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domingo, 30 de marzo de 2014

Las geishas – samuráis de la danza




En la tradición japonesa, los samuráis representan la ética guerrera por excelencia, las “geishas” encarnan el ideal estético femenino tradicional. Tanto ellos como ellas estaban sujetos desde muy temprana edad a una férrea disciplina mental y corporal, derivada en gran parte de la filosofía budista zen. Durante siglos, han sido los iconos más universales de la cultura nipona.

En occidente, la palabra geisha suele asociarse con una mujer sumisa de refinada sensualidad, experta en materia sexual. No obstante, las profesionales del sexo es Japón han sido desde hace siglos las llamadas yujo, mientras que las geishas, aunque pueden mantener relaciones sexuales con sus clientes, sobre todo si se convierten en sus mecenas, tienen como función entretener con su presencia y habilidades al os hombres ricos que asisten a los salones de té. El maquillaje blanco, las peinetas y horquillas del peinado y el kimono de seda le confieren una estampa de muñeca escultórica que –junto con el dominio del arte de la danza, de la música tradicional y de la conversación culta- está asociada a cierto ideal aristocrático difícil de encajar en el mundo democrático actual, como no sea a título de reliquia cultural elitista.

La asociación entre la prostitución y la actividad de las geishas surgió en Japón desde que estas empezaron a desarrollar la profesión, a finales del siglo XVII.

En un principio, el término se aplicaba a varones y mujeres que hacían de bufones en las fiestas entre hombres y prostitutas. Comediantes y músicos divertían a la concurrencia y pronto se ganaron el nombre de geishas (que vendría a significar artistas). Con el tiempo, pasaron a integrar un cuerpo autónomo únicamente femenino, diferenciado de las yujo. De las antiguas bailarinas feudales (odoriko) surgieron las geishas machi (“de ciudad”) a finales del siglo XVIII. En 1779 se abrió una oficina de registros para imponerles normas de conducta, según las cuales no debían quitarles clientes a las prostitutas, aunque, al existir diferentes tipos de geishas (urbanas o rurales, afincadas en casas más o menos sofisticadas, etc), las leyes japonesas han resultado históricamente ambiguas con respecto a las competencias de ambos grupos.

A mediados del siglo XIX, las geishas estaban oficialmente establecidas en Gion, Kamishichiken y
Pontocho, tres distritos de Kioto –capital de Japón hasta finales del siglo XIX- destinados al ocio, mientras que Shimabara poseía el monopolio de la prostitución legal. En la práctica, en los salones de té más famosos había de todo, pero, a partir de la década de 1860, las yujo empezaran a considerarse pasadas de moda y las geishas adquiriesen una reputación de mujeres con estilo, que hasta demostraron su valor y coraje arriesgando sus vidas por los disidentes políticos, los últimos samuráis, en una época en que la industria y el ejército japoneses se estaban modernizando a marchas forzadas. Y más aún que los samuráis, los intérpretes del kabuki, teatro popular japonés, fueron quienes desde un principio sostuvieron una relación más estrecha con las geishas. Al principio, cuando los estudiantes pobres aún podían visitar los aposentos de las geishas, el kabuki era también un entretenimiento de dudosa reputación. Poco a poco, el disfrute de ambas artes se convirtió en un pasatiempo más refinado.

Las medidas legales promovidas por el Gobierno Meiji mejoraron la condición de las geishas en las últimas décadas del siglo XIX. A la ley de emancipación –por la que dejaron de trabajar en régimen de esclavitud, como hacían las prostitutas-, se sumó la de estandarización de honorarios: no solo se cobraría el mismo precio a todos los clientes sino que todas las geishas recibirían el mismo salario sin que la belleza, la experiencia o la popularidad influyeran. El modelo sigue vigente. Ello contribuyó a que las geishas adquiriesen un prestigio que acentuó su exclusivismo, pues pasaron a ser un entretenimiento destinado a las clases dirigentes y a la gente más rica. Fue entonces cuando se consolidaron los locales destinados a este mundo de élite, a medio camino entre el arte y la diplomacia, tanto en lo que se refiere e los salones de ´te (ochaya), donde los clientes contratan sus servicios, como a las casas de geishas (okiya), donde aprenden el oficio y a las que están vinculadas durante toda su carrera.

