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martes, 19 de agosto de 2014

Vivienda y Salud – El síndrome del edificio enfermo


¿Padece fuertes dolores de cabeza y musculares? ¿Se siente deprimido o angustiado? ¿Su rendimiento laboral ha descendido hasta cotas alarmantes? Quizá esté siendo atacado por un mal que afecta a los lugares de trabajo, infectándolos de bacterias y vapores nocivos: el llamado síndrome del edificio enfermo.

La Organización Mundial de la Salud ha acuñado la expresión “síndrome del edificio enfermo” para referirse al conjunto de molestias y enfermedades que experimentan los usuarios de un inmueble ante la acumulación en su estructura y sus elementos de determinados contaminantes. El enfermo por esta nueva afección no es el trabajador, sino el propio edificio, ya que los síntomas remiten cuando se abandona el mismo, considerándolo afectado cuando al menos un 20% de sus ocupantes sufre molestias derivadas de la mala calidad del aire.

Muchos edificios construidos a partir de la década de los sesenta se han convertido en almacenes de hongos, bacterias, vapores y gases, debido a las emanaciones de los materiales y a un mal funcionamiento de los sistemas de ventilación y de acondicionamiento. Para obtener un diagnóstico fiable, se deben realizar análisis de las condiciones físicas, químicas y microbiológicas del inmueble. Pero existen algunas pistas que pueden hacernos sospechar: olores extraños –especialmente a pintura-, cercos de suciedad alrededor de las rejillas de ventilación y, sobre todo, que las personas que trabajan allí presenten unos síntomas que cesan al salir a la calle.

Las molestias afectan fundamentalmente a los ojos, la nariz y la garganta –irritación, congestión, afonía, sed-, a la piel –escozor, sequedad, enrojecimiento-, al sistema nervioso –fatiga, problemas de concentración y memoria, dolor de cabeza, mareos náuseas, ansiedad-, a las vías respiratorias –hemorrragia nasal, rinitis, estornudos, tos seca, sensación de ahogo- y al olfato y al gusto –alteración de la sensibilidad y percepción desagradable-. Además, aparecen trastornos psicológicos que reducen el ritmo y la calidad del trabajo. Los trabajadores pueden experimentar estrés, depresión o desasosiego por la pérdida de control sobre el entorno próximo. Se ha demostrado que los dolores de cabeza aparecen con doble frecuencia en oficias de planta abierta y diáfana, mientras que un espacio excesivamente compartimentado provoca claustrofobia. El aspecto del edificio también influye: si las ventanas son opacas o se cubren con gruesas cortinas pueden provocar ansiedad por falta de fugas visuales; si existe cierto descuido de su imagen, los ocupantes pueden tener la sensación de despertar el mismo desinterés.

El síndrome no está asociado a un clima específico, ni a una geografía determinada. Tampoco tiene
que ver con ningún estilo arquitectónico, aunque las más afectadas son las nuevas estructuras –con modernos equipamientos tecnológicos y materiales sintéticos- frente a las más antiguas, apareciendo tanto en pequeños apartamentos como en los modernos rascacielos. Los trastornos que manifiesta, sin constituir un peligro en sí, conllevan un riesgo mayor de sufrir accidentes laborales y provocan impuntualidad, absentismo e ineficacia.

Parece estar claro que un edificio se enferma como resultado de una combinación de causas que pueden provenir del entorno climático, químico y eléctrico, de la contaminación microbiológica o de factores psicosociales. Todos ellos se pueden reunir en siete grandes grupos: el humo de tabaco, los contaminantes biológicos, los compuestos volátiles de los materiales de construcción, los formaldehidos, los pesticidas, los asbestos y los aerosoles.

Estudios realizados hace ya treinta años en edificios ventilados con diferentes métodos –aire acondicionado, ventilación natural y mecánica- marcaron notables diferencias entre quienes disfrutaban del aire acondicionado y quienes no, presentando aquéllos una larga serie de dolencias: desde enfermedades no específicas con síntomas variados –sequedad de las mucosas, conjuntivitis, pesadez de párpados, sensación de ahogo, rinofaringitis o caída del cabello- hasta tumores e intoxicaciones graves provocadas por la diseminación de fibras de amianto, lana de vidrio y roca, pasando por afecciones provocadas por microorganismos, como la legionella o la alveolitis.

