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martes, 4 de marzo de 2014

El origen de la literatura infantil




La literatura, el arte de las letras, constituye una de las herencias culturales más importantes de la humanidad. Sin embargo, durante largo tiempo, la literatura infantil ha sido la gran olvidada, quizá porque su público no era tan erudito como para podre ensalzar sus valores como lo harían los mayores: cuando a un niño le gusta un libro, éste se convierte en uno más de sus inseparables juguetes. Un gesto tan sencillo pero incondicional es la forma más bonita de alabanza para un escritor.

Por fin la literatura infantil tiene nombre propio. Lejos y olvidados quedan los desprecios y la ignorancia la que se ha visto sometida por ser considerada de segundo grado. Existe con identidad propia, con un único y claro objetivo que fue el origen y la necesidad de su existencia y que no ha cambiado: entretener a los niños. Pero no siempre fue así…


Relatos en formato de cuento ha habido en todas las culturas y en todos los tiempos. Tenemos constancia histórica de antiguas leyendas mágicas parecidas a estos relatos escritas en Mesopotamia hacia 4.500 años. Del antiguo Egipto se conservan dos papiros del siglo XIII a. de C. con dos narraciones (El cuento del naufragio y El cuento de los dos hermanos) que bien podrían ser los predecesores de las fábulas contemporáneas, e incluso en la obra “El asno de oro” del romano Apuleyo (siglo II) pueden reconocerse algunas de las características de los cuentos de hadas. Se conoce la existencia de un relato similar a Caperucita Roja procedente de la antigua China, y también el cuento tradicional árabe de Kalila y Dimmapresenta motivos y estructuras comunes a los cuentos de hadas. También en Oriente Medio, en Las Mil y Una Noches, podemos encontrar uno de los puntales de la cuentística mundial.

Pero en la Antigüedad, el niño no existía como tal. Se creía que no necesitaba cuidados especiales
culturalmente hablando, por lo que no será hasta la Edad Media con la aparición de los “Abecedarios” cuando se comience a hacer libros que tengan en cuenta el gusto de los niños. Con ellos, la Iglesia pretendía despertar el interés por las letras, y para ello intentó incluir colores y diseños, que cada vez fueron más atractivos. Sin embargo, se trataba de libros escolares.

Lo mismo ocurrió en el siglo XV con los libros de buenas maneras. Su misión era aleccionar a los niños sobre normas de educación y conductas morales. Con estos fines, es de suponer que no fueran bien acogidos por su público, que lejos de ver en ellos un entretenimiento, los rechazaban como lo que realmente eran: libros escolares. Más tarde, la Ilustración francesa descubrió las fábulas del
mundo antiguo y encontró en este tipo de relatos un excelente instrumento literario en su afán de moralizar su discurso: en 1688, Jean de La Fontaine publicó algunas de sus famosas fábulas como La Cigarra y la Hormiga y El Gato y los Ratones” a imagen de las que había escrito Esopo en la antigua Grecia; y Charles de Perrault recogió en su libro “Cuentos de Antaño” (1697) diversos relatos populares europeos como “El gato con botas” o “Pulgarcito”, a los que siempre acompañó de una moraleja.

Habría que esperar hasta el siglo XVIII para asistir al despegue definitivo de todos los géneros de la literatura infantil, de la mano de los llamados libros por entregas. El dinero no se gastaba en comprar libros a los niños, por lo que los editores decidieron publicarlo por entregas a un precio muy bajo, asequible a todos los bolsillos. Así, cada semana se publicaba un cuadernillo, que por su bajo precio estaba al alcance de todos los niños, quienes compraban la aventura de la semana y esperaban con ansiedad la llegada de la siguiente entrega.

Este negocio hizo posible que se publicaran novelas de aventuras con origen en los romances medievales, novelas costumbristas que en realidad empezaron siendo escritas para adultos, poesías, cómics y cuentos, los grandes reyes de la literatura para niños. Los cuentos habían existido siempre, pero sólo habían viajado de boca en boca; ahora tenían la oportunidad de ser recopilados y escritos, y así llegar a todos los hogares. Cuentos de hadas, se animales, de gente corriente… Todo tipo de historias para hacer volar la imaginación de los más pequeños hasta el mundo de la fantasía.

La literatura infantil alcanzó un desarrollo especial en Gran Bretaña. El éxito editorial de las novelas “Robinson Crusoe” (1719) y “Los Viajes de Gulliver” (1726) incitaron a John Newbery a abrir en Londres en 1745 la primera librería para niños y, seis años más tarde, a publicar The Lilliputian Magazine, la primera revista infantil del mundo.

No obstante, fue el romanticismo el que consolidó definitivamente el formato y las características de los modernos cuentos de hadas como un subgénero de la literatura infantil. A inicios del siglo XIX, este movimiento artístico y estético buscó en la tradición oral y en el folklore popular su inspiración. Para este movimiento, la tradición oral de raíz popular era la fuente histórica fundamental donde encontrar los orígenes de la cultura, la nación y su articulación social, y los cuentos de hadas eran un magnífico exponente de esta tradición.

