span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} saber si ocupa lugar: Fordlandia

domingo, 3 de mayo de 2015

Fordlandia






Una ciudad fantasma, abandonada en mitad de un lugar donde resalta como una Disneylandia en mitad del Polo norte, surgió de la megalomanía y la falta de previsión de un poderoso hombre de negocios, el equivalente de Preston Tucker, pero en la marca Ford: Henry Ford.

Su ciudad, Ford Land, fue construida a principios de los años 30 a orillas del río Tapajós, afluente del Amazonas, en mitad de la selva, donde Henry Ford había establecido más de 20.000 hectáreas de cultivos de planta de caucho a fin de satisfacer la demanda de caucho de la marca Ford.



Esta pequeña ciudad corporativa “made in Ford Motor Company” constaba de modernas fábricas tales como las que existían en los suburbios norteamericanos. Habías también flamantes casitas de madera alineadas como en esas urbanizaciones norteamericanas que salen en las películas, todas con su propio jardín privado, sus pinos, sus puertas mosquiteras, sus calles y sus aceras. Un pueblecito norteamericano ideal en mitad de la nada, rodeado por las salvajes fuerzas de la jungla. Con su hospital, su panadería, sus zapaterías, sus sastres, sus piscinas… Incluso tenía su propio campo de golf de nueve hoyos y un club de vals, jazz y foxtrot: el Hase.

En definitiva, el American way of life importado a una de las regiones más inhóspitas del
planeta. Así de tozudo y ambicioso era Ford y también socarrón: no hay que olvidar, para hacerse una idea más definida de su personalidad, que en 1930 el magnate recibió una carta del gángster John Dillinger en la que le felicitaba por fabricar los mejores coches para huir de la policía tras un atraco. Ford no tardó en hacer llegar este mensaje a la prensa para que lo publicaran. Ford estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería, estaba encantado de conocerse y no le daba ningún pudor afirmar que Dillinger le hizo la mejor publicidad del mundo.

A pesar de todo, su gran proyecto amazónico fracasó. Dos fueron los motivos principales que hicieron abandonar Fordlandia en los años 40. El primero fue que el caucho sintético volvió obsoleto el caucho natural. El segundo, y más importante, es que no se puede luchar contra los elementos, por mucho empeño que pongas. Ford había pretendido doblegar la selva a sus exigencias, como si hubiera trasladado un fragmento de Manhattan al corazón del Amazonas o un fragmento del Amazonas al corazón de la Gran Manzana. El calor y la humedad eran insoportables para su población y la malaria se cebaba con ellos. Y los trabajadores autóctonos, los serigueiros brasileños, no tenían experiencia en cultivar correctamente el caucho, y mucho menos aceptaban de buen grado las innovaciones y el estilo de vida que Ford trataba de imponer en el asentamiento. No hay que olvidar que Henry Ford era muy rígido con las normas y trataba a los trabajadores nativos como si fueran oficinistas: les asignaba números de identidad y les imponía una jornada laboral de 9 a 17 bajo un ardiente sol tropical. ¡Les obligaba a usar zapatos y a comer hamburguesas! Incluso impuso la ley seca, el uso de baños públicos (de mal gusto en la región) y las ventanas con cristales, que dejaban pasar el calor al interior de las viviendas, pero no lo evacuaban. Y es que Ford era un hombre demasiado apegado a sus costumbres: en sus fábricas de coches sostenía que el cliente podía tener su coche del color que quisiera, siempre que el que quisiera fuera el color negro.

Tanto es así que los trabajadores nativos acabaron rebelándose frente a las normas espartanas de Ford. Y, como no se andaban por las ramas, acabaron usando sus machetes con los capataces.

La ciudad era demasiado pretenciosa y Ford finalmente acumuló pérdidas por valor de 20 millones de dólares. Coincidió, por si todo esto fuera poco, que al estallar la Segunda Guerra Mundial Fordlandia se convirtió en una zona estratégica para los intereses nazis y aliados en Sudamérica. Ahora, en mitad de la jungla, ya solo quedan sus restos, que siguen en pie para dar servicios a una población ya inexistente. Todo un símbolo de la arrogancia industrial norteamericana.

Hoy día, Fordlandia sólo está frecuentada por algunos granjeros y turistas ocasionales que sienten curiosidad por esta rara avis del primer mundo, ordenado y jerárquico, tratando de sobrevivir en plena naturaleza suramericana, salvaje e indomable.

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