, y Crutzen en cuestiones de ozono, abrieron una puerta de trascendencia evidente para las ciencias atmosféricas y, lo que aún parece más interesante, la relación indirecta, e incluso a veces insospechada de la actividad humana sobre la naturaleza.

En eso radica, probablemente, la importancia innovadora de figuras como Mario Molina: haber
conseguido relacionar la ciencia básica –en su caso, la química atmosférica- con la actividad industrial potencialmente contaminante, lo que lleva a aplicaciones inmediatas a escala mundial. Por ejemplo, la adopción por Naciones Unidas del Protocolo de Montreal “relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono”, firmado en 1989. Probablemente fue entonces cuando comenzó a hablarse de un posible Nobel para Mario Molina.

En la actualidad, el científico mexicano-estadounidense es desde 2005 profesor de la universidad californiana de San Diego, preside en México el Centro Mario Molina para estudios estratégicos sobre energía y ha sido asesor para temas ambientales del Presidente Obama desde 2008.

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viernes, 14 de marzo de 2014

¿Con qué sueñan los animales?




Cuando Spot pedalea inútilmente en un sprint hacia ningún lugar durante su siesta, probablemente está reviviendo su último intento matinal de atrapar a una ardilla.

Los científicos han demostrado que, al igual que los humanos, lo que ocurre en el cerebro de los animales mientras duermen está profundamente influido por lo que hicieron durante el día.

¿Y cómo lo sabemos? Como en muchos de los experimentos científicos, se lo debemos a las ratas. Se han implantado electrodos en los cerebros de las ratas para registrar lo que sucedía cuando los animalitos cerraban el ojo. Los científicos observaron la actividad del cerebro de los roedores mientras recorrían un laberinto y durante el posterior sueño. Durante el sueño, la actividad de su hipocampo, el área responsable de los recuerdos autobiográficos, identificaba pautas de comportamiento detectadas durante el ejercicio del laberinto.

Al mismo tiempo, el córtex visual reproducía las correspondientes secuencias, sugiriendo que las ratas no solo recordaban durante el sueño cómo deambulaban a través del laberinto, sino también lo que veían.

Por supuesto, las ratas también sueñan con sus experiencias fuera del laberinto. Se registraron multitud de pautas de actividad cerebral no identificadas, interpretadas como recuerdos del “tiempo libre” de los roedores en sus jaulas o con sus congéneres. La vida cotidiana de las ratas da lugar a sueños poco imaginativos. Los sueños de las personas tienden a ser más complicados, más extraños puesto que sus vidas son también más sofisticadas que las de muchos animales.

Revivir los acontecimientos del día podría servir a los animales y a los seres humanos para aprender del pasado y tomar mejores decisiones en el futuro. Por ejemplo, soñar con el laberinto podría ayudar a la rata a encontrar una ruta más directa hacia el queso. Ese es el tipo de aprendizaje para el que no solemos tener tiempo durante la vigilia.

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domingo, 9 de marzo de 2014

¿Por qué a veces nos mareamos al levantarnos de la cama?


El organismo humano adopta una posición relajada cuando se encuentra tumbado. La presión sanguínea y el ritmo cardíaco descienden. Cuando el cuerpo se pone de nuevo en marcha, por ejemplo cuando se pone de pie o camina, la presión arterial sube y se eleva la frecuencia cardiaca. Pero la sangre aún permanece en la zona de las piernas y no puede ser bombeada con suficiente velocidad hacia la cabeza. Por ese motivo la retina, que precisa de mucho oxígeno, no está bien abastecida y funciona de un modo defectuoso. La persona padece una corta pérdida de visión o ve luces o estrellas que realmente no existen.

Además, en situaciones similares, en algunos casos se hace patente la falta de riego del cerebro. El mareo es sólo un síntoma inofensivo. Se puede incluso llegar a padecer un desvanecimiento momentáneo. Es aconsejable levantarse con calma para que la sangre tenga tiempo de distribuirse por todo el organismo.

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sábado, 8 de marzo de 2014

El arte ancestral de las porcelanas chinas – Cerámica y Espiritualidad


Un arte único y, en muchos aspectos, fantástico, alentado por una filosofía muy distinta a la occidental. La porcelana china, cuyo origen exacto se desconoce, es un claro ejemplo de virtuosismo y perfección artísticos que refleja obligatoriamente la evolución y la historia de la civilización que la descubrió.