Este proceso fue especialmente significativo en Alemania. Con la fórmula Kinder und Haus Märchen
(cuentos de infancia y de hogar) los románticos alemanes buscaron compilar la tradición oral centroeuropea con la voluntad de documentar un patrimonio que diera alas a sus tesis pangermanistas. El concepto de Märchen (cuento) procede de las leyendas populares y de las fábulas medievales, pero se distingue eminentemente por su valor iniciático (deformación del individuo para la vida adulta). Es una historia alegórica, cargada de símbolos en los que se mezclan elementos culturales de la edad de oro de la cultura alemana (por ejemplo, la Edad Media con sus estamentos sociales) con contextos históricos atemporales de la vida campesina que tanto podrían ser del siglo XIII como del XIX, todo ello con la voluntad de recrear las raíces de la cultura alemana.

Los Hermanos Grimm fueron los máximos exponentes de este proceso. A diferencia de la labor que
realizó Charles de Perrault en el siglo XVII, que compilaba cuentos con un componente moralizador, los Grimm buscaban en esos relatos rescatar un pasado mitológico de Alemania.
Los Hermanos Grimm nacieron en la localidad de Hanau (Hesse), una rica ciudad a orillas del río Main que debía su prosperidad al comercio fluvial. En sus inicios, tanto Jacob Grimm (1785-1863) como Wilhelm Grimm (1786-1859) siguieron los pasos de su padre y estudiaron Derecho. No obstante, pronto abandonaron estos estudios y se interesaron por la literatura medieval y la crítica literaria. En 1837, tomaron parte en la revuelta contra el rey de Hannover, Guillermo IV y tuvieron que exiliarse en Kassel. En 1841 fueron invitados a Berlín por el rey Federico Guillermo IV de Prusia, donde permanecieron como profesores de la universidad.

La obra más famosa de estos dos hermanos es “Cuentos para la infancia y el hogar” (1812), que hoy lleva como título “Cuentos de hadas de Grimm” y que recoge relatos tan diversos como “Cenicienta”, “Blancanieves”, “La Bella Durmiente” y “Caperucita Roja”. En realidad, los Hermanos Grimm no fueron los autores de dichos relatos, sino que estos fueron el resultado de una investigación de las leyendas y los cuentos tradicionales germánicos.

Sin embargo, la importancia de estos autores va más allá de sus investigaciones del folclore alemán. Jacob Grimm está considerado el verdadero fundador de la filología germánica y es el padre de la llamada Ley de Grimm, relativa a la mutación consonántica del alemán, que ha resultado fundamental para la reconstrucción de lenguas desaparecidas. Entre 1819 y 1837, escribió “La Gramática Alemana”, y en colaboración con su hermano Wilhelm emprendió la redacción de un Diccionario Alemán (1852-1861) que, con sus 32 volúmenes, está considerado hoy una auténtica obra de referencia. Ambos hermanos publicaron conjuntamente también numerosas investigaciones sobre antiguos textos germánicos como “Antiguas canciones de gesta danesas” (1811), “Leyendas alemanas” (1816-1818), “Mitología Alemana” (1835) e “Historia de la Lengua Alemana” (1848).

Dentro de eta tradición germánica hay que estacar también a E.T.A. Hoffmann (1776-1822), que escribió cuentos fantásticos como “El Cascanueces” o “El Cántaro de Oro”, en los que lo extraordinario y lo maravilloso se unen a la tradición. Incluso la propia música romántica alemana, tan relacionada con la literatura, encontró en este tipo de textos sus fuentes de inspiración: Franz Schubert, Robert Schumann y Johannes Brahms, entre otros compositores, basaron algunas de sus obras en las lecturas de los Märchen.

El Romanticismo, por tanto, fue el detonante de una nueva etapa en la literatura. La novela fue
considerada como un género para adultos, mientras que el cuento, por ser más breve, más humorístico y fantástico, se dedicó por completo a los niños, que fueron los grandes ganadores, a pesar de que los cuentos no nacieron para ellos. Así, cada vez fueron más los escritores, incluso de fama reconocida, que se animaron a escribir historias para los más pequeños.

Si existe un escritor que pueda ser considerado como clásico de la literatura infantil es Hans Christian Andersen (1805-1875). Sus cuentos podrían haber pasado inadvertidos, pero constituyen una de las obras maestras de la literatura universal, ya que en ellos se da cita una serie de elementos desconocidos en la cuentística popular: el alma de todos sus personajes, el desenlace triste, pero real, y su amor por la Naturaleza. Con Andersen en el cuento de hadas literario que adquiere celebridad y popularidad con Perrault y los hermanos Grimm alcanza un punto culminante, una perfección difícil de igualar que determina el futuro de este género.

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