Entre 1920 y 1930, la penetración en Japón del estilo y del vestir occidentales hizo que algunas
geishas se cortaran el pelo o se hicieran la permanente, con el fin de intentar seguir siendo líderes de la moda. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que con ello perdían aquello que las hacía especiales. La profesión sufrió entonces un cambio crucial, pues las geishas dejaron de ser innovadoras y se convirtieron en garantes de la tradición. Esta función conservadora sigue manteniéndose hasta nuestros días.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las geishas pasaron a ser una atracción turística, sobre todo para los yanquis que ocuparon el país. Pero, a medida que la economía japonesa fue estabilizándose, las geishas, sobre todo en Kioto y también en la capital, Tokio, recuperaron su esplendor y se convirtieron en uno de los iconos de la prosperidad del país.

Los empresarios japoneses solían celebrar sus reuniones celebrar sus reuniones con personalidades extranjeras en las casas de té de Gion, en Kioto También los gobernantes nipones acostumbraban a invitar a las geishas más famosas a las recepciones y los encuentros con altos cargos políticos y miembros de las casas reales.

Desde principios de la década de los 80 hasta hoy en día, la modernización de la sociedad japonesa (la emancipación de la mujer liberalización de los hábitos en el vestir y el comportamiento, etcétera) hizo que las juventud pasara a considerar a las geishas como algo obsoleto. Ahora bien al convertirse las geishas en figuras meramente decorativas, el fenómeno ha adquirido una dimensión comercial, ya que siguen vinculadas a los círculos de poder japoneses pero también al mundo de la moda y el pop (Madonna se vistió de geisha en uno de sus videoclips más famosos).

En 1989, el primer ministro japonés Sosuke Uno tuvo que dimitir porque su geisha lo acusó
públicamente de ser tacaño y arrogante, un caso que tuvo una amplia publicidad. Nunca hasta entonces, en la vida política de Japón, un dirigente casado había sido tachado de mujeriego por mantener relaciones con una geisha, lo cual indica que las mujeres japonesas ya no son tan sumisas como antes. En 1989, una maiko (aprendiz de geisha) descontenta demandó a la casa de geishas donde había recibido su aprendizaje, y acusó a la dueña de haberla explotado. Tras resolverse el caso extrajudicialmente, la chica abrió un centro de enseñanza a distancia para maiko. Tanto la denuncia como el surgimiento de estos nuevos negocios demuestran lo mucho que han cambiado las cosas.

En Kioto, a las geishas se las llama geiko. Entre todos los distritos del ocio (kariukai) de la ciudad, el de Gion es el que cuenta con las geiko más refinadas, las más disciplinadas y las que suelen recibir a los extranjeros más ilustres que visitan Japón. Nos centraremos, pues, en este distrito, para describir a grandes trazos la vida de una geisha.

Gion está regido por un consorcio constituido por tres grupos: la kabukai (asociación de artistas), la asociación de salones de té y la de geiko. Tradicionalmente, las casas de geishas reclutaban niñas de 5 o 6 años y las formaban para que, antes de los 15, se convirtieran en maiko. Las niñas solían provenir de familias humildes numerosas que necesitaban desprenderse de algunas de sus hijas para poder mantenerse. Los padres recibían una compensación a cambio de renunciar a partir de entonces a relacionarse con la hija, que adoptaba el nombre del ochaya que la había adquirido. El trauma infantil era, pues, una constante en la vida de las geishas, como se refleja en la novela “Memorias de una geisha”, best seller de Arthur Golden. A pesar de ello, también había geishas hijas de geishas, que eran criadas en los propios ochaya donde sus madres habían vivido.