La porcelana, tal como fue concebida y usada por los chinos, es cualquiera que, al golpearla, emite una clara nota metálica. Conocida también como cerámica blanca translúcida, se distingue de las otras, cocidas a gran fuego, denominadas loza. Igualmente, poco tiene que ver con las muestras de la Grecia clásica, en que los temas decorativos giraban en torno a la idealización del cuerpo humano y al desarrollo de la historia a través de mitos y leyendas. El arte del Lejano Oriente era mucho más contemplativo. Los chinos encontraban más deleitación en lo espiritual, algo que se pone en evidencia en su cerámica y posterior porcelana.

Aunque las habilidades técnicas se desarrollaron antes en el Lejano Oriente que en Europa o en
Oriente Medio, ambas civilizaciones, oriental y occidental, entraron en contacto en varias ocasiones con un impacto mutuo. Quizá el ejemplo más significativo fue el efecto de las porcelanas chinas del siglo XI, importadas por el mundo árabe. Allí alentaron el desarrollo del barro cocido a imitación de la porcelana, así como la investigación para el desarrollo de su manufactura. Siglos después, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales introdujo en Europa grandes cantidades de esta porcelana única, lo que provocó que los ceramistas chinos adaptaran sus diseños a las demandas de este mercado.

Así como la cerámica griega parece tener una decoración meramente estética, aunque era realizada cuidadosamente para que su significado fuera claro, igualmente sucedió con las cerámicas chinas. Para unos su decoración pudiera parecer arbitraria, pero es cierto que para los chinos cada objeto y su disposición poseían un significado muy concreto. El león, el caballo y el elefante simbolizaban a Buda, mientras que el dragón representaba al emperador
y el ave fénix, a la emperatriz. La granada era símbolo de la fertilidad, un par de peces o de patos mandarines suponían un matrimonio feliz, el pino, el melocotón y la calabaza eran emblemas de una larga vida, mientras que la rama de casia y el salmón saltando entre olas representaban el éxito literario. Únicamente cuando se introdujeron los temas europeos en las vasijas chinas, esta significación fue perdiéndose. La historia de la cerámica y la porcelana chinas es la propia historia del pueblo chino. A lo largo de las distintas dinastías y periodos de gobierno hereditario, las técnicas y estilos se perfeccionaron hasta hacer de ella algo único en el mundo.

La cerámica neolítica china nació a orillas del río Amarillo en el periodo comprendido entre los años 3000 y 1500 a. de C. De arcilla roja y con motivos geométricos de trazos gruesos, eran pintadas con pigmentos rojo, blanco o marrón purpúreo. Empleada principalmente para la elaboración de urnas funerarias y utensilios de cocina, la calidad de su decoración hacía de las vasijas de esta época ejemplos artísticos de gran elegancia.

Más tarde, durante la dinastía Chou (1155-255 a. C), la realidad política y social de China sufrió
algunos cambios importantes con el establecimiento de un gobierno fundamental y una religión organizada. Fue Confucio el encargado de introducir una religión basada en la devoción filial y la reverencia por la tradición, enfatizando por encima de todo la armonía y la moderación. Al mismo tiempo, el taoísmo proponía una moralidad alta y compasiva, cuyo elemento místico sería desarrollado en cultos posteriores. Dos significativos avances se produjeron en esta época en torno al a cerámica china: el empleo de arcilla blanca fina, muy preparada y decorada en relieve y, en segundo lugar, el perfeccionamiento de los hornos con el fin de permitir un mayor control y retención del calor. Éstos permitían cocer la arcilla a temperaturas más altas, conformando un cuerpo más duro y consistente y dando lugar, así, a las primeras vasijas de loza conocidas. También por esta época se descubrió que podía realizarse un vidriado sencillo espolvoreando feldespato o cenizas de madera sobre los hombros de las vasijas.