El excesivo hermetismo de los modernos edificios provoca la presencia de microorganismos que se
adhieren a los tubos de aire acondicionado y que libran esporas, al poner el sistema en funcionamiento. Los síntomas se agravan por la humedad, la temperatura, los ruidos, la mala iluminación, las vibraciones, y por contaminantes, como el ozono emitido por los ordenadores, el formaldehido, que, desprendido de los muebles de conglomerado, de las moquetas o de las pinturas y barnices, irrita las mucosas; el toner de las fotocopiadoras e impresoras, o los rayos ultravioletas difundidos por los tubos fluorescentes que reaccionan químicamente con el polvo en suspensión, dando lugar al smog fotoquímico. Además, el campo electromagnético creado por las instalaciones eléctrica y electrónica provoca la llamada electropolución que afecta especialmente a los que trabajan con ordenadores.

En julio de 1968, cien empleados de la ciudad de Pontiac, Michigan (Estados Unidos), sufrieron la conocida como “fiebre de Pontiac”. En 1976, veintinueve personas murieron a causa del brote de la enfermedad del legionario en el Hotel Bellevue-Stratford de Filadelfia (Estados Unidos). En ambos casos, fueron las bacterias de los tubos del aire los causantes de las epidemias.

Los hongos provocaron en 1989 la muerte de varios niños en un hospital en Madrid. La sede de Eastman Kodak en Estados Unidos tuvo que cambiar todo el sistema de ventilación al no poder eliminar un hongo, al igual que ocurrió en 1986 con el archivo de Kew, cerca de Londres. Peor suerte han tenido otros edificios como el Berlaymont, sede de la Comunidad Europea, el cual se tardó cuatro años en sanear a un coste multimillonario. El uso del amianto, empleado como aislante en la construcción, fue prohibido al descubrir que desprendía al aire una cantidad de fibras 80.000 veces superior a la permitida por la normativa comunitaria. En España, el Palacio de Congresos tuvo que invertir muchos millones para eliminarlo de sus paredes.

Irónicamente, muchos de estos casos han tenido lugar en edificios públicos dedicados a cuestiones de
medio ambiente y salud: el Ministerio de Sanidad Británico, la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos, la Sede de la Comunidad Europea… Pero existen muchos otros que no llegan a conocerse, ya que las empresas privadas prefieren negar su existencia a fin de evitar la publicidad negativa, los escándalos y las indemnizaciones que deberían pagar a los afectados. En la mayor parte de los casos, los empresarios culpan a las compañías constructoras y a los proveedores de materiales y mobiliario, porque, una vez detectado el síndrome, acabar con él implica unos costes de millones de euros por metro cuadrado, incluyendo los gastos de desalojo y traslado y alguna indemnización.

Las soluciones a este problema pasan por la limpieza periódica de las instalaciones, la adopción de medidas preventivas –evitando el hermetismo- y la sustitución de procesos y equipos que contengan sustancias tóxicas. La prevención es siempre más sencilla que el diagnóstico y requiere un mantenimiento del sistema que incluya la limpieza de todos sus componentes dos veces al año, cuando se invierte el funcionamiento de frío a calor y viceversa.

Los efectos psicológicos son más difíciles de eliminar, habiéndose estudiado la ionización y sus efectos –la positiva aumenta la agresividad y el estrés, mientras que la negativa reduce la presencia de microorganismos y aumenta el rendimiento intelectual-, así como sistemas sonoros que reproducen el trino de los pájaros, o de aromatización de ambiente, y la incorporación de plantas al recinto, que reduce el tiempo de recuperación de la sensación de fatiga.

Mientras tanto, el vacío legal y la difusión de las dolencias reclaman una legislación que controle la polución interior, además del desarrollo de la reciente rama de la medicina bautizada como ecología clínica.

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