En Gion, las geiko suelen empezar la educación primaria y las clases de baile a los 6 años. La escuela
de danza del distrito está dirigida por una maestra (iemoto), que no es solo una autoridad en el baile, sino también el árbitro del buen gusto dentro de la comunidad. En japonés hay dos términos que significan baile. Uno es mai y el otro, odori. El mai proviene de las danza sagradas que las doncellas del os santuarios interpretaban desde la antigüedad como ofrenda a los dioses; solo lo bailan personas especialmente formadas para hacerlo. El odori, en cambio, es la danza que celebra los avatares de la vida humana, que conmemora las alegrías y solemniza las tristezas. Es el tipo de danza que suele verse en los festivales japoneses y puede interpretarlo cualquiera.

La escuela Inoue de Kioto enseña en especial el llamado noh mai, modalidad de la que las alumnas
han de superar un examen alrededor de los 15 años para poder convertirse en maiko. Las jóvenes aprendizas pasan entonces a ser minarai, esto es, “observadoras”, por espacio de uno o dos meses. Asisten todas las noches a los banquetes para familiarizarse con el funcionamiento de los ochaya. Allí observan los matices de la conducta, el porte y las dotes conversacionales que ellas mismas deberán desarrollar para convertirse en geikos. Vestida con el traje profesional, una maiko va ataviada como una princesa del periodo Heian (siglo XI). La cara debe ser un óvalo perfecto, con la tez blanca inmaculada y el cabello negro azabache. Las cejas conforman una medialuna y la boca dibuja un sutil pimpollo. El cuello, largo y sensual. La figura, suave y redondeada.

Antes de los 18 años, las maiko pasan por la ceremonia del mizuage, que las convertirá en geiko. Los cambios de peinado, básicamente el corte del moño, simbolizan el acceso a la edad adulta. No obstante, las prestaciones de las geiko siguen un patrón de continuidad con respecto a la iniciación de las maiko, pues se trata de asistir todas las noches a los salones de té y entretener a los clientes que hayan requerido su presencia.

La estética de los ochaya representa lo más sublime de la decoración y arquitectura japonesas, ambas relacionadas con la ceremonia del té, un intrincado ritual de normas prefijadas cuyo único fin es tan simple como disfrutar de una taza de té en compañía de amigos. Los objetos que se utilizan en el acto son todos ellos exquisitas obras artesanales, con los que el anfitrión procederá a servir las tazas con movimientos coreografiados. Este ritual suele ir acompañado de una cena en la que se sirve la mejor cocina japonesa, un banquete (ozashiki) al que las geiko asisten sin comer. En los ochaya no se cocina, de modo que se encargan los platos a un prestigioso servicio de comida preparada. Un banquete en un salón de té de Gion Kobu no suele bajar de los 1.600 euros.

Uno de los principales retos de la profesión es aprender a ocultar lo que les gusta o les disgusta bajo
una apariencia amable. Se las contrata para complacer a los clientes, manteniendo conversaciones que sean de su agrado, normalmente relacionada con las artes o con la profesión de estos. Así pues, se espera que estén versadas en política y literatura, en tradiciones como la ceremonia del té o los arreglos florales y en disciplinas artísticas como la poesía, la pintura, la caligrafía, etcétera. En el momento oportuno de cada banquete, las maiko o geiko actúan: una de ellas baila y otra toca el shamisen (instrumento de cuerda tradicional) y canta.

Los honorarios de las geiko se calculan por unidades de tiempo, llamadas hanadai. Unos días después del banquete, los ochaya se los cobran a los clientes. Además, estos suelen entregar propinas en metálico a algunas geishas, pequeños sobres blancos que introducen en el obi o kimono de las elegidas. Finalmente el kenban, oficina de asuntos económicos de la asociación de geiko, se encarga de realizar las transacciones pertinentes entre los ochaya y las okiya de las geiko contratadas.