Durante la dinastía Han (206 a. de C-220 d.C.), el estado chino aumentó su poder y anunció un periodo de consolidación y expansión bajo una administración centralizada. Tanto la filosofía de Confucio como el taoísmo, con sus creencias míticas y místicas, tuvieron un gran efecto en las expresiones artísticas del momento y contaron con multitud de seguidores. Las actividades comerciales aumentaron considerablemente, lo que permitió incorporar avances técnicos y estilísticos, entre ellos una sustancia llamada liu-li, que se cree era una mezcla preparada de vidrio con plomo procedente de Alejandría. Las vasijas dejaron de hacerse a mano para ayudarse de tornos eficaces y el empleo de moldes. En esta época, se hizo tanta loza como barro cocido, este último con arcilla rojiza y vidriado de silicato de plomo teñido de verde. Sus usos religiosos y funerarios imponían una ornamentación caracterizada por la modelación de una montaña, colina o isla a modo de tapa, representando la mitológica isla o montaña taoísta del Bendito.

Durante la dinastía Tang (618-906), se consolidó la adopción del budismo, introducido desde la India
en el siglo I, con su doctrina de negación y renuncia. Se trató de un periodo pacífico, tolerante, próspero y creativo, considerado uno de los más bellos y ricos de la historia china. Tras haber inventado la imprenta, la pólvora, la brújula imantada y otros ingenios, la inquietud científica de esta dinastía descubrió la porcelana gracias a la utilización de caolín en la pasta cerámica: la verdadera porcelana china se elabora cociendo una mezcla de arcilla blanca de caolín y feldespato a una temperatura entre 1.250 y 1300 ºC; con la mezcla y temperaturas correctas tiene lugar la fusión de las partículas, produciendo una mezcla mucho más vítrea y fuerte que la de la loza, lo que permite que las paredes del objeto sean mucho más finas y resistentes.

Sin embargo, aunque la técnica fue probablemente dominada por los artesanos T´ang, fueron los ceramistas Sing y Ming los que encargados de explotarla y desarrollarla hasta su plenitud. A pesar de ello, el arte T´ang comprendió la gran variedad de posibilidades de este nuevo material y empezó a producir piezas estilizadas, adornada por
bellos vidriados polícromos. Por primera vez, el arte chino jugaba con la libertad de colores y la decoración más frecuente –san cai o “tres colores”- suponía todo un alarde de expresionismo cromático.

Los tiempos venideros fueron turbulentos y marcados por las frecuentes invasiones, pero el siguiente periodo, el de la dinastía Sung (960-1279), fue enormemente activo en materia de arte. La producción de cerámica y porcelana estuvo patrocinada por la corte, que animaba a los ceramistas a realizar sus trabajos más costosos y delicados. Los materiales eran cuidadosamente elaborados y la variedad de mezclas permitía mejorar las distintas técnicas, por lo que se logró un nivel artístico insuperable. Sus qingzi o porcelanas con el color de las cosas naturales, monocromos verde, turquesas, púrpuras, blancos son, quizá, el alma de la porcelana china.

En 1127, los Sung huyeron de Kaifeng, su capital a orillas del río Amarillo, para trasladarse a
Hangzhou. El norte de China quedó en manos de dos dinastías mongolas, los Jin y los Liao y, a partir de 1260, de los Yuan, al mando de Kublai Kan. Veinte años más tarde, éste, nieto de Gengis Kan, se hizo con el dominio de Hangzhou y consolidó un nuevo imperio con capital en Beijing, dominado por la dinastía mongol Yuan. Durante esta época, la producción de porcelana se concentró en la provincia de Kiangsi, una factoría que, en el siglo XVIII, se convertiría en una ciudad porcelánica de un millón de habitantes.

En 1364, un campesino y ex monje budista organizó las revueltas campesinas del Sur y, en cuatro años, se hizo con el poder de Nankín (“ciudad del sur”), donde fundó un gobierno provisional y una nueva dinastía: los Ming (1368-1644). Éstos, de marcado carácter nacionalista, desempeñaron un papel enciclopedista al reivindicar y promocionar cualquier manifestación propiamente china. La porcelana vivió un periodo de esplendor gracias al patronazgo del emperador y a las diferentes ayudas económicas. Se siguió imponiendo el decorativismo y abundando los tipos polícromos: er cai, wu cai y dou cai (“dos colores”, “cinco colores” y “colores contrastados”, respectivamente). La mejor cerámica Ming se produjo durante la primera mitad del siglo XV y sus colores característicos fueron el blanco y azul, con gran uso de decoración a base de plantas y flores.

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