Las geishas deben ser el único grupo de mujeres de Japón que aún hoy llevan kimonos todos los días. Desde hace muchos siglos, el kimono ha sido el atuendo típico de los japoneses: de cáñamo y algodón para las clases bajas y medias, de seda para la clase alta. Las flores, los pájaros y los insectos son los motivos más usuales que decoran los kimonos. La representación de objetos naturales suele estar relacionada con las estaciones, y algunos están específicamente asociados a un mes del año: el pino a enero, las ciruelas a febrero, el lirio a mayo. Los cerezos en flor valen para toda la primavera, así como las truchas para el verano y las hojas de arce para el otoño. El kimono siempre ha ido con una faja, el obi, que, según la época, ha sido más ancha o más estrecha y se ha atado de distintas maneras. El obi actual es ancho y prácticamente cubre toda la barriga con un caparazón de tela rígida. Se ata justo debajo del pecho. El atuendo se completa con sandalias de madera o de piel. Los okobo, una especie de zuecos de madera cuya gran altura se debe a la longitud del obi, es otro elemento distintivo. No resulta fácil caminar con los okobo; obligan a andar con un paso menudo y afectado que añade atractivo a la maiko.

El tradicional maquillaje de la aprendiza de geisha es una de sus características más reconocibles.
Consta de una base blanca (originalmente hecha con plomo), lápiz labial rojo y adornos rojos y negros alrededor de los ojos y cejas. La aplicación del maquillaje es un proceso bastante complejo, que se realiza antes de vestir a la geisha para evitar ensuciar el kimono. Primero, se unta la piel con una sustancia de aceite o cera, llamada bintsuke-abura. Luego, se mezcla un polvo blanco con agua para formar una pasta que se aplica con una brocha de bambú. Las cejas y el borde de los ojos son pintados de negro, aunque las maiko usan además el rojo alrededor de los ojos. Los labios se pintan con una brocha pequeña. El color viene en un palo pequeño que es mezclado con agua. Se añade azúcar cristalizada para dar brillo a los labios. Durante los tres primeros años, una maiko usa su maquillaje casi constantemente.

Las geishas llevan el cabello recogido con un peinado llamado simada, un tipo de moño del que se pueden distinguir cuatro variedades: el taka simada, un gran moño utilizado generalmente por jóvenes solteras; el tsubushi simada, más aplastado, utilizado por mujeres mayores; el uiwata, vendado con un pedazo de cinta de color, y un estilo que representa un melocotón dividido, usado solo por las maiko. El pelo se recoge y decora con un kanzashi (“pasador”).

Según la tradición, las geishas no se pueden casar mientras ejercen su profesión. Viven en
comunidades de mujeres, entre madres y hermanas. Suelen tener experiencias sexuales ya de jóvenes, a menudo con clientes que les hacen de mecenas, pero no conviven con sus amantes. Cuando una mujer se convierte en geisha, se vuelve sibarita y derrochadora, y luego le cuesta mucho adaptarse a la sociedad normal, transformarse en una trabajadora diurna o en una ahorradora ama de casa. Una vez retiradas, no todas se casan o viven en pareja. La organización de una okiya recuerda la de un convento, y la comparación no es del todo desacertada, pues tienen en común el hecho de ser dos grupos marginales que poseen una imagen socialmente muy definida. Se han dado bastantes casos de geishas que se han retirado a conventos budistas.

Actualmente, las madres de los salones son muy conscientes de lo difícil que resulta encontrar chicas jóvenes que deseen convertirse en verdaderas geishas. Por eso se ha abandonado la férrea disciplina a la que antes eran sometidas ya desde la infancia, y en cambio se intenta que las experiencias resulten agradables para las aprendizas. El mimo ha reemplazado al sufrimiento: madres, clientes y hermanas mayores se desviven por seducir al a joven maiko para que esta no abandone la profesión. Antes incluso de que están preparadas, las madres de las okiya envían a las aprendizas a fiestas de las que asisten estrellas de cine o de kabuki a fin de que queden deslumbradas.

Conscientes de que sufrir por el arte no está de moda, los más viejos consideran que en el mundo de las geishas han desaparecido los modales, que la destreza artística ya no es la misma y que ya no se habla con un lenguaje refinado. Justo lo contrario de lo que piensan los japoneses modernos, que consideran que los geishas están sometidas a una disciplina espartana.

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